El Acuerdo
que la UE busca firmar con el Mercosur no sería el primero en su tipo que los
europeos consiguen suscribir con economías emergentes. Desde principios de este
siglo, el bloque europeo –junto con los Estados Unidos y Japón- ha sellado
tratados comerciales bilaterales asimétricos con inusitada energía con países
de menor desarrollo relativo. Los tratados de libre comercio asimétricos son
acuerdos entre un socio muy importante en términos económicos y otro de mucha
menor escala. Se basan en la vieja
premisa de plasmar en un texto la desigualdad política y económica entre dos
países o grupos de países, de forma tal de hacer más difícil la superación de
esas diferencias.
El Tratado de
Libre Comercio entre la UE y el Mercosur –de firmarse- sería un claro ejemplo
de un tratado comercial asimétrico. Veamos:
La capacidad productiva de la Unión Europea es
cuatro veces más grande que la del Mercosur en términos de PBI. Sólo
Alemania tiene un PBI que casi equipara a la suma de todos los países del
Mercosur. Mientras que el PBI per cápita
en la Unión Europea en 2018 fue de u$s 41.890, el del MERCOSUR fue de u$s 10.600
(medido en precios corrientes). La asimetría es evidente. Por tanto, la mejor
forma de evaluar los posibles efectos de un acuerdo con los europeos para
nuestras industrias y nuestros trabajadores es ver qué sucedió en otros casos
de tratados comerciales asimétricos firmados por la UE.
En el año 2000, la UE firmó tratados de Libre
Comercio con Sudáfrica, Marruecos y México (que fue el primer país
latinoamericano en firmar un acuerdo de esta naturaleza con los europeos).
Luego, en 2004, Bruselas suscribió un TLC con Egipto y en 2005 hizo lo propio con Argelia y Chile. Todos tratados
comerciales asimétricos. Entonces ¿Qué sucedió con la relación comercial
entre la Unión Europea y cada una de esas economías emergentes? ¿El lado más
débil en la mesa de negociación acaso pudo utilizar la nueva herramienta
comercial para aumentar las ventas de sus productos a los consumidores
europeos, para mejorar su balanza comercial o para generar más y mejor trabajo
en su país?
La realidad
(según datos estadísticos de fuente internacional: COMTRADE) es que en los seis
casos analizados (Argelia, Chile Egipto, Marruecos, México y Sudáfrica), desde el momento de la firma del TLC hasta
el año 2018, la balanza comercial benefició al lado europeo. Es decir:
aumentó el déficit comercial previo entre los dos socios comerciales,
beneficiando a la UE, o se redujo el superávit del lado débil de la asimetría.
Los casos más espectaculares son los de México
y Argelia. En el caso del primero, el déficit tuvo un incremento notable de
u$s9.100 millones a u$s27.080, mientras que el país del norte de África vio
reducir un abultado superávit de más de u$s15.000 millones en el año 2005 a un
magro u$s1.861 en el 2017 (último año disponible para este país). Egipto no se
quedó atrás: pasó de tener un déficit comercial con la UE de alrededor de
u$s600 millones anuales al momento de la firma del tratado en el año 2005, a un
rojo de más de u$s11.000 millones en el año 2018.
Chile tampoco tuvo una buena
experiencia en ese sentido. En 2005, año de la firma del acuerdo, su superávit
con Europa era de u$s4.370 millones. Trece años después, en el 2018, los
europeos le dieron vuelta la balanza comercial a los transandinos y Chile
registró un déficit de u$s2.280 millones, lo que significó un derrumbe de su balanza
comercial con la UE de más de u$s6.600 millones por causa del Tratado de Libre
Comercio. Marruecos fue otro gran
perdedor: desde el año 2000, cuando se firmó el Tratado de Libre Comercio con
la UE, a la actualidad vio aumentar su déficit en u$s5.800 millones.
Los casos de
Chile y Argelia son particularmente claros con relación a lo que sucede en este
tipo de tratados asimétricos. Desde que Chile
firmó el acuerdo con la UE en el 2005 hasta el año 2018, sus exportaciones
hacia los países de ese bloque regional no sólo no aumentaron, si no que
disminuyeron un 13%. El tratado en vez de aumentar las exportaciones,
promover la industria y el empleo en Chile, tuvo el efecto contrario. Por su
parte, las importaciones de Chile desde la UE aumentaron un 107%, más que
duplicándose. Argelia, asimismo, en el
período 2005/2018, vio descender sus ventas a la UE un 21%, pero las
importaciones desde Europa aumentaron un 76%, también casi duplicándose.
¿Qué
significa esto? Primero, que los tratados no ayudaron a vender más productos y
servicios a la parte más débil del tratado. Todo lo contrario, las economías
emergentes vieron retraer sus exportaciones al mercado al cual teóricamente iba
a tener más fácil acceso. Segundo, que la Unión Europea, muy inteligentemente,
utilizó los tratados comerciales asimétricos firmados con economías menores
para aumentar sus ventas a esos destinos. Básicamente, la UE defendió el
trabajo y las empresas europeas frente a cada una de las contrapartes
negociadoras. Después de todo, no podemos culparlos, eso es lo que buscaría
cualquier negociador serio.
A su vez, los
Tratados de Libre Comercio son cada vez más amplios y profundos en su alcance,
utilizando más herramientas para limitar la capacidad del socio más débil para
establecer mecanismos de promoción de sus industrias y generación de empleo.
Por ejemplo, en el año 2013 Egipto –que como vimos aumentó su rojo comercial
con la UE en más de u$s10.000 millones desde la firma del acuerdo- comenzó
negociaciones para profundizar el acuerdo de Libre Comercio con los europeos y
ampliarlo a áreas como servicios, compras gubernamentales, derechos de autor,
reglas de competencia y protección de las inversiones extranjeras. Se sabe que
los europeos han incluido estos ítems en las negociaciones, siempre con la
promesa de que serán beneficios netos para nosotros.
Más allá del
tradicional proteccionismo europeo en materia agropecuaria, casi dos décadas de
aplicación de este tipo de acuerdos comerciales asimétricos entre la UE y
economías emergentes como las de Egipto, Chile, Sudáfrica, Marruecos, Argelia y
México dejan un mensaje claro: son un
negocio redondo para las empresas y los trabajadores europeos. Quien afirme lo
contrario está apelando a un discurso del Siglo XIX que tendrá consecuencias
irreversibles para el empleo y los sectores productivos argentinos.