Entrevista a Rosana Guber, investigadora del CONICET
Lucía Alvarez 13 de Abril de 2014
La antropóloga trabaja en su tercer libro sobre el
conflicto, una etnografía con pilotos de la Fuerza Aérea. Cuestiona la actitud
progresista de no prestarle atención a la guerra y sostiene que los soldados no
fueron actores pasivos, mera "carne de cañón".
Las
reflexiones de Rosana Guber suelen incomodar. No por provocación o por cinismo.
La molestia es producto, en general, de su apuesta por el método etnográfico.
Por atreverse a preguntar a aquellos que no "merecen" ser consultados
y encontrar en sus respuestas rupturas con el sentido común. Hace más de diez
años, la antropóloga decidió meterse con uno de los temas más espinosos de la
historia argentina, la cuestión Malvinas, un símbolo en el que se condensan
contradictorios aspectos del ser nacional.
Después de ¿Por qué Malvinas? y De chicos a veteranos,
libros donde explica la construcción de esa causa nacional y las paradojas que
suscitó la guerra en algunos de sus protagonistas, Guber inició un trabajo
etnográfico con pilotos de la Fuerza Aérea que participaron del enfrentamiento
bélico, con el objetivo de discutir las interpretaciones que homologan el poder
militar con el poder político, y que conciben lo sucedido en Malvinas como una
extensión de la guerra antisubversiva. En La Experiencia, Guber cuestiona
además la idea de que fue un suceso absurdo y la imagen del conscripto como
"pura víctima". "La cuestión es qué le hacemos decir a Malvinas
y qué nos puede decir", alerta en diálogo con Tiempo Argentino.
–¿Por qué estudiar la guerra?
–Por varias razones. Primero, porque la guerra es una
actividad humana muy enigmática. En la historia de la antropología, la guerra
recibió muchas explicaciones. La vincularon al control de poblaciones, la
entendieron como una forma de producción económica, como expresión de las
tensiones de una sociedad o como una exacerbación de la masculinidad. Lo cierto
es que todos los pueblos hicieron la guerra, como víctimas, como victimarios o
las dos cosas. La guerra es un proceso político organizado por los Estados, que
involucra a toda la población, todos los recursos del aparato estatal y del
sistema civil. Muchas veces se piensa que es una actitud progresista no
prestarle atención a la guerra, pero es un error.
–Y en el caso argentino, ¿qué devela un análisis de este
tipo?
–En la Argentina no había involucramiento en guerras desde
la Triple Alianza. Está asumido que los militares lo único que sabían hacer era
reprimir gente indefensa y que cuando llegaron a enfrentarse, corrieron todos
despavoridos. Y eso no es verdad. Eso no quiere decir que hicieron bien las
cosas. Habría que analizar en términos de armas, saberes, fuerzas, medios.
Incluso las Fuerzas Armadas no son la misma cosa: tienen historias diversas,
medios, conocimientos y destrezas distintos. Y hay especialidades. En la Fuerza
Aérea no es lo mismo alguien que está en transporte que alguien que está en
salvamento y exploración, o quien pilotea un avión de caza. Es distinto quien
va equipado con misiles de quien lleva bombas convencionales. Cumplen distintas
funciones. Además, el rol de las Fuerzas Armadas en la vida nacional no empezó
en 1976, ni fue simplemente represivo. También sirvió para otras cosas y fue
vital para el desarrollo y la integración del país.
–¿Pero rescatar su saber militar en ese período no implica
un riesgo?
–¿De que sea leído como un modo de contrarrestar la crítica?
