Por Eduardo J Vior
POR EDUARDO J.
VIOR para TELAM
Tras la
rendición de 1800 sobrevivientes del ejército ucraniano y del batallón nazi
atrincherados en los túneles de la acería Azov, en Mariúpol, la cámara alta norteamericana finalmente
aprobó este jueves un enorme paquete de ayuda militar para prolongar la guerra
en Ucrania. Todavía la semana pasada el senador republicano Ron Paul había
logrado frenar la votación, pero este vuelco estratégico está empujando a
Washington, Londres y Bruselas a involucrarse directamente.
Lamentablemente,
han entrado en la guerra con mucha ideología, pero sin concepto ni plan y está
primando el interés inmediato del complejo militar-industrial. En Ucrania las
potencias occidentales se están metiendo aceleradamente en el pantano de una
guerra interminable.
Con un retraso
de una semana el Senado de EE.UU. aprobó este jueves 19 un paquete de ayuda militar, económica y humanitaria para Ucrania por
valor de 40.000 millones de dólares. La votación fue de 86 a 11. Todos los
votos en contra fueron de republicanos. Durante el debate final muchos
senadores manifestaron su certeza de que otros paquetes le seguirán.
Hace una semana el senador republicano por
Kentucky Ron Paul retrasó la votación al exigir que el proyecto de ley
incluyera la intervención del Inspector General de la Unión, para supervisar la
aplicación de los fondos. "No podemos salvar a Ucrania condenando la
economía estadounidense", sentenció. Añadió
que EE.UU. ha gastado casi tanto en el ejército de Ucrania como todo el
presupuesto militar de Rusia y que Washington ha enviado más dinero a Ucrania
que el que gastó en todo el primer año de la guerra en Afganistán.
En su informe
final sobre los 20 años de guerra el Inspector General Especial para la
Reconstrucción de Afganistán (SIGAR) descubrió que casi 19.000 millones de los 134.000 millones de dólares asignados a
Afganistán durante los 20 años de guerra se perdieron por despilfarro, fraude y
abuso. Finalmente, la objeción de Paul, un conservador fiscal contrario a
las intervenciones exteriores de su país, fue vencida por el voto de la
mayoría.
Llama la
atención el grado de unidad bipartidista en ambas cámaras dispuesto a votar el
préstamo. Ni un solo demócrata de la Cámara de Representantes estuvo en contra
y sólo 57 republicanos dijeron "no". Sirva esta votación como muestra
del alcance de la cacareada radicalidad de la izquierda demócrata.
La gran coalición belicista no refleja la
opinión de la mayoría de los estadounidenses, sino el consenso de la elite de
Washington. Como siempre, cuando no sabe cómo resolver los problemas de su
nación, acude a la guerra como única alternativa. La ley pasó ahora a la firma
del Presidente.
El nuevo paquete
de ayuda militar incluye 36 radares de
contrabatería, 18 obuses de 155 mm y 18 vehículos tácticos. Según informó
el Pentágono, el envío de este armamento comenzará inmediatamente.
La decisión se
tomó inmediatamente después de la rendición
de casi todos los nazis y militares escondidos en la acería Azov, en Mariúpol.
Según datos fidedignos, el batallón Azov tenía inicialmente en Mariúpol 20.000
soldados y las unidades regulares ucranianas hasta 14.500 efectivos. Hasta
la mañana de este jueves se habían rendido 1.800 y se estima que unos 100 más
siguen en los subsuelos.
Considerando las
cifras actuales, puede apreciarse su grado de destrucción. No obstante, se dice
que los oficiales extranjeros presentes en la acería aún no se han entregado.
Cuando se los identifique, quedará claro quién es el agresor. Ningún ejército
manda oficiales de alto rango al frente de combate de un aliado.
La gran victoria rusa en el puerto del
Donetsk modifica la relación estratégica entre ambas alianzas. Mariúpol
quedó ahora en la retaguardia del ejército ruso, el que liberó a fuerzas para
operar en otros frentes. Por otra parte, el fin de los combates en Azovstal
permite formar un corredor terrestre que, tras la reactivación del ferrocarril,
unirá el este y sur de Ucrania hasta Crimea.
La puesta en
marcha del puerto de Mariúpol impulsará
también la articulación de un nodo ferrovial y marítimo para el comercio
euroasiático, incluyendo el relacionado con China. Finalmente, el Mar de
Azov se ha convertido en mar interior de Rusia y el puente que une Crimea con
el continente queda fuera de peligro.
Obviamente, para
Rusia es una oportunidad de mostrar una
victoria mediática de alto nivel, dejando a Kiev sin el relato épico de los
“heroicos defensores”. El silencio de la propaganda occidental es clamoroso.
Como viene
sucediendo desde el inicio del conflicto, toca nuevamente a los militares
norteamericanos contener los daños de una guerra sin objetivo ni plan claros.
Después de 80 días de esfuerzos, por primera vez el viernes 13 Lloyd J. Austin
III, secretario de Defensa, pudo hablar por teléfono con el ministro de Defensa
ruso, el general Sergei Shoigu. Austin habría instado a su colega a decretar el
alto el fuego, pero parece más bien que intentó frenar la próxima presentación
ante la ONU del informe sobre los
laboratorios de EE.UU. en Ucrania.
Según la documentación rusa, los
fabricantes de vacunas contra el Covid-19 Pfizer y Moderna, así como Merck y
Gilead fueron responsables directos de haber instalado allí laboratorios.
