miércoles, 26 de mayo de 2021

Sobre el Popularismo o Populismo

             


 ALBERTO BUELA

La politología, una escisión relativamente reciente de la filosofía, ha considerado históricamente  al populismo en forma peyorativa. Ya sea otorgándole una connotación negativa, caracterizándolo como una  patología política en opinión de Leo Straus o como el enfant perdu(1) de la ciencia política. Se lo ha venido estudiando en forma vergonzante por aquellos que lo han hecho. La más renombrada estudiosa del tema, la inglesa Margaret Canovan  sostiene que: “el término populismo se usa comúnmente a modo de diagnóstico de una enfermedad”(2)

El término populismo encierra una polisemia de difícil acceso para los politólogos que por formación y disciplina carecen de los medios suficientes para elucidarla (3). De modo tal que la mayoría de los tratadistas se ocupan de descripciones más o menos sutiles según su capacidad personal. Pero todo ello no va más allá de una sumatoria de características  que no llegan a la esencia del fenómeno. Cuenta mucho en cada uno de ellos su experiencia personal y su conformación ideológica. Así, por ejemplo, el diccionario de política más reciente editado en Brasil lo define: Designación que se da a la política puesta en práctica en sentido demagógico especialmente por presidentes y líderes políticos de Sudamérica, los cuales con un aura carismática se presentan como defensores del pueblo. Cumple destacar como ejemplo típico Perón en la Argentina, vinculando a los intereses populares reivindicaciones nacionalistas (4). Definir el populismo a través de la demagogia es, no sólo un error de método, sino una posición política vinculada al universo liberal-socialista clásico.

 

Los tratados de historia de la ciencia política, multiplicados al por mayor en las últimas décadas, anuncian  en este ítem, acríticamente, una y otra vez una seguidilla de regímenes al que adscriben el carácter de populistas, habiendo entre ellos, diferencias sustanciales. Así van juntos, los  movimientos del siglo XIX, tanto el  agrario radical de los Estados Unidos como el intelectual de los narodnichevsto de  Rusia. La democracia directa Suiza. Getulio Vargas (1895-1974) y su Estado Novo en Brasil. Perón (1895-1974) y su Comunidad Organizada para Argentina. Gamal Nasser en Egipto. El general Boulanger y luego el mouvement Poujade en Francia. Más próximamente George Wallace en USA y Solidarnosc en Polonia. Nos preguntamos:¿ Todo esto junto, involucrado en un solo concepto, sino es un aquelarre....no se parece bastante?.  

Pero, ¿Qué ha sucedido últimamente para que la gran mayoría de las revistas sobre ciencia política se ocupen asiduamente del populismo?. En nuestra opinión, éste dejó de ser un fenómeno propio de las naciones periféricas como lo fue en los años posteriores a la segunda guerra mundial para transformarse en un fenómeno europeo. Así la Lega Nord de Humberto Bossi en Italia; el Partido rural de Veikko Vennamo en Finlandia; el Font Nacionale de J.M.Le Pen en Francia; en Bélgica el movimiento flamenco de Vlaams Blok; el suceso de Haider en Austria; el Fremskrittsparti en Dinamarca, Suecia y en Noruega; la Deutsche Volksunion en Alemania; el movimiento socialista panhelénico en Grecia, la Unión Democrática en Suiza son algunos de los movimientos caracterizados como “populistas” por los analistas políticos, siguiendo a los académicos de turno.

La instalación política del populismo en Europa estos últimos años ha obligado a los teóricos a repensar la categoría de populismo con la intención de liberarla de la connotación peyorativa que le otorgaran ellos mismos otrora, cuando el fenómeno del populismo se manifestaba en los países periféricos o del tercer mundo, como fueron los casos de Perón, Vargas o Nasser.

Es muy difícil levantar la demonización de una categoría política luego de cincuenta años de ser utilizada en un sentido denigrante y peyorativo. Es por ello que proponemos utilizar un neologismo como popularismo  para caracterizar los fenómenos que producen los mismos pueblos cuando están en riesgo estar desnaturalizados en propio ser.  Pretendemos distinguir claramente entre gobiernos populares que recogen las necesidades que expresa el pueblo y gobiernos populistas, que usan al pueblo: el caso emblemático hoy es el de Cristina Kirchner en Argentina

 

RASGOS DEL POPULARISMO O GOBIERNOS POPULARES

 

Estos movimientos consideran al pueblo como: a) fuente principal de inspiración b) término constante de referencia y c) depositario exclusivo de valores positivos. El pueblo como fuerza regeneradora es el mito funcional para la lucha por el poder político. El pueblo es el sujeto principalísimo de la política.