¿Por qué no puedo convivir con la complejidad, aceptar que hubo una fuerza que
hizo las cosas bien, que se desempeñó muy por encima de lo previsible según su
experiencia y sus recursos bélicos? ¿Por qué no puedo entender que el ser
humano es capaz de las dos cosas y de muchas más en el medio? No me preocupa si
lo que yo investigo es simplificado como laudatorio o promilitar. Eso ya corre
por cuenta de los lectores. Yo estoy tratando de entender qué significó la
guerra para los argentinos en muchos aspectos y trato de centrarme en quienes
la protagonizaron. Por esa idea del riesgo, casi no se hace investigación sobre
el mundo militar en América Latina. Si uno compara los estudios sobre Derechos
Humanos y los estudios sobre desempeño militar en el escenario bélico
internacional, es una proporción de uno a 100. La gente no quiere meterse en un
tema espinoso, tiene miedo a apasionarse y a querer entender desde otro punto de
vista. Pero si uno acepta que el ser humano y las sociedades son complejos, uno
puede atreverse a entender quiénes somos, y de qué fuimos y somos capaces. El
militar es un ser humano, es bueno recordarlo. Tiene aciertos, errores, y se
maneja con una lógica con la que me puedo comunicar.
–Entonces, se lo pregunto al revés, ¿para qué hacerlo?
–Porque son una herramienta del Estado, porque involucran
recursos, porque sirvieron al desarrollo argentino y porque la guerra fue
protagonizada por gente, y en esa época por jóvenes de 19 y 20 años de
población masculina. Porque el sistema del Servicio Militar Obligatorio
funcionaba desde 1901 y fue un importante instrumento para la socialización de
jóvenes que habitaban en lugares aislados o que, sin estar aislados, creían que
todo el país era como las grandes ciudades. Era una forma de que muchos jóvenes
conocieran al Estado y se conocieran entre sí. Y ahí estoy pensando en los
jóvenes universitarios de clase media, de las grandes ciudades. Otra cosa,
además, es desconocer cómo piensa el militar. ¿Por qué hacerlo? Porque hay
distintas mentalidades militares. Y, finalmente, porque hubo un militar que
tuvo una enorme injerencia en la vida argentina. Si no entiendo a los
militares, no entiendo a Perón ni al peronismo.
–¿Por qué sostiene que no hubo una extensión de la guerra
antisubversiva al escenario bélico?
–Esa idea de extensión del terrorismo de Estado se sostiene
en la figura emblemática del soldado conscripto arrastrado al campo de batalla
sin entrenamiento ni equipamientos necesarios y como objeto de apremios. Pero,
otra vez, una guerra es un fenómeno complejo, con situaciones de caos que
genera permanentemente el enemigo. Toda la cuestión logística, del hambre, del
frío, son privaciones inherentes a una guerra. ¿Esas fallas fueron hechas
adrede contra el soldado en tanto civil? Cuando se habla de los campos
clandestinos se habla de una persecución político-ideológica. Cuando te vas a
la guerra, no está claro ese pasaje. Hubo abusos de autoridad, pero hubo superiores
que se sometieron a las mismas condiciones que sus soldados. La imagen del
militar que lo único que sabe hacer es reprimir a gente inocente y por eso va a
Malvinas y hace lo mismo con los civiles bajo bandera, es una caricatura. No te
la podés pasar torturando a un soldado porque, entre otras cosas, se te viene
el enemigo. Esa lógica es de una simpleza que no resiste el análisis histórico.
–¿Pero los soldados no fueron víctimas, "carne de
cañón"?
–No fueron puramente pasivos. Las organizaciones de ex soldados,
incluso las más antimilitaristas, ubican la memoria del soldado en una posición
activa y hasta de resistencia, contra los apremios y contra los enemigos.
Estamos hablando de jóvenes de 20 años que no hicieron un prolongado
adiestramiento militar, que tenían un año de conscripción en tiempo de paz, y
algunos con mero trabajo de oficina, pero que servían a la patria y fueron a la
guerra. ¿Son puro objeto de sus superiores? Los escritos testimoniales de los
ex soldados están lejos de ser unívocos o lineales. Y no me refiero a las
películas sino a sus propios escritos. La jerarquía militar es dura, y en la
guerra es más dura. Y hubo castigos desmedidos, pero también soldados que aman
a sus ex jefes y se encuentran, aunque tengan diferencias políticas. Yo creo
que no indagar qué fue Malvinas para los soldados y los suboficiales y
oficiales es desterrar al sinsentido una parte muy relevante de la historia
argentina. La que hizo posible 1982 y lo que pasa después. Decir que fue una
guerra absurda es un eslogan, pero no una verdad histórica ni un hecho de
justicia.
