Iciar Recalde
Desde hace setenta años los caminos que recorre la Argentina se
disciernen en la interna peronista. Hay quien afirma que saltar por sobre
un problema no es lo mismo que resolverlo: el resuelto desaparece, el saltado,
vuelve. El peronismo de la postdictadura, fundamentalmente durante la década de
’90, había “saltado” varios problemas que hasta el día de hoy retornan
constantemente para ponerlo en crisis. Una identidad reñida, donde abrevan si
no todos, muchos y diversos: desde los que continuamos considerándolo un movimiento de liberación hasta los que lo
circunscriben a la desnuda maquinaria de conquistar poder incluso a costa de la
entrega del patrimonio nacional y la miseria de los argentinos.
El 22 de noviembre del 2015 el peronismo sufrió una derrota electoral que,
aun cuando la responsabilidad mayor haya que escudriñarla en la estrategia
política de la conducción del movimiento nacional, impone forzosamente la
necesidad de una reflexión sobre sus causas recientes y remotas. Algo debe
estar fallando en nuestras filas para que una propuesta como la de Cambiemos,
desembozadamente liberal y dependiente del imperialismo, nos haya vencido en
las urnas.
Tengo grabada a fuego una
sentencia del más hábil armador político de los últimos 30 años, el
recientemente fallecido Juan Carlos
Mazzón. “Peor que la traición es el llano”, dictamen que traducía para
muchos de mi generación una especie de “actualización doctrinaria” que nos
negábamos a asumir porque, sin ninguna clase de tapujos, ponía en duda la
supervivencia “resistente” de un peronismo enquistado en el Estado y
certificaba además el repliegue movimientista de su hegemonía entre 1989 y
2015. Néstor Kirchner organizó
intelectualmente el FPV sintetizando dos imaginarios caros a la tradición del
nacionalismo popular: el setentista y el del peronismo clásico de los años ’50.
En esa operación se omitían dos momentos claves, nuevamente y para algunos de
nosotros, de manera inaceptable: el del reinado peronista de los ’90 y, aun
yendo más atrás, el de la transfiguración del peronismo operada en los años ’80
que había determinado un hecho político sustancial: el peronismo entregaba sus
banderas y firmaba al pie de la democracia liberal con el objeto de construir
representaciones que le otorguen duración y competitividad política y que hoy
explica, entre otras cosas, la existencia de “liderazgos” como los de Macri.
Quizá sea este el momento de que
las organizaciones libres del pueblo nos animemos a intentar una nueva actualización doctrinaria que
permita forjar un peronismo que recupere, para terminar de saldarla, la
revolución nacional inconclusa por la violencia oligárquica de 1955 y de 1976.
Estas breves líneas se escriben con ese objeto y parten de una certeza
fundante: el camino para la recuperación del peronismo y del país es el
derrotero que nos lleva a las fuentes. En tal sentido, el Modelo Argentino para
el Proyecto Nacional, testamento político del General Perón, constituye una
hoja de ruta fundamental donde escudriñar las aristas del Proyecto Nacional que
la Patria demanda: no está atrás en el pasado como pieza de museo a visitar,
sino adelante señalando los desafíos del porvenir.
La historia es la conciencia de la patria. La incomprensión de los
nacionalismos populares latinoamericanos, en especial del último peronismo,
hace que aquellos intelectuales que construyen su pensamiento desde miradas
coloniales ignoren el acontecer de su tiempo. En las usinas de producción del
saber académico este desencuentro proviene de aquella época remota en que
Carlos Marx caracterizaba al libertador Simón Bolívar como “caudillo salvaje” y
expresión acabada de la barbarie. Términos demasiado conocidos desde entonces
en nuestro devenir histórico. De tal desventura, la ciencia social se alejó
todo lo posible del drama real de la Argentina, aún en aquellos casos que
parecía indagarlo. Escudada por un supuesto “rigor científico”, se vio
impregnada hasta la médula del empirismo sociológico norteamericano del
marxismo leninismo petrificado en una escolástica colonizada. La coincidencia
entre ambos se manifestaba en la negación mancomunada de la cuestión nacional
de América Latina. Según los casos, se trataba de batallas entre la burguesía y
el proletariado en el interior de cada Estado o de fundar el crecimiento
económico mediante la copia acrítica de modelos extranjeros, a secas, de
remachar de un modo elíptico una y otra vez la versión provincial de una
historia falsificada.
La hora crucial del panorama
político que vive nuestro país y la región en su conjunto demanda la puesta al
día de aquella exigencia que hiciera el General Perón de volver los ojos a la
patria dejando de solicitar servilmente la aprobación del extranjero en el
análisis de la marcha del movimiento nacional que logre integrar la totalidad
de las fuerzas coaligadas en una tarea ineludible. Apartados de la búsqueda
ciega de modelos foráneos, es necesario concentrar la mirada sobre nuestra
historia reciente que ofrece múltiples ejemplaridades de defensa de lo
nacional. Allí donde se apoyan los grandes cambios de la conciencia política
que emergen en los tumultuosos desplazamientos de las masas laboriosas. Para
eso debemos leer y entender las lecciones del subsuelo de la patria. Con
humildad, interpretar las preocupaciones y anhelos del único actor constante de
las transformaciones sociales y políticas del país de ayer y de hoy: los
trabajadores argentinos y los millones de hombres y mujeres que forman parte de
esos inmensos movimientos sociales que empujan por una patria justa.
