Los dos primeros son progresistas, uno de carácter
socialdemócrata y otro liberal, en tanto que el tercero es un liberal
contestatario. De modo que el pueblo argentino tiene dos opciones: el
progresismo o el liberalismo a ultranza. No existe una tercera opción.
Como alguno de los tres va a ganar las consecuencias
pueden ser las siguientes: si gana Massa todo lo malo en que estamos se
seguirá, forzosamente, profundizando, pues con la misma dirigencia y el mismo funcionariado
del Estado no se puede cambiar aquello a donde ellos mismos nos llevaron.
Si gana Bullrich, que no es otra cosa que kirchnerismo
con buenos modales, algo va a cambiar para que no cambie nada: el gatopardismo.
Y si gana Milei, no va a poder gobernar y por lo tanto
las cosas van a empeorar para el pueblo argentino.
Esta última posibilidad nos puede introducir en un
enfrentamiento interno de las partes, que será lo más parecido a una guerra
civil.
El estado de debilidad del gobierno actual se va a
radicalizar y las tensiones internacionales con nuestros vecinos, que ya se
notan (Paraguay no quiere pagar la regalías de Yaciretá, la armada chilena, que
no descansa, edita mapas apoderándose de territorio marítimo argentino y
Uruguay no acepta el peso), apuran la zozobra.
Todo esto, y mucho más, nos permite vislumbrar el
desmembramiento próximo (si ya no está) del Estado argentino.
Y ante un hecho semejante la guerra civil es un fenómeno
que está ad portas.
No tenemos ni un solo, dirigente de peso, (militar,
sindical, eclesiástico, empresario o financiero) patriota. Han abandonado la
idea de soberanía como propugnaba el canciller de Alfonsín, Caputo.
Al gran filósofo Heidegger, cuando estaban entrando los
rusos en Berlín, le preguntaron ¿qué espera maestro? Y respondió: que el
final no se demore.
El sujeto político por antonomasia que es el pueblo, una
vez más, es tomado como legitimador de candidatos que no lo representan.
(*) arkegueta, aprendiz constante