Juan Godoy
“Las verdades
individuales no obran en la dinámica social si no se delimitan y conexionan a
sus semejantes, es decir si no obedecen a una vibración del espíritu nacional”.
(Raúl Scalabrini Ortiz)
“Cuando la
‘intelligentzia’ de un país recibe su lumbre espiritual no del ‘humus’
colectivo, sino de los focos externos con su luz extenuada por la distancia
cultural, cuando los intelectuales se alejan del pueblo, se opera al mismo
tiempo la deformación de la historia, y el pueblo es negado o desechado”. (Juan
José Hernández Arregui)
A lo largo de nuestra historia se han
enfrentado, al menos, dos formas marcadas de interpretación de la realidad y de
construcción del pensamiento, que tienen su correlato en la forma de
construcción política. Se trata, por un lado, de quienes pretenden tomar un ideal abstracto y aplicarlo a la realidad;
y, por otro lado, de quienes parten de la realidad concreta para construir la
idea. La primera de las formas se liga fuertemente al esquema de
pensamiento que postula que lo ajeno es mejor que lo propio. Se encuentra
mayormente ligada al eurocentrismo y a la adopción mecánica y acrítica de ideas
lejanas a nuestra realidad. Mientras que la segunda avanza mayormente a partir
de la revisión de la historia, la cultura y las tradiciones propias, de las
cuales conforma el basamento de su construcción de ideas o de política. Sin
negar las ideas que emergen en otras realidades, no las toma como un esquema
cerrado, sino que las pasa por el tamiz de la realidad propia, las absorbe con
lo propio. Martí a fines del siglo XIX decía: “injértese en nuestras repúblicas
el mundo, pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas” (Martí, 2005:
10).
Fermín Chávez
dedicó una parte de su obra –y un libro en particular– a esta cuestión. La
interpreta como el enfrentamiento entre dos tradiciones del pensamiento
filosófico: el historicismo y el
iluminismo. Este último es una ideología de la dependencia que toma como
base a la razón universal y abstracta: lo racional debe sustituir al país real.
No toma en cuenta la historia ni las tradiciones culturales propias, más bien
hace una suerte de “tabla rasa” sobre nuestro pasado y denuesta la cultura
nacional. La religión, los valores hispanoamericanos, deben ser dejados de
lado, son parte del atraso, del oscurantismo. Deben dar lugar a las “luces de
la civilización”. La oligarquía argentina, portadora de esta matriz iluminista,
imagina un proyecto de país de cara a Europa, dependiente, sin conexión con
Nuestra América. Por el contrario, el historicismo reivindica el pasado
denostado por el iluminismo y apunta a pensar el mundo desde acá, para conocer
nuestra realidad. Rescata la tradición cultural propia y se vincula al
revisionismo. Busca romper con la abstracción iluminista. La cultura nacional
aparece como generadora de conciencia nacional. El conocimiento se estrecha con
la experiencia (Chávez, 1977).
La agenda
progresista de las reivindicaciones de las minorías colisiona en cierto punto
con la de las mayorías, y lleva a abandonar las demandas de las mayorías en
virtud de reivindicaciones en torno a libertades individuales o derechos de
grupos minoritarios. No pretendemos postular, desde ya, el abandono absoluto de
ciertas demandas de estos grupos –aunque varias sí es menester dejarlas de
lado, en tanto chocan con lo nacional–, pero sí pensamos que éstas no pueden
conducir o ser el centro de los movimientos nacionales, porque éstos son
nacionales justamente porque construyen y llevan adelante la agenda política de
las mayorías. Las reivindicaciones del
progresismo tienen algo en común: la incomprensión y la invisibilización de la
cuestión nacional, problema principal de los países semi-coloniales. Esta
agenda progresista no se lleva bien con la de los sectores populares, y en
ciertos casos tampoco con la de la nación. Juan
José Hernández Arregui consideraba que los sectores que piensan con un
esquema colonial “por la doble gravitación de la oligarquía y el imperialismo,
no creen en lo nacional”. “Una ‘intelligentzia’ divorciada del pueblo cumplirá
siempre una función anti-nacional al contribuir con su anemia cultural a la
falta de fe en el país” (Hernández Arregui, 1973: 160). La exacerbación del
individualismo sabemos es característica de la matriz del pensamiento liberal y
del neoliberal. Poner en primer lugar el reclamo de los intereses de las
minorías puede terminar contribuyendo a resaltar las particularidades y al
incremento de las individualidades. Resulta innegable la vinculación de esa
agenda, que pone en primer lugar las libertades individuales y exacerba el
individualismo, con el entramado de instituciones transnacionales ligadas a la
oligarquía financiera internacional, mayormente a través de ONG. Vale
preguntarse por el interés de estos sectores en ese impulso.