II
Perón fue un hombre de su tiempo. Vivió con intensidad el siglo de las revoluciones y
contrarrevoluciones, experimentó la declinación del imperialismo inglés, la
victoria de la Revolución Rusa, el creciente poderío norteamericano, la
irrupción del protagonismo de las masas populares y el fortalecimiento de los
Estados nacionales, la brutalidad de las dos guerras mundiales, el acaecer de
la posguerra y la guerra fría, los procesos descolonizadores en África y Asia,
la Revolución China de 1949, la Cubana de 1952. En su tierra, vivió el
derrumbe del país agroexportador, el ascenso del yrigoyenismo y la integración
al sistema de vastos sectores medios, conjugado con los primeros intentos de
industrializar la estructura dependiente del país que engendrarán,
paulatinamente, a su propio verdugo: la clase obrera que irrumpirá incontenible
y bajo su conducción en 1945. Perón impulsó el proceso de industrialización,
generando grandes transformaciones estructurales en la economía, expandiendo el
mercado interno y redistribuyendo el ingreso nacional hacia los sectores
populares.
Su programa de gobierno en el período 1946-1955 se concentró en las
tres banderas que aglutinaron doctrinariamente al Movimiento: independencia
economía, soberanía política y justicia social. Perón trastocó la estructura
semicolonial del país con una audacia inédita en la historia de la Argentina
moderna, enfrentando constantes embates y violentas presiones internas y
externas. La legislación obrera, el voto femenino, la nueva Constitución, las
nacionalizaciones del patrimonio nacional enajenado, la dignificación de los
sectores históricamente postergados se hicieron contra viento y marea amparados
en la movilización popular como instrumento central de su política.
La contrarrevolución de 1955 y el itinerario de gobiernos
entreguistas que le siguió enfrentó una organización social que resistió la
proscripción desde los sindicatos, las unidades básicas, los barrios y los
múltiples espacios que se reproducían como pólvora al calor de la lucha y de la
incorporación de una nueva generación de jóvenes obreros y estudiantes. Etapa
donde el peronismo actualizó la doctrina hundiendo sus raíces en viejas
tradiciones sanmartinianas, montoneras, rosistas, de manera heterodoxa y
plural. Allí descansan el sueño de los justos sindicalistas y militares patriotas,
intelectuales brillantes y miles de argentinos vencidos por la maquinaria
sanguinaria de la oligarquía. Sin embargo, la historia demostró que tenían
razón: que la razón de la patria era infinitamente superior a la racionalidad
mezquina de los que pretendían avanzar a costa de convertirla en factoría.
III
Durante más de dieciocho años de
exilio, millones de argentinos pelearon
por el regreso de Perón a la patria. Como el gaucho pobre del poema
hernandiano, había vuelto, decidido: “A ver si puedo vivir/ Y me dejan
trabajar”. El objetivo de su retorno fue fiel a su doctrina y a su historia: no
se alejó ni un ápice dela concepción nacional, antiimperialista y
latinoamericana de sus primeros gobiernos. A sus ojos, la reconstrucción del
país continuaba teniendo como columna vertebral al movimiento obrero
organizado. El medio para alcanzarla era la Unidad nacional y la reconstrucción
del hombre argentino a través del Pacto
Social, el diálogo plural con las fuerzas políticas y la puesta en marcha de un
Plan Trienal.
El país con el que se encontró
era muy otro al que había dejado y los enfrentamientos políticos acontecidos
dentro del movimiento nacional se evidenciaron rápidamente. Sectores juveniles
radicalizados retacearon su apoyo cuando no, disputaron lisa y llanamente la
conducción del proceso, abriendo paso a la profundización de las fricciones
internas que decantaron en una espiral de violencia creciente entre distintos
grupos que, desaparecido el General en julio del año 1974 se ahondó aún más
durante la presidencia de Isabel, y desembocó trágicamente en una dictadura
mucho más feroz que las anteriores.
Cientos de textos de escarnio y
prevaricación se han escrito en torno al último Perón. Lo real es que antes de
este desenlace trágico, el General se erigió como único garante del proyecto
emancipador en el que estaba empeñado. Entonces, ganó las elecciones presidenciales con un 62 por ciento de
votos. Y lo cierto es que entre el 25 de mayo de 1973 y el 1 de julio de 1974
condujo una política que fue capaz de contener la inflación, elevar el salario
real, reducir el desempleo, aumentar la participación de los trabajadores en el
PBI, consensuar una Ley de contratos de trabajo, reactivar el mercado interno y
fomentar la producción industrial, nacionalizar la banca y el comercio
exterior, reglamentar el capital extranjero, diseñar un Plan para el
autoabastecimiento energético, incorporar al país al Movimiento de Países No
Alineados, expulsar las misiones militares extranjeras de suelo argentino,
intentar recuperar diplomáticamente las Islas Malvinas, romper el bloqueo a
Cuba, resolver viejos conflictos limítrofes, abrir nuestro comercio a China, la
Unión Soviética y los países socialistas, entre las medidas más relevantes.
