Andrés Mora Ramírez
El 18 de
marzo de 1938, el presidente mexicano
Lázaro Cárdenas promulgó el decreto de expropiación de la industria petrolera
que, en cumplimiento de las leyes y disposiciones constitucionales del país,
dio paso a la nacionalización de los cuantiosos recursos energéticos hasta
entonces controlados y explotados por los capitales estadounidenses, ingleses y
holandeses, mediante prácticas monopolísticas que atentaban contra el interés
de las mayorías y la soberanía nacional. Para Sergio Guerra Vilaboy, aquella
fue “sin duda la más radical medida antiimperialista adoptada hasta entonces en
la atribulada historia de América Latina”[1]; en tanto que Héctor
Pérez-Brignoli lo ubica como figura clave de la llamada utopía nacional
populista latinoamericana de la primera mitad del siglo XX, y considera que “la
expropiación y las presiones externas provocaron una inmensa oleada nacionalista
que favoreció definitivamente la consolidación del liderazgo de Cárdenas y la
adhesión masiva a la ruta mexicana”[2].
Como se puede
apreciar, no es un asunto menor hablar del legado de Cárdenas en México y más
allá de sus fronteras. El intelectual cubano Roberto Fernández Rematar ha dicho
que el gobierno del ex general representó “el
último momento grandemente creador” de la Revolución Mexicana, porque,
además de la nacionalización del petróleo, “prestó auxilio a la agredida República Española y acogió a millares de
exiliados suyos, se atrevió a dar albergue al rebelde y proscripto León
Trotski, y favoreció la enseñanza y la cultura de su país”; además,
recuerda que “fue impresionante (…) cuando el 26 de julio de 1959, en la Plaza
de la Revolución de La Habana, vi subir a la presidencia a Lázaro Cárdenas
acompañado de Fidel y el Che, pues era clarísima la continuidad de una realidad
histórica”[3].
Se trata,
fuera de toda duda, de un personaje central en la historia de América Latina
del siglo XX, al punto que las reverberaciones de su liderazgo y sus acciones a
favor de los sectores campesinos y populares, y por la recuperación de la
soberanía energética de México, llegan hasta nuestros días. Tanto así que el
pasado 18 de marzo, al celebrarse el 81
aniversario de la expropiación del petróleo, en un acto que rindió homenaje a
Cárdenas, el actual presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) anunció el
relanzamiento de la estatal Petróleos Mexicanos como “palanca del
desarrollo” que quiere impulsar bajo su gobierno, después de 36 años de una
“política de pillaje” y destrucción. “Fue como un milagro –dijo el mandatario
en su discurso-, porque cuando ya estaban a punto de consumar la destrucción de
la industria petrolera y acabar con la economía nacional, tocó la campana. Sonó
la alarma el primero de julio", en alusión a la fecha de su victoria
electoral del 2018. Un día antes, AMLO decretaba también la abolición del
“modelo neoliberal y su política de pillaje antipopular y entreguista”, y
afirmó que “ahora tenemos la
responsabilidad de construir una nueva política posneoliberal y convertirla en
un modelo viable de desarrollo económico, ordenamiento político y convivencia
entre sectores sociales”.
Algunos meses
antes de la expropiación y nacionalización del petróleo mexicano, en agosto de 1937, la revista costarricense Repertorio
Americano reprodujo en sus páginas una talla policromada del artista
nicaragüense Roberto de la Selva, que recreaba la entrega de tierras del
gobierno a los campesinos en cumplimiento del plan sexenal. En la imagen,
Cárdenas aparecía en un ejido, en diálogo franco con un grupo de campesinos
indígenas que escuchaban atentamente al mandatario, quien tendía su mano en
señal de apertura y reconocimiento, de búsqueda y encuentro con los de abajo.
Al fondo, continuaban las faenas de la siembra y la cosecha en el entramado de
la comunidad, que se fundía en un solo movimiento con el paisaje rural. Toda
una alegoría de la era cardenista. Por eso, cuando recordamos que una de las
más simbólicas consignas pronunciadas por AMLO
en su toma de protesta del cargo de presidente fue: “Por el bien de todos,
primero los pobres”, resulta inevitable tender un puente referencial entre
dos líderes y dos épocas que demandaron lo mejor de la audacia y la creatividad
política, para enfrentar los grandes problemas y desafíos de la nación
mexicana.
Sabemos bien
que no soplan vientos favorables en el continente, y tampoco en el resto del
mundo, para los proyectos progresistas que aspiran a generar transformaciones
económicas, políticas y sociales con un horizonte de justicia, igualdad,
solidaridad y soberanía. Pero en eso está México, y hacia allá va empujando su
presidente, en medio de una coyuntura regional que exige el mayor de los
cuidados en cada paso que se dé, porque las condiciones en las que tendrán que
impulsarse los cambios y los caminos a seguir para alcanzar los objetivos son
totalmente distintos a los ensayados en la primera década del siglo XXI. Las sombras del imperio embravecido y de las
derechas vasallas de la región acecharán al gobierno de AMLO durante todo su
sexenio, pero su éxito es hoy, más que nunca, una necesidad para el pueblo
mexicano y para la reinvención del futuro cercano de nuestra América.
[1] Guerra
Vilaboy, S. (2006). Breve historia de América Latina. La Habana: Editorial de
Ciencias Sociales, p. 226.
[2]
Pérez-Brignoli, H. (2017). Historia global de América Latina. Del siglo XXI a
la independencia. Madrid: Alianza Editorial, 2018. p. 172.
[3] Fernández
Retamar, R. (2006). Pensamiento de nuestra América. Autorreflexiones y
propuestas. Buenos Aires: CLACSO, pp. 48-49.