viernes, 19 de octubre de 2012

Cantos a nuestra Gesta



Al 17 de Octubre

Leopoldo Marechal

Era el pueblo de Mayo quien sufría,

no ya el rigor de un odio forastero,

sino la vergonzosa tiranía

del olvido, la incuria y el dinero.

 
El mismo pueblo que ganara un día

su libertad al filo del acero

tanteaba el porvenir, y en su agonía

le hablaban sólo el Río y el Pampero.

 
De pronto alzó la frente y se hizo rayo

(¡era en Octubre y parecía Mayo!),

y conquistó sus nuevas primaveras.

 
El mismo pueblo fue y otra victoria.

Y, como ayer, enamoró a la Gloria,

¡y Juan y Eva Perón fueron banderas!



Emoción para ayudar a comprender

Raúl Scalabrini Ortiz

“Corría el mes de octubre de 1945. El sol caía a plomo sobre la Plaza de Mayo, cuando inesperadamente enormes columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían directamente desde sus fábricas y talleres. No era esa muchedumbre un poco envarada que los domingos invade los parques de diversiones con hábitos de burgués barato. Frente a mis ojos desfilaban rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de restos de brea, de grasas y de aceites. Llegaban cantando y vociferando unidos en una sola fe. Era la muchedumbre más heteróclita que la imaginación puede concebir. Los rastros de sus orígenes se traslucían en sus fisonomías. Descendientes de meridionales europeos iban junto al rubio de trazos nórdicos y al trigueño de pelo duro en que la sangre de un indio lejano sobrevivía aún.

El río cuando crece bajo el empuje del sudeste disgrega su masa de agua en finos hilos fluidos que van cubriendo los bajíos con meandros improvisados sobre la arena, en una acción tan minúscula que es ridícula y desdeñable para el no avezado que ignora que ése es el anticipo de la inundación. Así avanzaba aquella muchedumbre en hilos de entusiasmo, que arribaban por la Avenida de Mayo, por Balcarce, por la Diagonal…

Un pujante palpitar sacudía la entraña de la ciudad. Un hálito áspero crecía en densas vaharadas, mientras las multitudes continuaban llegando. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, el tejedor, la hilandera y el empleado de comercio. Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la nación que asomaba, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto. Era el substrato de nuestra idiosincrasia y de nuestras posibilidades colectivas allí presente en su primordialidad sin reatos y sin disimulo. Era el de nadie y el sin nada, en una multiplicidad casi infinita de gamas y matices humanos, aglutinados por el mismo estremecimiento y el mismo impulso, sostenidos por una misma verdad que una sola palabra traducía.

En las cosas humanas el número tiene una grandeza particular por sí mismo. En ese fenómeno majestuoso a que asistía, el hombre aislado es nadie, apenas algo más que un aterido grano de sombra que a sí mismo se sostiene y que el impalpable viento de las horas desparrama. Pero la multitud y el alma de todos nos redimía. Presentía que la historia estaba pasando junto a nosotros y nos acariciaba suavemente como la brisa fresca del río.

Lo que yo había soñado e intuido durante muchos años, estaba allí presente, corpóreo, tenso, multifacetado, pero único es el espíritu conjunto. Eran los hombres que están solos y esperan que iniciaban sus tareas de reivindicación. El espíritu de la tierra estaba presente como nunca creí verlo.

Por inusitado ensalmo, junto a mí, yo mismo dentro, encarnado en una muchedumbre clamorosa de varios cientos de miles de almas, conglomeradas en un solo ser unívoco, aislado en sí mismo, rodeado por la animadversión de los soberbios de la fortuna, del poder, y del saber, enriquecido por las delegaciones impalpables del trabajo de las selvas, de los cañaverales, y de las praderas, amalgamando designios adversarios, traduciendo en la firme línea de su voz conjunta su voluntad de grandeza, entrelazando en una sola aspiración simplificada la multivariedad de aspiraciones individuales, o consumiendo en la misma llama los cansancios y los desalientos personales, el espíritu de la tierra se erguía vibrando sobre la plaza de nuestras libertades, pleno en la confirmación de su existencia.

La substancia del pueblo argentino, su quintaesencia de rudimentarismo estaba allí presente, afirmando su derecho a implantar para sí mismo la visión del mundo que le dicta su espíritu desnudo de tradiciones, de orgullos sanguíneos, de vanidades sociales, familiares o intelectuales. Estaba allí desnudo y solo, como la chispa de un suspiro: hijo transitorio de la tierra capaza de luminosa eternidad.


Vastedad del abismo

Alfredo Carlino

Arrancaron de Berisso, Ensenada,

Avellaneda y Valentín Alsina.

en el resplandeciente fulgor

de la muchedumbre esperanzada

violaron la fuente de la plaza,

se lavaron los pies del cansancio

y del mundo que se iba, irremediablemente.

Hoy nazco lleno de esta música tamboril,

imperecedera, que seguirá en la descendencia

y en el mito de la popular.

Porque el 17 de octubre fue el nacimiento

y la eternidad nos esperaba.

 
17 de octubre

Alfredo Carlino
Y ellos,

los mascarones de proa,

los pitucos del privilegio.

No sabían

que la música venía,

igual e idéntica a tantos sueños

malversados y rotos,

por el tiempo colonial.

No sabían

pero la música estaba,

oculta detrás de cada overol,

en cada grito,

Estaba el 17,

que le creció a la ternura,

en la calle ganada repentinamente.

Iban las magnolias y los cipreses del protagonismo.

Iban los sin nombres,

sin abuelos del Patriciado,

sin estancias ni vacas sagradas.

Eran la nada, por eso el todo.

Bandoneones afinados en la latitud del Barrio,

guitarras, bombos y charangos

venían ocultos en la densa brumosidad,

detrás de la pasión,

en la intimidad de un pueblo,

gestador de la multitud sobre la plaza,

el día, el sol,

la utopía, el rescate del Coronel

y la honrada victoria del oprimido.


Octubre entero
Fermín Chávez
Miradme así en octubre, la boca levantada,

para decir los nombres que en mi sangre macollan.

Todo lo que en el Pueblo se vuelve luz gritada

cuando el hombre y la tierra se buscan y se apoyan.

 
Miradme así en octubre, con mi ruano mañero

que a la fiesta del pueblo me arrimó receloso.

Traigo un campo de huesos. Viene el paisaje entero

con un perro y un chico y un arroyo barroso.

 
Traigo la voz del pueblo en mi boca de octubre,

en mi sangre de octubre parecida a una mora.

Miradme así en octubre, con las manos de octubre

y tendones rosados empujando a la aurora.

 
Quiero mirar la patria en el humo que sube

azul desde las fábricas, azul desde mis venas,

nombrarla en un tobillo que no tiene cadenas,

mirarla como el hombre cuando mira a la nube.

 
Quiero decir obrero, decir descamisado.

17 de octubre, laurel en la tormenta.

Quiero abrir una fiesta en mi jergón colorado

y una garza rosada. (La aurora que se asienta).

 
Miradme así en octubre, con mi ruano mañero

que la fiesta del Pueblo me arrimó resudado.

Traigo un campo de lino. Viene mi octubre entero.

Con un perro y un chico y un arroyo cortado.





Los partidos políticos a 122 años

        Alberto Buela (*)   En la tranquilidad de en este tiempo que me toca vivir encontré en la biblioteca un viejo libro del autor bi...