Aleksandr Duguin
10.01.2023
LA TRANSICIÓN DE LA UNIPOLARIDAD A LA
MULTIPOLARIDAD Y SU DEFINICIÓN CONCEPTUAL
Para
comprender la transformación del orden mundial que está aconteciendo ante
nuestros ojos, sobre todo el proceso de cambio de un modelo unipolar
(globalista) a uno multipolar, es necesario recurrir a diversas ideas y
conceptos que permiten realizar una explicación coherente de la misma. He
propuesto mi propia visión del asunto en libros como Teoría del mundo multipolar [1] y La Geopolítica del mundo multipolar
[2], pero estas son solo aproximaciones a un tema bastante complicado.
En este
artículo quiero desarrollar tres conceptos que pueden ayudarnos a comprender
mucho mejor el proceso de transición que está teniendo lugar en las Relaciones
Internacionales. Creo que estos conceptos explican las tendencias, conflictos y
problemas que se producen actualmente, como, por ejemplo, los conflictos en
Ucrania, Taiwán y otras partes del mundo. Solo comprenderemos lo que está
sucediendo ahora si entendemos las razones detrás de esta transición, lo cual
requiere de una contraparte conceptual. Los tres conceptos que vamos a abordar
hacen parte de una explicación de este asunto.
EL PRIMER MUNDO, EL SEGUNDO MUNDO Y EL
TERCER MUNDO
Vamos a
comenzar por retomar la ya olvidada teoría de los “tres mundos” que fue muy
popular durante la Guerra Fría. Fue esta teoría la que popularizó el concepto
de “tercer mundo”, el cual todavía sigue siendo relevante en las teorías de las
Relaciones Internacionales y en el lenguaje político [3]. Sin embargo, el
término “primer mundo” nunca fue desarrollado, mientras que el concepto de
“segundo mundo” apenas si se ha utilizado o recibido atención. No obstante, el
concepto de “segundo mundo”, con todas
sus características, es el que mejor se ajusta al orden multipolar y el que
mejor describe a los Estado que impulsan la multipolaridad. La teoría de clasificar los países del
globo en “tres mundos” – el primero, el segundo y el tercero – se basa en
un estudio del diferente progreso tecnológico, la eficiencia económica, las
tasas de crecimiento, industrialización y postindustrialización que cada nación
tiene dentro de la economía mundial.
Durante
la Guerra Fría se consideraba que el
“primer mundo” era el Occidente colectivo, compuesto por Estados Unidos y
sus principales aliados, entre ellos Japón. En esta clasificación “Occidente” es tomado como una categoría
civilizacional y no geográfica. El “primer mundo” incluía países con una
economía capitalista desarrollada que tenían gobiernos democrático-liberales y
que además contaban con un alto predominio de las zonas urbanos e industriales
(una urbanización muy alta), acompañada de altas tasas de crecimiento
económico, científico y técnico, liderazgo financiero, armamento avanzado,
dominio de esferas estratégicas y medicina de punta, etc., superando en todas
estas áreas a los otros “dos mundos”. El primer mundo fue visto como el modelo
futuro de la sociedad humana, la vanguardia del progreso y la expresión visible
del destino del resto de la humanidad. Se
consideraba que los otros dos mundos estaban destinados a alcanzar al “primer
mundo” y seguir sus pasos.
El
“primer mundo” fue considerado como el modelo universal con el que siempre se
comparaba a los otros “dos mundos”.
El “tercer mundo” era exactamente lo
contrario del “primer mundo”. Era un territorio arcaico comparada con Occidente, con
una economía estancada y un lento proceso de desarrollo (o sin ninguna clase de
desarrollo), poseyendo pocos adelantos científicos y tecnológicos, con una
moneda inestable, una democracia débil amparada en instituciones políticas
atávicas, un ejército enclenque e ineficaz, una industrialización muy baja,
corrupción generalizada, una medicina muy primitiva, un analfabetismo rampante
y una población predominantemente rural [4]. El “tercer mundo” dependía
totalmente del “primer mundo” y a veces del “segundo mundo” para existir. La soberanía de los países del “tercer mundo”
es algo meramente formal y sin contenido real [5]. El “primer mundo”
consideraba que era su deber hacerse cargo del “tercer mundo”, de ahí la teoría
de la “dependencia” [6], los gigantescos préstamos no reembolsables y el
establecimiento de una tutela directa sobre las élites políticas, económicas e
intelectuales de estos países en su mayoría formados en los sistemas educativos
del “primer mundo”.
