ALVER METALLI - febrero 2019
Hay un momento para cada cosa,
dice el Eclesiastés, y los evangélicos
argentinos, como en el resto de América Latina, consideran que ha llegado
su momento. El tiempo de conquistar espacios públicos y de poder para defender
mejor los valores que son importantes para ellos y también para impedir con más
fuerza que sean reemplazados con leyes civiles contrarias. Históricamente, en
Argentina, como lo señala José Luis Pérez Guadalupe en "Entre Dios y el
César. El impacto político de los evangélicos en el Perú y América
Latina", el peronismo
constituyó una barrera para el surgimiento de un partido evangélico, de la
misma manera que constituyó una barrera para la formación de frentes comunistas
filo guerrilleros cuando soplaban desde el Caribe los vientos de la subversión
de los sistemas políticos. Por eso el proyecto de fundar un partido confesional,
que en 1991 dio origen al Movimiento Cristiano Independiente (MCI), fracasó muy
rápido cediendo el paso a opciones estratégicamente más factibles y realistas
bajo la forma de candidaturas individuales en los diversos partidos existentes.
Se puede considerar que el detonante de la nueva fase fueron la movilizaciones contra el aborto de
mayo de 2018, que dieron lugar a manifestaciones multitudinarias tanto
en la capital, Buenos Aires, como en el resto del país. Los evangélicos
hicieron sonar las trompetas, salieron a la calle, hicieron números y tomaron
conciencia de que eran muchos y podían hacer valer sus razones en la plaza
política. De allí a la decisión de enviar al Congreso sus propios
representantes el paso es muy corto y está a punto de ser dado.
El diario argentino Perfil
advierte diversos movimientos en el ámbito evangélico pentecostal que anticipan
próximas movidas específicamente políticas. El diputado de la próspera ciudad
de Salta, Alfredo Olmedo,
habría recibido la bendición de la Iglesia Universal para presentar su
candidatura en las elecciones presidenciales de octubre.Cynthia
Hotton, ex diputada y activa líder pro vida, se contentaría con una
banca en el Congreso de la Nación mientras el pastor David
Pablo Schlereth será candidato a vicegobernador de la alianza que
gobierna en la provincia de Neuquén. Otro pastor evangélico, Daniel Robledo, -
siguiendo la información del diario argentino – se postulará para el cargo de
gobernador de la provincia de La Pampa en las elecciones que están a punto de
celebrarse el 17 de febrero. También está muy activo Walter
Ghione, de la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la
República Argentina, quien en 2017 obtuvo 32.470 votos como candidato a
diputado y no oculta objetivos incluso más ambiciosos.
Otra encuesta reciente, en este
caso del diario argentino La Nación, sobre “los evangélicos y la política”
refiere un considerable número de hechos concretos que documentan la propensión
política del nuevo protestantismo sudamericano. Parte de una premisa: que los
evangélicos argentinos apuntaron con fuerza a los sectores populares y ahora
recogen los frutos de esa inversión.
Casas para chicos de la calle, comedores populares en los barrios más
marginales, centros de recuperación para toxicodependientes, casas para mujeres
víctimas de violencia y asilos para ancianos se han convertido en formas
habituales de la presencia evangélica actual, al punto que los
ministerios de Desarrollo Social de la Nación y de la provincia de Buenos Aires
han reconocido el valor social del trabajo evangélico e incorporado sus obras a
la distribución de ayuda alimentaria en las zonas clave de la periferia urbana
afectadas por la crisis. Una presencia que es tan capilar como las mismas
comunidades pentecostales en los sectores más marginales de la sociedad
argentina. Según datos de la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la
República Argentina (Aciera) que reproduce La Nación, en
la provincia de Buenos Aires las iglesias evangélicas serían más de 5.000,
sumado a la Unión de las Asambleas de Dios que reúne cerca de mil iglesias
pentecostales solo en Buenos Aires.
El sociólogo argentino Jorge
Ossona considera que la “popularización
evangélica” en los estratos más humildes de la población de Buenos Aires y
provincia comenzó durante la gran recesión del 2001-2002, cuando el
peso de la crisis económica que condujo al default argentino se hizo sentir de
manera aguda y las parroquias y organizaciones comunitarias no alcanzaban a
responder a los pedidos de ayuda que provenían de los barrios más vulnerables.
“Muchos militantes confesionales salieron a cuestionar sin miramientos a los
párrocos y sus asistentes laicos” afirma Ossona, quien en un artículo en el
diario Clarín de enero de 2018 dice que “una de las vertientes de ese movimiento
de rebelión fraguó en el pentecostalismo” y que “sus pastores no fueron sino
vecinos del barrio acompañados por sus esposas e hijos. Su carisma y escasa
formación teológica se conjugaron para resolver problemas concretos que
abarcaban desde las adicciones hasta la infidelidad y el delito”.
