martes, 13 de julio de 2021

FUERZAS ARMADAS: DEFENSA NACIONAL, DEPENDENCIA Y DESARROLLO

 Por Juan Godoy para revista AITE


  “Los pueblos disponen de su destino. Ellos labran su propia fortuna o su ruina. Es natural que ellos, en conjunto, defiendan lo que cada uno por igual ama y le interesa defender de la patria y su patrimonio”.

Juan Perón

Los grandes pensadores nacionales y de la Patria Grande realizaron un esfuerzo por la creación de un pensamiento original que parta desde las características particulares de nuestra realidad. Desde el mismo proceso de emancipación se observa ese esfuerzo por la conformación de un modelo de interpretación e intervención sobre la realidad que nos sea propio. Nos enseñaron entonces la necesidad de que los razonamientos teóricos se nutran del suelo que se pisa, sin negar aportes ajenos a nuestra realidad que puedan contribuir a los mismos. Aparece, así, la creación de un pensamiento situado.

Este punto de partida se revela de sobremanera al momento de analizar la historia e ideas de nuestras Fuerzas Armadas, ya que la adopción de esquemas de pensamiento lejanos y su traslación mecánica nos lleva a la incomprensión del fenómeno. Por eso éste es el puntal que tomamos para estas reflexiones.

En este sentido, partir de la noción de una Argentina inconclusa en el desarrollo de su soberanía, en tanto subordinada al imperialismo, con una estructura económica montada en función de los intereses de éste y no de los propios que hace no solo drenar nuestras riquezas al extranjero, sino que no permite, por más buena voluntad que se tenga, diagramar un esquema diferente sin avanzar sobre la dependencia, desde la cual también se revelan como esenciales mecanismos vinculados a la cultura que hacen invisible ese orden, lo justifican y contribuyen a su perpetuación. Mecanismos que atraviesan nuestras vidas, la conformación de nuestras mentalidades e identidad, cooptando asimismo a las elites que solo terminan pensando (y discutiendo) en los márgenes de la dependencia, cuando no rindiendo pleitesía a nuestros verdugos.

Resulta evidente que luego de la última dictadura cívico-militar genocida las Fuerzas Armadas han sufrido un desprestigio (muchas veces con razón, claro está), que va de la mano también de que no se haya delimitado un rol y objetivos claramente. Si bien la lucha contra “el olvido y el perdón” constituye parte de las grandes luchas de nuestro pueblo, y uno de los pilares donde se asienta nuestra democracia, nos preguntamos aquí si esa mirada no obtura el reconocimiento y la comprensión de otro/s rol/es que pueden cumplir (como lo han hecho), las Fuerzas Armadas tanto en nuestra historia como en el presente.

Colocar todo en la “misma bolsa”, nos puede llevar a estrechar nuestra mirada del fenómeno, sin permitir dar cuenta de la denigración a que se sometieron los militares dejando de lado su rol trascendente en torno a la defensa nacional, convirtiéndose (y rebajándose) a una tarea de represión, una “banda criminal”, representante y garante de los intereses de la oligarquía argentina, al mismo tiempo que pilar en la profundización de la dependencia argentina. Esa mirada también suele olvidar la “pata civil”, lo que varios señalan como los artífices y reales beneficiados del modelo económico implantado a través de la tortura, la desaparición y el asesinato de compañeros. Obtura el avance no solo penal sobre esos sectores, sino también sobre ese modelo de “miseria planificada” que denunciara tempranamente Rodolfo Walsh. Ese modelo económico que destruyó el que en gran medida los sectores nacionales de nuestras Fuerzas Armadas habían contribuido a su proyección y realización, constituyendo uno de los pilares del mismo. Juan José Hernández Arregui manifestaba que “negar el papel reaccionario de los militares (en los casos en que actúan en ese sentido) es una inconsecuencia (…) Pero descartar el anti-colonialismo de los ejércitos en determinadas coyunturas es igualmente dogmático” (Hernández Arregui, 1973: 129-130).

