· Cuando no somos capaces de hacer vivir una cultura común, la sociedad se disuelve
en una vuelta al estado natural que se parece mucho a este “embrutecimiento del
mundo”.
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El hombre
es, por naturaleza, un ser necesitado; y, en la primera línea de las
necesidades que le afligen, se encuentra la cultura.
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Es necesario un léxico desarrollado para
aprender a sentir en las emociones las sutiles distinciones entre “amar”,
“estimar”, “apreciar”, “admirar”, “agradar”, “adorar”, “querer”, “adular”… La
puesta en juego del léxico no es sólo la precisión de la palabra: sin la diversidad de las palabras no sólo no
podríamos comunicar de manera adecuada, sino que seríamos incapaces de
reconocer en nosotros la singularidad de nuestros propios sentimientos.
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La única aventura verdadera de la existencia: la que consiste en llegar a
ser uno mismo.
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Hemos
decretado que la lengua era fascista, la literatura sexista, la historia
nacionalista, la geografía etnocentrista y las ciencias dogmáticas, y no
comprendemos por qué nuestros alumnos terminan por no conocer nada.
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La
cultura, por desgracia, no siempre impide que el hombre sea inhumano; pero la
incultura sí que le impide ser humano.
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Queremos entrar en nuestras vidas como consumidores en un supermercado: así de
indeterminados, así de indiferentes, para mantener abiertas todas las opciones
y dejarnos guiar solo por nuestros únicos apetitos.
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[La idealización de la juventud] Genera una gran
ansiedad a los propios jóvenes, cuyo
futuro solo puede ser vivido como una lenta degradación hacia los complejos de
la edad adulta.
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El concepto de “género” inaugura un nuevo campo de batalla en la guerra contra la
cultura, esa herencia de alienación y aprisionamiento que debe, según sus
promotores, caducar definitivamente.
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Este mundo de incultura e indiferencia, promesa del cumplimiento de una libertad
absoluta, podrá ser el de un salvajismo todavía inédito e, incluso, más
amenazante, ya que, por esta misma incultura, seremos incapaces de percibirlo a
medida que nos vaya atrapando.
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Hacen falta muchos
conocimientos para sorprenderse.
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Aprender
es recibir en herencia lo que nos hace sensibles a la infinita belleza de
la realidad más ordinaria.
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¡Qué extraña sociedad es aquella que encierra a
los adolescentes en la caricatura de su
propia adolescencia, de la que se ha hecho un ideal!
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No hay acto de amor más grande que el acto de autoridad.
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Exigimos a nuestros enseñantes todos esos
resultados privándoles de su trabajo específico: la transmisión de una cultura. Les pedimos que susciten cualidades que
no pueden nacer más que de esa herencia que les impedimos ofrecer.
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[La
cultura desactivaría la violencia de género mejor que cualquier eslogan ad
hoc] ¿Cómo es posible que, en el país del amor cortés, de las novelas de
caballería, de la tragedia clásica y del poema romántico, se pueda hablar mal
de una mujer?
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[Nosotros no nos hemos hecho] Por nuestra
lengua, por nuestra historia, por los saberes que hemos recibido, hemos sido
conducidos hasta nosotros mismos, hasta nuestro propio pensamiento y a la
libertad que hemos conquistado.
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La ingratitud:
he aquí de lo que muere una cultura.