Tal como se ha observado en
otros países del continente, también en Argentina el proselitismo de los
movimientos evangélicos en las zonas marginales apunta a una población
predominantemente católica y obtiene con ella los mejores resultados. Las razones
de la transmigración católica hacia el evangelismo están bien descriptas en el
documento final de la Conferencia de Aparecida en 2007, resultado de un
amplio intercambio entre los obispos latinoamericanos con la orientación del
cardenal Bergoglio. «Según nuestra experiencia pastoral, muchas veces, la gente
sincera que sale de nuestra Iglesia no lo hace por lo que los grupos “no
católicos” creen, sino, fundamentalmente, por lo que ellos viven; no por
razones doctrinales, sino vivenciales; no por motivos estrictamente dogmáticos,
sino pastorales; no por problemas teológicos, sino metodológicos de nuestra
Iglesia. Esperan encontrar respuestas a sus inquietudes. Buscan, no sin serios
peligros, responder a algunas aspiraciones que quizás no han encontrado, como
debería ser, en la Iglesia».
El sociólogo Fortunato
Malimacci en una de las primeras investigaciones confiables sobre “creencias y
actitudes religiosas de los argentinos” ofrece el dato nacional de una pertenencia religiosa al catolicismo del
76,5 por ciento, contra un 9 por ciento de argentinos que declaran ser
evangélicos. Otro estudio realizado en las principales villas miseria de
Buenos Aires lleva a los autores a concluir que la identidad religiosa
mayoritaria sigue siendo católica, a la que siguen las denominaciones
cristianas no católicas, evangélicas, pentecostales y adventistas, con
porcentajes sensiblemente más elevados que a nivel nacional. Una conclusión que muestra hasta qué punto
los evangélicos tienden a concentrarse en sectores de mayor marginalidad urbana.
Y precisamente
allí, en los sectores marginales, se
concentra la lucha entre un catolicismo popular en recuperación y un
evangelismo agresivo y de última generación, nada proclive al ecumenismo y
a la convivencia con los católicos. Cualquiera que recorra mínimamente los
barrios precarios de Buenos Aires no puede dejar de ver por todas partes las
señales de una religiosidad popular que Bergoglio primero y el Papa Francisco
después han hecho objeto de una renovada atención de parte de la Iglesia. Las
imágenes de la Virgen en sus diversas
advocaciones – Luján, Caacupé, Copacabana, Urcupiña, etc. –imperan en capillas
precarias diseminadas en los estrechos callejones de las villas y barrios
marginales, mientras pequeños
“santuarios” dedicados a santos de difundida devoción en el país –
Cayetano, Francisco, etc. – conviven con otros cuya existencia es más dudosa
como el Gauchito Gil y la Difunta Correa.
La renovada
devoción popular explica también por qué en la Argentina de Bergoglio los
valores porcentuales, tanto del abandono
del catolicismo como de la expansión del movimiento evangélico, son
notablemente inferiores al promedio continental latinoamericano, con
algunas señales de una evidente recuperación del terreno perdido. En las villas
miseria y en los sectores populares la Iglesia, concebida como hospital de
campaña para la humanidad que habita en ellas, produce un verdadero movimiento
de reconquista de los fieles que pasaron al evangelismo o han sido recientemente
reclutados. “La parroquia es el barrio y el barrio es la parroquia”, sintetiza
en una imagen el obispo de las villas miseria Gustavo Carrara. Otro sacerdote que juega de local en las villas, José María di Paola, constata el
activismo político evangélico y al mismo tiempo lo interpreta como una crisis
de la política actual argentina. “Se juntan las dos cosas, la fuerza evangélica
y la crisis de la política. Menos participación de la gente en instancias
políticas, más mediatización de la política y más espacio para los
evangélicos”. El “Padre Pepe” considera que «los evangélicos argentinos y los
pastores que los guían usan la política y son usados por ella. La política y los políticos han perdido el
nexo con el pueblo y eso hace que consideren a los grupos evangélicos como una
especie de sustituto de su precariedad en la relación con la base electoral».
El sacerdote da el ejemplo de una figura política bien conocida por los
argentinos: “Antes, en los barrios y en las villas, estaban los punteros, personas
que encarnaban un cierto liderazgo político o representaban a una figura
política de nivel nacional; ahora en muchos casos esos punteros son
evangélicos”.
* Un agradecimiento especial al
dr. José Luis Pérez Guadalupe, autor de la excelente investigación “Entre Dios
y el César. El impacto político de los evangélicos en el Perú y América Latina”
(Perú 2017) cuyas ideas y conclusiones han sido ampliamente seguidas en el
primer y segundo artículo.