25 de mayo de 2019
Eduardo J. Vior
No se trata de una
confrontación entre liberalismo y “populismo”, como la estilizan los medios del
establishment, ni de una batalla entre los defensores y enemigos de la unidad
europea, como la simplifican los canales de TV. En la elección al Parlamento
Europeo que finaliza este domingo 26 se decide entre la recreación del proyecto
europeo o la reducción del continente a la inoperancia.
Unos 427 millones de ciudadanos de los 28 países miembros del bloque
están acudiendo a las urnas entre el jueves 23 y el domingo 26, para elegir a
los 751 miembros del Parlamento Europeo que los representarán durante los
próximos cinco años. El número de eurodiputados por país es proporcional a su
población, pero ninguna nación puede tener menos de seis ni más de 96.
Según las primeras
proyecciones, en el Reino Unido el
flamante Partido del Brexit del euroescéptico Nigel Farage superó ampliamente a
las otras propuestas y relegó a los históricos Partido Laborista y
Conservador. Pero en Holanda, por el
contrario, el Partido Laborista habría logrado una victoria inesperada y
ajustada con 18,1% de respaldo, por delante de los nacionalistas de Thierry
Boudet y los liberales del primer ministro Mark Rutte. Este resultado
inesperado obliga a ser cauto en las previsiones.
Los eurodiputados se eligen en cada Estado miembro por separado. La presentación
de candidatos está reservada a los partidos políticos nacionales. Después
de las elecciones, los diputados elegidos pueden participar en un grupo en el
Parlamento Europeo o ejercer su mandato como independientes. La formación de un
grupo parlamentario exige un mínimo de 19 diputados de cinco países diferentes.
Habitualmente los partidos de diferentes Estados se reúnen en bloques según sus
coincidencias ideológicas, pero también puede suceder que partidos muy diversos
se asocien simplemente.
Hasta ahora había ocho grupos políticos: el Partido Popular
Europeo, que congrega a los demócrata cristianos y sus aliados; la Alianza
Progresista de Socialistas y Demócratas, reuniendo a los socialistas y
socialdemócratas; los Conservadores y Reformistas, que suma a partidos
opositores a la Comisión actual; los Liberales; los Verdes; la Izquierda
Unitaria; la Europa por la Libertad y la Democracia Directa y la Europa de las
Naciones y las Libertades, que articula a la mayoría de los partidos
nacionalistas anti-Bruselas. Sin embargo, el nuevo parlamento puede traer
nuevos alineamientos.
Desde que está en vigencia el Tratado de Maastricht (1992), ha aumentado
el poder del Parlamento Europeo especialmente ante la Comisión Europea
(ejecutivo del gobierno continental con 28 comisarios, uno por cada país
miembro). Sin embargo, sigue teniendo menos facultades que un parlamento
nacional. El Parlamento Europeo se encarga, sobre todo, de legislar, aprobar el
presupuesto de la UE y controlar las otras instituciones. Además, da el visto
bueno a acuerdos internacionales importantes. Sin embargo, tiene facultades
limitadas de control sobre la política exterior y de seguridad.
Si finalmente se concreta el Brexit en octubre, el total de miembros de
la Eurocámara disminuirá de 751 a 705 y los asientos que queden libres se
redistribuirán más adelante entre los Estados que se incorporen a la alianza y
los infrarrepresentados como España, Francia y Países Bajos.
El 28 de este mes se reúnen los jefes de Estado y de Gobierno del bloque
(el Consejo Europeo), para analizar los resultados electorales e iniciar el
proceso de nominación de los candidatos a dirigir la UE. La nueva presidencia
comunitaria heredará desafíos como el Brexit, la crisis migratoria, el ascenso
de la ultraderecha, la lucha contra el terrorismo y por la igualdad de género,
la protección del medioambiente y aspectos internacionales, como, por ej., la
preservación del pacto nuclear con Irán. El 2 de julio se reunirá en
Estrasburgo (Francia) la nueva Eurocámara, para nominar a un presidente y 14
vicepresidentes. El 15 de ese mes, en tanto, será seleccionado el líder de la
Comisión Europea quien deberá pronunciar su primer discurso a mediados de
octubre.
El establishment ha estilizado estas elecciones como una contienda pro o
contra Europa o, lo que pintan como lo mismo, entre liberalismo democrático y
populismo autoritario. De hecho, las encuestas preelectorales daban cuenta
de un fuerte alza del voto nacionalista en la mayoría de los países. Sin
embargo, los primeros sondeos realizados durante estos días indicaron que, si
bien en Gran Bretaña los “brexiters” obtuvieron la primera minoría, en los
Países Bajos la socialdemocracia se llevó la delantera. De modo que hay que ser
prudente en los pronósticos.
A pesar de la retórica
democrática y del aumento paulatino del poder del Parlamento Europeo, la
construcción política de los tratados de Maastricht
(1992), Amsterdam (1998) y Lisboa (2007), concomitante con la implantación del
euro (2002), concentró las decisiones políticas en Bruselas y las
económicas en el Banco Central Europeo de Francfort. Los pueblos europeos
perciben que sus dirigentes están muy lejos y no se ocupan de mejorar las
condiciones de vida de la población. De hecho, desde la crisis de 2007/08 la economía europea ha crecido a
tasas muy bajas, el desempleo apenas ha descendido y los salarios netos han
bajado, mientras que la concentración de la riqueza ha aumentado sideralmente. Esta
desigualdad, desprotección y marginación han creado mucho resentimiento que los
partidos tradicionales y las izquierdas no han sabido contener. Por
consiguiente, no debe asombrar el auge de las derechas demagógicas.
Al mismo tiempo, las elites
están profundamente divididas entre los globalistas que insisten en el primado
de la especulación sobre la producción y los nacionalistas que procuran
recuperar la inversión industrial y la creación de puestos de trabajo.
Transversalmente a estos alineamientos transcurren las alianzas con EE.UU. y/o
Rusia y las intervenciones de ambas superpotencias en la política europea.
Es poco probable que de estas
elecciones surja una mayoría reformista que devuelva la UE a sus pueblos. En
los próximos meses la salida de Gran Bretaña puede escorar el continente un
poco más hacia el Este, pero no se avizora un cambio en las orientaciones
políticas que pueda entusiasmar. Europa
continuará desgarrándose en la parálisis política y económica, mientras se
agudiza la guerra comercial entre EE.UU. y China, la OTAN aumenta sus
provocaciones contra Rusia y la crisis mundial se asoma en el horizonte. Se
trata de la existencia misma del proyecto europeo.