Leonardo Castellani, el gran escritor y profeta argentino ausente en el canon de nuestras letras
Incansable en
su prédica contra la decadencia nacional, este sacerdote jesuita rebelde,
fallecido hace 40 años, dejó una prolífica obra ignorada por la historia
oficial de la literatura argentina, por estar sembrada de incómodas verdades
que muchos no quieren escuchar.
15 de Marzo
de 2021
Este hombre,
que sintió arder dentro de sí la misión providencial de hacer Verdad, “una
verdad por la cual se pueda vivir y morir (...) una verdad viva y vital” (San
Agustín y Nosotros), había nacido en San
Jerónimo del Rey, luego ciudad de Reconquista, en la provincia de Santa Fe, el
16 de noviembre de 1899. Hijo del florentino
Luis Héctor Castellani, fundador del diario El Independiente, asesinado por
la policía en medio de las luchas electorales de 1906, cuando Castellani era
aún un niño, y de Catalina Contepomi.
En una
Argentina intelectualmente desarmada, donde los hombres vivían de prestado,
pidiendo al extranjero ojos, oídos, conciencia y sensibilidad, Castellani
comenzó a forjar en la levadura del talento un estilo único y hondamente
argentino, que tempranamente fuera
ponderado en su autenticidad por Hugo Wast en el prólogo a Camperas (1931) y
ratificado por Hernán Benítez como “género propio” en el Estudio Preliminar a
Crítica Literaria (1945).
Evitado
esmeradamente al día de hoy por las historias de la literatura, fue sin embargo uno de los principales
forjadores del género policial argentino, reconocido exclusivamente por la voz
solitaria de Rodolfo Walsh. Legó una obra crítica inmensa: 48 libros publicados
en vida en editoriales sumergidas en el olvido y cientos de artículos de acentos
huracanados esparcidos en los múltiples periódicos en los que participó. En la
huella de Miguel de Cervantes y José Hernández, sintetizó el dominio del idioma
con una destreza tal que le permitió peregrinar por todos los géneros
existentes sin perder un ápice la preocupación teológica que está en el corazón
de todos y cada uno: poesía, novela, fábula, cuentos, teatro, ensayos
políticos, filosóficos, pedagógicos, psicológicos, crítica literaria, exégesis.
Como está en el corazón de todos y cada uno el amor y la defensa de la Patria,
cuyos dramas comprendió y combatió como pocos hombres de su tiempo, con el todo
admonitor y el acento rudo de los profetas.
En 1913 ingresó como pupilo en el colegio
de “La Inmaculada” perteneciente a la Compañía de Jesús en Santa Fe, donde
se recibió de bachiller en 1917. Un año después, pasó al Noviciado de los
Jesuitas en Córdoba y en 1923 ingresó en el Seminario porteño de Villa Devoto.
Entre 1924 y 1927 enseñó en el Colegio del Salvador y comenzó a publicar sus
primeros cuentos y fábulas. En 1928
inició sus estudios de Teología y al año siguiente fue enviado a Roma a
completarlos en la Universidad Gregoriana, donde se ordenó sacerdote. En 1932
se instaló en Francia por dos años y
obtuvo el diploma de Estudios Superiores en Filosofía en la Sorbona.
Promediando
la década infame, regresó al país donde continuó la labor docente que alternó
con el ministerio sacerdotal, el periodismo y la publicación de sus primeros libros: Sentir la Argentina,
(1938), La Reforma de la enseñanza y Martita Ofelia (1939), Conversación y
crítica filosófica (1941), Las nueve muertes del Padre Metri y El nuevo
gobierno de Sancho (1942),entre otros.