Sin caer en
esencialismos, pensamos que resulta fundamental interpretar al pueblo, indagar
en las tradiciones populares, en la historia de sus luchas, en sus anhelos y
esperanzas. Esto, al menos, si pretendemos ser un movimiento nacional y popular
no solo en lo retórico y abstracto –y a veces ni siquiera–, sino en la práctica
concreta. El joven sociólogo Roberto
Carri afirmaba la necesidad de no construir desde abstracciones, ni “fijar
caminos ajenos a la capacidad creadora de las masas” (Carri, 1969: 62).
La agenda de las libertades individuales no
suele estar presente en los barrios y en las mayorías populares. Si se
recorren los barrios o simplemente se revisan las encuestas, estos reclamos no
aparecen entre los problemas más urgentes. No suele aparecer por ejemplo el
“cupo trans” o el aborto, por tomar algunos de los temas actuales que tienen
gran presencia en la agenda progresista. Pero sí aparecen otros que la agenda
progresista no suele tomar, como la cuestión
del narcotráfico, la inseguridad (los sectores más pobres son quienes más la
sufren), el alza de los precios, la precariedad o la falta de trabajo,
etcétera. Resulta primordial, para volver a encarar un proyecto de emancipación
nacional, vincular estas problemáticas presentes en las mayorías populares y
establecer su relación con la tradición más rica del pensamiento y la política
argentina, en la cual se ha puesto en primer lugar la cuestión nacional, la
discusión acerca de que somos un país inconcluso por nuestra dependencia: una
construcción política que retome lo mejor de la tradición nacional y
latinoamericana, que haga suya la agenda de los sectores populares, que
encuentre soluciones a las problemáticas nacionales, y que vuelva a “enamorar”
al pueblo argentino. Es necesario interpretar las necesidades nacionales y del
pueblo para poder darle solución. Scalabrini
Ortíz pensaba un esquema que necesariamente debe partir de la realidad para
abordarla. Así, afirmaba la necesidad de “auscultar los problemas vitales del
país, procurando estructurar soluciones justas” (Scalabrini Ortíz, 1939: 5).
Indagar y
comprender la realidad nacional demanda analizar a partir de categorías
propias. La generación de las mismas implica ya un nivel de interpretación,
pero nos dificulta la comprensión pretender hacerlo con categorías tales como
el enfrentamiento entre la derecha y la
izquierda, cuando lo que divide en los países semi-coloniales es lo
nacional y lo colonial; o analizar ciertos personajes como fascistas o nazis,
cuando son categorías para otra realidad, vinculada a los nacionalismos de los
países centrales, por citar algunos ejemplos.
Resulta
lastimoso –y parte del pensamiento sarmientino– analizar la política argentina
pregonando que ciertas políticas se deben implementar porque fue lo que
hicieron los “países civilizados”; o que en las provincias argentinas está el
atraso –caricaturizándolas con dinosaurios–; o que el pueblo es idiota porque
supuestamente vota a “sus verdugos”; o bien que la defensa de ciertos valores
que se ligan a nuestras tradiciones culturales y políticas es parte del atraso
y que quienes siguen las “modas ajenas” son el progreso.
Por ejemplo,
la tradición popular en nuestro país, como en América Latina, se vincula
fuertemente al catolicismo. No casualmente el movimiento nacional peronista
hunde sus raíces en él. Por eso resulta perniciosa y desvinculada de la
tradición de nuestro pueblo la práctica
del anti-clericalismo. En la tradición nacional de nuestro país se
encuentran sujetos que pueden ser o no católicos, eso está claro, porque son
cuestiones de fe, pero ser anti-católicos resulta al menos contradictorio para
quienes profesan la adscripción a los movimientos nacionales y populares.