No
obstante, aquello que durante la Guerra Fría fue denominado como el “segundo mundo” tenía ciertas características
interesantes. Antes que nada, se denominaba segundo mundo a los países con
economías socialistas que habían rechazado el capitalismo, es decir, que
ideológicamente estaban en guerra con el “primer mundo”, pero que habían
alcanzado un desarrollo industrial similar a este. De todas formas, el
segundo mundo era considerado inferior al primer mundo según los indicadores
internacionales (todos ellos elaborados por los intelectuales del primer mundo,
algo que despierta cierta desconfianza y parcialidad), pero no se podía decir
que eran sociedades “atrasadas” como los países del “tercer mundo”. El “segundo mundo” eran la URSS y los
países del bloque oriental (especialmente Europa del Este), reconociendo así la
existencia de una forma de desarrollo alternativo al capitalismo liberal del
“primer mundo” que podía alcanzar resultados comparables a los de Occidente.
Esta es la diferencia fundamental entre el “segundo mundo” y el “tercer mundo”:
el “segundo mundo” contaba con el potencial de oponerse efectivamente al primer
mundo y desafiar su modelo de universalidad. Este desafío tuvo una expresión
muy concreta en términos de tasas de crecimiento económico, número de armas
nucleares, potencial científico, educación, protección social, urbanización,
industrialización, etc.
El
“primer mundo” designaba a los países capitalistas occidentales y el “segundo
mundo” al bloque oriental y los países socialistas. Estos dos mundos se
encontraban en medio de un equilibrio inestable porque el “primer mundo”
insistía en ser superior a los otros y el “segundo mundo” se oponía a esta
tesis, adoptando en parte el modelo económico, tecnológico, etc., del “primer
mundo”. Tanto el primer mundo como el segundo mundo proyectaron su influencia
sobre el tercer mundo, que fue el principal escenario de su enfrentamiento
global. Los países del tercer mundo se dividieron entre aquellos que dependían
de los países capitalistas o socialistas, aunque también existió un “Movimiento de los No Alineados” cuyos
miembros trataron de desarrollar una estrategia combinando formas de desarrollo
capitalista y socialista. Lamentablemente, nunca llegaron a crear una teoría
independiente y sus compromisos y estrategias siempre estuvieron basadas en
realidades muy concretas. Sin embargo, los criterios del “primer mundo”
(capitalismo) o la reinterpretación doctrinal e ideológica que el “segundo
mundo” (socialismo) hizo de estos principios terminaron por convertirse en el
modelo de los No Alineados. La política
internacional de la Guerra Fría giró alrededor del enfrentamiento entre el
“primer mundo” y el “segundo mundo”, dando como resultado la bipolaridad. John Hobbson [7] ha señalado que esta
división en tres mundos procede de la antropología racista del siglo XIX
(Morgan [8], Tylor [9], etc.), la cual divide las sociedades en “civilizadas”,
“bárbaras” y “salvajes”. La “civilización” se correspondía con las
sociedades “blancas”, la “barbarie” a los pueblos “amarillos” y los “salvajes”
a las tribus “negras”. Este modelo de clasificación no fue abandonado por la
antropología occidental sino hasta después de la Segunda Guerra Mundial, pero
continuó influyendo en la clasificación política y económica de los países y
sociedades del mundo. El “primer mundo” no era otra cosa que la “civilización”
(la “pesada carga del hombre blanco” de Kipling), el “segundo mundo” la
“barbarie” (el proverbio racista que dice “quítale a un ruso su máscara y
encontrarás a un tártaro”) y el “tercer mundo” los “pueblos salvajes de África
y Oceanía” (y en general, todos los paises “negros”) [10].
