Por Juan Godoy para revista AITE
“Los pueblos disponen de su destino. Ellos labran su propia fortuna o su ruina. Es natural que ellos, en conjunto, defiendan lo que cada uno por igual ama y le interesa defender de la patria y su patrimonio”.
Juan Perón
Los grandes pensadores nacionales y de la Patria Grande realizaron un esfuerzo por la creación de un pensamiento original que parta desde las características particulares de nuestra realidad. Desde el mismo proceso de emancipación se observa ese esfuerzo por la conformación de un modelo de interpretación e intervención sobre la realidad que nos sea propio. Nos enseñaron entonces la necesidad de que los razonamientos teóricos se nutran del suelo que se pisa, sin negar aportes ajenos a nuestra realidad que puedan contribuir a los mismos. Aparece, así, la creación de un pensamiento situado.
Este punto de
partida se revela de sobremanera al momento de analizar la historia e ideas de
nuestras Fuerzas Armadas, ya que la adopción de esquemas de pensamiento lejanos
y su traslación mecánica nos lleva a la incomprensión del fenómeno. Por eso
éste es el puntal que tomamos para estas reflexiones.
En este sentido, partir de la noción de una Argentina
inconclusa en el desarrollo de su soberanía, en tanto subordinada al
imperialismo, con una estructura económica montada en función de los
intereses de éste y no de los propios que hace no solo drenar nuestras riquezas
al extranjero, sino que no permite, por más buena voluntad que se tenga,
diagramar un esquema diferente sin avanzar sobre la dependencia, desde la cual
también se revelan como esenciales mecanismos vinculados a la cultura que hacen
invisible ese orden, lo justifican y contribuyen a su perpetuación. Mecanismos
que atraviesan nuestras vidas, la conformación de nuestras mentalidades e
identidad, cooptando asimismo a las elites que solo terminan pensando (y
discutiendo) en los márgenes de la dependencia, cuando no rindiendo pleitesía a
nuestros verdugos.
Resulta evidente
que luego de la última dictadura
cívico-militar genocida las Fuerzas Armadas han sufrido un desprestigio
(muchas veces con razón, claro está), que va de la mano también de que no se
haya delimitado un rol y objetivos claramente. Si bien la lucha contra “el
olvido y el perdón” constituye parte de las grandes luchas de nuestro pueblo, y
uno de los pilares donde se asienta nuestra democracia, nos preguntamos aquí si
esa mirada no obtura el reconocimiento y la comprensión de otro/s rol/es que
pueden cumplir (como lo han hecho), las Fuerzas Armadas tanto en nuestra
historia como en el presente.
Colocar todo en la “misma bolsa”, nos puede llevar a estrechar
nuestra mirada del fenómeno, sin permitir dar cuenta de la denigración a que se
sometieron los militares dejando de lado su rol trascendente en torno a la
defensa nacional, convirtiéndose (y rebajándose) a una tarea de represión, una
“banda criminal”, representante y garante de los intereses de la oligarquía
argentina, al mismo tiempo que pilar en la profundización de la dependencia
argentina. Esa mirada también suele olvidar la “pata civil”, lo que varios
señalan como los artífices y reales beneficiados del modelo económico
implantado a través de la tortura, la desaparición y el asesinato de
compañeros. Obtura el avance no solo penal sobre esos sectores, sino también
sobre ese modelo de “miseria planificada” que denunciara tempranamente Rodolfo
Walsh. Ese modelo económico que destruyó el que en gran medida los sectores
nacionales de nuestras Fuerzas Armadas habían contribuido a su proyección y
realización, constituyendo uno de los pilares del mismo. Juan José Hernández
Arregui manifestaba que “negar el papel reaccionario de los militares (en los
casos en que actúan en ese sentido) es una inconsecuencia (…) Pero descartar el
anti-colonialismo de los ejércitos en determinadas coyunturas es igualmente
dogmático” (Hernández Arregui, 1973: 129-130).
En este mismo sentido profundiza ese anti-militarismo
abstracto el proceso de desmalvinización, que se vincula no sólo a la cuestión
militar, sino que también ha contribuido al proyecto de nación neoliberal,
sobre todo a partir de los Acuerdos de
Madrid a los que Julio González define en forma certera como “desocupación y
hambre para los argentinos” (González, 2011), parte del entramado que afirma la
destrucción de las Fuerzas Armadas, de la mano con el desarme del tejido
industrial, de un modelo de nación soberano y de la articulación con un esquema
de defensa nacional profundo. Perón advertía ya en el año 44 que “los pueblos
que han descuidado la preparación de sus fuerzas armadas, han pagado siempre
caro su error, desapareciendo de la historia o cayendo en la más abyecta
servidumbre” (Perón, en AA. VV., 1945: 64).