La acción del pensamiento único y políticamente correcto expresado en estas últimas décadas por la socialdemocracia y sus variantes “progresistas” ha buscado la desaparición del pueblo para transformarlo en “público consumidor” y así manipularlo fácilmente. Este es el populismo postmoderno reivindicado en nuestro medio por Ernesto Laclau y su Razón populista (2005). Para éste el pueblo es siempre pueblo suelto mientras que para el peronismo o los gobiernos populares el pueblo es pueblo organizado. En una palabra, el pueblo está mediatizado a través de sus organizaciones, porque solo a través de ellas existe. Lo otro, el populismo postmoderno de los Chávez o los Kirchner es muchedumbre o público consumidor.

Además el popularismo o gobierno popular (el peronismo es un ejemplo clásico) excluye la lucha de clases y es fuertemente conciliador. Para él la división no se da entre burgueses contra proletarios sino entre pueblo vs. antipueblo.(ej. descamisados vs. oligarquía en Argentina). Existe solo una clase de hombres: los que trabajan. Su  figura emblemática es el trabajador o el subsidiado como en el populismo.

Su discurso es, entonces,  antielitista y canaliza la protesta en el seno de la opinión pública en forma de interpelación a los poderes públicos y al discurso dominante.

Su práctica política radica en la movilización de grandes masas que expresan más que un discurso reflexivo, un estado de ánimo. Las multitudinarias concentraciones son el locus del discurso popularista. Los muros y paredes de las ciudades aún no han sido reemplazados por los mass media como vehículo de expresión escrita del discurso interpelativo al poder de turno del popularismo.

Finalmente su vinculación emocional en torno a un líder carismático que en una especie de democracia directa interpreta el sentir de ese pueblo, que a su vez hace uso de una vieja institución como ha sido la acclamatio.

Conciliación de clases, discurso interpelativo,  movilización popular organizada y líder carismático  son los  rasgos esenciales del popularismo.

Por el contrario el motor del populismo es el resentimiento social que se expresa en un enfrentamiento de clases; su discurso es un relato del demagogo progresista; su movilización popular es desorganizada a fuerza de subsidios y canonjías.

Existe una diferencia sustancial entre los movimientos populares  periféricos y los de los países centrales. Estos últimos tienen una tendencia racista ostensible para expulsar de sí a todo aquello que no es verdadero pueblo en tanto que en los países subdesarrollados o dependientes existe en ellos una tendencia a la fusión étnica de los elementos marginales. Acá el pueblo es un modo de ser abierto en tanto que en los países centrales es cerrado. Hoy, el horror al inmigrante es el ejemplo más evidente.

Los popularismos tienen una exigencia fundamental de identidad, de arraigo o pertenencia a una nación o región determinada, ello hace que por su propia naturaleza se opongan siempre a todo internacionalismo, manifestado hoy bajo el nombre de globalización. Los popularismos son nacionalistas de fines, en tanto que los populismos lo son de medios.

El ejercicio político del plebiscito a través de esa especie de democracia directa que es la movilización popular convocada por un líder carismático con un discurso de protesta al discurso oficial elaborado a partir de lo políticamente correcto, mete en contradicción a los politólogos demócratas  que ante la crisis de representatividad política buscan nuevas fórmulas para la alicaída democracia liberal. Pues estos teóricos bien intencionados comprenden, a ojos vista, que son los movimientos populares quienes ejercen la verdadera democracia: aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y no tiene otro interés más que el del pueblo mismo. Reiteramos el pueblo manifestándose a través de sus organizaciones libres creadas por él y no suelto como muchedumbre o masa.

Esta contradicción no se puede zanjar con libros ni papers  eruditos, se soluciona legalizando lo que legítimamente los pueblos vienen haciendo en busca de su más genuina representación. Y esto supone una “revolución legal” que ningún gobierno occidental, hoy por hoy, está dispuesto a realizar.

 

 

 

 

                               REPENSAR POSITIVAMENTE EL POPULISMO

Al ganar Trump en los Estados Unidos todos aquellos movimientos populistas que se venían desarrollando desde hace algunos años en Europa se potenciaron: Le Pen en Francia,  Hofer en Austria, Grillo en Italia, Amanecer dorado en Grecia, el Partido de la Independencia en Gran Bretaña, Alternativa para Alemania, Jobbik en Hungría, el Partido Popular Danés, los Verdaderos Finlandeses, el Partido de la Libertad en Holanda, etc.

Sobre el populismo todos han, y hemos escrito[1], el último del que tenemos noticias es el pensador francés Alain de Benoist [2].

La erudita más prestigiosa sobre el tema, la inglesa Margaret Canovan lo define: “el término populismo se usa comúnmente a modo de diagnóstico de una enfermedad”[3], lo que da la orientación principal a todos los estudios académicos sobre el tema.

A la visión peyorativa sobre el populismo es a la que queremos responder en esta pequeña meditación.