UNA DEFINICIÓN AMPLIA DEL SEGUNDO MUNDO
Debemos
tener en cuenta que durante la Guerra Fría se ignoraba rampantemente que, por
ejemplo, el Imperio Ruso del siglo XVIII
y principios del XX también podía ser clasificado como parte del “segundo mundo”
con respecto a Occidente. El Imperio
Ruso era un país esencialmente agrario
cuando Europa Occidental estaba en pleno proceso de industrialización.
Además, Europa Occidental era capitalista y tenía gobiernos democrático
burgueses, por el contrario, el Imperio Ruso era monárquico. Europa Occidental tenía centros de desarrollo
científicos independientes y el Imperio Ruso se esforzaba por copiar la ciencia y la educación europeas. Sin
embargo, el Imperio Ruso era capaz de enfrentarse a Occidente, defender su soberanía,
su modo de vida y ganar guerras.
Esta
observación nos permite redefinir el concepto mismo de “segundo mundo”. Si
aplicamos este concepto tanto a la URSS como a los países bajo su influencia y
el Imperio Ruso, el cual ocupó más o menos el mismo territorio que la URSS,
entonces seremos capaces de redefinir conceptualmente muchas cosas.
Una
definición amplia del concepto de “segundo mundo” implica considerar a este
último como un modelo político, económico e ideológico alternativo al
capitalismo global, desafiando así el dominio y la hegemonía de Occidente (el
primer mundo).
En este
sentido, la caída de la URSS, aunque fue una catástrofe para el “segundo mundo”
(como lo fue en su momento la caída del Imperio Ruso), no fue el fin del
“segundo mundo”. Después de 1991 el
“segundo mundo” comenzó a tomar una nueva forma, ya que una serie de países
que habían sido considerados como parte del “tercer mundo” durante la Guerra
Fría – China, India, Brasil y Sudáfrica
– dieron un salto a adelante y alcanzaron un nivel de desarrollo comparable al
del “primer mundo” en el transcurso de estas tres décadas. Por supuesto,
estos países usaron las herramientas del capitalismo global para hacerlo, pero
fueron capaces de preservar su soberanía al poner al capitalismo a su servicio
(todo lo contrario a lo que sucedió en Europa del Este y en Rusia en la década
de 1990).
Desde
principios de la década de 2000, y con la llegada de Vladimir Putin al poder, Rusia, que era la heredera del “segundo
mundo”, comenzó a restaurar gradualmente su soberanía geopolítica. No obstante,
empezó a formarse un mundo multipolar y no uno bipolar, ya que el “primer
mundo” no se oponía a una única potencia, sino a varias a la vez. La ideología
de esta nueva confrontación (la cual tomó diferentes grados de radicalidad y
claridad ideológica en el “segundo mundo”) no era el socialismo (excepto en
China), sino una especie de antiglobalismo
indefinido y el rechazo puramente realista a la hegemonía occidental
(principalmente de Estados Unidos).
Los países del “segundo mundo” tampoco formaron
un bloque ideológico. Se convirtieron en un cinturón de potencias objetivas que
reclamaban su propia vía de desarrollo, la cual era cualitativamente diferente
al globalismo del “primer mundo”. Los politólogos y economistas se dieron
cuenta de que este fenómeno era un hecho consumado y llamaron a los países del
“segundo mundo” de la época posterior a la bipolaridad como los BRIC (Brasil,
Rusia, India, China) y luego BRICS
(Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica).
En
cierto momento de su desarrollo, los países del BRICS comprendieron la
importancia del concepto de civilización y comenzaron a construir un paradigma
de Relaciones Internacionales a partir del mismo. Así comenzó la formación
cautelosa y gradual de un nuevo “segundo mundo”, esta vez multipolar, ya que
cada miembro del BRICS es soberano e independiente con respecto a los demás.
Dentro de los BRICS, Rusia es el líder
militar indiscutible, poseyendo una enorme cantidad de recursos.
China es el poder económico por
antonomasia. La India es el tercer polo, teniendo una importante
infraestructura económica e industrial, un enorme peso demográfico y una
sociedad políticamente estable. Brasil
representa simbólicamente al resto de América Latina y su enorme potencial
todavía no revelado, contando con un poder militar, comercial y científico
fuerte.
Finalmente,
Sudáfrica es uno de los países más
desarrollados del continente africano e igualmente representa simbólicamente al
África poscolonial.
