Por Eduardo J Vior para AGENCIA TELAM
El pasado martes 18 el exsecretario de Estado de Estados Unidos (1969-74) Henry Kissinger visitó de urgencia en Beijing al presidente Xi Jinping, al Encargado de las Relaciones Internacionales en el Buró Político del PCCh, Wang Yi, y al ministro de Defensa, Li Shangfu. Aún no queda claro por cuenta de quién viajó ni su misión específica, pero es evidente que se trató de un recurso de última instancia, para restablecer canales de comunicación hoy rotos, evitar malentendidos que podrían llevar a la catástrofe y mandar a los rincones a los aventureros de ambos bandos. Algunos indicios, empero, permiten suponer que en las reuniones también se habló sobre la posibilidad de acordar regulaciones de la Inteligencia Artificial (IA). Hace falta, empero, mucho más que un viaje, para que reine un mínimo de normalidad en las relaciones entre el viejo hegemón y su desafiante.
Los elogios del
liderazgo chino al responsable de reiniciar en 1971 las relaciones
sino-norteamericanas fueron fulgurantes. La BBC, en tanto, llegó a sugerir que,
“dada su enorme estatura en China, [Kissinger] podría actuar como canal de
apoyo para las negociaciones entre Estados Unidos y China”. Sin embargo, en su
sesión informativa diaria del mismo martes el Departamento de Estado echó agua
fría sobre esta última posibilidad, subrayando que Kissinger había viajado
puramente como ciudadano privado.
Inmediatamente
después del viaje de Kissinger, el martes pasado, Matthew Miller, portavoz del
Departamento de Estado, indicó que el secretario
de Estado Antony Blinken se enteró de los planes de viaje de su antecesor
por sus propias reuniones con funcionarios chinos en Beijing el mes pasado.
“Éramos conscientes de que Henry Kissinger iba a viajar a China”, dijo Miller a
los periodistas. El vocero declaró también que no tenía conocimiento de ninguna
conversación prevista del Departamento con Kissinger, “pero no me sorprendería
que en algún momento informara a los funcionarios de aquí sobre sus
conversaciones”. “Lo ha hecho varias veces desde hace décadas“, dijo.
Evidentemente, Henry Kissinger planeó y ejecutó su viaje,
sin dar parte al Departamento de Estado. Las declaraciones de Blinken revelan
también que la excursión molestó mucho a los diplomáticos y que la
recepción que los líderes chinos dieron al viejo zorro relativizó los recientes
viajes a China del propio Blinken, de la secretaria del Tesoro Janet Yellen y
del enviado presidencial para el Cambio Climático, John Kerry. Los funcionarios
chinos recibieron a estas visitas correcta, pero no calurosamente. De los tres
el primer ministro chino Xi Jinping sólo se reunió con Blinken.
La razón de esta frialdad está en la
rispidez de las relaciones entre ambos países. Durante la última década el
clima político en Washington se ha tornado marcadamente antichino. Una de las
pocas áreas de consenso entre demócratas y republicanos consiste en considerar
a China como un rival en lugar de un socio. Esto comenzó ya, cuando Obama
lanzó en 2009 su estrategia de “pivote asiático” y en 2015 acordó con otros 14
países el Tratado Transpacífico. El gobierno de Trump, en tanto, retiró a
EE.UU. del tratado, pero intensificó la hostilidad contra China. Tal como se
mostró en la cumbre bilateral de Anchorage, Alaska, en abril de 2021, el
gobierno de Biden, por su parte, sustituyó los compromisos adquiridos con
Beijing y giró por una aguda confrontación.
Durante los dos
años siguientes Estados Unidos puso en marcha el pacto militar Quad (EE.UU., India, Australia y Japón) y lanzó el Marco
Económico Indopacífico, ambos diseñados para aislar y rodear a China. El
gobierno demócrata impuso también controles a las exportaciones norteamericanas
hacia el país asiático mucho más rígidas que las de Trump. El presidente Joe Biden rompió, además, la tradición de los últimos
cincuenta años y dejó de considerar el status de Taiwán como una cuestión
interna de China, anunciando que Estados Unidos intervendrá, para evitar la
reincorporación de la isla a su patria por medios militares. Como los
norteamericanos saben que eso sólo sucedería, si el gobierno de Taipei declara
su secesión de China, en realidad lo están alentando a hacerlo, provocando así
la ira de Beijing.
El aumento de la
presión militar norteamericana y su ruptura de la cooperación económica con el
gigante asiático irritan profundamente al alto mando chino y, aparentemente,
están alentando a belicistas que también habría en el Ejército Popular de
Liberación (EPL) que quieren desafiar ya la hegemonía mundial de EE.UU. La
ruptura de los canales de comunicación entre ambas superpotencias hace temer,
por lo tanto, que una maniobra inesperada de una sea malinterpretada por la
otra y se desate el holocausto nuclear. Ante tamaño descalabro de las
relaciones bilaterales, festejar a Kissinger es uno de los modos en que el
liderazgo supremo señala que las relaciones serían mucho mejores, si Washington
volviera a la política exterior de hace una década.
Este panorama
preocupante no explica todavía, por qué, a sus cien años, el antiguo Consejero
de Seguridad Nacional de Richard Nixon se tomó el trabajo de volar 14 horas,
para sentarse a tomar el té con la dirigencia pequinesa. No es creíble que haya
sido por vanidad, como sugieren sesudos analistas estadounidenses. Tampoco suena
lógico pensar que haya sido una gestión individual.