La experiencia histórica nos muestra que el populismo, en Rusia, Estados Unidos, Brasil, Francia o Argentina,  fue desde sus comienzos una reacción popular al orden constituido. Es en primer lugar el pueblo que se manifiesta para preservar en su ser.  Hoy ese tipo de populismo no existe más, pues muestra otro cariz diferente. En Suramérica, donde el populismo sentó sus reales más duraderos y significativos, con Getulio Vargas en Brasil, Perón en Argentina, Ibáñez del Campo en Chile, Velasco Ibarra en Ecuador, Paz Estensoro en Bolivia, Pérez Jiménez en Venezuela, hoy ha dejado de existir. Los populismos europeos actuales son diferentes, no hay líderes o caudillos que movilicen a las masas sino políticos del establishment disconformes con los que le tocó en parte. Ninguno de entre ellos plantea una verdadera revolución sino, en el mejor de los casos, un reacomodamiento de tareas y funciones. En Europa, como observa el agudo de Benoist, desapareció el pueblo. A fuer de ser sinceros, esto mismo lo observó un muy buen jurista argentino, Luis María Bandieri, hace ya varios años[4].

La democracia, que en su acepción primaria, es el gobierno del pueblo no se pudo plasmar en doscientos años de liberalismo político. La democracia se transformó en gobierno de una oligarquía partidaria. Hoy los partidos políticos además de adueñarse del monopolio de la representación, pues no se puede acceder al parlamento sino solo a través de ellos, pasaron así, de ser un producto de la sociedad civil, a ser un aparato más del Estado. Esto último lo viene denunciando desde hace años el jurista español Antonio García Trevijano[5].

Se hace muy difícil desarmar el andamiaje ideológico que la izquierda ha formado sobre el populismo pues ella tiene el monopolio de la cultura en Occidente, pero a pesar de ello, y desde ella, se vienen escuchando estos últimos años algunas voces, como la de Ernesto Laclau quien en su Razón populista[6] intenta un cierto rescate. (ad infra carta ad hoc).

Es que Laclau como nosotros tuvo la experiencia existencial del populismo en el poder y siendo chicos vivimos como el club deportivo, la parroquia, la escuela, el barrio y sus vecinos y la familia nos contenían formando una comunidad en donde nosotros nos fuimos formando y desarrollando. Así, esa relación de pertenencia y libertad entre individuo y comunidad la vimos realizada efectivamente.  En aquella época, circa 1950, eran muy fuertes aún las comunidades de inmigrantes que por millones habían llegado a Argentina, entre los cuales estaban los padres portugueses de Laclau. Inmigrantes que no son los 60 millones que invadieron Europa y que no se integran a su modo de vida y valores, sino que nosotros tuvimos, gracias al populismo: inmigración con integración.

La idea de comunidad tan común a los populismos, al menos a los suramericanos al estilo de Perón o de Velasco Ibarra, en donde no se puede concebir a un hombre libre en una comunidad que no lo sea, es un legado que ha quedado inscripto con letras de molde en nuestras sociedades, de ahí que aún hoy, el Ecuador puede respirar en sus excelentes planes de educación y Argentina en su medicina social, algo de aquel viejo ideal comunitarista enarbolado por nuestros populismos.

A contrario sensu, Europa no puede esperar nada de estos nuevos populismos, mal que le pese al brillante de Benoist, porque las comunidades nacionales se licuaron en un hibrido como la Unión Europea y los pueblos se replegaron hasta perder sus tradiciones: nadie da la vida hoy por Juana de Arco en Francia. Europa es hoy, en orden a sus pueblos, una naranja exprimida que no da jugo.

El caso de Trump es distinto. Estados Unidos, además de ser la primera potencia mundial y tener el doble del poder militar y capacidad bélica que Rusia, China, Francia e Inglaterra juntos, solo tiene que salvarse primero él. No tiene ninguna atadura internacional que lo condicione.(salvo con Israel). El populismo de Trump no es el de crear una nueva sociedad, no es el de hacer una revolución, al estilo de las que hemos tenido en América del Sur, sino solo y simplemente el “salvarse ellos”. Y, probablemente, lo consiga, si es que no le pasa lo de JFK.

 

 



[1] Buela, Alberto: Populismo y popularismo, Buenos Aires, Ed. Cultura et Labor, 2003

[2] De Benoist, Alain: Le moment populista, Paris, Ed. Guillaume de Roux, 2017

[3] Canovan, Margaret: Populism, Hartcourt Jovanovich, Nueva York-Londres, 1981, p.300

[4] Bandieri, Luis María: Hacia donde va el pueblo, Buenos Aires, circa 2005

[5] García Trevijano, Antonio: Teoría pura de la república, Madrid, Ed. Buey mudo, 2010

[6] Laclau, Ernesto: La razón populista, Buenos Aires, FCE, 2005

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