miércoles, 30 de enero de 2019

Leonardo Favio y el Papa Juan Pablo II


Iciar Recalde, enero 2019

Corre 1982, el Papa Juan Pablo II visita nuestro país. Leonardo Favio le dirige una carta que podría ser escrita hoy. Somos la misma semicolonia que parió a sangre y fuego Martínez de Hoz y los lacayos del imperio: el país rico que multiplica el hambre. El raquitismo económico producto del drenaje de la riqueza que producimos los argentinos puertas afuera de la patria por la complicidad de nuestra dirigencia. Lo único que ha cambiado en el mensaje del eterno Favio es la presencia de su Santidad Francisco, voz valiente en un mundo que se desangra. Que mata y todo lo destruye.
«Santo Padre: te lo advierto. Los hipócritas, los fariseos te cercarán en Buenos Aires. ¡Cuídate! No dejes que te maquillen la realidad. Santo Padre, estamos tristes… no nos dejes al partir. Santo Padre: los asesinos andan sueltos, se pavonean, se burlan, se ríen ante la mirada absorta de nuestros queridos mártires y muertos. Nos amenazan, nos hacen gestos de “ya van a ver”, tenemos miedo, una bruma de miedo lo cubre todo. No te dejés torcer la realidad. Mira, estamos quebrados, los usureros no tienen piedad, no nos dejan descansar, no podemos dormir. Nos sacuden, patean a los débiles puertas de nuestra orfandad exigiendo “lo suyo”, lo que nos robaron y que celosamente guardan en sus bancos lejanos. Estamos solos. Somos “un paquete accionario” para la devastada moral de la gran mayoría de nuestros dirigentes. ¡Estamos sitiados! Nuestra ancianidad está abandonada, nuestra niñez, desguarnecida, nuestros campos desolados, los tractores enmohecidos, rotos, derrumbados en galpones abandonados, las fábricas mudas, destartaladas… Por donde mires, cunde la desolación. Estamos perplejos: la tuberculosis, el analfabetismo, la mortalidad infantil han retornado y nos golpean duro, duro en las villas, en los campos, en los humildes barrios suburbanos. En esa desigual batalla nos derrotan hora a hora, día a día, traídos de la mano de la desocupación, el hambre y la miseria. ¡Mira cómo estamos! ¿No te pone triste nuestra realidad? Si no lloras, si lo que ves no te angustia como la mirada de un hijo tiste, es que te han llevado por donde no estamos. Santo Padre, no mires a la multitud que nada dice; no te dejes confundir. Cristo no asistirá a tu protocolo. Él está muy ocupado acariciando el pelo sucio de un niño muerto de hambre, limpiando la letrina en una villa o llorando frente al cuerpo acribillado de un ladroncito tonto. Cristo no asistirá a tu protocolo… Él te espera en la tristeza de nuestro pueblo bueno. Quiere charlar a solas contigo un rato.»

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