Coincidimos con Jorge Abelardo Ramos quien afirma que
“explicar la naturaleza del Ejército en un país semi-colonial no puede hacerse
sin historizar el tema en debate, en otras palabras, sin mostrar sus orígenes y
su conflictivo desarrollo” (Ramos, 1968: 10). Así, vale recordar el origen
de nuestro ejército específicamente, ya que constituye un puntal donde se
asienta la tradición nacional de nuestras Fuerzas Armadas. Ese origen heroico
muestra el nacimiento de un ejército
asumiendo una postura popular, anti-colonialista, anti-británica, con
fuertes vínculos con las regiones de Nuestra América. Ese hecho histórico, ese
pueblo en armas marca a fuego (o debiera marcar) a las generaciones posteriores
que asumen la defensa de la Patria como una vocación. Más aún si pensamos que
nuestra historia se construye como una larga lucha contra las potencias
imperialistas que imposibilitan nuestro pleno desarrollo soberano.
Si esa lucha por
las armas marca el origen heroico de nuestros militares patriotas contra el
intento de colonialismo directo, cuando se transforma la forma de dominio hacia
los mecanismos “invisibles” que obturan nuestro desarrollo y solo dejan lugar a
una integración al mercado mundial en forma subordinada, esa lucha también se
transforma hacia la disputa en el terreno económico (y en el político y
cultural, claro), por el control de los resortes de nuestra estructura
económica. La pelea por la emancipación se funde con la necesidad de romper ese
orden dependiente y el control extranjero indirecto sobre nuestro país.
Tomando en cuenta
este esquema, la revolución nacional aparece como una necesidad en tanto
ruptura de los lazos que nos atan e impiden la plena liberación de nuestras
potencialidades. Si en el primer cuarto del siglo XIX logramos nuestra
emancipación política, queda pendiente aún la total emancipación económica, que
se vincula al desarrollo integral de la nación. Enrique Guglialmelli expresa justamente que “nuestras revoluciones
nacionales son, en síntesis, una etapa del proceso histórico latinoamericano
ubicada entre una sociedad semi-colonial, dependiente, y una comunidad nacional
integrada, vertebrada, a través de formas superiores de convivencia social y
política”. (Guglialmelli. Estrategia Nº 17. En Jaramillo -comp.-. 2007:
115) Se trata del esfuerzo colectivo como comunidad en búsqueda de lograr la
consolidación nacional. Esa emancipación integral también otorga un núcleo en
torno a la defensa nacional, el arbitrio de los mecanismos para su defensa y
consolidación.
En el mismo sentido
se había manifestado años antes Enrique
Mosconi, quien también pensaba en la necesidad de estrechar lazos con los
países de la gran nación inconclusa para avanzar en completar la obra del siglo
XIX. Sostiene el propulsor del nacionalismo petrolero como base para la
industrialización y emancipación nacional que “la independencia del año 10 debe
ser integrada con la independencia de nuestros cañones. Nuestros cañones hoy
día no son independientes, todos sabemos por qué, de manera que estamos en una
situación que no puede satisfacernos absolutamente y que sólo podrá llegarnos
la tranquilidad al espíritu el día que digamos: ‘La defensa de nuestro país,
nuestro derecho, nuestras instituciones políticas, nuestra riqueza nacional,
todo está garantizado porque la nación tiene el espíritu firme y cañones que
pueden tirar hasta que sea necesario’"
(Mosconi, 1938: 34).
Las revoluciones
nacionales en los países con una cuestión nacional irresuelta o el
enfrentamiento de esta última se han realizado a lo largo de la historia mayormente
a través de grandes frentes nacionales que levantan justamente reivindicaciones
nacionalistas. Giancarlo Valori sostiene
al respecto que “las naciones que quieren lograr su liberación económica
(…) lo hacen siempre por obra de una gran alianza de clases y sectores: de
militares y civiles, de burguesía y trabajadores, y de intelectualidad y de los
sacerdotes. Es esta alianza revolucionaria, la que por el camino de la
reconstrucción llega a la meta de la liberación”. (Valori, 1973: 143) De ahí
que rescatar y fortalecer la línea nacional de nuestras fuerzas armadas se
revela de una importancia sustancial.