LA SEMI-PERIFERIA
Ahora
analizaremos el “sistema mundo” de Immanuel
Wallerstein [11], el representante más importante de la escuela marxista de
Relaciones Internacionales (principalmente en su versión trotskista) que, a
partir del concepto de “larga duración” (F. Braudel [12]) y los teóricos de la
economía estructural latinoamericana (R. Prebisch [13], S. Furtado [14]),
desarrolló una clasificación de los países del mundo según su desarrollo
capitalista. Esta teoría parte de la conceptualización
del imperialismo hecha por Vladimir Lenin [15] como la etapa más alta del desarrollo
capitalista: el sistema capitalista se vuelve global y comienza a extender su
influencia sobre toda la humanidad. Las guerras coloniales entre las potencias
desarrolladas sólo son su etapa inicial. El capitalismo está unificando
gradualmente a todas las estructuras supranacionales y de ese modo sentando las
bases de un Gobierno Mundial. Estas ideas son compatibles con la teoría liberal
de las Relaciones Internacionales que denominan a este sistema como “sociedad
global”, un solo mundo, y que los marxistas llaman “imperialismo”.
La teoría del sistema-mundo divide en tres
partes la geografía del capitalismo [16].
En
primer lugar, está el centro, el núcleo
o el “Norte rico”, que constituye la zona de mayor desarrollo capitalista.
América del Norte y Europa occidental son el núcleo del atlantismo y la
civilización europea occidental, cuyo polo se desplazó a mediados del siglo XX
a los Estados Unidos. El núcleo del sistema-mundo de Wallerstein es el “primer
mundo”. Alrededor de este núcleo se ha formado un primer anillo de países que
Wallerstein llama la “semiperiferia” y este incluye países que tienen un nivel
de desarrollo capitalista mucho menor, pero que compiten desesperadamente por
alcanzar al núcleo.
Los países de la semiperiferia también son
capitalistas, aunque su capitalismo es nacionalista. Normalmente estos países
son dominados por gobiernos “cesaristas” (tal y como los entiende A.
Gramsci [17]) que aceptan la hegemonía liberal de forma parcial, especialmente
en lo económico, tecnológico y industrial, mientras que conservan
características políticas, culturales y sociales precapitalistas o no
capitalistas. Wallerstein considera que hacen parte de esta semiperiferia los
países más desarrollados de América Latina, sobre todo Brasil, India, China y Rusia. En otras palabras, los países que
conforman los BRIC o BRICS, es decir, el “segundo mundo”. Finalmente,
Wallerstein dice que la periferia son los países que componen el “tercer mundo”
y que se caracterizan por el subdesarrollo, el atraso, las crisis económicas,
los atavismos sociales, la falta de competitividad, la corrupción, etc., o,
como se dice hoy, el “Sur pobre”.
En la
teoría del sistema-mundo de Wallerstein
el progreso es afirmado como algo positivo, pues Wallerstein sigue influido
por las categorías marxistas de tiempo lineal y el cambio de las formas
económicas como expresión del mismo, por lo que podemos decir que el núcleo, la
semiperiferia y la periferia no solo se diferencian por el lugar que ocupan,
sino que también representan diferentes momentos históricos de desarrollo. La periferia es el pasado y el orden
arcaico precapitalista, el núcleo es el futuro sistema capitalista global
(globalización) y la semiperiferia es la
zona en la que se produce la transformación de la periferia en parte del núcleo.
Según Wallerstein, la semiperiferia no
es una alternativa al capitalismo, sino sólo su etapa de transición o futuro
que aún no ha sido. Es por eso que Wallerstein nunca se interesó realmente
por la semiperiferia, investigando únicamente las tendencias que confirmaban
como las élites de dichas sociedades se fundirían con el orden globalista
liberal, conduciendo al mestizaje y la proletarización de las masas arcaicas. Wallerstein predijo que la semiperiferia
pronto desaparecería, quedando únicamente el núcleo y la periferia.
