viernes, 16 de mayo de 2014

Si hay que perder, que sea con las botas puestas

Homenaje al bravo Maidana: héroe nacional
por Ernesto Jauretche


“Hace años, las manifestaciones del 1° de mayo tenían el carácter de protesta por la ejecución de los trabajadores en Chicago. Eran entonces una expresión de odio, de rebeldía y lucha contra el capitalismo. Pero desde que está el general Perón al frente de los destinos de la patria, ya no albergamos odios ni rencores: nos reunimos frente a la tribuna del 1° de mayo para bendecir a Dios y celebrar la felicidad de los trabajadores argentinos.” Evita

A ver; no debería ser imprescindible. Pero sé que sí es necesario hacer expresa manifestación de una inquebrantable fe peronista; en este caso, una adhesión sin remilgos a la gestión de Nuestro Gobierno y a su Presidenta, testigo en cada corazón de trabajador y del pueblo más humilde, redimido de su marginalidad. Tengo obligaciones militantes a las que no he de traicionar. Permanezco, apoyo y contribuyo, en mi modesta medida de setentinarista con 65 años de militancia, al combate sin cuartel por una patria libre, justa y soberana, por la patria grande sudamericana y un país federal, solidario, con la conducción de Cristina: ese es mi rumbo y no lo negocio por nada. No es poco. Demasiado para nuestras descoloridas esperanzas del principio de siglo cuando, diezmados pero no vencidos, ni imaginábamos poder volver a soñar. Pero no es suficiente.

Debo decir que observo, con mucho menos sorpresa que pesar, un 1° de mayo de 2014 en que numerosas organizaciones, muchas de las fuerzas propias, otras de neto corte proletario, aún marxistas y de postulados revolucionarios, celebran el Día de Los Trabajadores (o el día del trabajo, según la terminología del año 1886), como: el día del trabajador. No hay antecedente histórico de tal denominación (salvo en los ´90). Si en la Argentina, originalmente, la jornada simbolizaba la lucha de los trabajadores por mejores condiciones de trabajo y contra la explotación del capitalismo salvaje, los dos primeros gobiernos del General Perón le agregaron un carácter de agasajo, en celebración de las conquistas logradas por el movimiento obrero en su alianza con las Fuerzas Armadas nacionales. Desde entonces, las dos grandes festividades masivas del peronismo son el 17 de Octubre y el 1° de Mayo: homenajes a los trabajadores. Así, el trabajo simboliza lucha y alegría por la construcción cotidiana del destino común: es una caricia colectiva. No hay duda, sin embargo, de que nuestra renga democracia está en deuda con los trabajadores argentinos. Faltan grandes correcciones estructurales, desde el sistema de recaudación impositiva a la reforma constitucional (compromisos incumplidos que demandará el peronismo desde sus propias bases). Sobre esas (y muchas otras) carencias opera la manufactura de los consensos. Apela a discapacidades de nuestro gobierno; pero apunta a objetivos estratégicos que van mucho más allá del discurso destituyente y de la aparente disputa de la próxima compulsa electoral.

Es tan profunda la penetración del mensaje individualista, egoísta, sectario, disgregador y excluyente del neoliberalismo que muchos militantes honestos terminan cayendo en una perversa trampa dialéctica: la de normalizar y racionalizar en su propio discurso la aceptación tácita de la quiebra de los principios y valores, las reglas de solidaridad y las redes sociales que han sostenido, sostienen y sostendrán la resistencia a la injusticia y la legitimidad reivindicativa de las luchas políticas. Personalizan, individualizan, atomizan un atributo que es inexcusablemente el resultado de una suma histórica, una concurrencia lógica, un consenso racional irrebatible: la conciencia de clase. No existe distinción entre el ingreso como producto de la creación, la producción o el trabajo manual, y el derivado de la especulación o el ejercicio de la usura. El único valor reconocido es la ganancia, el lucro. No hay ética ni dignidad en el trabajo productivo. Mientras nos da su creatividad y energía laboral en productos que gozamos todos los días, el proletariado ha sido relegado en la consideración social y en la elaboración académica como un objeto de colección que se puede encontrar en los negocios de  antigüedades. Los trabajadores fueron siempre el refugio de la democracia y de los grandes conceptos: la cultura del trabajo y la solidaridad. Sólo la fábrica, la obra, el taller, genera fruto, provecho general; y, además, cooperación, amistad, sentido social de servicio. Todos valores que hacen grandes a las naciones y no sólo a las fortunas individuales. El trabajo es la esencia de lo colectivo, de lo común, de lo total; es la mayor fuente de amistad y unión, de colaboración y fraternidad: es el manantial de la paz. Por eso hubo que aniquilar a sus vanguardias políticas, liquidar a las comisiones internas y destruir las organizaciones sindicales. Infructuosamente, porque los trabajadores, como el agua, siempre volverán a romper los diques. Por eso, hoy, la madre de las nuevas batallas es la cultural, ya no con fusiles: con medios de comunicación y pedagogía imperial.

