Homenaje al bravo Maidana: héroe nacional
por Ernesto Jauretche
“Hace años, las manifestaciones del 1° de mayo tenían el carácter de protesta por la ejecución de los trabajadores en
Chicago. Eran entonces una expresión de odio, de rebeldía y lucha contra el
capitalismo. Pero desde que está el general Perón al frente de los destinos de la
patria, ya no albergamos odios ni rencores: nos reunimos frente a la tribuna del 1° de mayo para bendecir a Dios y celebrar
la felicidad de los trabajadores argentinos.” Evita
A ver; no debería ser imprescindible. Pero sé que sí es necesario hacer
expresa manifestación de una inquebrantable fe peronista; en este caso, una
adhesión sin remilgos a la gestión de Nuestro Gobierno y a su Presidenta,
testigo en cada corazón de trabajador y del pueblo más humilde, redimido de su
marginalidad. Tengo obligaciones militantes a las que no he de traicionar. Permanezco, apoyo y contribuyo, en mi modesta medida de setentinarista
con 65 años de militancia, al combate sin cuartel por una patria libre, justa y
soberana, por la patria grande sudamericana y un país federal, solidario, con
la conducción de Cristina: ese es mi rumbo y no lo negocio por nada. No es poco. Demasiado para
nuestras descoloridas esperanzas del principio de siglo cuando, diezmados pero
no vencidos, ni imaginábamos poder volver a soñar. Pero no es
suficiente.
Debo decir que observo, con
mucho menos sorpresa que pesar, un 1° de mayo de 2014 en que numerosas
organizaciones, muchas de las fuerzas propias, otras de neto corte proletario,
aún marxistas y de postulados revolucionarios, celebran el Día de Los
Trabajadores (o el día del trabajo,
según la terminología del año 1886), como: el día del trabajador. No hay antecedente histórico de tal denominación (salvo en los ´90). Si en la Argentina, originalmente,
la jornada simbolizaba la lucha de los trabajadores por mejores condiciones de
trabajo y contra la explotación del capitalismo salvaje, los dos primeros
gobiernos del General Perón le agregaron un carácter de agasajo, en celebración
de las conquistas logradas por el movimiento obrero en su alianza con las
Fuerzas Armadas nacionales. Desde
entonces, las dos grandes festividades masivas del peronismo son el 17 de
Octubre y el 1° de Mayo: homenajes a los trabajadores. Así, el trabajo
simboliza lucha y alegría por la construcción cotidiana del destino común: es
una caricia colectiva. No hay duda, sin embargo, de que
nuestra renga democracia está en deuda con los trabajadores argentinos. Faltan
grandes correcciones estructurales, desde el sistema de recaudación impositiva
a la reforma constitucional (compromisos incumplidos que demandará el peronismo
desde sus propias bases). Sobre esas (y muchas otras)
carencias opera la manufactura de los
consensos. Apela a discapacidades de nuestro gobierno; pero apunta a
objetivos estratégicos que van mucho más allá del discurso destituyente y de la
aparente disputa de la próxima compulsa electoral.
Es tan
profunda la penetración del mensaje individualista, egoísta, sectario,
disgregador y excluyente del neoliberalismo que muchos militantes honestos
terminan cayendo en una perversa trampa dialéctica: la de normalizar y
racionalizar en su propio discurso la aceptación tácita de la quiebra de los principios
y valores, las reglas de solidaridad y las redes sociales que han sostenido,
sostienen y sostendrán la resistencia a la injusticia y la legitimidad
reivindicativa de las luchas políticas. Personalizan, individualizan, atomizan
un atributo que es inexcusablemente el resultado de una suma histórica, una
concurrencia lógica, un consenso racional irrebatible: la conciencia de clase. No existe
distinción entre el ingreso como producto de la creación, la producción o el
trabajo manual, y el derivado de la especulación o el ejercicio de la usura. El
único valor reconocido es la ganancia, el lucro. No hay ética ni dignidad en el
trabajo productivo. Mientras nos da su creatividad y energía laboral en
productos que gozamos todos los días, el proletariado ha sido relegado en la
consideración social y en la elaboración académica como un objeto de colección
que se puede encontrar en los negocios de
antigüedades. Los trabajadores
fueron siempre el refugio de la democracia y de los grandes conceptos: la
cultura del trabajo y la solidaridad. Sólo la fábrica, la obra, el taller,
genera fruto, provecho general; y, además, cooperación, amistad, sentido social
de servicio. Todos valores que hacen grandes a las naciones y no sólo a las
fortunas individuales. El trabajo es la esencia de lo colectivo, de lo común,
de lo total; es la mayor fuente de amistad y unión, de colaboración y
fraternidad: es el manantial de la paz. Por eso hubo que
aniquilar a sus vanguardias políticas, liquidar a las comisiones internas y
destruir las organizaciones sindicales. Infructuosamente, porque los
trabajadores, como el agua, siempre volverán a romper los diques. Por eso, hoy,
la madre de las nuevas batallas es la cultural, ya no con fusiles: con medios
de comunicación y pedagogía imperial.