En el
momento en que la semiperiferia
desaparezca el mundo entero se convertirá en una sociedad global con un Norte
rico opuesto a un Sur pobre, donde las élites formaran parte del núcleo y
las masas de todo el mundo se mezclaran entre sí debido a la migración global,
convirtiéndose en un nuevo proletariado internacional. Solo en ese momento
comenzará la revolución proletaria predicha por Marx, la crisis del sistema
capitalista mundial y la aparición del comunismo. Todo esto ocurrirá en el
momento en que finalice el proceso de globalización del capitalismo y la
abolición de la semiperiferia.
Wallerstein
era un trotskista y un antiestalinista,
por lo que no creía en la posibilidad de la construcción del socialismo en un
solo país, como la URSS o China, siendo semejantes intentos un aplazamiento
de la globalización y, por lo tanto, de la Revolución Mundial. Wallertein, al
igual que Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista [18],
consideraba que era un deber de los comunistas
apoyar a la burguesía en su lucha contra las instituciones medievales; sólo
después del éxito de las revoluciones burguesas los comunistas podrán luchar
contra el capitalismo. Wallerstein y la mayoría de los marxistas culturales
y la izquierdista contemporánea están a favor de la globalización y en contra
de la defensa de la soberanía por parte de las potencias semiperifericas, pues
tal lucha retrasa el triunfo del liberalismo y la globalización. Es por esa
razón que ellos no son antiglobalistas,
sino alterglobalistas, llamando a la creación de un posliberalismo y no de un
antiliberalismo [19].
UNA LECTURA MULTIPOLAR DE LA SEMIPERIFERIA
El
sistema-mundo de Wallerstein es más bien una especie de antítesis del mundo
multipolar. La multipolaridad interpreta el fenómeno de la semiperiferia de una
manera muy diferente y no considera a esta última como la supervivencia de
realidades atávicas que serán destruidas por el núcleo, sino como la
posibilidad de crear un sistema alternativo al capitalismo y la globalización
liberal, la cual niega la posibilidad de que existe un modelo social
alternativo a la misma. La semiperiferia no es considerada por la
multipolaridad como un fenómeno intermedio entre el núcleo y la periferia, al
contrario, se entiende por la semiperiferia una especie de fenómeno que combina
la identidad de una civilización determinada con la modernización.
Huntington [20] consideraba que el choque
de civilizaciones sustituiría al mundo bipolar y por eso habló de la
“modernización sin occidentalización” con tal de describir a las élites de la
semiperiferia que eligen conscientemente no integrarse a las élites globales
del núcleo y seguir dirigiendo el destino de sus propias civilizaciones. Tal
estrategia la podemos encontrar en China,
los países islámicos y, en cierta forma, en Rusia.
Si
desvinculamos al concepto de
semiperiferia de su origen marxista-trotskista en la teoría del
sistema-mundo, entonces descubrimos que es prácticamente idéntico al de “segundo mundo”, por lo que podemos
desarrollar con mayor precisión y detalle las relaciones entre los países de la
semiperiferia (BRICS) y los países del núcleo y la periferia.
El
potencial combinado de los países de la semiperiferia
– logrado por medio de un diálogo intelectual entre sus élites que han decidido
conscientemente no integrarse al capitalismo liberal global – puede
convertirse en un proyecto cuyos recursos son comparables e incluso superiores
al potencial agregado de todo el núcleo (“primer mundo”), produciéndose las
condiciones para fundar un sistema alternativo. Desde un punto de vista
intelectual, la semiperiferia no sería
una especie de “futuro por llegar”, sino una zona de libre elección que puede
en cualquier momento combinar el “futuro” con el “pasado” en diferentes grados
con tal de crear otra cosa. Para
realizar esto, es necesario abandonar la concepción liberal y marxista del
tiempo lineal y el progreso sociotécnico, algo que no resulta tan difícil
de hacer, pues las religiones
confucianas, islámicas, ortodoxas, católicas e hindúes niegan el tiempo lineal
y ven el futuro tal y como lo proponen los capitalistas y los marxistas como
algo totalmente negativo, una especie de escenario apocalíptico y escatológico,
o indiferentemente.
Solo
así la semiperiferia (“el segundo mundo”) deja de ser una zona gris o espacio
de transición entre el “progreso” y el “salvajismo”, la “civilización” y el
“atavismo”, para convertirse en el baluarte de las civilizaciones soberanas con
sus propios criterios, normas e ideas
sobre la naturaleza humana, Dios, la inmortalidad, el tiempo, el alma, la
religión, el género, la familia, la sociedad, la justicia, el desarrollo, etc.