No resulta casual
que haya sido desde el sector militar de
nuestra sociedad de donde han salido mayormente los planes vinculados al
desarrollo nacional, como asimismo el impulso en los mismos. Esto se
vincula, al menos a tres cuestiones: el proceso de modernización de nuestras
Fuerzas Armadas con la sanción de la Ley
Riccheri a principios del siglo XX; la misma implicó mayormente una
formación ajena a los mecanismos de colonización pedagógica imperantes (una
formación también acompañada de una penetración y conocimiento del territorio
nacional y la situación del pueblo profundo), de ahí que esa generación militar
formada bajo este imperativo (y atravesando algunos acontecimientos que
constituyen hitos como la primera y segunda guerra mundial, como asimismo la
crisis de la Argentina dependiente en los 30, por mencionar algunos hechos
significativos), haya sido la que dio un conjunto de militares que abogaron por
la profundización de la soberanía nacional en relación al desarrollo nacional y
en los casos más profundos a la ruptura de la estructura económica subordinada
al interés extranjero.
En segundo lugar,
aparece como sustancial la cuestión de la defensa nacional, ya que es desde ahí
sobre todo que se llega a la cuestión del desarrollo. En esa generación la
profundización en los estudios vinculados a la defensa de la patria los lleva
al encuentro de diversas vulnerabilidades que presenta el país para la misma, y
éstas se encuentran en mayor medida vinculadas al primitivismo agropecuario,
como a la dependencia del extranjero. Norberto
Ceresole destaca que esa dependencia de la nación va de la mano con la
dependencia (en el terreno militar) del material bélico y tecnológico.
(Ceresole, 1968) Es entonces la reflexión sobre la defensa nacional la que
lleva a pensar la problemática del desarrollo, de la penetración y control
extranjero sobre nuestro país. Más específicamente, Perón manifiesta en el
año 1955 que “preparar planes de operaciones para dotar al ejército sin tener
los materiales o las fábricas necesarias para hacerlos es una mistificación
pura. Por eso, es menester establecer el principio fundamental: hay que hacer
fábricas. Hoy se combate contra el poder industrial de los pueblos; pero cuando
ese poder industrial ha sucumbido, sucumben también los pueblos en la guerra
moderna (…) Por eso hoy es más importante montar el poder industrial de un país
que realizar ninguna otra concepción para la defensa nacional” (Perón, 2001
-1955-: 86).
Por su parte, Florentino Díaz Loza pone de relevancia,
desde su visión geopolítica donde las FF.AA. pueden cumplir un papel central en
la elaboración de un posicionamiento en el mundo por parte de nuestro país, que
el análisis y diseño de la defensa nacional debe partir de reconocer nuestra
dependencia. Esta última se vincula con el sub-desarrollo, lo que trae
dificultades en el diseño de la política de defensa (Díaz Loza, 1987).
Por último,
destacamos que estos militares
nacionales que se vincularon al desarrollo y tuvieron una fuerte presencia, al
tiempo que influencia en la política de nuestro país, al menos desde la década
del 20 hasta el advenimiento de la última dictadura1 (esta vertiente ya
había sufrido un duro golpe con el derrocamiento del peronismo y el
desplazamiento de los cuadros en esta línea conjuntamente con los cambios que
comienzan a operarse sobre la doctrina de defensa2), piensan y desarrollan sus
ideas a partir de los problemas de la realidad nacional. Si bien tienen una
fuerte influencia de ideas y doctrinas extranjeras en la mayoría de los casos
(muchos con un periodo de formación incluso en el extranjero), esas
conceptualizaciones las incorporan mayormente en función de la realidad
nacional y reflexionando en torno a la solución de las problemáticas
nacionales.
El desarrollo de
una política nacional resulta componente necesario para delimitar el rol de las
FF.AA., al mismo tiempo que para la conformación de una política de defensa
nacional. Como bien indica Jauretche no
hay posibilidad de un ejército nacional sin una política nacional, de esta
forma “es preciso, pues, determinar en qué consiste esa política: ¿somos una
Nación o somos un apéndice? (…) Resulta lógico que para ser un apéndice no
hacen falta instituciones armadas”. (Jauretche, 2008: 15) En este mismo sentido,
podemos señalar que “nuestro carácter de naciones dependientes no ha permitido
que se asentaran las bases de una clara propuesta de defensa nacional y
continental”. (García, et. al., 1987: 58).