En este mismo sentido profundiza ese anti-militarismo abstracto el proceso de desmalvinización, que se vincula no sólo a la cuestión militar, sino que también ha contribuido al proyecto de nación neoliberal, sobre todo a partir de los Acuerdos de Madrid a los que Julio González define en forma certera como “desocupación y hambre para los argentinos” (González, 2011), parte del entramado que afirma la destrucción de las Fuerzas Armadas, de la mano con el desarme del tejido industrial, de un modelo de nación soberano y de la articulación con un esquema de defensa nacional profundo. Perón advertía ya en el año 44 que “los pueblos que han descuidado la preparación de sus fuerzas armadas, han pagado siempre caro su error, desapareciendo de la historia o cayendo en la más abyecta servidumbre” (Perón, en AA. VV., 1945: 64).

Coincidimos con Jorge Abelardo Ramos quien afirma que “explicar la naturaleza del Ejército en un país semi-colonial no puede hacerse sin historizar el tema en debate, en otras palabras, sin mostrar sus orígenes y su conflictivo desarrollo” (Ramos, 1968: 10). Así, vale recordar el origen de nuestro ejército específicamente, ya que constituye un puntal donde se asienta la tradición nacional de nuestras Fuerzas Armadas. Ese origen heroico muestra el nacimiento de un ejército asumiendo una postura popular, anti-colonialista, anti-británica, con fuertes vínculos con las regiones de Nuestra América. Ese hecho histórico, ese pueblo en armas marca a fuego (o debiera marcar) a las generaciones posteriores que asumen la defensa de la Patria como una vocación. Más aún si pensamos que nuestra historia se construye como una larga lucha contra las potencias imperialistas que imposibilitan nuestro pleno desarrollo soberano.

Si esa lucha por las armas marca el origen heroico de nuestros militares patriotas contra el intento de colonialismo directo, cuando se transforma la forma de dominio hacia los mecanismos “invisibles” que obturan nuestro desarrollo y solo dejan lugar a una integración al mercado mundial en forma subordinada, esa lucha también se transforma hacia la disputa en el terreno económico (y en el político y cultural, claro), por el control de los resortes de nuestra estructura económica. La pelea por la emancipación se funde con la necesidad de romper ese orden dependiente y el control extranjero indirecto sobre nuestro país.

Tomando en cuenta este esquema, la revolución nacional aparece como una necesidad en tanto ruptura de los lazos que nos atan e impiden la plena liberación de nuestras potencialidades. Si en el primer cuarto del siglo XIX logramos nuestra emancipación política, queda pendiente aún la total emancipación económica, que se vincula al desarrollo integral de la nación. Enrique Guglialmelli expresa justamente que “nuestras revoluciones nacionales son, en síntesis, una etapa del proceso histórico latinoamericano ubicada entre una sociedad semi-colonial, dependiente, y una comunidad nacional integrada, vertebrada, a través de formas superiores de convivencia social y política”. (Guglialmelli. Estrategia Nº 17. En Jaramillo -comp.-. 2007: 115) Se trata del esfuerzo colectivo como comunidad en búsqueda de lograr la consolidación nacional. Esa emancipación integral también otorga un núcleo en torno a la defensa nacional, el arbitrio de los mecanismos para su defensa y consolidación.

En el mismo sentido se había manifestado años antes Enrique Mosconi, quien también pensaba en la necesidad de estrechar lazos con los países de la gran nación inconclusa para avanzar en completar la obra del siglo XIX. Sostiene el propulsor del nacionalismo petrolero como base para la industrialización y emancipación nacional que “la independencia del año 10 debe ser integrada con la independencia de nuestros cañones. Nuestros cañones hoy día no son independientes, todos sabemos por qué, de manera que estamos en una situación que no puede satisfacernos absolutamente y que sólo podrá llegarnos la tranquilidad al espíritu el día que digamos: ‘La defensa de nuestro país, nuestro derecho, nuestras instituciones políticas, nuestra riqueza nacional, todo está garantizado porque la nación tiene el espíritu firme y cañones que pueden tirar hasta que sea necesario’"  (Mosconi, 1938: 34).

Las revoluciones nacionales en los países con una cuestión nacional irresuelta o el enfrentamiento de esta última se han realizado a lo largo de la historia mayormente a través de grandes frentes nacionales que levantan justamente reivindicaciones nacionalistas. Giancarlo Valori sostiene al respecto que “las naciones que quieren lograr su liberación económica (…) lo hacen siempre por obra de una gran alianza de clases y sectores: de militares y civiles, de burguesía y trabajadores, y de intelectualidad y de los sacerdotes. Es esta alianza revolucionaria, la que por el camino de la reconstrucción llega a la meta de la liberación”. (Valori, 1973: 143) De ahí que rescatar y fortalecer la línea nacional de nuestras fuerzas armadas se revela de una importancia sustancial.

