La politología, una escisión relativamente reciente de la filosofía, ha considerado históricamente al populismo en forma peyorativa. Ya sea otorgándole una connotación negativa, caracterizándolo como una patología política en opinión de Leo Straus o como el enfant perdu(1) de la ciencia política. Se lo ha venido estudiando en forma vergonzante por aquellos que lo han hecho. La más renombrada estudiosa del tema, la inglesa Margaret Canovan sostiene que: “el término populismo se usa comúnmente a modo de diagnóstico de una enfermedad”(2)
El
término populismo encierra una polisemia de difícil acceso para los politólogos
que por formación y disciplina carecen de los medios suficientes para
elucidarla (3). De modo tal que la mayoría de los tratadistas se ocupan de
descripciones más o menos sutiles según su capacidad personal. Pero todo ello
no va más allá de una sumatoria de características que no llegan a la esencia del fenómeno.
Cuenta mucho en cada uno de ellos su experiencia personal y su conformación
ideológica. Así, por ejemplo, el diccionario de política más reciente editado
en Brasil lo define: Designación que se
da a la política puesta en práctica en sentido demagógico especialmente por
presidentes y líderes políticos de Sudamérica, los cuales con un aura
carismática se presentan como defensores del pueblo. Cumple destacar como ejemplo típico Perón en
Los
tratados de historia de la ciencia política, multiplicados al por mayor en las
últimas décadas, anuncian en este ítem,
acríticamente, una y otra vez una seguidilla de regímenes al que adscriben el
carácter de populistas, habiendo entre ellos, diferencias sustanciales. Así van
juntos, los movimientos del siglo XIX,
tanto el agrario radical de los Estados
Unidos como el intelectual de los narodnichevsto
de Rusia. La democracia directa Suiza. Getulio Vargas (1895-1974) y su Estado Novo en Brasil. Perón (1895-1974)
y su Comunidad Organizada para
Argentina. Gamal Nasser en Egipto. El general Boulanger y luego el mouvement Poujade en Francia. Más
próximamente George Wallace en USA y Solidarnosc
en Polonia. Nos preguntamos:¿ Todo esto junto, involucrado en un solo
concepto, sino es un aquelarre....no se parece bastante?.
Pero,
¿Qué ha sucedido últimamente para que la gran mayoría de las revistas sobre
ciencia política se ocupen asiduamente del populismo?. En nuestra opinión, éste
dejó de ser un fenómeno propio de las naciones periféricas como lo fue en los
años posteriores a la segunda guerra mundial para transformarse en un fenómeno europeo. Así
La
instalación política del populismo en Europa estos últimos años ha obligado a
los teóricos a repensar la categoría de populismo con la intención de liberarla
de la connotación peyorativa que le otorgaran ellos mismos otrora, cuando el
fenómeno del populismo se manifestaba en los países periféricos o del tercer
mundo, como fueron los casos de Perón, Vargas o Nasser.
Es
muy difícil levantar la demonización de una categoría política
luego de cincuenta años de ser utilizada en un sentido denigrante y peyorativo.
Es por ello que proponemos utilizar un neologismo como popularismo para
caracterizar los fenómenos que producen los mismos pueblos cuando están en
riesgo estar desnaturalizados en propio ser.
Pretendemos distinguir claramente entre gobiernos populares que recogen
las necesidades que expresa el pueblo y gobiernos populistas, que usan al
pueblo: el caso emblemático hoy es el de Cristina Kirchner en Argentina
RASGOS DEL POPULARISMO O
GOBIERNOS POPULARES
Estos
movimientos consideran al pueblo como: a) fuente principal de
inspiración b) término constante de referencia y c) depositario exclusivo de
valores positivos. El pueblo como
fuerza regeneradora es el mito funcional para la lucha por el poder político. El
pueblo es el sujeto principalísimo de
la política.
La
acción del pensamiento único y políticamente correcto expresado en estas
últimas décadas por la socialdemocracia y sus variantes “progresistas” ha buscado la desaparición del pueblo para transformarlo
en “público consumidor” y así manipularlo fácilmente. Este es el populismo postmoderno
reivindicado en nuestro medio por Ernesto Laclau y su Razón populista (2005). Para éste el pueblo es siempre pueblo
suelto mientras que para el peronismo o los gobiernos populares el pueblo es
pueblo organizado. En una palabra, el pueblo está mediatizado a través de sus
organizaciones, porque solo a través de ellas existe. Lo otro, el populismo
postmoderno de los Chávez o los Kirchner es muchedumbre o público consumidor.