El núcleo deja de ser universal y se
convierte solo en una civilización en medio de muchas otras. El
“segundo mundo” deja de ser una semiperiferia entre el núcleo y la periferia,
ya que de ahora en adelante los países del núcleo no son el futuro universal de
la humanidad, sino una simple parte de la misma, una provincia más que ha hecho
sus propias elecciones y que no puede obligar a otros a seguirla.
LOS ESTADOS-CIVILIZACIONES
Ahora
analizaremos un tercer concepto que es fundamental para entender la transición
del mundo unipolar al mundo multipolar y cual es el papel que deben desempeñar
los BRICS en todo este proceso. Se trata del concepto Estado-Civilización formulada
por académicos chinos (especialmente por el profesor Zhang Weiwei [21]) y que se aplica de forma perfecta a la China moderna
y, por analogía, a Rusia, India, etc.
Los
eurasiáticos rusos plantearon una teoría muy parecida en su momento y por eso
hablaron de un Estado-Mundo [22]. Según
los eurasiáticos Rusia debía ser considerada como una civilización y no como un
conjunto de países distintos, de ahí que hablaran de Rusia-Eurasia. De
hecho, una de las críticas más perspicaces de Samuel Huntington consistió en el llamado a la creación de una
teoría de las Relaciones Internacionales basada en las civilizaciones en su
artículo “El choque de civilizaciones” [23]. Fabio Petito [24], un experto anglo-italiano en el área de las
Relaciones Internacionales, sostuvo que la existencia de varias civilizaciones
no conduce necesariamente al conflicto al igual que en la teoría del realismo
de las Relaciones Internacionales la guerra es solo una posibilidad entre dos
Estados-nación (tal y como lo establece la teoría de la soberanía) y no la
norma. Lo importante es que ambos
autores consideran que la soberanía no es monopolio de los Estados-nación, sino
de las civilizaciones. El Estado-civilización niega en un principio dos
cosas:
El Estado-nación (según la teoría realista
de las Relaciones Internacionales), y
El Gobierno Mundial (la teoría liberal de
las Relaciones Internacionales).
El Estado-Civilización es algo intermedio
que puede incluir en su seno a diferentes pueblos (naciones), confesiones e
incluso sub-Estados, pero que jamás se considera un modelo universal y
planetario. El Estado-Civilización siempre permanece sin importar los
vaivenes ideológicos, formas, culturas o fronteras que posee y puede existir
como un imperio unificado o como las ruinas, restos y fragmentos de un imperio
que, bajo ciertas circunstancias históricas, puede volver a reunificarse. El Estado-nación surgió en Europa en la
Modernidad, mientras que el Estado-Civilización existe desde tiempos
inmemoriales. Huntington observó que las civilizaciones estaban volviendo a
surgir después de que la lucha ideológica de dos bloques ideológicos
diferentes, capitalista y socialista, había dividido a los Estados-nación
durante la segunda mitad del siglo XX. El
colapso de la URSS y la unipolaridad liberal no podrían detener el retorno de
las civilizaciones (Fin de la Historia de Fukuyama [25]), por lo que
Huntington creía que la unipolaridad y la victoria global del Occidente liberal
y capitalista era una ilusión que duraría muy poco. El triunfo global del liberalismo solo llevaría al desmantelamiento de
los Estados-nación y la abolición del comunismo, pero jamás a la destrucción de
la identidad de las civilizaciones que parecían haber desaparecido hace mucho
tiempo. Huntington no se equivocó y poco a poco las diferentes
civilizaciones comenzaron a reclamar su participación en la política
internacional como sujetos activos, tal proceso llevó al hecho de que estas
civilizaciones se “politizaran” y se convirtieran en Estados-civilización.