En 1945 integró la lista por la Alianza
Libertadora Nacionalista como candidato a diputado nacional para las elecciones
de febrero de 1946, acontecimiento que ofició de preludio de un largo y
tortuoso suceder de desventuras con el Provincial de su Orden que se ahondaron
tras la publicación de las cartas “Dic
Ecclesiae”, en donde Castellani esbozó una serie de críticas a la Compañía de
Jesús, en las que ya comenzaba a asomar el audaz polemista fustigador del
fariseísmo. Se lo conminó, entonces, a abandonar la Orden voluntariamente, se
rehusó y viajó a Europa con el objetivo infructuoso de exponer su caso. Fue confinado dos años en Manresa, de donde
escapó en 1949 para regresar a la Argentina. Expulsado definitivamente de la
Orden, se refugió temporalmente en la diócesis de Salta, donde subsistió como
docente. Recién en 1952 le fueron devueltas sus cátedras en Buenos Aires,
tres años después se lo rehabilitó para decir misa y en 1966 arregló su situación con la Iglesia, de la que jamás
apostató y a la que sirvió en su fe hasta sus últimos días: “De modo que la
primera parte deste protocolo consistiría en quejarme que la Iglesia me ha
perseguido y la Patria me ha pospuesto y postergado; y de ahí concluir que hay
un estrato de vitriolo en el fondo de la Iglesia y un gusano inmortal en el
seno de la Patria. Pero después deso tendré que confesar que la Patria me ha dejado vivir- lo cual no es poco- y la
Iglesia me ha enseñado la fe de Cristo” (Seis ensayos y tres cartas).
LOS CRÍMENES DEL LIBERALISMO
Castellani
golpeó como puños premiosos contra las puertas del liberalismo como causa
fundante de los males del país: “Lo más conducente entre nosotros para probar que el liberalismo es pecado, es
examinar los efectos del liberalismo en la Argentina. Son tan feos que sólo
pueden proceder de un pecado. ‘Por sus frutos los discerniréis’. He aquí
los diez crímenes (…) El liberalismo exterminó al indio. El liberalismo arruinó
la educación argentina. El liberalismo relajó la familia argentina. El
liberalismo esterilizó la inteligencia argentina. El liberalismo nos infundió
un ánimo abatido (…) un complejo de inferior. El liberalismo mutiló a la Nación de su territorio natural histórico. El
liberalismo empequeñeció a la Iglesia argentina. El liberalismo creó gratis
el problema judío. El liberalismo nos enfeudó al extranjero. El liberalismo
rompió la concordia y creó la división espiritual de los argentinos que
actualmente se encamina a una crisis dolorosa” (Sentencias y aforismos
políticos).
La Argentina
era en consecuencia “como un cigarro fumado a la vez por las dos puntas”
(Jauja, 1969), cuya norma era la “propensión
a entregarse del todo al extranjero” (La religión y la libertad, 1956). La
riqueza producida por el sudor del trabajador argentino sangraba hacia afuera y
encadenaba al país a ser una semicolonia económicamente raquítica y
espiritualmente vencida: “La cuestión económica y la política exterior, es
decir, los dos problemas polos de todo gobierno REAL (...) nos eran dados
hechos desde fuera; y para que nos creyésemos Nación, nos dejaban divertirnos,
afanarnos y matarnos con los triquitraques sórdidos de la ‘política interna’”.
O sea, la farsa demoliberal que consistía “en el llamado JUEGO DE LOS PARTIDOS,
instrumento artificial de una pseudodemocracia, que tiene poquísimo de política
real (…) consiste simplemente, al final del proceso del régimen liberal, en que NO HAY PARTIDOS. No hay una cosa
realmente partida -a no ser la concordia y el bien común de la Nación-, hay una
sola cosa real (...) Los partidos liberales (…) tienden a convertirse en una
clase de hombres homogéneos moral, intelectual y hasta caractéricamente, que se
adjudican como prebenda la función de gobernar, y luchan continuamente (…) por
el poder; en el cual, si las cosas marchan como deben, lo justo es que se
vayan turnando”, y dice más: “no había diferencia esencial alguna en los
«programas» (…) ni en las «doctrinas». Lo cual no quiere decir no hubieran
brutales diferencias en las codicias («quítate tú que me pongo yo»), obcecadas
diferencias en los ánimos («nosotros somos los buenos, nosotros ni más ni
menos; los otros son unos potros, comparados con nosotros»)” (Seis Ensayos y
Tres Cartas).
