*Por Juan Godoy para AGN prensa
El
gobierno en general y el presidente en particular expresa la antítesis de lo
que construimos como nación a lo largo de estos siglos. Nuestras tradiciones,
identidad y conciencia nacional no sólo no se encuentran en la programática
libertaria, sino que son bastardeadas y vapuleadas día a día. De esta forma
también se mina la autoestima de nuestro
pueblo.
Queda claro que destruyendo el “ser
nacional” no quedan barreras defensivas a este experimento, a la defensa de lo
nacional. Transitamos una cornisa que “los nacionales” vienen
advirtiendo hace tiempo pero que se ha acelerado a partir de la irrupción
libertaria, la posible balcanización de nuestro país y la disgregación
nacional.
En tiempos de relativismo cultural,
insistimos y enfatizamos en que todo no puede dar lo mismo. Perón
advertía los riesgos en torno a la nacionalidad cuando no median factores de
unión y de cohesión, resultando imperdonable el intento de destruir el “alma
nacional”.
¿Cómo
enfrentar este “experimento” que si bien tiene muchas cuestiones que ya
conocemos, también tiene algunas particularidades novedosas? Resulta
primordial, como decía Sun Tzu conocerse
a uno mismo y también al adversario. Vale decir, muy someramente ya que en
estos meses varios artículos apuntaron cuestiones muy interesantes al respecto,
y destacar no solo el origen democrático del gobierno, sino también apuntar que
en esa expresión hay varias respuestas al interrogante acerca de cómo llegamos
hasta aquí.
La
advertencia entre “compañeros” del campo nacional a lo largo de estos años
resultaba recurrente, lo podríamos definir en una frase que se escuchó
reiteradamente en los últimos años: “esto termina mal…” .
En este
punto, queremos significar que en el diagnóstico
libertario que constituyó parte de su campaña que lo catapultó (más allá de
otras “ayudas” de los “magos de la política” que pensaban y piensan siempre que
“la tienen atada” subestimando al pueblo), al gobierno hay muchas verdades y
mayormente “medias verdades”, las más difíciles de desandar.
Será
por eso que decía Jauretche que los pueblos primero “aprenden” lo que no
quieren y luego queda construir el camino hacia el proyecto de nación que pueda
arbitrar soluciones a las problemáticas nacionales. Apuntamos muy rápidamente
que, desde ya, hubo un impacto de la economía pero no es la única arista de
análisis que hay que buscar, sobre todo por la elección de una expresión tan
virulenta.
El gobierno es expresión nuevamente del
“que se vayan todos”, un voto lógico desde esa óptica, claro está. Milei
probablemente sea hijo de la pandemia y de la política aplicada sobre la misma
en esos largos meses (y de ciertos acontecimientos que sucedieron: léase por ejemplo
la justificación que algún funcionario accediera antes a la vacuna porque él es
más importante que los “ciudadanos de a pie”) , como también (y acá hay un
punto nodal) de la política cultural de los últimos años, de la discursividad
progresista y sus diversas agendas ligadas mayormente a las minorías con poca
raigambre en las necesidades de nuestro pueblo (y muchas muy ligadas a las de
los intereses extranjeros), la sobre-ideologización.
Otra
cuestión central en el análisis es lo que alguien (lo he leído en varias notas,
no sé de quién es la idea original) denominó certeramente como un Estado que hace mímica (más allá de
algunas cuestiones importantes y maravillosas, podemos observar esto claramente
en la salud o en la educación -fundamentalmente en “los conurbanos”-, la
política de seguridad y su justificación “clasista”), como asimismo pregonar un conjunto de ideas pero no
practicarlas, es decir no ser coherente entre lo que se dice y lo, que se hace,
no seguir lo que Francisco puntualiza como central en la construcción política
de los dirigentes: pregonar con el ejemplo (no se sigue a los líderes por lo
que dicen, sino por lo que hacen).
Ponemos
de relevancia también la falta de un
proyecto nacional, atado a la imposibilidad del desarrollo. Un discurso que
deja de lado el trabajo (no sabemos
bien en base a qué estudio o solamente es repetir una zoncera), rompiendo la
máxima de Perón en torno a que “cada uno debe producir, al menos, lo que
consume”. Esa carencia o desorientación se observa en el discurso anti-sindicalista, y/o anti-militarista abstracto, cuando
no en contra de la fe que profesa en mayoría casi absoluta nuestro pueblo.
Queremos
apuntar también la problemática de la construcción de un discurso absolutamente
soberbio que divide la sociedad en
buenos o malos. En que nosotros somos todo lo bueno, y los demás los malos.