Además
el popularismo o gobierno popular (el peronismo es un ejemplo clásico) excluye
la lucha de clases y es fuertemente conciliador. Para él la división no se da
entre burgueses contra proletarios sino entre pueblo vs. antipueblo.(ej.
descamisados vs. oligarquía en Argentina). Existe solo una clase de hombres:
los que trabajan. Su figura emblemática
es el trabajador o el subsidiado como en el populismo.
Su
discurso es, entonces, antielitista y
canaliza la protesta en el seno de la opinión pública en forma de interpelación
a los poderes públicos y al discurso dominante.
Su práctica
política radica en la movilización de grandes masas que expresan más que un
discurso reflexivo, un estado de ánimo. Las multitudinarias concentraciones son
el locus del discurso popularista.
Los muros y paredes de las ciudades aún no han sido reemplazados por los mass
media como vehículo de expresión escrita del discurso interpelativo al poder de
turno del popularismo.
Finalmente
su vinculación emocional en torno a un líder carismático que en una especie de
democracia directa interpreta el sentir de ese pueblo, que a su vez hace uso de
una vieja institución como ha sido la acclamatio.
Conciliación de clases,
discurso interpelativo, movilización
popular organizada y líder carismático
son los rasgos esenciales del
popularismo.
Por el contrario el motor
del populismo es el resentimiento social que se expresa en un enfrentamiento de
clases; su discurso es un relato del demagogo
progresista; su movilización popular es desorganizada a fuerza de subsidios y
canonjías.
Existe
una diferencia sustancial entre los movimientos populares periféricos y los de los países centrales.
Estos últimos tienen una tendencia racista ostensible para expulsar de sí a
todo aquello que no es verdadero pueblo en tanto que en los países subdesarrollados
o dependientes existe en ellos una tendencia a la fusión étnica de los
elementos marginales. Acá el pueblo
es un modo de ser abierto en tanto que en los países centrales es cerrado. Hoy,
el horror al inmigrante es el ejemplo más evidente.
Los popularismos tienen una
exigencia fundamental de identidad, de arraigo o pertenencia a una nación o
región determinada, ello hace que por su propia naturaleza
se opongan siempre a todo internacionalismo, manifestado hoy bajo el nombre de
globalización. Los popularismos son nacionalistas de fines, en tanto que los
populismos lo son de medios.
El
ejercicio político del plebiscito a través de esa especie de democracia directa
que es la movilización popular convocada por un líder carismático con un
discurso de protesta al discurso oficial elaborado a partir de lo políticamente
correcto, mete en contradicción a los politólogos demócratas que ante la crisis de representatividad
política buscan nuevas fórmulas para la alicaída democracia liberal. Pues estos
teóricos bien intencionados comprenden, a ojos vista, que son los movimientos
populares quienes ejercen la verdadera democracia: aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y no tiene otro
interés más que el del pueblo mismo. Reiteramos el pueblo manifestándose a
través de sus organizaciones libres creadas por él y no suelto como muchedumbre
o masa.
Esta
contradicción no se puede zanjar con libros ni papers eruditos, se
soluciona legalizando lo que legítimamente los pueblos vienen haciendo en busca
de su más genuina representación. Y esto supone una “revolución legal” que
ningún gobierno occidental, hoy por hoy, está dispuesto a realizar.
REPENSAR POSITIVAMENTE EL POPULISMO
Al
ganar Trump en los Estados Unidos todos
aquellos movimientos populistas que se venían desarrollando desde hace algunos
años en Europa se potenciaron: Le Pen en Francia, Hofer en Austria, Grillo en Italia, Amanecer
dorado en Grecia, el Partido de la Independencia en Gran Bretaña, Alternativa
para Alemania, Jobbik en Hungría, el Partido Popular Danés, los Verdaderos
Finlandeses, el Partido de la Libertad en Holanda, etc.
Sobre
el populismo todos han, y hemos escrito[1],
el último del que tenemos noticias es el pensador francés Alain de Benoist [2].
La
erudita más prestigiosa sobre el tema, la inglesa Margaret Canovan lo define: “el término populismo se usa comúnmente a
modo de diagnóstico de una enfermedad”[3], lo que da la
orientación principal a todos los estudios académicos sobre el tema.
A la
visión peyorativa sobre el populismo es a la que queremos responder en esta
pequeña meditación.