Así, los dirigentes del liberalismo “cayeron en la
tentación que ahora llaman «progresismo»; o sea, de vender el alma al diablo y
las riquezas del país a los Malditos, a cambio de un aparatoso progreso
técnico, al cual pagamos escandalosamente caro y no conseguimos entero, pues
todavía estamos subdes, según nos echan en cara” (Jauja, 1969). El fundamento
de que una Nación rica y con sobradas condiciones de convertirse en potencia
hubiese aceptado tan indigno vasallaje, o sea, la capitulación política y el
expolio de la riqueza nacional, para Castellani estaba directamente ligado a la
colonización espiritual del país: “Si caímos en redes de foráneos mercaderes,
fue porque primero escuchamos silbos de foráneos masones, y el miasma sutil de
la herejía había contaminado entre nosotros los intelectos. El Liberalismo antes de ser un mal sistema
político y un mal método económico, es una mala teología, es una herejía,
una cosa espiritual, que no se puede conjurar del todo sino en su propio
centro, que es la región de la estratósfera donde combaten invisiblemente los
espíritus” (Crítica Literaria). Por tanto: “La Argentina (…) No será del todo
independiente mientras no sepa pensar sola” (La Reforma de la Enseñanza).
Palabras que parecen escritas hoy como azotes a la
“idolatría” de lo políticamente correcto que viene imponiendo hace décadas una
nueva “fe” donde prima el relativismo radical y la “libertad de opinión” por
sobre la búsqueda de una verdad trascendente, cuyo corolario al decir de
Castellani es el “chillar los ineptos hasta acallar al sabio” (El nuevo
gobierno de Sancho). Pensamiento que postula que todas las opiniones valen lo
mismo, que todo es discutible hasta el derecho sagrado a la vida sobre el que
se asientan el resto de los derechos, junto al consignismo vacuo anudado a
reclamos histéricos de más derechos sin ninguna obligación del pensamiento
progresista cuyos valores son los valores elementales del liberalismo que bajo
ropajes variados mantiene su esencia: globalismo y cosmopolitismo, ataque a la
tradición, tecnocracia y economía de libre mercado, individualismo y hedonismo,
destrucción de la persona humana, de la familia y de la comunidad, democracia
como el dominio de las minorías sobre las mayorías. Guerra sin cuartel contra la nacionalidad en el suelo que lo único que
produce para sus hijos es hambre, pobreza y dolor: “No son la Patria los que
actualmente y desde hace mucho tiempo mangonean el país a su gusto o a gusto
del diablo (…) No es la Patria la ideología liberal, la plutocracia mercantil
ni el imperialismo extranjero; esas cosas no se pueden consagrar al Corazón de
María. (…) ¡Cómo va a ser la Patria esta inmensa laguna en que andamos
braceando con desesperación, nadando contra corriente y empantanándonos sin
poder ir ni atrás ni adelante; esta casona derruida donde respiramos aire
gastado, comemos pan duro, estamos inundados de mentiras y pamplinas, leemos o
vemos cada días que nos dan en rostro, estamos vejados por el cretinismo
ambiente y creciente, soportamos vergüenzas nacionales!” (Seis ensayos y tres
cartas).
En defensa de la Tradición y la Cristiandad
que reintegrasen a la Argentina su fisonomía católica e hispánica limpiándola
de elementos extranjerizantes -“El eje permanente de la historia argentina es
la pugna entre la tradición hispánica y el liberalismo foráneo, bajo cuyo signo
nacimos a la ‘vida libre’”-, Castellani formuló la necesidad de
restauración de un principio de autoridad y de un orden moral justo. El país
debía entrar en “la etapa de la inteligencia”, como elemento unificador de la
vida afectiva comunitaria. La Nación
dependía de “muchos factores, algunos materiales como la geografía, la economía
y la raza; otros formales como la religión, un ideal histórico común, y la
lengua, que los une a todos”, que actúan como plataforma fundante de un
ideal trascendente, elemento espiritual que hace posible la unidad nacional:
“Una creencia común, que por trascendental cubra las diferencias contingentes
individuales es el cemento indispensable de una sociedad que se concreta en un
ideal nacional capaz de proponer una empresa conjunta con alcance universal”
(Dinámica Social, 1951), porque “toda Nación para existir decentemente debe
tener una misión en el mundo, una idea trascendental que realizar, llamada «el
ideal nacional», porque así como el hombre no es fin de sí propio, tampoco las
naciones” (Decíamos Ayer).
Es por eso
que, a la par de la espera consoladora del único dogma del Credo aún no
cumplido, el Venturus est, el regreso de
Cristo a poner la justicia y el bien a la Tierra, llamó al despertar aunque más
no sea de un puñado de argentinos dispuestos al sacrificio: “Y mientras ellos
existan, aunque sea como generación sacrificada, la redención de la Argentina
es posible” (Seis ensayos y tres cartas). Que así sea.