Se está “naturalizando” el colonialismo cultural, hasta confundirlo con un lenguaje para “la gente”, para “vos”, para “ella” o para” él”, para “el vecino”, para “el amigo”, para “todas y todos”; para el medio pelo, desclasado y sin utopías, para los mediocres carentes de la emoción del heroísmo, para los pusilánimes, cobardes ante los desafíos de la realidad. El Salvo que imaginó Oesterheld, nuestro arquetipo, es un héroe colectivo, plural, inclusivo; vistió un traje que nos pertenece a todos. Los Ellos ya lo saben. El Eternauta sigue guiándonos. Ya nada les será tan fácil. Vendrán por nosotros, los de convicciones inalterables; no por los conversos. Fortalecer nuestra identidad social es atacar al enemigo y defender el proyecto nacional que encarna el gobierno de Cristina.

Los trabajadores no necesitan estar amontonados para constituir una comunidad, un colectivo, una hermandad, un fraterno conjunto de intereses, una cultura propia también, claro. Mucho más que una manifestación, son una igualdad de origen y de sangre; una cofradía, una congregación no religiosa de características dogmáticas: un ejército invencible que lucha incesantemente por la justicia social en todo el planeta; los derrotados eventualmente, nunca saldrán vencidos. Por eso “un trabajador” no es nada; sólo lo es en tanto historia, propuesta y destino como clase. Un trabajador no es nada: es un ciudadano más, un número en la estadística, hombre o mujer con su circunstancia personal. Un trabajador es el individuo subyugado preferido por los medios de comunicación; un trabajador es el sujeto eficiente del marqueting político. Los trabajadores somos una legión, épica e indomable. Los trabajadores argentinos somos la columna vertebral del movimiento nacional y popular. El 17 de octubre de 1945 entramos a la historia para no irnos nunca más. Y sí seguimos siendo peronistas, es porque los trabajadores, la mayoría de los argentinos, nunca conocimos nada mejor; no hay quien pueda discutirlo.

Recitar el catecismo de una didáctica de la propaganda imperial que infiltra una mayor indefensión colectiva coopera, con sus técnicas disgregadoras, a la destrucción de las identidades políticas y sociales. Será fácil entonces dominar la conciencia de cada uno de nosotros, sin más obstáculos que poseer una fortuna en inversiones publicitarias científicamente orientadas a promover la fragmentación y la orfandad cultural. En toda su dimensión, contribuye a la “manufactura de los consensos”, que denuncia Chomsky. Ni falta que hace citar antecedentes de este razonamiento. Nadie lo ha formulado con mayor precisión que Gabriel Mariotto para explicar la última derrota electoral: “Asimilarnos a la estética del adversario es darle la razón al adversario... Echarle mano al asesoramiento de un publicista degrada la profundidad de nuestro proyecto... El verdadero dirigente es el que recibe todo de la gente; entre escuchar a la gente y escuchar a un jefe de campaña, siempre hay que escuchar a la gente". Los hay ingenuos; pero también abundan los perversos, oportunistas y traidores escondidos bajo el rótulo peronista. Hay dirigentes que, perdida su identidad y representación, por imitación simiesca a la racionalidad mediática pensada en las usinas norteamericanas de marketing político para las campañas electorales de De Narváez, Massa y Martín Insaurralde (que ahora también copian los teóricos realistas de Scioli), se pliegan a la derrota cultural que significa aceptar el territorio del enemigo para la disputa dialéctica y discursiva del poder.

Error máximo. Al proyecto le falta peronismo, no kirchnerismo. Le falta historia, no oportunismo. Necesita programa y utopía, no retórica electoralista y servilismo. Peronismo quiere decir no claudicar. No vamos al 2015 a buscar la preservación de un “piso”; vamos a conquistar nuevos “techos”. Cuidado con los que con un discurso descafeinado, individualista, desideologizado, carente de mística nacional y popular y propuesta épica, se erija en la antípoda del Chino. Vamos a  ganar; pero si toca perder, piña va, piña viene, como Maidana, que sea con las  botas puestas.

 2 de mayo de 2014

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