Se está “naturalizando” el colonialismo
cultural, hasta confundirlo con un lenguaje
para “la gente”, para “vos”, para “ella” o para” él”, para “el vecino”, para “el amigo”, para “todas y
todos”; para el medio pelo,
desclasado y sin utopías, para los mediocres carentes de la emoción del
heroísmo, para los pusilánimes, cobardes ante los desafíos de la realidad. El Salvo que imaginó Oesterheld,
nuestro arquetipo, es un héroe colectivo, plural, inclusivo; vistió un traje
que nos pertenece a todos. Los Ellos ya lo saben. El Eternauta sigue guiándonos.
Ya nada les será tan fácil. Vendrán por nosotros, los de convicciones
inalterables; no por los conversos. Fortalecer nuestra identidad social
es atacar al enemigo y defender el proyecto nacional que encarna el gobierno de
Cristina.
Los trabajadores no necesitan estar amontonados para constituir una
comunidad, un colectivo, una hermandad, un fraterno conjunto de intereses, una
cultura propia también, claro. Mucho más que una manifestación, son una
igualdad de origen y de sangre; una cofradía, una congregación no religiosa de
características dogmáticas: un ejército invencible que lucha incesantemente por
la justicia social en todo el planeta; los derrotados eventualmente, nunca
saldrán vencidos. Por eso “un trabajador”
no es nada; sólo lo es en tanto historia, propuesta y destino como clase. Un trabajador no es nada: es un ciudadano más, un número en
la estadística, hombre o mujer con su circunstancia personal. Un trabajador es el individuo subyugado
preferido por los medios de comunicación; un
trabajador es el sujeto eficiente del marqueting político. Los trabajadores somos una legión, épica e indomable. Los trabajadores argentinos somos la columna vertebral del movimiento
nacional y popular. El 17 de octubre de 1945 entramos a la historia para no
irnos nunca más. Y sí seguimos siendo peronistas, es porque los trabajadores,
la mayoría de los argentinos, nunca conocimos nada mejor; no hay quien pueda
discutirlo.
Recitar el catecismo de una didáctica de la propaganda imperial que
infiltra una mayor indefensión colectiva coopera, con sus técnicas
disgregadoras, a la destrucción de las identidades políticas y sociales. Será
fácil entonces dominar la conciencia de cada uno de nosotros, sin más
obstáculos que poseer una fortuna en inversiones publicitarias científicamente
orientadas a promover la fragmentación y la orfandad cultural. En toda su
dimensión, contribuye a la “manufactura
de los consensos”, que denuncia Chomsky. Ni
falta que hace citar antecedentes de este razonamiento. Nadie lo ha formulado
con mayor precisión que Gabriel Mariotto para explicar la última derrota
electoral: “Asimilarnos a la estética del
adversario es darle la razón al adversario... Echarle mano al asesoramiento de
un publicista degrada la profundidad de nuestro proyecto... El verdadero
dirigente es el que recibe todo de la gente; entre escuchar a la gente y
escuchar a un jefe de campaña, siempre hay que escuchar a la gente". Los hay ingenuos; pero también abundan los perversos, oportunistas y
traidores escondidos bajo el rótulo peronista. Hay dirigentes que, perdida su
identidad y representación, por imitación simiesca a la racionalidad mediática
pensada en las usinas norteamericanas de marketing político para las campañas
electorales de De Narváez, Massa y Martín Insaurralde (que ahora también copian
los teóricos realistas de Scioli), se pliegan a la derrota cultural que
significa aceptar el territorio del enemigo para la disputa dialéctica y discursiva
del poder.
Error máximo. Al proyecto le falta peronismo, no kirchnerismo. Le falta
historia, no oportunismo. Necesita programa y utopía, no retórica electoralista
y servilismo. Peronismo quiere decir no claudicar. No vamos al 2015 a buscar la
preservación de un “piso”; vamos a conquistar nuevos “techos”. Cuidado con los que con un discurso descafeinado, individualista,
desideologizado, carente de mística nacional y popular y propuesta épica, se
erija en la antípoda del Chino. Vamos a ganar; pero si toca
perder, piña va, piña viene, como Maidana, que sea con las botas puestas.