No resulta casual que haya sido desde el sector militar de nuestra sociedad de donde han salido mayormente los planes vinculados al desarrollo nacional, como asimismo el impulso en los mismos. Esto se vincula, al menos a tres cuestiones: el proceso de modernización de nuestras Fuerzas Armadas con la sanción de la Ley Riccheri a principios del siglo XX; la misma implicó mayormente una formación ajena a los mecanismos de colonización pedagógica imperantes (una formación también acompañada de una penetración y conocimiento del territorio nacional y la situación del pueblo profundo), de ahí que esa generación militar formada bajo este imperativo (y atravesando algunos acontecimientos que constituyen hitos como la primera y segunda guerra mundial, como asimismo la crisis de la Argentina dependiente en los 30, por mencionar algunos hechos significativos), haya sido la que dio un conjunto de militares que abogaron por la profundización de la soberanía nacional en relación al desarrollo nacional y en los casos más profundos a la ruptura de la estructura económica subordinada al interés extranjero.

En segundo lugar, aparece como sustancial la cuestión de la defensa nacional, ya que es desde ahí sobre todo que se llega a la cuestión del desarrollo. En esa generación la profundización en los estudios vinculados a la defensa de la patria los lleva al encuentro de diversas vulnerabilidades que presenta el país para la misma, y éstas se encuentran en mayor medida vinculadas al primitivismo agropecuario, como a la dependencia del extranjero. Norberto Ceresole destaca que esa dependencia de la nación va de la mano con la dependencia (en el terreno militar) del material bélico y tecnológico. (Ceresole, 1968) Es entonces la reflexión sobre la defensa nacional la que lleva a pensar la problemática del desarrollo, de la penetración y control extranjero sobre nuestro país. Más específicamente, Perón manifiesta en el año 1955 que “preparar planes de operaciones para dotar al ejército sin tener los materiales o las fábricas necesarias para hacerlos es una mistificación pura. Por eso, es menester establecer el principio fundamental: hay que hacer fábricas. Hoy se combate contra el poder industrial de los pueblos; pero cuando ese poder industrial ha sucumbido, sucumben también los pueblos en la guerra moderna (…) Por eso hoy es más importante montar el poder industrial de un país que realizar ninguna otra concepción para la defensa nacional” (Perón, 2001 -1955-: 86).

Por su parte, Florentino Díaz Loza pone de relevancia, desde su visión geopolítica donde las FF.AA. pueden cumplir un papel central en la elaboración de un posicionamiento en el mundo por parte de nuestro país, que el análisis y diseño de la defensa nacional debe partir de reconocer nuestra dependencia. Esta última se vincula con el sub-desarrollo, lo que trae dificultades en el diseño de la política de defensa (Díaz Loza, 1987).

Por último, destacamos que estos militares nacionales que se vincularon al desarrollo y tuvieron una fuerte presencia, al tiempo que influencia en la política de nuestro país, al menos desde la década del 20 hasta el advenimiento de la última dictadura1 (esta vertiente ya había sufrido un duro golpe con el derrocamiento del peronismo y el desplazamiento de los cuadros en esta línea conjuntamente con los cambios que comienzan a operarse sobre la doctrina de defensa2), piensan y desarrollan sus ideas a partir de los problemas de la realidad nacional. Si bien tienen una fuerte influencia de ideas y doctrinas extranjeras en la mayoría de los casos (muchos con un periodo de formación incluso en el extranjero), esas conceptualizaciones las incorporan mayormente en función de la realidad nacional y reflexionando en torno a la solución de las problemáticas nacionales.

El desarrollo de una política nacional resulta componente necesario para delimitar el rol de las FF.AA., al mismo tiempo que para la conformación de una política de defensa nacional. Como bien indica Jauretche no hay posibilidad de un ejército nacional sin una política nacional, de esta forma “es preciso, pues, determinar en qué consiste esa política: ¿somos una Nación o somos un apéndice? (…) Resulta lógico que para ser un apéndice no hacen falta instituciones armadas”. (Jauretche, 2008: 15) En este mismo sentido, podemos señalar que “nuestro carácter de naciones dependientes no ha permitido que se asentaran las bases de una clara propuesta de defensa nacional y continental”. (García, et. al., 1987: 58).