Dentro
de los Estados-civilización existen toda clase de fuerzas y realidades que la
politología occidental es incapaz de entender, ya que no pueden ser reducidas a
las estructuras del Estado-nación o asimiladas a análisis macro y
microeconómico. Términos como
“dictadura”, “democracia”, “autoritarismo”, “totalitarismo”, “progreso social”,
“derechos humanos”, etc., no tienen sentido ante estas entidades y deben ser
reconceptualizados. La politología occidental moderna ha descartado
deliberadamente el análisis de la identidad civilizatoria, la importancia de la
cultura en la formación de un Estado y la sociedad o la importancia de los
valores tradicionales, algo que solo es aplicado al estudio de las sociedades
arcaicas. Sin embargo, las sociedades arcaicas son débiles políticamente y se
han convertido en objetos de investigación o modernización para Occidente. Los Estados-civilización conservan su
soberanía y cuentan con amplias tradiciones intelectuales y una gran
autoconciencia. Son sujetos y no objetos de estudio o “intentos de desarrollo” (siendo
esto último puro colonialismo disfrazado). Los
Estados-civilización tampoco se limitan a negar la universalidad del modelo
occidental, sino que también rechazan los intentos de Occidente de extender su
poder blando al interior de sus fronteras. Por otra parte, estos
Estados-civilización pueden extender su influencia más allá de sus fronteras y
no viven a la defensiva, sino también pueden crear estrategias para
contraatacar y desarrollar teorías para integrar sus propios Grande Espacios o
proponer proyectos ambiciosos. Esto último lo podemos observar en instituciones
como los BRI, la Comunidad Económica
Euroasiática, la OCS o los BRICS.
China sería el Estado-civilización por
excelencia, ya que su identidad y poder siempre han influido
fuertemente en la historia. La Rusia
contemporánea intenta convertirse en un Estado-civilización y la operación
militar especial en Ucrania es resultado de este intento; todo esto va
acompañado del aislamiento de Rusia de todas las redes mundiales, lo cual
demuestra la voluntad de nuestro país de desacoplarse del globalismo. Aunque
Rusia y China están logrando construir sus respectivos Estados-civilización en
confrontación directa con Occidente, países como la India (especialmente bajo el gobierno nacionalista de Modi) están
haciendo lo mismo bajo el amparo de Occidente. Los países islámicos, por el contrario, siguen una estrategia mixta de
confrontación (Irán) y alianza (Turquía, Pakistán) con Occidente. No
obstante, todos buscan crear sus propios Estados-civilización.
EL SEGUNDO MUNDO COMO EL NUEVO PARADIGMA DE
LA RELACIONES INTERNACIONALES
Uniendo
todos estos conceptos en un todo obtenemos la siguiente ecuación: segundo
mundo=semiperiferia=Estado-civilización. El “segundo mundo” son precisamente
los países que hoy defienden la multipolaridad y rechazan la unipolaridad y el
globalismo, es decir, la hegemonía del “primer mundo”. En cuanto a su nivel
de desarrollo económico y su grado de modernización, podemos decir que el
“segundo mundo” se corresponde a la semiperiferia del sistema-mundo. No
obstante, a diferencia de Wallerstein, no
consideramos que el destino de esta semiperiferia sea la integración de sus
élites a la globalización y la mezcla del proletario mundial en un crisol sin
control, sino la afirmación de su identidad propia y la unificación de las
sociedades que comparten esta identidad. Los polos autónomos del “segundo
mundo” (la semiperiferia) son los Estados-civilización tanto reales (China,
Rusia) como potenciales (el mundo islámico, América Latina, África).
Es
mediante este aparato conceptual que podemos entender la importancia de los BRICS y, aunque actualmente se trata de
una alianza muy convencional o de un club compuesto por Estados-Civilización
(explícitos e implícitos), vemos en ellos los representantes del “segundo
mundo” y la semiperiferia. Sin embargo, este club tiene la capacidad de cambiar
la situación actual: el siglo XX fue testigo de la constante erosión de la
soberanía de los Estados-nación y muchos de ellos no son más que cascaras
vacías formalmente reconocidas por la ONU que en su momento servían a uno u
otro campo de confrontación ideológica. En
el sistema bipolar solo existían dos verdaderos Estados soberanos: Washington y
Moscú. Estos últimos eran los que tomaban las decisiones y el resto de los
Estados-nación se acoplaban a las mismas de forma parcial o relativa. El fin de la URSS y la disolución del Pacto
de Varsovia no condujeron a la consolidación de los Estados-nación nacidos de
esta desintegración, sino que dio paso a la consolidación temporal de la
unipolaridad y la globalización. Además, Washington trató de convertir su
sistema de valores y reglas liberales en un modelo universal. El siguiente paso
lógico de este proceso hubiera sido la proclamación
de un Gobierno Mundial como lo quieren Fukuyama, Soros y Schwab (fundador del
Foro de Davos), pero este proceso fue truncado tanto por contradicciones
internas como por la rebelión directa de Rusia y China contra la unipolaridad.