Una suerte de superioridad moral. Vale
destacar también una dirigencia divorciada de las problemáticas del pueblo,
sumada a la balcanización del gobierno,
y a que a la “grieta” externa se le sumó una “grieta” interna, lo cual también
dificultó mucho más el desempeño del gobierno.
Una
política realizada por uno “nuestro” es buena, mientras que la misma política
realizada por uno “de ellos” es mala. Sectores dentro del gobierno que
preferían que no funcione o tiroteaban si “la cosa” iba bien. “Dirigentes”
auto-proclamados que no dirigen a nadie. Por último, anotamos una cuestión
preocupante: la tendencia a la
“desaparición” de la militancia política entendida como una actividad
realizada para otros, con “la formación” como elemento central, y los espacios
territoriales de anclaje. Dejado de lado eso nos quedan un conjunto de
tecnócratas preocupados por ellos mismos y sus bolsillos, una “política” vacía,
un “cuerpo si alma”.
No
casualmente Francisco en su exhortación apostólica de octubre de 2023 Laudate
Deum dedica especial atención al paradigma tecnocrático. Volvemos más
concretamente al interrogante en torno a cómo enfrentar estas políticas y
fundamentalmente algunas problemáticas que observamos al respecto.
Hay una
anécdota de Perón conocida ya que la contó en sus clases en la Escuela Superior
Peronista, luego compiladas en Conducción Política. El General refiere allí a
que cuando era Secretario de Trabajo y Previsión Social algunos sectores
fubistas y de la Unión Democrática tenían una fuerte presencia en la calle, a
lo que varios trabajadores le reclamaban a Perón e insistían en la idea de “ganar la calle”. Perón respondía con
prudencia con el principio de “economía de fuerzas” que “hay que ganar la calle
en un momento y en un lugar decisivo. Pretender tener siempre la calle es
gastar la fuerza y no ser nunca fuerte”.
Esto
anécdota vale en tanto hay sectores que piensan y “presionan” (desde diciembre
mismo), para “salir a la calle”, “ganarla”, “paro general por tiempo
indeterminado”, “caceroleros” de nula o dudosa trayectoria política erigidos en
“revolucionarios” que critican a la CGT, etc. etc. Esos sectores se
auto-proclaman como los “más revolucionarios”, y tildan a todos los demás
(cuando no “la burocracia sindical”) de conservadores.
Se
piensa a priori que esa es la única forma de “ganar” políticamente, cuando es
probable que se termine debilitando el “campo nacional” y fortaleciendo el
gobierno que se pretende debilitar. Nos preguntamos por qué pretenden tener más
mérito que dirigentes sindicales elegidos por sus bases, representativos, y
cuando no refrendados varias veces.
Esto
último nos recuerda a Bassil Liddel Hart
que en su libro más conocido nos dice que “en la estrategia, el camino más
largo es con frecuencia la manera más rápida de llegar a casa”. Diseñar una
estrategia en la cual se apoya la táctica entonces resulta esencial. En este
sentido también el “gran estratega” debe descubrir los puntos de apoyo de quién
se enfrenta, apuntando a debilitarlos, descubrir el tendón de Aquiles, se trata
de una lucha política. Vale remarcar que fortalecer “nuestra posición” es
también debilitar la del adversario.
Vale
también recordar aquí otra “enseñanza” de Perón para los movimientos
revolucionarios, pero que resulta adecuada también para reflexionar sobre este
punto que mencionamos. Afirmaba Perón que había tres enfoques: “el de los
apresurados, que creen que todo anda despacio porque no se rompen cosas ni se
mata gente. El otro sector está formado por los retardatarios, esos que no
quieren que se haga nada, y hacen todo lo posible para que esa revolución no se
realice. Entre esos dos extremos perniciosos existe uno que es el del
equilibrio, y que conforma la acción de una política que es el arte de hacer lo
posible, no ir más allá ni quedarse más acá. Pero hacer lo posible en beneficio
de las masas, que son las que más merecen y por las cual tenemos que trabajar los
argentinos”.
Hay una
cuestión que aparece reiteradamente en sectores vinculados en mayor o menor
medida al “campo nacional” que es una postura soberbia que, como sabemos, no es
buena consejera en política. Una postura que, a partir de su auto-proclamación
como gran analista político, pretende “explicarle” al pueblo cómo debe
“pensar”.
