Por Iciar Recalde
La Argentina
relega hace décadas a millones de compatriotas a la más cruel indignidad
pero se apresta a mostrar una delicadeza exquisita en no ofender la
sensibilidad de reducidos grupos de activistas de la denominada diversidad que, a través de la victoria del imperio
sobre nuestro suelo, reemplazó las grandes discusiones nacionales por la
primacía de cuestiones fragmentarias de índole identitaria fuertemente atadas a
necesidades emocionales de cariz individualista. Es el costo cultural o, mejor,
la legitimación lisa y llana, de la entrega del país al extranjero que permitió
que el poder económico foráneo sea gobierno en la Argentina en la carrera de
postas entre liberales y progresistas.
La Argentina que fuera una unidad de
destino fue devastada por la división alentada por la competitividad de mercado
del dios dinero en complicidad con nuestra dirigencia. Aquel patriota que había
vuelto casi desencarnado a dejar los últimos girones de vida por la felicidad
del pueblo argentino, lo había advertido en el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional. Es el corazón del
hombre y de la mujer argentinos, dijo. Hay que sanarlo, requisito para la
reconstrucción de la comunidad organizada con centro en la familia, organización genuina de base cultural, comunión de hombres
y mujeres capaces de asumir la misión trascendente de ser libres de verdad. Por
eso, el peronismo jamás promovió que la
mujer reclame poder contra el varón, se le enfrente en una guerra despiadada
que haría peligrar el destino colectivo en su conjunto. Todo lo contrario,
los antagonismos incitados por el colonialismo cultural para la pelea entre
sexos se resolvió no antagónicamente con la organización política autónoma de
las mujeres, la Rama femenina, el Partido
Peronista Femenino y las Unidades Básicas, dispositivo que convivió con la
Rama sindical y la Rama política en igualdad de condiciones. El único
enfrentamiento real, Patria-colonia, tuvo como vía de resolución concreta las
banderas de soberanía política e independencia económica y justicia social.
La alerta de Perón fue sustituida a
partir de 1976 por la avanzada de un proceso de destrucción de nuestra
tradición político cultural para poner en su lugar antivalores que son la
radiografía despiadada de la primacía actual de la cultura del descarte y la
muerte de una Nación a la que le está costando distinguir entre el crimen y la
virtud, entre la defensa de la vida y la promoción de la muerte en nombre de
supuestas causas nobles y plebeyas. Brutalmente importados, no tienen doctrina
ni inteligencia y menos buena fe. Nos ha hecho daños profundos moldeando
generaciones de hombres y mujeres inauténticos, que viven de prestado, ojos,
oídos, conciencia y sensibilidad. Que confunden
el enemigo al límite de señalarlo puertas dentro del hogar y de instituciones
que alguna vez forjaron el sentido de misión de nuestro pueblo: es el varón que mata y oprime, es el hijo que coarta libertad, es la autoridad paterna, es el maestro presto a trasmitir una
herencia, es la familia como cárcel
de la mujer...
A secas, es la guerra contra la
Argentina, una Argentina que frente a tamaña involución necesita que el
movimiento nacional vuelva a renacer entre los escombros: sin recuperar nuestro
ser nacional ínsito en la doctrina de Perón y Evita difícilmente lo logremos.
La salida del atolladero donde la Patria agoniza es el camino que nos lleva a
las fuentes que vienen clamando desde el futuro como puño premioso contras las
puertas de millones de argentinos que sirven a la verdad y están dispuestos a
testimoniarla.
Festejemos
en familia el día de la mujer.