Más específicamente
Perón refiere a la organización en
torno a la posibilidad de establecer (tomando los principios desarrollados
centralmente por el Mariscal Foch) el “arte de la conducción”, entendiendo que
“no se puede manejar un ejército, una aeronáutica o una marina sin una doctrina
que les de unidad de concepción y de acción en lo técnico y estratégico (…) la
doctrina de guerra sale de la doctrina militar y la doctrina militar de la
doctrina nacional” (Perón, 2001 -1955-: 85).
El diseño de un proyecto nacional que contenga
una política nacional resulta entonces un elemento nodal en la definición del
papel a cumplir por nuestras instituciones armadas, pero claramente no solo
eso, sino que ese proyecto que contiene la política nacional expresa a su vez
los lineamientos generales sobre el territorio, los recursos, la estructura
económica, la población, y la política económica, vinculándose todos estos
componentes a la delineación de la política en torno a la defensa nacional.
Así, es necesario tener un profundo conocimiento sobre nuestra realidad (sobre
el territorio, tradiciones culturales, historia, etc.) (Díaz Loza, 1987). Por
eso Edgar Argentino Martínez afirma que se debe “ubicar lo militar dentro de la
problemática nacional” (Martínez, 1974:
31).
Carlos Martínez afirma al respecto que “el primer y más importante
paso a dar para la organización de una defensa integral es el de conocer el
país, sus habitantes, recursos y posibilidades”. (Martínez, 1965:
640) La mayor capacidad económica de un país profundiza (o facilita), desde ya,
la capacidad de defensa. No obstante, cabe señalar que “las naciones que se
confían orgullosamente en su haber material, por estupendas que sean sus
riquezas, pero, sin un elevado espíritu nacional ni inquietudes que el estudio
de su seguridad les sugiera, son comunidades políticas inconscientes de los
peligros a que están expuestas y preparan su suicidio o lo elaboran con su
negligencia” (Cernadas, 1938: 20).
Vale decir, primero
hay que saber qué es lo que se quiere defender, y cuáles son las condiciones
para ello. En este marco, resultan claras dos cuestiones, que la política de defensa nacional no puede ser obra exclusiva de los
militares, sino que debe comprometer a los todos los sectores de la comunidad,
así como también la necesidad de la confianza del pueblo en las instituciones
armadas. Manuel Savio manifiesta que “El potencial de guerra de una Nación
está constituido por la totalidad de las fuerzas morales y materiales que puede
poner integralmente en acción, y se caracteriza por el grado de capacidad para
aplicar dichas fuerzas a la defensa nacional, así como por la rapidez con que
puede hacerlo” (Savio, 1973: 19).
Además es
pertinente remarcar que el diseño de una política de defensa y la preparación
para la guerra no es una posición en favor de la misma (Perón recordaba en este
sentido el aforismo Si vis pacem, para bellum3), sino que incluso puede actuar
como un factor disuasivo, en este sentido, una nación con escasa capacidad de
defensa puede (sin dejar de lado que las circunstancias son diversas), estar
más expuesta a un ataque que una que tiene fortaleza un sistema defensivo más
preparado. En nuestro caso en particular basta preguntarnos por el interés de
Gran Bretaña, sobre todo luego de la gesta por Malvinas en el 82, no solo en
nuestra desindustrialización general, sino en el desarme e imposibilidad de
desarrollo de la capacidad militar.
Esa política nacional de defensa (como la del
avance sobre la dependencia), en nuestro caso, debe estrechar lazos con la gran
nación inconclusa. Es decir, debe pensarse también en el marco de la
tradición política y cultural de la Patria Grande, y Díaz Loza remarca que
también es necesario romper con los postulados liberales (Díaz Loza, 1975). En
ésta aparecen dos concepciones territoriales enfrentadas: la que antepone la
ideología al espacio geográfico, y la que en base a una política nacional
apunta al sostenimiento de la integridad territorial, como asimismo se oponen
“la que atiende al ser de la Nación en primer término, y la que posterga ésta,
al cómo ser; la que pone el acento en la grandeza y la que lo pone en la
institucionalidad, en las formas” (Jauretche, 2008: 28). Recordemos que Alberto
Methol Ferré remarcaba que “los pequeños Estados dependientes carecen de
conciencia geopolítica, salvo condiciones excepcionales” (Methol Ferré, 1973:
31).