Una primera
explicación puede darla la agenda de la última reunión del Club Bilderberg que se celebró en Lisboa del 18 al 21 de mayo pasado.
Kissinger participa ininterrumpidamente desde 1957 en las conferencias anuales
de este exclusivo cenáculo. Durante décadas, hasta su muerte en 2017 el
cónclave estuvo marcado por la presencia de David Rockefeller, entonces jefe de
la dinastía, a quien Kissinger acompañó desde su juventud. El cónclave sesiona
habitualmente con la participación de
120 a 130 representantes de sectores militares, de inteligencia (la CIA y el
M16 británico), el secretario general de la OTAN y los presidentes de las
principales corporaciones financieras, petroleras, tecnológicas y de medios de
comunicación. En el último encuentro participaron Google/Alphabet, Pfizer,
Deepmind, Deutsche Bank, Goldman Sachs International, British Petroleum, Total
Energies, líderes políticos, académicos y grupos de medios (The Economist,
Bloomberg), entre otros.
La Inteligencia Artificial, la guerra en
Ucrania, el crecimiento de China, Europa, la crisis del liderazgo de Estados
Unidos, la OTAN, la presencia de India, el sistema bancario (por el reciente
colapso de algunos bancos en Estados Unidos y del Credit Suisse en Europa), los
desafíos fiscales, la política industrial, el comercio y la transición
energética formaron parte de los temas de agenda del encuentro que, como
siempre, sesionó a puerta cerrada.
Aunque parezca
extraño, la Inteligencia Artificial y el
ascenso de China como potencia mundial son dos temas estrechamente
interrelacionados. Pocos días antes de la reunión anual Eric Schmidt, miembro
de la junta de Bilderberg y antiguo jefe de Google, declaró en una audiencia
del Congreso que la IA “está en el centro” de la competencia entre China y
Estados Unidos y que “China está dedicando enormes recursos para superar a
EE.UU. en tecnologías, en particular en IA”.
Schmidt reconoce
los riesgos existenciales de la IA, advirtiendo incluso que “las cosas podrían
ir peor de lo que la gente dice”, pero rechaza el llamamiento hecho por algunos
expertos, entre ellos Elon Musk, para que se haga una pausa de seis meses en el
desarrollo de la IA, porque cualquier retraso “simplemente beneficiará a
China”. Detrás de esta posición impera una lógica aberrante: “tenemos que
seguir adelante con el desarrollo de algo que podría destruirnos, antes de que
China lo convierta en algo que podría destruirnos”.
Aunque, como los
investigadores advierten, con el inminente lanzamiento de la nueva generación
de Chat GPT-5 de OpenAI, los debates
presidenciales de 2024 podrían ser ganados por un chatbot ingenioso y
carismático, la cuestión del liderazgo estadounidense estuvo en la agenda
de la conferencia de Bilderberg. Contrariamente a Schmidt, Sam Altman, Director
General de OpenAI, está a favor de la “intervención reguladora de los
gobiernos” que, según él, “es fundamental para mitigar los riesgos de modelos
cada vez más poderosos”. La discusión no fue saldada en el encuentro ni puede
serlo discursivamente, porque detrás de ella se esconden estrategias
contrapuestas.
Toda la elite norteamericana coincide en la
debilidad relativa de Estados Unidos frente a China, pero se divide entre
aquéllos que quieren dialogar con el liderazgo pequinés, para limitar los
riesgos cada vez mayores de destrucción del mundo y así canalizar
civilizadamente la competencia, y quienes son partidarios de atacar ya a China,
antes de que se haga demasiado poderosa.
Considerando el
vertiginoso desarrollo actual de la IA, los peligros que entraña y la
competencia estratégica entre EE.UU. y China, no sería descabellado suponer que
Henry Kissinger viajó a Beijing, para sondear la voluntad y la capacidad de los
líderes chinos de volver a poner en funcionamiento los canales de comunicación
entre ambas potencias, para generar medidas de confianza mutua que eviten
malentendidos capaces de desatar un choque militar. Al mismo tiempo les habría
propuesto contener el desarrollo de la Inteligencia Artificial, para evitar que
desborde el control humano y hasta incluso desate una guerra indeseada.
El contexto en
el que tuvo lugar el viaje, combinado con el informe de Xinhua sobre sus conversaciones, induce a pensar que él y el
ministro de Defensa Li se convencieron mutuamente de que sus respectivos
líderes realmente no desean una guerra caliente. Evidentemente, el
liderazgo político chino y los conductores oficiosos de Occidente quieren
limitar a los intransigentes propios y ajenos. Por ello, se acordó que
Kissinger realizara su viaje secreto y empezara a dilucidar el peligroso dilema
de seguridad que ata hoy a ambas superpotencias.
Es demasiado
pronto para evaluar el éxito de sus esfuerzos y los observadores solo pueden
discernir que en los niveles más altos del poder existe un interés mutuo en
esto. Sin embargo, el esfuerzo del Departamento de Estado por minimizar la
importancia del viaje y algunas acciones aventureras de militares chinos en el
estrecho de Taiwán indican que el peligro todavía no está aventado. El tiempo
corre y el riesgo aumenta. Kissinger no está en condiciones de viajar todas las
semanas a China. Es hora de que ambas capitales tomen el teléfono y empiecen a
hablar en serio.