IV
Y en ese escenario de grandes fraccionamientos
de la alianza que había peleado por su regreso, con casi ochenta años y la
salud quebrantada, Perón diseñó su
último aporte al país: el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, síntesis
acabada del estadista y líder político más importante que ha dado el
Continente. En sus páginas y adelantándose a su tiempo histórico, reflexionó
sobre los modos de revertir la dependencia colonial del país, el rol del
imperialismo, las políticas económicas y las formas de organización política de
la Nación, la justicia social, el desarrollo de una cultura nacional, la
soberanía científico tecnológica, el rol de la Universidad y de los
intelectuales, la relevancia de la ecología, la organización institucional del
proceso de cambio, etc.
Los objetivos de transformación
que habían caracterizado sus primeras presidencias se ratifican en el Modelo
Argentino a la luz de las exigencias de un contexto geopolítico regional de
avance neoliberal. Perón resumía conceptualmente su Proyecto Nacional en los
siguientes términos: “Por más coherencia que exhiba un modelo, no será
argentino si no se inserta en el camino de la liberación”. En este marco, y
evaluando además los fraccionamientos existentes dentro del movimiento y la
necesidad de revertir las profundas problemáticas sociales derivadas de
dieciocho años de políticas de extranjerización de la estructura económica
nacional y de destrucción de la comunidad y del hombre argentino, planteaba que
la Unidad y el Pacto Social eran las alternativas para enfrentar una
geopolítica cada vez más hostil a las experiencias de los nacionalismos
populares. En su cosmovisión: “El problema actual es eminentemente político, y
sin solución política no hay ninguna solución para otros sectores en
particular”. El país necesitaba avanzar en la edificación de consensos
partidarios y sectoriales como reaseguro para el desarrollo de una política de
reconstrucción nacional y cimentar una “Democracia social”. En consecuencia, se
estipulaba que: “El primer objetivo del Modelo Argentino consiste en ofrecer un
amplio ámbito de coincidencia para que los argentinos clausuremos la discusión
acerca de aquellos aspectos sobre los cuales ya deberíamos estar de acuerdo”. Y
sostenía: “O profundizamos las
coincidencias para emprender la formidable empresa de clarificar y edificar
una gran Nación, o continuamos paralizados en una absurda intolerancia que nos
conducirá a una definitiva frustración. (…) Los sectarismos no nos conducirán
jamás a la liberación.”
En este punto, resulta evidente que
la política propuesta se parecía más a la comunidad organizada de sus primeros
gobiernos, que al socialismo nacional ansiado por sectores juveniles. Expresaba
al respecto: “Este Modelo no es una construcción intelectual surgida de
minorías, sino una sistematización orgánica de ideas básicas desarrolladas a lo
largo de treinta años. (…) La creación ha nacido del pueblo”. El justicialismo
se manifestaba como la identidad propia de un movimiento nacional que debía
superar fraccionamientos y reconocerse en el Proyecto Nacional al que aspiraba:
“El Modelo Argentino pretende ser, precisamente, la interpretación de esa
conciencia nacional en procura de encontrar su cauce definitivo. (…) Seguimos
deseando fervorosamente una Argentina socialmente justa, económicamente libre y
políticamente soberana. (…) Una Argentina íntegra, cabalmente dueña de su
insobornable identidad nacional”. Esta política nacional debía considerar la
integración del país en los procesos que se avenían en América latina y en el
mundo y que con claridad meridiana Perón supo prever: “La progresiva
transformación de nuestra patria para lograr la liberación debe, paralelamente,
preparar al país para participar de dos procesos que ya se perfilan con un
vigor incontenible: la integración continental y la integración universalista.”
V
Tenía mucho aún por decir pero ya no había tiempo. Había vuelto a morir
a su patria: “Tal vez este sea uno de los mayores aportes que puedo hacer a
mi patria. Solo con su entrega, me siento reconfortado y agradecido de haber
nacido en esta tierra argentina”. El 1 de julio de 1974 pasó definitivamente a
la inmortalidad. Se había despedido poco antes frente a la multitud anunciado
que su único heredero era el pueblo y que su palabra sería siempre la “música
más maravillosa”.
Volvió a morir a su patria y volverá siempre que los argentinos
perdamos el rumbo de la nacionalidad. Está en el futuro, instándonos a hacer
realidad su testamento político que, para mayor dicha de nosotros, encuentra en
la voz de Francisco su más fiel continuador.