Por Eduardo J. Vior para InfoBaires24
En Washington todos los actores políticos y
militares coinciden en que la derrota sufrida en Afganistán ha sido la peor de
la historia de los Estados Unidos desde el incendio de la capital por los
ingleses en 1812. También acuerdan en que la evacuación de las tropas y de
sus cómplices afganos fue desastrosa. Sin embargo, muy pocos cuestionan las
permanentes intervenciones exteriores y la controversia pública se centra más
bien en las recíprocas atribuciones de culpa y la preocupación por evitar
repetir errores en la próxima guerra. Mientras que el Pentágono negocia con el
gobierno interino de Afganistán la evacuación de las fuerzas y colaboradores
remanentes, la CIA reorganiza el
ejército secreto que debe asegurarle el control del lucrativo tráfico de opio. Como
la falta de liderazgo político-militar se hace aún más patente por el deterioro
neurofísico del presidente, han aparecido peligrosas señales de insubordinación
militar que hacen temer por el futuro de la democracia norteamericana. El
Imperio está sembrando el caos en los propios Estados Unidos.
Tras negociar un
sorprendente paquete de medidas con los talibanes, el alto mando norteamericano
concluyó el lunes una humillante evacuación de Afganistán. El general
Mackenzie, comandante del CENTCOM (Comando Centro del US-Army), ha admitido que
los militares estadounidenses están compartiendo con los talibanes información
sobre el Estado Islámico Jorasán (ISIS-K, por su nombre en inglés). En
realidad, según informó el portavoz talibán Zahibullah Mujahid, fueron ellos
quienes el jueves 19 advirtieron a los estadounidenses sobre una amenaza
inminente de atentado en el aeropuerto. Sin embargo, según reconoció el
Pentágono, se dejaron dos puertas abiertas, porque los británicos habrían
informado que acelerarían la evacuación de sus ciudadanos desde un hotel cercano.
En la práctica, cuando se produjo el atentado suicida, sólo murieron dos
civiles británicos, o sea que, una vez más, el Reino Unido (RU) incumplió su
compromiso, si no fue algo peor.
Cada día que
pasa se acumulan más dudas sobre el atentado
suicida de Kabul del jueves 19 y la inmediata represalia contra un
«planificador del ISIS-K» en el este del país. Investigaciones amateur
realizadas en la capital afgana desmienten la versión oficial norteamericana.
Cabe destacar al canal de You Tube Kabul Lovers, que está haciendo un excelente
periodismo de a pie en la calle. Según un oficial militar afgano que examinó en
el Hospital de Emergencia de Kabul los cuerpos de muchas de los muertos por el
atentado, “a ninguna de las víctimas le dispararon por detrás. Todos los
agujeros de bala vinieron de arriba» (de las torres donde estaban las tropas
norteamericanas y turcas).
Asimismo, ha
quedado establecido que, contrariamente a las afirmaciones del Pentágono, el
posterior ataque con drones alcanzó al
azar una casa en Jalalabad, no un vehículo en movimiento, y mató al menos a
tres civiles. Y el cohete lanzado en Kabul contra un coche desde el que,
según EE.UU., se iba a lanzar otro ataque contra el aeropuerto, mató a una
familia de nueve personas, entre ellos seis niños, que estaban en camino del
aeropuerto para abandonar el país.
Los contactos
entre el Departamento de Defensa (DoD, por su nombre en inglés) y el gobierno interino de Afganistán
continúan ahora con la mediación de Catar. El Emirato ha desempeñado un
importante rol en las etapas finales de la retirada occidental y después, tras
el cierre de la embajada en Kabul, ha asumido la representación de los
intereses norteamericanos. De hecho, EE.UU. prevé atender sus intereses allí
desde Doha.
Civiles y militares nunca se entendieron
dentro del gobierno de EE.UU. y ahora menos. Mientras que el presidente Biden
se ha rodeado de experimentados funcionarios del Departamento de Estado y de
los servicios de inteligencia, los militares están llevando adelante su propia
diplomacia. Para contrarrestarla, la CIA continúa con sus perennes guerras
en la sombra.
Después del
triunfo militar la máxima prioridad de los talibanes es acabar con el ejército secreto
que la CIA ha desplegado en Afganistán en colaboración con el servicio de
inteligencia indio RAW (Research and Analysis Wing, Ala de Investigaciones
y Análisis). Como ahora se sabe, los talibanes tuvieron “células durmientes” en
Kabul desde mayo y mucho antes en determinados organismos gubernamentales
afganos, consiguieron hacerse con la lista completa de agentes de los dos
principales planes de la CIA en el país. Efectivamente, los talibanes saben hoy
dónde vive cada uno y para quién ha trabajado.
No obstante, el
mayor problema actual de la CIA no está en la evacuación o remplazo de sus
miles de agentes en Afganistán, sino en mantener el control del mercado de la heroína en Europa. Durante 20 años la
agencia norteamericana sacó la droga afgana (80% de la producción mundial) a
través de puertos paquistaníes y llegó a controlar el 95% del mercado en Europa.