Para
construir política con las mayorías resulta fundamental no pelearse con la
realidad, sino procurar comprenderla e interpretarla. Aunque resulte ocioso,
vale remarcar que a las personas, en general, no le gusta que las puteen, las
traten de idiotas o se burlen de ellas o de sus creencias. Esta actitud, ligada
al “vanguardismo iluminado”, es una manifestación de soberbia que no es buena
consejera en la política. Este no parece ser el camino más inteligente para
reconstruir un frente nacional. Arturo
Jauretche, en su ante-última intervención pública, expresa que “se ha ido
conformando, a contrapelo del país, una mentalidad que separó la cultura del
pueblo y que se reveló siempre en nuestros grandes movimientos políticos en la
contradicción entre la posición de las clases ilustradas y los sectores masivos
de la multitud” (Jauretche, 2013: 15).
Los
movimientos nacionales y populares, y en particular el Peronismo, pusieron en
primer lugar la construcción o el fortalecimiento de los lazos sociales y
comunitarios. Así se construye política para las mayorías, basándose en
determinados pilares para la construcción colectiva. La comunidad organizada no
se basa en los reclamos de los derechos individuales –o de colectivos ligados a
los mismos que exacerban el individualismo–, sino fundamentalmente en la
articulación con las instituciones que representan la vida comunitaria, como lo
son las organizaciones libres del pueblo y otras. Así se apoyó el Peronismo en
la Iglesia, que tiene una presencia fundamental desde antes de la conformación
del Estado Nacional, atendiendo no sólo
las necesidades espirituales, sino también las sociales; en los sindicatos,
que atienden no sólo los reclamos ligados directamente al mundo del trabajo,
sino que es donde los trabajadores encuentran un ámbito de contención ante
otros problemas, llegando a actuar como una gran familia; las instituciones
educativas, y por eso algunas de las más de tres mil escuelas construidas en
los primeros diez años de gobierno peronista tenían teatros, gimnasios o
espacios recreativos, con la finalidad de ampliarlas y vincularlas con la comunidad; en la familia, núcleo básico
y fundamental desde donde se socializan tempranamente los pibes y construyen
sus valores; en las organizaciones políticas que se vinculan directamente y
atienden las necesidades de los barrios. Estas y otras más son instituciones
fundamentales que apuntan a construir comunidad. Juan Perón advertía que “la
solución ideal debe eludir ambos peligros: un colectivismo asfixiante y un
individualismo deshumanizado” (Perón, 2012: 53).
Nos
preguntamos, con preocupación, si hoy algunos personajes políticos ligados a
los proyectos de entrega semi-colonial, a la dependencia y a los sectores más
ricos de nuestros países, no están interpretando mejor que muchos de los
dirigentes del campo nacional las demandas de los sectores populares –más allá
de que luego no las satisfagan en la práctica–, sobre todo en momentos
electorales. Cabe asimismo la pregunta acerca de si los pueblos no están reclamando el abandono de las agendas
progresistas que no los hacen parte, y al mismo tiempo una vuelta a los
valores tradicionales y los lazos comunitarios que fomentó, entre otros, el
peronismo.
Retomamos,
para finalizar estas reflexiones, algunas palabras de Perón al respecto: “estoy
convencido de que la comunidad organizada es el punto de partida de todo
principio de formación y consolidación de las nacionalidades, no sólo en el presente,
sino también en el futuro. (…) Todo fundamento de estructuración [de la
comunidad organizada] debe prescindir de abstracciones subjetivas, recordando
que la realidad es la única verdad. (…) Y la presencia de la voluntad del
pueblo como guardián de su propio destino” (Perón, 2012: 54).
Bibliografía
Carri R
(1969): El formalismo en las ciencias sociales. Reedición Facsimilar de la
Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras, UBA.
Chávez F
(1977): “Historicismo e iluminismo en la cultura Argentina”. En Epistemología
para la periferia, Remedios de Escalada, EDUNLa, 2012.
Hernández
Arregui JJ (1973): ¿Qué es el ser nacional? Buenos Aires, Plus Ultra.
Jauretche A
(2013): Enfoques para un estudio de la realidad nacional. Buenos Aires,
Corregidor.
Martí J
(2005): Nuestra América y otros escritos. Buenos Aires, El Andariego.
Perón JD
(2012): Modelo argentino para el proyecto nacional. Buenos Aires, Fabro.
Scalabrini
Ortiz R (1939): Diario Reconquista, número 1. Buenos Aires, 15 de noviembre de 1939.