Más específicamente Perón refiere a la organización en torno a la posibilidad de establecer (tomando los principios desarrollados centralmente por el Mariscal Foch) el “arte de la conducción”, entendiendo que “no se puede manejar un ejército, una aeronáutica o una marina sin una doctrina que les de unidad de concepción y de acción en lo técnico y estratégico (…) la doctrina de guerra sale de la doctrina militar y la doctrina militar de la doctrina nacional” (Perón, 2001 -1955-: 85).

El diseño de un proyecto nacional que contenga una política nacional resulta entonces un elemento nodal en la definición del papel a cumplir por nuestras instituciones armadas, pero claramente no solo eso, sino que ese proyecto que contiene la política nacional expresa a su vez los lineamientos generales sobre el territorio, los recursos, la estructura económica, la población, y la política económica, vinculándose todos estos componentes a la delineación de la política en torno a la defensa nacional. Así, es necesario tener un profundo conocimiento sobre nuestra realidad (sobre el territorio, tradiciones culturales, historia, etc.) (Díaz Loza, 1987). Por eso Edgar Argentino Martínez afirma que se debe “ubicar lo militar dentro de la problemática nacional” (Martínez, 1974: 31).

Carlos Martínez afirma al respecto que “el primer y más importante paso a dar para la organización de una defensa integral es el de conocer el país, sus habitantes, recursos y posibilidades”. (Martínez, 1965: 640) La mayor capacidad económica de un país profundiza (o facilita), desde ya, la capacidad de defensa. No obstante, cabe señalar que “las naciones que se confían orgullosamente en su haber material, por estupendas que sean sus riquezas, pero, sin un elevado espíritu nacional ni inquietudes que el estudio de su seguridad les sugiera, son comunidades políticas inconscientes de los peligros a que están expuestas y preparan su suicidio o lo elaboran con su negligencia” (Cernadas, 1938: 20).

Vale decir, primero hay que saber qué es lo que se quiere defender, y cuáles son las condiciones para ello. En este marco, resultan claras dos cuestiones, que la política de defensa nacional no puede ser obra exclusiva de los militares, sino que debe comprometer a los todos los sectores de la comunidad, así como también la necesidad de la confianza del pueblo en las instituciones armadas. Manuel Savio manifiesta que “El potencial de guerra de una Nación está constituido por la totalidad de las fuerzas morales y materiales que puede poner integralmente en acción, y se caracteriza por el grado de capacidad para aplicar dichas fuerzas a la defensa nacional, así como por la rapidez con que puede hacerlo” (Savio, 1973: 19).

Además es pertinente remarcar que el diseño de una política de defensa y la preparación para la guerra no es una posición en favor de la misma (Perón recordaba en este sentido el aforismo Si vis pacem, para bellum3), sino que incluso puede actuar como un factor disuasivo, en este sentido, una nación con escasa capacidad de defensa puede (sin dejar de lado que las circunstancias son diversas), estar más expuesta a un ataque que una que tiene fortaleza un sistema defensivo más preparado. En nuestro caso en particular basta preguntarnos por el interés de Gran Bretaña, sobre todo luego de la gesta por Malvinas en el 82, no solo en nuestra desindustrialización general, sino en el desarme e imposibilidad de desarrollo de la capacidad militar.

Esa política nacional de defensa (como la del avance sobre la dependencia), en nuestro caso, debe estrechar lazos con la gran nación inconclusa. Es decir, debe pensarse también en el marco de la tradición política y cultural de la Patria Grande, y Díaz Loza remarca que también es necesario romper con los postulados liberales (Díaz Loza, 1975). En ésta aparecen dos concepciones territoriales enfrentadas: la que antepone la ideología al espacio geográfico, y la que en base a una política nacional apunta al sostenimiento de la integridad territorial, como asimismo se oponen “la que atiende al ser de la Nación en primer término, y la que posterga ésta, al cómo ser; la que pone el acento en la grandeza y la que lo pone en la institucionalidad, en las formas” (Jauretche, 2008: 28). Recordemos que Alberto Methol Ferré remarcaba que “los pequeños Estados dependientes carecen de conciencia geopolítica, salvo condiciones excepcionales” (Methol Ferré, 1973: 31).