La
experiencia histórica nos muestra que el
populismo, en Rusia, Estados Unidos, Brasil, Francia o Argentina, fue desde sus comienzos una reacción popular
al orden constituido. Es en primer lugar el pueblo que se manifiesta para
preservar en su ser. Hoy ese tipo de
populismo no existe más, pues muestra otro cariz diferente. En Suramérica,
donde el populismo sentó sus reales más duraderos y significativos, con Getulio
Vargas en Brasil, Perón en Argentina, Ibáñez del Campo en Chile, Velasco Ibarra
en Ecuador, Paz Estensoro en Bolivia, Pérez Jiménez en Venezuela, hoy ha dejado
de existir. Los populismos europeos actuales son diferentes, no hay líderes o
caudillos que movilicen a las masas sino políticos del establishment disconformes con los que le tocó en parte. Ninguno de
entre ellos plantea una verdadera revolución sino, en el mejor de los casos, un
reacomodamiento de tareas y funciones. En Europa, como observa el agudo de
Benoist, desapareció el pueblo. A fuer de ser sinceros, esto mismo lo observó
un muy buen jurista argentino, Luis María Bandieri, hace ya varios años[4].
La
democracia, que en su acepción primaria, es el gobierno del pueblo no se pudo
plasmar en doscientos años de liberalismo político. La democracia se transformó
en gobierno de una oligarquía partidaria. Hoy los partidos políticos además de
adueñarse del monopolio de la representación, pues no se puede acceder al
parlamento sino solo a través de ellos, pasaron así, de ser un producto de la
sociedad civil, a ser un aparato más del Estado. Esto último lo viene
denunciando desde hace años el jurista español Antonio García Trevijano[5].
Se
hace muy difícil desarmar el andamiaje ideológico que la izquierda ha formado
sobre el populismo pues ella tiene el monopolio de la cultura en Occidente,
pero a pesar de ello, y desde ella, se vienen escuchando estos últimos años
algunas voces, como la de Ernesto Laclau quien en su Razón populista[6] intenta un cierto
rescate. (ad infra carta ad hoc).
Es
que Laclau como nosotros tuvo la
experiencia existencial del populismo en el poder y siendo chicos vivimos como
el club deportivo, la parroquia, la escuela, el barrio y sus vecinos y la
familia nos contenían formando una comunidad en donde nosotros nos fuimos
formando y desarrollando. Así, esa relación de pertenencia y libertad entre
individuo y comunidad la vimos realizada efectivamente. En aquella época, circa 1950, eran muy
fuertes aún las comunidades de inmigrantes que por millones habían llegado a
Argentina, entre los cuales estaban los padres portugueses de Laclau.
Inmigrantes que no son los 60 millones que invadieron Europa y que no se
integran a su modo de vida y valores, sino que nosotros tuvimos, gracias al
populismo: inmigración con integración.
La idea de comunidad tan
común a los populismos, al menos a los suramericanos al estilo de Perón o de
Velasco Ibarra, en donde no se puede concebir a un
hombre libre en una comunidad que no lo sea, es un legado que ha quedado
inscripto con letras de molde en nuestras sociedades, de ahí que aún hoy, el
Ecuador puede respirar en sus excelentes planes de educación y Argentina en su
medicina social, algo de aquel viejo ideal comunitarista enarbolado por
nuestros populismos.
A contrario sensu, Europa
no puede esperar nada de estos nuevos populismos, mal que le pese al brillante
de Benoist, porque las comunidades nacionales se licuaron en un hibrido como la
Unión Europea y los pueblos se replegaron hasta perder sus tradiciones: nadie
da la vida hoy por Juana de Arco en Francia. Europa es hoy, en orden a sus pueblos, una naranja exprimida que no da
jugo.
El
caso de Trump es distinto. Estados Unidos, además de ser la primera potencia
mundial y tener el doble del poder militar y capacidad bélica que Rusia, China,
Francia e Inglaterra juntos, solo tiene que salvarse primero él. No tiene
ninguna atadura internacional que lo condicione.(salvo con Israel). El
populismo de Trump no es el de crear una nueva sociedad, no es el de hacer una
revolución, al estilo de las que hemos tenido en América del Sur, sino solo y
simplemente el “salvarse ellos”. Y, probablemente, lo consiga, si es que no le
pasa lo de JFK.
[1]
Buela, Alberto: Populismo y popularismo,
Buenos Aires, Ed. Cultura et Labor, 2003
[2] De
Benoist, Alain: Le moment populista, Paris,
Ed. Guillaume de Roux, 2017
[3]
Canovan, Margaret: Populism, Hartcourt
Jovanovich, Nueva York-Londres, 1981, p.300
[4]
Bandieri, Luis María: Hacia donde va el
pueblo, Buenos Aires, circa 2005
[5]
García Trevijano, Antonio: Teoría pura de
la república, Madrid, Ed. Buey mudo, 2010
[6]
Laclau, Ernesto: La razón populista, Buenos
Aires, FCE, 2005