Por el contrario, según la DEA, sólo el 1% del suministro de heroína a Estados
Unidos procede de Afganistán. La mayor parte viene de México y una parte
creciente de Colombia.
Durante su anterior gobierno (1996-2001)
los talibanes prohibieron el cultivo de la amapola, granjeándose así la
enemistad de muchos campesinos, que dieron su apoyo a señores de la guerra
locales o a los propios ocupantes norteamericanos. Ahora, si bien han anunciado
una nueva prohibición, probablemente actúen más prudentemente y tomen el
control de las exportaciones de opio para fines medicinales, asegurando así los
ingresos de miles de familias y la aplicación de las divisas resultantes al
desarrollo económico, además de propinar un golpe terrible al financiamiento de
las operaciones de la CIA en todo el Medio Oriente ampliado.
La derrota y la
caótica retirada de Afganistán están repercutiendo severamente en la política
estadounidense. Este 30 de agosto una
asociación de altos oficiales retirados de las cuatro armas norteamericanas,
Flag Officers For America (FO4A), publicó una carta abierta en la que exigen la
dimisión del secretario de Defensa, Lloyd Austin, y del jefe del Estado Mayor
Conjunto, Mark Milley, por su «negligencia» y su responsabilidad en la
«catastrófica retirada» de las tropas de EE.UU. de Afganistán. Según afirma la
asociación, “(…) Los terroristas de todo el mundo están envalentonados y pueden
pasar libremente a nuestro país a través de nuestra frontera abierta con
México.» Y finalizan con esta advertencia: «Además de estas razones operativas
(…), hay razones de liderazgo, entrenamiento y moral para las renuncias. (…) ha
quedado claro que los altos mandos de nuestras fuerzas armadas están poniendo
en el entrenamiento un énfasis imperativo en la corrección política, que es
extremadamente divisivo y perjudicial para la cohesión de la tropa, la
preparación y su capacidad de combate.» El manifiesto fue firmado por cerca de
100 altos oficiales retirados del Ejército, la Marina, la Fuerza Aérea y la
Infantería de Marina.
Esta asociación
ya ha sacado varias declaraciones advirtiendo contra el acceso al gobierno del
Partido Demócrata y contra “la militarización de Washington” (el pasado 6 de
enero). Podría desestimarse esta protesta por su orientación trumpista, pero el
hecho de que 220 oficiales retirados hayan firmado el documento del pasado 9 de
agosto y casi 90 este último implica una grave
insubordinación en un país en el que los altos mandos hacen política desde sus
cargos activos, en empresas, think tanks o en puestos políticos, pero nunca a
través de manifiestos corporativos. Si el Pentágono no sanciona severamente
esta infracción, estará dando una peligrosa señal de falta de autoridad.
La opinión pública norteamericana está
habituada a que sus dirigentes incumplan las promesas electorales. Sin embargo,
sigue esperando que quien se siente en el Salón Oval de la Casa Blanca –al
menos cada tanto- diga la verdad y dé un mensaje de aliento. No fue el caso con
Donald Trump y tampoco lo es con Biden. Especialmente en la etapa final de la
crisis afgana se contradijo demasiadas veces.
En julio pasado negó que el triunfo talibán
fuera inevitable y rechazó que se volvieran a ver imágenes similares a la
salida de Saigón en 1975. El 15 de agosto circuló por todo el mundo la foto
del último helicóptero despegando del techo de la embajada norteamericana en
Kabul. Todavía el miércoles 18 sostuvo en una entrevista televisiva que su
objetivo era evacuar “hasta al último” norteamericano y afgano que hubiera
colaborado con la ocupación, pero el 31 clausuró la operación dejando en manos
de los talibanes a miles de colaboracionistas y a 200 estadounidenses. El
presidente sigue afirmando que tiene medios económicos para presionar a los
afganos, pero se olvida de que China,
Rusia e Irán van a auxiliar rápidamente a su nuevo socio, para que la economía
no se desbarajuste y para que el chantaje estadounidense pierda efecto.
Las
contradicciones del presidente, la incapacidad y la parálisis del gobierno y la
decepción de los votantes por el montón de promesas incumplidas se reflejan en
las encuestas. Sólo el 41% de los votantes registrados aprueba ahora a Biden,
mientras que el 55% lo desaprueba, según una encuesta de USA Today y la
Universidad de Suffolk publicada la semana pasada. El índice de aprobación del
presidente ha caído 16 puntos desde esta primavera. En las cuestiones clave a
las que se enfrenta el país (la economía, la inmigración, la pandemia y
Afganistán) el gobierno demócrata recibe valoraciones negativas.
La derrota en Afganistán no es la causa
sino la consecuencia de la decadencia del Imperio. Con ella no se acaba su
dominio, pero se inicia un efecto dominó que pronto va a tener réplicas en
otras partes del globo y dentro de EE.UU. mismo. Intentar detener el
retroceso negando sus causas profundas implica conducirse como un pato
silvestre. Como se sabe, estos plumíferos de digestión tan rápida son presas
fáciles de los cazadores.