Es una
postura que en muchas ocasiones denigra al “otro”. En lugar de prestar más oído
y construir una agenda política ligada a las problemáticas de nuestro pueblo,
adopta una postura iluminista que lo que termina haciendo es alejando a los
sectores populares de nuestro lado. Hay también un umbral bajo de tolerancia a
quien “piensa diferente”.
Se
cortan en gran medida los vasos comunicantes, gran problema, hemos llegado a un
punto en que gran parte del pueblo “no los quiere escuchar”, cuando no les
guarda un profundo desprecio. Muchas veces se prefiere “tener razón” a tener
éxito siendo persuasivo.
Perón
también contaba que cuando llegó a la Presidencia e ingresó en su despacho,
cuando le preguntaron qué era lo primero que iba a hacer, contestó: “tirar al
General por la ventana”, con lo que quería significar la necesaria
transformación y re- semantización política necesaria al pasar de “lo militar”
a “lo político”, cuestión que también desarrolla en las clases de Conducción
Política cuando explica que la base eran los “Apuntes de historia militar” que
había escrito en los años 30, entendiendo por ejemplo que en lo militar se
conduce mandando, y por el contrario en la política se lo hace persuadiendo.
Lo que
tenemos es una postura que ha sido muy perniciosa a lo largo de nuestra
historia. Un sector que se erige en
“vanguardia iluminada”, sobre la que nada ni nadie puede estar. El mismo
está más bien ligado a un esquema de pensamiento colonial que lo lleva a pensar
en divorciado de las necesidades nacionales, al fin y al cabo piensan en
términos de “civilización y barbarie”.
Se
trata de quienes “la tienen clara”, “bajan al territorio”, “hablan en códigos
para ‘entendidos’”, se erigen en “vara moral”, llegando a “putear” al que no
piensa como ellos, a denigrarlo, al tratarlos de conservadores o “que atrasan”,
a caricaturizarlos como dinosaurios, a burlarse de sus creencias, etc.
No hay
que ser un pensador audaz para dar cuenta que desde ahí es muy difícil
construir política. Decía Hernández
Arregui sobre estos sectores medios que: “la clase media, convencida de su
independencia, justamente porque carece de ella, se cree depositaría de valores
universales, sin comprender que detrás de ellos están los intereses
particulares de la burguesía. El pequeño-burgués –y el intelectual no escapa a
esta regla– piensa siempre en términos absolutos (…) Su minúscula situación
social le hace perorar con frases de gigantes”.
Ciertos
sectores progresistas de hoy, algunos que pregonan su pertenencia al campo
popular, se creen más que los trabajadores organizados a los cuáles llenan de
adjetivaciones, al fin y al cabo parecen tener sobre los trabajadores el mismo
odio que los gorilas profesaban sobre los “cabecitas negras” en los 40/50 o que
muchos de sus hijos (y otros) en los 60/70 tenían sobre lo que consideraban
“sindicalismo burocratizado” blanco predilecto de sus atentados.
Mucho
de esto se vio en los últimos años, pero como decía el General “la única verdad
es la realidad”, y esa realidad indica que en los últimos años el movimiento
obrero organizado se ha sostenido como bastión central de la resistencia del
movimiento nacional a las diversas políticas sobre nuestro pueblo.
Su
larga tradición de lucha se vio claramente estos últimos años en el macrismo a
través de la realización de cinco paros generales entre otras medidas
contribuyendo a que esa administración dure tan solo un mandato constitucional,
y también en estos primeros meses de experiencia libertaria, se vio
concretamente en logros contra su política principalmente en lo referente al
trabajo.
Al fin
y cabo se trata de luchar, de ser inteligentes, de persuadir, tener fe en
nuestro pueblo que sabe de gestas épicas, al mismo tiempo que construir una
agenda política que parta de nuestra realidad y las necesidades de nuestro
pueblo, partir de abajo hacia arriba, y elaborar un proyecto nacional de
emancipación.
En este
punto, se revela esencial entender que, como dice Francisco, “el todo es
superior a la parte”, “el tiempo es superior al espacio”, “la unidad prevalece
sobre el conflicto” y “la realidad es más importante que la idea”.
Apuntar
desde ahí a la construcción de una unidad nacional, y esa unidad no es entre
los que pensamos lo mismo, sino es con el que se tiene un conflicto, con el que
piensa diferente, entendiendo que la misma no anula a las partes sino que en la
síntesis se sostienen las identidades de cada uno. Por un momento, al menos, y
sinceramente hay que valorar la posición del “otro”, acercar posiciones,
construir puentes (no muros), que nos lleven a la unidad en virtud de la
grandeza nacional y la felicidad de nuestro pueblo.