Eludiendo las normas internacionales de seguridad, especialistas
estadounidenses probaron nuevos medicamentos en la población civil. Según el Jefe
de la Fuerza de Protección Radiológica, Química y Biológica de Rusia, Igor
Kirillov, “para ahorrar costos”.
“El Pentágono,
señaló, amplió su potencial de investigación no sólo en términos de producción
de armas biológicas, sino también en la recopilación de información sobre la
resistencia a los antibióticos y la presencia de anticuerpos contra ciertas
enfermedades. El campo de pruebas en Ucrania estaba prácticamente fuera del
control de la llamada ‘comunidad internacional’”.
Estos hallazgos,
ampliamente documentados en el informe presentado esta semana por Kirillov
sugieren un vasto negocio de armas biológicas "legitimadas" que
implicaba a altos cargos del gobierno estadounidense. Para impedir la
presentación del informe ante la ONU es que Austin llamó a Shoigu.
Este jueves
también ambos jefes de Estado Mayor Conjunto, Mark Milley (EE.UU.) y Vassili
Gerasimov (Rusia), mantuvieron una conversación telefónica a instancias del
norteamericano. No trascendió el contenido del intercambio, pero usualmente estos
contactos entre los máximos responsables militares se dirigen a resolver
cuestiones prácticas en el campo de batalla (por ej., el intercambio de
prisioneros) o a concertar medidas para evitar que malentendidos escalen los
conflictos.
La producción de armas biológicas en
Ucrania fue una de las tres razones principales para el lanzamiento de la
Operación Z junto con la prevención de una guerra relámpago inminente contra el
Donbass y el deseo de Kiev de reiniciar la fabricación de armas nucleares.
Rusia sintió que Ucrania y sus aliados transgredían estos tres límites y atacó
preventivamente para no ser sorprendida. Así, al menos, lo explican sus
líderes.
La estrategia
rusa es racionalmente comprensible: desde el golpe de estado de febrero de 2014
venía viendo cómo británicos y norteamericanos alentaban a las milicias nazis
que hostigaban a la población rusohablante del este de Ucrania, reprimían el
uso del ruso, censuraban medios y perseguían partidos moderados. Durante siete
años EE.UU. y la OTAN se negaron a negociar.
Además, en
octubre pasado Volodymir Zelensky
anunció su programa nuclear. La inteligencia rusa, en tanto, ya sabía de los
laboratorios biotecnológicos. También en noviembre Moscú presentó a EE.UU.
y a la OTAN sendas propuestas de negociación que fueron desestimadas. En
febrero, por fin, Moscú confirmó la próxima ofensiva ucraniana contra la cuenca
del Don.
Puede discutirse
si Rusia pudo haber esperado a la ofensiva ucraniana antes de responder y así
justificar su intervención. Putin argumenta que, atacando primero, se salvaron
las vidas de decenas de miles de civiles. Es imposible saberlo a posteriori,
pero las razones políticas del ataque ruso son entendibles, aunque las
jurídicas no lo sean. Su estrategia tiene objetivos claros y limitados, que no
hay que compartir, pero sobre los que se puede negociar.
En cambio, la
conducta anglonorteamericana es inentendible e imprevisible. Siguiendo una
geopolítica del siglo XIX, Washington y Londres ven en el poder continental de
Rusia y en su alianza con China una amenaza para el poder marítimo anglosajón,
pero es un supuesto ideológico. Formular una estrategia clara y precisa y
llevarla adelante es otra cosa.
Mientras Zelenski reclama a Occidente más y
más pertrechos, su ejército se desintegra. Este jueves el comandante en jefe de
las FF.AA: ucranianas, el general Valerii Zaluzhnyi, solicitó permiso al
presidente, para evacuar Severodonetsk, en el límite occidental de Lugansk. “Se
trata de que no pase nuevamente lo de Azov”, justificó el general su pedido.
Las tropas de
Lugansk y las rusas están rodeando esta posición estratégica y cerrando un
bolsón mayor con 16.000 efectivos ucranianos. En tanto, se amontonan los
informes sobre el desvío de las remesas y equipos occidentales por la
corrupción del régimen de Kiev. En estas condiciones, el mero envío de aún más
hardware norteamericano sólo sirve para que los rusos lo capturen o lo compren
en el mercado negro. Para EE.UU. y la
OTAN Ucrania es un pozo sin fondo.
La planificación militar rusa, en cambio,
procede metódicamente. Sus fuerzas machacan al enemigo mientras avanzan
lentamente. Si encuentran una resistencia seria, se detienen y destrozan las
defensas enemigas con ataques ininterrumpidos de misiles y artillería. Así pueden
seguir por años, con pocas pérdidas y bajo costo. Avanzan preservando al
personal y, además, hasta ahora sólo han comprometido una fracción reducida de
su potencia de fuego y efectivos.
A falta de
planes y objetivos claros, los líderes anglonorteamericanos pueden pronto
pensar que deben mandar sus propias tropas. Ya lo están haciendo con
cuentagotas, pero pronto vendrá un derrame.
Estados Unidos se está deslizando hacia una
guerra abierta en Ucrania y no sabe dónde parar. Lo más racional sería que
se avinieran a negociar con Putin, pero no pueden hacerlo, porque tanto Boris
Johnson como Joe Biden temen ser depuestos o perder las elecciones. Además, han
cebado sus máquinas de propaganda antirrusa y prometido pingües ganancias a sus
fabricantes de armas con los que ahora deben cumplir.
Si no pueden o
no quieren negociar, les queda la opción militar, pero, sin objetivos ni planes
claros, habrán abierto otro pozo sin fondo. Si nadie los para, en breve se
escribirá la crónica de un desastre largamente anunciado.