Por Juan Gabriel Tokatlian*
22 marzo, 2019
La dramática situación en Venezuela –producto de fenómenos
fundamentalmente internos y dinámicas complementarias internacionales que la
han agudizado al máximo– tuvo un efecto devastador para la diplomacia
sudamericana: contribuyó al derrumbe de
Unasur a una década de su creación. Un conjunto de factores diversos
convergieron en una coyuntura muy particular y ello hizo posible el deterioro y
posterior desplome de aquel organismo de concertación sub-regional que tuvo, en
sus primeros años, éxitos que merecen reconocerse y subrayarse. Desde 2014 se
manifestaron cuestiones que facilitaron la irrelevancia y el declive de Unasur:
a) el gradual desinterés de Brasil
–durante el segundo mandato de Dilma Rousseff primero y aún con la breve
presidencia de Michel Temer después– de invertir recursos diplomáticos en
América del Sur; b) la desafortunada elección del ex presidente Ernesto Samper al frente de la
Secretaría General de la Unión de Naciones Suramericanas; c) la acefalía en la conducción de Unasur
desde principios de 2017 en medio de distintas estrategias simultáneas de
diferentes países destinadas más a la obstrucción de candidaturas que al logro
de un candidato de consenso; d) el fracaso de las gestiones de buenos oficios
auspiciadas por Unasur con la participación de los ex mandatarios José Luis Rodríguez Zapatero, Leonel
Fernández y Martín Torrijos, ante la profundización de la crisis en Venezuela
en el marco de irresponsabilidades compartidas por parte del gobierno y de la
oposición; e) el establecimiento del llamado Grupo de Lima en agosto de 2017 con el fin de debilitar, cercar y
aislar al gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela; f) la mediocre presidencia
pro témpore de la Argentina entre abril de 2017-abril 2018 que nunca citó una
cumbre de mandatarios, de cancilleres o de ministros de Defensa; g) la suspensión de la participación de la
Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú y Paraguay en el bloque
sudamericano justo cuando la presidencia pro témpore pasaba a Bolivia; y h) la salida definitiva de Colombia (agosto 2018)
y Ecuador (marzo 2019) del mecanismo de concertación.
En breve, el comportamiento concreto de
la mayoría de los participantes de Unasur llevó a su descrédito y ocaso. Es
como si los principales protagonistas hubieran optado, contra sus intereses de
largo plazo para sostener un ámbito de acción conjunta con una voz unificada
ante cuestiones regionales y globales, por una lógica de corto plazo dictada
por cálculos político-electorales domésticos y por imaginar la quimera de una presunta “relación especial” individual
respecto a Estados Unidos.
La sepultura de Unasur –a la que,
repito, muchos contribuyeron– se materializó con la propuesta de los presidentes Piñera y Duque de crear Prosur. El
cónclave de hoy 22 de marzo en Santiago de Chile será el lanzamiento formal de
esta iniciativa; iniciativa bastante inoportuna, aún ambigua y que parece una
nueva fuga hacia adelante del multilateralismo regional que se caracteriza por
su alta formalización y baja institucionalización. En los escasos
pronunciamientos de sus proponentes se ha invocado que el propósito principal
es la “defensa” de la democracia y de la economía de mercado, al tiempo que se
ha puesto de manifiesto su vocación expresamente ideológica como producto del
avance de las derechas y el retroceso del progresismo en el área.
¿A qué apunta esta propuesta todavía
indefinida? Se inscribe, de algún modo, en un cambio de eje geopolítico del
Atlántico al Pacífico en momentos en que el gobierno de Donald Trump acentúa
los elementos de contienda, en desmedro de los de colaboración, en relación a
China. Dos actores medios de la región –Colombia
y Chile– aprovechan el vacío de dirección y credibilidad del Brasil de
Bolsonaro y de la desorientación estratégica de la Argentina de Macri. Es
sorprendente que el otrora poderoso eje Buenos Aires-Brasilia haya quedado
supeditado a las confusas aspiraciones de Santiago y Bogotá. Los postulados de
corte neoliberal de los convocantes parecen generar una adhesión inmediata como
si ello fuese funcional a un modelo de desarrollo productivo, inclusivo y
competitivo de la región en medio de fuertes polarizaciones a nivel de todos
los países de América del Sur. Habrá que ver, asimismo, en que traduce la idea
de “defensa” de la democracia y de la economía de mercado.
La actitud hasta ahora poco constructiva
–en el sentido de la ausencia de un aporte concreto a salidas pacíficas– de los
participantes del nuevo foro respecto a la angustiosa crisis venezolana, la
resignada aceptación sin cuestionamiento a las sanciones materiales impuestas
por Washington a Caracas y la desconsideración de alternativas exploratorias de
diálogo político como las sugeridas por el Mecanismo
de Montevideo (México y Uruguay más el Caricom), el Grupo Internacional de
Contacto para Venezuela (involucrando países de Europa y Latinoamérica) y
aún por el Vaticano, insinúan que Prosur
está más inclinado a seguir al Norte que mirar al Sur.
En síntesis, asistimos a la inauguración
de otra experiencia de comunidad sub-regional que sin un mínimo balance del
precario estado de la integración en el área, se auto-postula como una
modalidad novedosa de aglutinación a pesar del sesgo ideológico que lo
caracteriza. Y lo hace en momentos en
que Estados Unidos vuelve a proclamar la vigencia de la vetusta Doctrina Monroe
y usar el discurso propio de la “diplomacia de las cañoneras”.
(*) Profesor
plenario de la Universidad Di Tella.