Eduardo J. Vior
Joe Biden
insiste en afirmar ante quien quiera oírlo que su gobierno no será un Obama
3.0. Sin embargo, al menos los nombramientos que viene anunciando para las áreas de política exterior, defensa,
inteligencia y seguridad indican que será peor, ya que potencia lo peor de
Clinton, Bush y Obama juntos. Puede especularse que el futuro presidente
quiera encaminar su gobierno rodeado de profesionales altamente cualificados y
experimentados, pero al hacerlo está entregando a priori las riendas del poder.
Todos los cuadros seleccionados son figuras descollantes dentro del poder
imperial, tienen juego propio y ninguno de ellos se va a limitar a sostener la
mano del anciano en el Salón Oval esperando hasta que Kamala Harris lo
remplace. La escogida para conducir el aparato de inteligencia es un ejemplo.
La semana pasada
el presidente electo confirmó que nombrará a Avril Haines (New York, 1969) como Directora de Inteligencia Nacional.
Nacida y educada en un medio laico judeocristiano (su madre, quien murió joven,
era judía), hasta sus 30 años recorrió la escena liberal de la intelectualidad
norteamericana. Estudió Física en Chicago, tuvo junto con su marido una
librería erótica en Baltimore y se doctoró en Derecho Internacional en
Georgetown en 1999. Evidentemente, su pasaje por esa universidad tan cercana al
poder de Washington dio frutos, ya que en 2001 se convirtió en asesora legal
delegada en la Conferencia de La Haya sobre Derecho Internacional Privado, en
2002 comenzó a trabajar en un tribunal federal con jurisdicción sobre Kentucky
y Michigan y en 2003, finalmente, comenzó su carrera en el gobierno federal, en
la Oficina de Asesoramiento Legal del Departamento de Estado, donde permaneció
hasta 2006. Siempre leal a sus cambiantes jefes, en 2007 y 2008 Haines se desempeñó en la Comisión de Relaciones Exteriores
del Senado como Consejera Adjunta por la mayoría (demócrata) bajo la dirección
del senador Joe Biden.
Luego volvió al
Departamento de Estado, donde sirvió entre 2008 y 2010, surfeando sin problemas
la transición entre los gobiernos de Bush y Obama. En 2010 dio el salto a la
Casa Blanca, para trabajar como asesora adjunta del Presidente para asuntos de
Seguridad Nacional. Como premio a su profesionalidad, luego de algún titubeo,
en junio de 2013 Obama la designó como
Subdirectora de la CIA. Fueron muy sonados su ocultamiento entonces del informe
sobre las torturas realizadas por la CIA entre 2002 y 2009 en distintos centros
de detención clandestinos esparcidos por el mundo y su participación como
asesora legal en el programa de asesinato
selectivo de sospechosos de terrorismo que el gobierno de Obama llevó a cabo
con drones en distintos países de Oriente Medio y África Oriental. Se
estima que unas 11.000 personas fueron asesinadas ilegalmente en esos años por
orden directa del Presidente y bajo su supervisión.
Después de dejar
el gobierno en enero de 2017, Haines
tuvo un contrato en la Universidad de Columbia como miembro del Instituto de
Derechos Humanos, mientras trabajaba para Palantir Technologies, una
empresa de Denver (Colorado) especializada en el análisis de grandes bancos de
datos y que fuera acusada de asistir al gobierno de Donald Trump con programas
para la detención de inmigrantes. Al mismo tiempo no tuvo empacho en trabajar
para WestExec Advisors, la empresa de software fundada por el futuro Secretario
de Estado Antony Blinken y Michèle Flournoy, para asesorar a empresas que
buscan contactos con el Pentágono. Con estos antecedentes Haines reúne todos
los requisitos para dirigir a los espías: capacidad técnica, contricción al
trabajo, oportunismo, inescrupulosidad y cinismo. Altamente respetada por estas
cualidades y su experiencia gubernamental, Haines va a ser la primera Directora
Nacional de Inteligencia.
No obstante, se
espera que durante el proceso de confirmación en el Senado sea cuestionada por
su participación en el programa de asesinatos con drones y en el ocultamiento
del informe sobre el programa de torturas clandestinas de la CIA. Estos
antecedentes han suscitado acerbas críticas de la izquierda demócrata y de
organismos defensores de los derechos humanos contra la nominación de Haines,
aunque, por ejemplo, Human Rights Watch resalta su “franqueza” y
“transparencia”.
Como Directora Nacional de Inteligencia deberá
coordinar el trabajo de los 16 servicios del país. Consecuentemente con la
estrategia general demócrata, se espera que ponga el acento en el cerco,
aislamiento y boicot contra Rusia, a quien ve como el enemigo principal. Es
posible también que intensifique las campañas de desestabilización contra
China, así como el ciberespionaje para contrarrestar el ascenso del país
asiático. Retornando a las prácticas del gobierno de Obama, seguramente se
inmiscuirá en los asuntos internos de sus aliados, suscitará alzamientos contra
gobiernos desafectos y acumulará el máximo pensable de datos sobre toda la
humanidad, para luego comercializarlos o usarlos en conflictos, según pinte la
ocasión.
Avril Haines es
una eficiente, experimentada, ambiciosa y ciega servidora del peor poder
norteamericano. Con ella a cargo del aparato de espionaje, Biden confía en
poder dormir tranquilo delegando las principales decisiones exteriores, sin
atisbar que está llamando a una guerra entre caciques. Todas las figuras que el
futuro presidente y sus asesores están nominando para dirigir la política
exterior, las fuerzas armadas, la inteligencia y la seguridad del país rezuman
las mismas cualidades y todos ambicionan más poder. Cada uno es más aventurero
que el otro. Evidentemente, el “Estado profundo” ha decidido que, repitiendo
las fórmulas fracasadas en los 1990, los 2000 y los 2010, se puede alcanzar el
éxito que se esfumó entonces. No parece entender que el mundo ha cambiado, que
los adversarios también juegan, son mucho más poderosos y no están más dispuestos
a dejar impunes los crímenes cometidos en nombre de la libertad. El
entronizamiento de esta banda de criminales es un búmerang que va a retornar
sobre el corazón de Washington. Quien siembra vientos, cosecha tormentas.