Por: Eduardo J. Vior para EL PAIS
El viernes 26 de noviembre Francia e Italia
firmaron con gran pompa en Roma un tratado bilateral de cooperación reforzada.
El tratado fue rubricado por la mañana en el palacio presidencial del Quirinal
por el presidente francés Emmanuel Macron y el jefe del gobierno italiano Mario
Draghi en presencia del presidente italiano Sergio Mattarella.
Este tipo de
"tratado de cooperación bilateral reforzada" es poco frecuente en
Europa. Para Francia es sólo el segundo después del Tratado del Elíseo con
Alemania, de 1963, completado por el Tratado de Aquisgrán en 2019. El texto, que prevé una intensificación del
trabajo conjunto en materia de diplomacia y defensa y las transiciones digital,
medioambiental y espacial, contiene pocas novedades o ambiciones concretas
a corto plazo, aunque propone crear mecanismos para desactivar las crisis y
sistemas de convergencia para ir profundizando la integración.
Desde el
nombramiento en febrero pasado del ex presidente del Banco Central Europeo
(BCE), Mario Draghi, como jefe del
gobierno italiano, París y Roma han superado sus diferencias de años anteriores
y trabajan estrechamente. Esto tiene mucho que ver con las coincidencias
entre Emmanuel Macron y Mario Draghi en la mayoría de los temas importantes que
el tratado intenta institucionalizar.
"Para ser
soberana, Europa debe ser capaz de protegerse, de defender sus fronteras,
debemos crear una verdadera defensa europea. Este tratado ayuda a esta defensa
europea, que por supuesto es complementaria de la OTAN, no la sustituye: una Europa más fuerte hace más fuerte a la
OTAN. Este es uno de los primeros y más fundamentales pasos hacia los que se
dirige este tratado". Esto es lo que ha dicho el primer ministro Mario
Draghi en la rueda de prensa con el presidente francés Emmanuel Macron tras la
firma del tratado en el Quirinal.
Al firmar el
acuerdo, ambas potencias se resguardan ante los cambios en curso en el
continente y su entorno: el fin del gobierno de Angela Merkel deja a la UE sin liderazgo y las primeras señales que
da la coalición “semáforo” a punto de sucederla hacen temer que el vacío de
liderazgo se profundice; la salida de
Gran Bretaña de la UE la ha debilitado económicamente, pero la ha acercado aún
más a EE.UU. y la ha tornado todavía más agresiva, como se evidencia en
Europa Oriental, donde la política británica de formación de un "cordón
sanitario” en torno a Rusia no sólo está dañando a ésta y a Alemania, sino
también interceptando la tradicional influencia francesa sobre Polonia y
Serbia. Finalmente, el repliegue de
EE.UU. en Oriente Medio y su limitada capacidad en el Sahel han abierto
espacios al ingreso de Rusia y otros actores menores (Turquía, Emiratos,
Egipto) que amenazan lo que Italia y Francia han considerado siempre como “sus”
áreas de influencia.
La coalición
entre la socialdemocracia (SPD), los Verdes (Die Grünen) y los liberales
(FDP), punto de asumir el gobierno en
Berlín, ofrece para la opinión pública algunas sorpresas positivas, pero también
suscita muchos interrogantes entre los socios de la UE. Una de estas sorpresas
positivas es la claridad con la que los tres socios se comprometen a la
protección del clima como "prioridad absoluta". El cuidado del clima,
dicen, asegura "la libertad, la justicia y una prosperidad
sostenible". Este mantra tiene la función de mantener unida a la
coalición. Sin embargo, es dudoso que mantenga su efecto durante cuatro años o
incluso sea adoptado por los socios europeos.
El contrato de
la coalición contiene otro anuncio sorprendentemente claro: la UE debe convertirse en un Estado
federal, sujeto a la subsidiariedad y la proporcionalidad. La regla de la
unanimidad en la Política Exterior y de Seguridad Común va a desaparecer.
La coalición afirma que Europa “debe volver a la cima del mundo”. Esto se
garantizará, supone, mediante una iniciativa de inversión "centrada en
proyectos con valor añadido para el conjunto de la UE", que se concretaría
mediante esfuerzos conjuntos de investigación y desarrollo, proyectos de
política industrial subvencionados y cerrando las brechas en las redes
transnacionales de ferrocarril, datos y energía. No obstante, el programa de la
nueva coalición no aclara de dónde saldrán los fondos para financiar proyectos
tan encomiables ni cómo se gestará la “transición ecológica”, para que el
abandono del carbón no provoque una crisis energética mayúscula.
Si está decidido
no aumentar los impuestos, van a tener que encontrar la forma de evadir los
límites a la toma de deuda o liberar miles de millones de euros previstos para
otros gastos. El Pacto de Estabilidad y
Crecimiento de la UE se mantendrá como "base" de la sostenibilidad de
la deuda, pero el programa de la coalición introduce la novedad de
"garantizar inversiones sostenibles y respetuosas con el clima", lo
que implica un ablandamiento de facto de la política de ajuste.