Fue así que el “segundo mundo”, la semiperiferia y los Estados-civilización
desafiaron abiertamente al globalismo y se convirtieron en sus sepultureros. Lo
que parecía un fenómeno temporal y transitorio – la semiperiferia o los BRICS –
era en realidad algo mucho más importante, estableciéndose de ese modo los
fundamentos de la multipolaridad. El “segundo
mundo”, la semiperiferia y los Estado-civilización se convirtieron en los
principales actores de la política mundial, contradiciendo así las teorías
occidentales de las Relaciones Internacionales, incluida la versión
marxista-trotskista (Wallerstein) de la misma.
La
tesis del Estado-Civilización, en caso
de ser recuperada por los países del “segundo mundo” (los BRICS) podría
llevar a la reestructuración del panorama mundial. Occidente como el “primer
mundo”, el núcleo, dejará de ser el centro de todo y se convertirá en una
simple región de nuestro planeta.
Esto llevará a que Occidente cree su propio
Estado-civilización o incluso se divida en dos Estados-Civilización diferentes:
uno cuyo centro sería América del Norte y otro ubicado en Europa. Todo esto
llevará a la aparición de muchos otros
Estados-Civilización como China, Rusia, India, el mundo islámico, América
Latina, África, etc., que serán capaces de competir de igual a igual en todos
los niveles. Todos ellos podrán elegir libremente su futuro, sin ser
considerados como el pasado de Occidente.
Por
supuesto, este es un proyecto a futuro que requiere de sumar el potencial de todos los Estados-civilización no Occidentales
para desafiar al núcleo, relativizando sus pretensiones de dominio global y
limitando la influencia de su cosmopolitismo. El hecho de reducir las fronteras de Occidente y convertirlo en una
provincia implicaría la derrota del proyecto de un Gobierno Mundial y daría nacimiento
al Estado-civilización occidental. La
operación militar rusa en Ucrania y el futuro control chino sobre Taiwán son
los primeros pasos en ese sentido.
Casi
siempre el cambio del orden mundial se
produce a través guerras que algunas veces toman el carácter de guerras
mundiales. Desgraciadamente, la construcción del mundo multipolar nacerá de
estas guerras. Si la guerra no puede ser
evitada, lo único que podemos hacer es limitar la escala de la misma por medio
de regla y leyes conjuntas. Sin embargo, semejante proyecto requiere de un
análisis de los fundamentos teóricos y conceptuales de la multipolaridad.
Notas:
[1]Dugin
A. The Theory of a Multipolar World. Budapest: Arktos Media Ltd, 2021.
[2]
Dugin A. Geopolítica del mundo multipolar Santiago de Chile: . Ignacio Carrera
Pinto Ediciones, 2022.
[3]
Aijaz Ch. K. The political economy of development and underdevelopment. New
York: Random House, 1973.
[4]
Rangel C. Third World Ideology and Western Reality. New Brunswick: Transaction
Books, 1986.
[5]
Krasner S.D. Sovereignty: Organized Hypocrisy. Princeton: Princeton University
Press, 1999.
[6]
Cardoso F., Falleto E. Dependency and Development in Latin America. Berkeley:
University of California Press. 1979; Ghosh, B.N. Dependency Theory Revisited.
Farnham, UK: Ashgate Press. 2001.
[7]
Hobson J. The Eurocentric Conception of World Politics: Western International
Theory,
1760–2010.
Cambridge: Cambridge University Press, 2012.
[8]
Morgan Lewis Henry. Ancient Society. Tucson: The University of. Arizona Press,
1995.
[9]
Tylor Edward Burnett. Researches into the Early History of Mankind and the
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