martes, 21 de abril de 2020

Educación a distancia no es educación, es privilegio.


Por Dino Cajal, abril 2020


Y el futuro llegó, o al menos lo estamos oyendo golpear la puerta. Drástico y violento se impuso con sincronizada sintonía en todo el mundo a base de miedo y represión, este futuro incierto pero real, se nos presenta a través de un confinamiento global, atomización de las personas, deshumanización, y una sobredosis de tecnología. Los albores de una sociedad orwelliana donde todo se ve, se oye, son las garantías de una constante vigilancia de un Gran Hermano que a través de un panóptico disgregado, esparcido como semillas que se tiran con movimientos parejos y uniformes sobre toda la superficie terrestre, se encarga de vigilar y castigar con particular estilo post moderno.
Cuando todo parece cambiar, cuando lo actual parece arcaico, el aislamiento social, preventivo y obligatorio, deja al descubierto las miserias de un tiempo que corrió hacia ninguna parte, en estos últimos 30 años, al ritmo de las “nuevas tecnologías”.
Si hay algo que queda muy en claro es que la idea de Educación a distancia representa el más grande oxímoron de los tiempos modernos, estos dos conceptos han demostrado ser antagónicos, porque la educación en ningún plano puede funcionar a la distancia; porque educar es proximidad.
En otro aspecto, la educación a distancia profundizó las desigualdades, conocidas por todos, dejando a la luz las falencias económicas, sociales y culturales de cada una de las familias de los estudiantes a la hora de ingresar a un aula virtual, la falta de conectividad, los escasos o nulos recursos económicos y en algunos casos la carencia de medios, arrojó como primer gran resultado la conformación de dos grandes grupos, los conectados y los no conectados; una segregación que se oculta en la hipocresía invisible de una plataforma que utiliza como filtro a la verdad las pantallas de las computadoras, y con una sutil violencia la máxima más importante de la educación, la inclusión como garantía y derecho de todos, se transformó en un privilegio para los que entran al classroom, o aquellos que tienen abonos con las compañías de telefonía móvil.
Es en este contexto, no alcanza el “plan b”, no alcanza el grupo de wasap para quienes que no accedieron al aula virtual, no alcanza el cuadernillo de tareas que se retira junto con el bolsón de alimentos. Ser parte del “plan b” es la peor de las discriminaciones sufridas por nuestros pibes, porque al formar parte del grupo de aquellos que no pudieron acceder, no se está recibiendo una segunda posibilidad, sino un rótulo.
En la Argentina donde la mitad de nuestros jóvenes en edad escolar son pobres, la educación virtual es todo, menos virtual, porque entre las paredes del hogar, entre los platos a medio llenar que esperan un guiso aguado, no hay lugar para la recarga de datos, simplemente porque es prioritario comer.
Existen otros aspectos por los cuales la educación a distancia es inadecuada para garantizar el derecho a la educación, aun para suplantarla en casos excepcionales como el de una pandemia.
Me pregunto por el rol docente, inmerso en una profunda depresión al reconocer en su propio trabajo el elemento indigno alojado en un método que muy por el contrario de garantizar un derecho excluye, segrega y rotula. Si el paradigma de la educación inclusiva, esa educación a la que Paulo Freire llamó Pedagogía para la liberación, critica a la educación bancarizada, diciendo que “en vez de comunicarse, el educador hace comunicados que el educando memoriza y repite.
Educadores y educandos se archivan en la medida en que no existe creatividad alguna, ni transformación, ni saber”; la educación a distancia es aún más perversa porque el proceso de enseñar y aprender está sustentado en un modelo de enseñanza por Home Banking.

DE CARA AL MAÑANA
Dos aspectos quedan muy en claro frente a este embate de la tecnología que intenta llevarse puestos a un modelo de vida, con sus errores, muchos, y sus aciertos, muchos también.
El primero que la tecnología ha demostrado ser un elemento complementario, necesario, si no lo niego, pero necesario en su rol complementario. Porque esa escuela del S XIX que parece negarse a todo tipo de actualización y que atravesó sin verse alterada todo el S XX, ha demostrado ser, con todas sus falencias y sus limitaciones, insustituible, porque si bien la tecnología puede brindar absolutamente todo lo inalcanzable, no puede sustituir las miradas, los afectos, el bullicio, los enojos y las profundas alegrías. Mientras que ese aula en donde el tiempo parece detenerse, es mucho más abarcativa, y profundamente igualitaria. Por supuesto que continuo con las críticas al aula arcaica, pero debo admitir que después de la experiencia virtual he aprendido a valorarla mucho más, porque lo complementario de la tecnología no es garantía para que se dé el proceso de enseñanza y aprendizaje, pero si lo es lo analógico, a través de en una tiza y un pizarrón.
El segundo aspecto es que la profesión docente se ha revalorizado al transitar este proceso de sustitución, una profesión que en estos últimos años se ha visto desvalorizada y en algunos aspectos padeció una aparente ruptura con la proximidad de la comunidad. Dependerá de nosotros como docentes y a la educación en su total dimensión, validar este cambio de paradigma que se va a dar una vez que se termine el aislamiento social, mantener los reclamos por la excelencia en calidad de la educación pública, el salario docente digno, el cumplimiento de los derechos de cada uno de nuestros pibes, vivienda, alimentación y por supuesto educación y por sobre todo exigir la democratización de la Ciencia, que debe estar al servicio del pueblo.
Luego de haber puesto en órbita dos satélites, Arsat-1 y Arsat-2, con la finalidad de optimizar la comunicación digital, internet y telefonía celular entre otras cosas; diseñados, financiados, desarrollados, ensamblados por técnicos y científicos del país, posicionando a la República Argentina en el concierto de las ocho naciones del mundo que desarrollan y producen sus propios satélites, es inadmisible que los sectores más vulnerables queden al margen de estos logros y no se vean beneficiados, el desarrollo de la ciencia debe estar al servicio del pueblo para garantizar derechos y educar en soberanía.

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