Mientras que en
la política europea la nueva coalición ofrece más Alemania que antes, en la
política internacional y de Defensa parece un dócil cachorrito del Departamento
de Estado. Vuelve "a una política exterior alemana normativa y basada en
valores", dice Cathryn Clüver Ashbrook, directora del Consejo Alemán de
Relaciones Exteriores. Es un eufemismo para decir que será una política menos realista que la de Merkel y más llena de
declaraciones altisonantes al gusto del universalismo liberal. No por
casualidad la experta citada predice que "especialmente el gobierno de
EE.UU., bajo la presidencia de Joe Biden, acogerá muy bien esta oferta".
"La futura
coalición muestra una nueva claridad y sigue
viendo a China como un socio, pero también como un rival sistemático",
dice también Clüver Ashbrook. La internacionalista acoge con satisfacción que
Alemania coordine su futura política hacia China con EE.UU., “para reducir la
dependencia estratégica respecto a ese país”. El acuerdo también adopta un tono
más duro que antes con respecto a Rusia.
Sintetizando,
puede describirse la política europea del gobierno a punto de asumir como
ilusoria: suponer que sus socios en la
UE van a aceptar delegar soberanía a un Estado federal con un claro predominio
alemán, es carecer de sentido de realidad y despertar en el continente los
peores fantasmas del pasado. Por otra parte, la tan cacareada “transición ecológica” necesita mucha plata.
No basta con insinuar que se permitirán “trasgresiones” al Plan Europeo de
Estabilidad y Crecimiento. Es necesario cancelarlo y convertir al Banco
Central Europeo (BCE) en un Banco de desarrollo e inversión, pero este giro
chocaría con la resistencia de la oligarquía financiera que domina Europa y
mantiene la alianza con Gran Bretaña a pesar de la salida de ésta de la Unión.
Durante años,
Alemania y Francia tomaron la delantera en el desarrollo de la integración
europea. François Mitterrand y Helmut
Kohl imaginaron la transformación del mercado común en un Estado supranacional
capaz de competir con la URSS y China. Sin embargo, debido a la incorporación
de los antiguos miembros del Pacto de
Varsovia, que fue forzada por Estados Unidos, esta estructura se convirtió en
una colosal e inoperante burocracia cuyas decisiones son determinadas por
la OTAN.
Los ejércitos
británico y francés eran los únicos con peso en la Unión Europea. Por eso se
unieron mediante los Tratados de
Lancaster House en 2010, pero, cuando se produjo el Brexit, el ejército francés
se quedó solo, como demuestra la rescisión de los contratos de submarinos
franco-australianos en favor de Londres. La única opción que le quedaba a
Francia, entonces, era acercarse al ejército italiano, que tiene la mitad de tamaño
del francés. Esto es lo que se acaba de decidir con el Tratado del Quirinal.
Sucede que, al
mismo tiempo, la canciller Angela Merkel
deja paso a Olaf Scholtz cuya política europea y exterior se somete a los
dictados de EE.UU. y el Reino Unido. El futuro Canciller es un abogado
preocupado por hacer funcionar la industria de su país sobre la base de un
compromiso entre trabajadores y empresarios. Nunca se ha interesado por las
cuestiones internacionales y en las negociaciones para formar la coalición ha
consentido que se nombre a la abogada
ecologista Annalena Baerbock como ministra de Asuntos Exteriores. No sólo se
trata de una defensora de las energías renovables que no dice cómo se pagará la
transición ecológica, sino que es también una lobbista de la OTAN, una firme
defensora de la adhesión de Ucrania a la Alianza y a la Unión Europea y una
feroz opositora de Rusia, por lo que rechaza el gasoducto Nord Stream 2 y
favorece la construcción de más terminales de gas licuado importado de Estados
Unidos. Por último, califica a China de "rival sistémico" y apoya
todos sus separatismos (el taiwanés, el tibetano y el uigur).
Francia persigue contra la voluntad de los
otros 26 miembros la quimera de una Unión Europea independiente que compita con
Estados Unidos. Alemania, en cambio, se equivoca al refugiarse bajo el paraguas
nuclear de Estados Unidos, cuando esa gran potencia ha empezado a decaer y
la República Federal tendría todas las de ganar, si se asocia con Rusia y
China.
La Unión Europea
tiende hoy a disolverse por las políticas divergentes de sus miembros
principales. Estados Unidos se está hundiendo sobre sí mismo y pronto la Unión
Europea no tendrá dueño. Sin embargo, la experiencia enseña que los imperios
nunca caen pacíficamente. El bloque comunitario tiene la elección: renovarse
como asociación de estados y culturas que, entonces, debería incluir a Rusia;
disolverse y arriesgarse a que la guerra vuelva a instalarse en el corazón del
continente o plegarse ciegamente al coloso en hundimiento y correr el mismo
riesgo, sólo que algunos quilómetros más al Este. Está claro cuál de las tres
alternativas es la deseable.