La actualidad e importancia de las Fuerzas Armadas incluso puede visualizarse en la situación desatada a partir del COVID-19, donde se puede observar el rol estratégico que cumplen, la vinculación de éste con su despliegue geográfico a lo largo y ancho de todo el territorio nacional, la velocidad y profundidad para desarrollar la Operación denominada General Manuel Belgrano, con la puesta en acción de sus 90 mil integrantes a través de 14 Comandos Operacionales de Emergencia, desarrollando diversas tareas que van desde la producción de artículos necesarios en sus laboratorios y talleres, vuelos de repatriación con los aviones Hércules, hasta la perforación de pozos de agua en el noroeste argentino, el montaje de hospitales o la entrega de comida en los barrios (donde han sido recibidos excepcionalmente por el pueblo), entre algunas de las tareas operativas desarrolladas (se trata de decenas de miles). Todo con un débil presupuesto, y con materiales muchas veces antiguos o sin estar en las mejores condiciones.

El espíritu solidario, de superación de las adversidades y de defensa del interés nacional se impuso (como tantas otras veces a lo largo de nuestra historia), ante estas falencias. Al mismo tiempo pensamos que estas fortalezas deben llamar a la reflexión en torno del rol central en la defensa nacional. Hay puntales desde donde recuperar el vínculo entre nuestras Fuerzas Armadas y el pueblo, a la vez que con la tradición nacional vinculada a la ruptura de la dependencia, el desarrollo, la defensa de la Patria y la emancipación nacional. Vale mencionar en este aspecto que “las Fuerzas Armadas son la síntesis del pueblo (…) pertenecen a la Patria, que es el hogar común y a ella se deben por entero” (Perón, 1984 -1947-: 32), entendiendo entonces que “son parte del pueblo y, como tal, están integradas con el mismo” deben permanecer siempre “consustanciadas con nuestro pueblo en una estrecha e indestructible unidad espiritual” (Perón, 2012 -1974-: 116 y 118).

El Coronel Luis E. Vicat advertía en los años 20 que “durante una guerra, sin combustibles apropiados, nos encontraría del todo indefensos. No podrían navegar nuestros barcos, correr nuestros trenes, andar nuestros camiones y autos, volar nuestros aeroplanos, ni funcionar nuestras fábricas y usinas a fin de proveer al ejército y al país entero los numerosos artículos manufacturados, armas, equipos, municiones, pólvoras, hierros, aceros, tejidos, etcétera, etcétera… si es que algún día nos decidimos a industrializarnos en forma conveniente a la defensa nacional, obra que ya deberíamos haber iniciado” (Vicat. RM Nº 270. Julio 1923: 348).

Quizás no resulte en vano pensar esa advertencia en relación a la actualidad, recordando y remarcando que las condiciones de nuestro país revelan el llamado a tener una política nacional de defensa de la patria, en tanto nuestro extenso territorio, con su larga plataforma marítima, enormes recursos tanto en nuestro Atlántico y ríos, como en nuestra tierra y subsuelo, con la afrenta y amenaza que constituye la poderosa base de la OTAN en nuestro “suelo más querido” ocupado colonial e ilegalmente, en el cual encuentran un puntal desde donde saquear nuestros recursos, a lo que se suma las apetencias de las potencias (y sobre todo Gran Bretaña) sobre nuestro Sector Antártico, la escasa densidad poblacional en varias regiones de nuestro país, una enorme deuda externa que ocupa casi la totalidad de nuestro PBI, una economía dependiente y extranjerizada, una producción ligada sobre todo a los productos primarios y la valorización financiera, por mencionar algunos de los aspectos que indican esa urgencia que mencionamos.

En este marco, para finalizar retomamos las palabras de Perón quien advertía en el año 1947 que “la defensa de los Estados no puede improvisarse, so pena de sucumbir, bajo los golpes demoledores de otros más fuertes que, apartándose de las normas de convivencia, lanzan sorpresivamente el poderío de sus fuerzas para apropiarse de las riquezas y de los bienes ajenos, ya sea para satisfacer las necesidades primordiales de su pueblo o bien para hacerla servir a sus intereses imperialistas (…) Es, pues, uno de los deberes ineludibles del gobernarte velar por una adecuada preparación de las Fuerzas Armadas, que han de ser custodia de la soberanía, de la libertad, de la riqueza y de la dignidad nacionales”. (Perón, 1984 -1947b-: 28)

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