lunes, 11 de septiembre de 2023

Qué el final no se demore


 Alberto Buela (*)

 Las elecciones de octubre tienen tres protagonistas: el oficialismo kirchnerista con Massa, el liberalismo con Bullrich y el anarquismo liberal con Milei.

Los dos primeros son progresistas, uno de carácter socialdemócrata y otro liberal, en tanto que el tercero es un liberal contestatario. De modo que el pueblo argentino tiene dos opciones: el progresismo o el liberalismo a ultranza. No existe una tercera opción.

Como alguno de los tres va a ganar las consecuencias pueden ser las siguientes: si gana Massa todo lo malo en que estamos se seguirá, forzosamente, profundizando, pues con la misma dirigencia y el mismo funcionariado del Estado no se puede cambiar aquello a donde ellos mismos nos llevaron.

Si gana Bullrich, que no es otra cosa que kirchnerismo con buenos modales, algo va a cambiar para que no cambie nada: el gatopardismo.

Y si gana Milei, no va a poder gobernar y por lo tanto las cosas van a empeorar para el pueblo argentino.

Esta última posibilidad nos puede introducir en un enfrentamiento interno de las partes, que será lo más parecido a una guerra civil.

El estado de debilidad del gobierno actual se va a radicalizar y las tensiones internacionales con nuestros vecinos, que ya se notan (Paraguay no quiere pagar la regalías de Yaciretá, la armada chilena, que no descansa, edita mapas apoderándose de territorio marítimo argentino y Uruguay no acepta el peso), apuran la zozobra.

Todo esto, y mucho más, nos permite vislumbrar el desmembramiento próximo (si ya no está) del Estado argentino.

Y ante un hecho semejante la guerra civil es un fenómeno que está ad portas.

No tenemos ni un solo, dirigente de peso, (militar, sindical, eclesiástico, empresario o financiero) patriota. Han abandonado la idea de soberanía como propugnaba el canciller de Alfonsín, Caputo.

Al gran filósofo Heidegger, cuando estaban entrando los rusos en Berlín, le preguntaron ¿qué espera maestro? Y respondió: que el final no se demore.

El sujeto político por antonomasia que es el pueblo, una vez más, es tomado como legitimador de candidatos que no lo representan.

 

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