La actualidad e
importancia de las Fuerzas Armadas incluso puede visualizarse en la situación desatada a partir del COVID-19, donde se
puede observar el rol estratégico que cumplen, la vinculación de éste con su
despliegue geográfico a lo largo y ancho de todo el territorio nacional, la
velocidad y profundidad para desarrollar la Operación denominada General Manuel
Belgrano, con la puesta en acción de sus 90 mil integrantes a través de 14
Comandos Operacionales de Emergencia, desarrollando diversas tareas que van
desde la producción de artículos necesarios en sus laboratorios y talleres,
vuelos de repatriación con los aviones Hércules, hasta la perforación de pozos
de agua en el noroeste argentino, el montaje de hospitales o la entrega de
comida en los barrios (donde han sido recibidos excepcionalmente por el
pueblo), entre algunas de las tareas operativas desarrolladas (se trata de
decenas de miles). Todo con un débil presupuesto, y con materiales muchas veces
antiguos o sin estar en las mejores condiciones.
El espíritu solidario, de superación de las
adversidades y de defensa del interés nacional se impuso (como tantas otras
veces a lo largo de nuestra historia), ante estas falencias. Al mismo tiempo
pensamos que estas fortalezas deben llamar a la reflexión en torno del rol
central en la defensa nacional. Hay puntales desde donde recuperar el vínculo
entre nuestras Fuerzas Armadas y el pueblo, a la vez que con la tradición
nacional vinculada a la ruptura de la dependencia, el desarrollo, la defensa de
la Patria y la emancipación nacional. Vale mencionar en este aspecto que “las
Fuerzas Armadas son la síntesis del pueblo (…) pertenecen a la Patria, que es
el hogar común y a ella se deben por entero” (Perón, 1984 -1947-: 32),
entendiendo entonces que “son parte del pueblo y, como tal, están integradas
con el mismo” deben permanecer siempre “consustanciadas con nuestro pueblo en
una estrecha e indestructible unidad espiritual” (Perón, 2012 -1974-: 116 y
118).
El Coronel Luis E. Vicat advertía en los años 20 que “durante
una guerra, sin combustibles apropiados, nos encontraría del todo indefensos.
No podrían navegar nuestros barcos, correr nuestros trenes, andar nuestros
camiones y autos, volar nuestros aeroplanos, ni funcionar nuestras fábricas y
usinas a fin de proveer al ejército y al país entero los numerosos artículos
manufacturados, armas, equipos, municiones, pólvoras, hierros, aceros, tejidos,
etcétera, etcétera… si es que algún día nos decidimos a industrializarnos en
forma conveniente a la defensa nacional, obra que ya deberíamos haber iniciado”
(Vicat. RM Nº 270. Julio 1923: 348).
Quizás no resulte
en vano pensar esa advertencia en relación a la actualidad, recordando y
remarcando que las condiciones de nuestro país revelan el llamado a tener una
política nacional de defensa de la patria, en tanto nuestro extenso territorio,
con su larga plataforma marítima, enormes recursos tanto en nuestro Atlántico y
ríos, como en nuestra tierra y subsuelo, con la afrenta y amenaza que
constituye la poderosa base de la OTAN en nuestro “suelo más querido” ocupado
colonial e ilegalmente, en el cual encuentran un puntal desde donde saquear
nuestros recursos, a lo que se suma las apetencias de las potencias (y sobre
todo Gran Bretaña) sobre nuestro Sector Antártico, la escasa densidad
poblacional en varias regiones de nuestro país, una enorme deuda externa que
ocupa casi la totalidad de nuestro PBI, una economía dependiente y
extranjerizada, una producción ligada sobre todo a los productos primarios y la
valorización financiera, por mencionar algunos de los aspectos que indican esa
urgencia que mencionamos.
En este marco, para
finalizar retomamos las palabras de
Perón quien advertía en el año 1947 que “la defensa de los Estados no puede
improvisarse, so pena de sucumbir, bajo los golpes demoledores de otros más
fuertes que, apartándose de las normas de convivencia, lanzan sorpresivamente
el poderío de sus fuerzas para apropiarse de las riquezas y de los bienes
ajenos, ya sea para satisfacer las necesidades primordiales de su pueblo o bien
para hacerla servir a sus intereses imperialistas (…) Es, pues, uno de los
deberes ineludibles del gobernarte velar por una adecuada preparación de las
Fuerzas Armadas, que han de ser custodia de la soberanía, de la libertad, de la
riqueza y de la dignidad nacionales”. (Perón, 1984 -1947b-: 28)