–¿Qué es lo que ellos tienen para decir sobre la guerra?
–Muchos pilotos, por ejemplo, y para pasar a los netos
profesionales, explican: "Fui a hacer mi trabajo. Para eso me formaron y
para eso el pueblo argentino pago mi carrera." Y ahí hay un dilema. Porque
decir que fue un trabajo implica restarle toda su dimensión heroica, es la
rutinización de la profesión militar en tiempos de paz y de guerra. Pero una
persona que fue a hacer la guerra por ahí perdió una pierna, una facultad o la
vida. En el caso de los pilotos, algunos se empeñaron en ir aun cuando no les
correspondía. Uno de ellos cayó en combate y algunos vicecomodoros fueron en
misiones de ataque pese a la reticencia de sus subalternos.
–Como fuera, el dilema inescindible de todo esto es la
relación del conflicto y sus protagonistas con la dictadura. ¿Qué dicen de eso?
–La estructura militar está basada en la orden; si estás
adentro, respondés. Si no, te vas. Si, además, vos ingresaste al sistema
militar, lo hacés porque te interesa la estructura y la guerra, además de tener
un trabajo seguro, casa y comida. No estamos hablando de una Argentina con el
30% de la población desempleada. Quienes eran militares en 1982 hubieran tenido
otras opciones en el mercado laboral. Por otro lado, Malvinas, en 1982, no era
una causa militar, sino una causa de todos los sectores políticos e ideológicos
dentro y fuera del país. Desde 1833, escriben sobre Malvinas José Hernández,
Paul Groussac, Alfredo Palacios, Atahualpa Yupanqui, José Pedroni. La marcha de
Malvinas es de 1943. En 1966 está el Operativo Cóndor. Era una causa nacional y
popular que el régimen aprovechó, trató de instrumentar y se fue con ella.
Porque la causa lo condujo, la gente que no podía estar en la calle. El
entusiasmo malvinero era también el de la concordia; después de tantos años de
conflicto, la posibilidad de estar del mismo lado. Una causa que hablaba de la
dignidad de la nación, una causa anticolonialista. Perú y Venezuela apoyaron activamente
durante el conflicto, a pesar de que ninguno de los dos está sobre el Atlántico
Sur. Los mineros bolivianos se alistaron como voluntarios. Hay mucho más que la
cuestión doctrinaria nacionalista.
–¿De dónde viene ese carácter nacional y popular?
–La gente ubica esa referencia en la escuela, pero yo revisé
la revista del magisterio hasta poco después del peronismo, y desde 1970 hay un
solo artículo sobre las Islas Malvinas. Hoy tampoco se sabe qué decir sobre
Malvinas, ni desde lo histórico ni desde lo geográfico. ¿Cómo circuló entonces
la cuestión? Yo creo que en la soberanía sobre Malvinas se jugaba algo de la
soberanía nuestra, interior, política y social, algo que era sustentado por
distintas ideologías políticas. Hay una anécdota de unos conscriptos en el ara
San Antonio que, cuando escuchan al contraalmirante Busser decir que
recuperarían Malvinas, dicen: "¡Pero si las Malvinas son argentinas!"
Entonces, buscan en el mapa y no las encuentran, porque buscan en la costa de
Brasil. Sin embargo, sabían que eran argentinas.
–¿La causa cambia su contenido después de la guerra?
–La causa Malvinas no va a volver a ser lo que fue. A la
causa le pasó lo mismo que a la gente que fue a la guerra: fue tomada y tocada
por lo militar. Los grupos de ex combatientes, hasta los más antimilitares,
tienen un soldado con un fusil en su emblema, no la paloma de la paz. Malvinas
tiene una impronta militar ineludible porque así fue nuestra historia. Uno
podría preguntarse si la historia se equivoca, pero la historia es la nuestra y
es lo que es. Personalmente, no estoy de acuerdo con quienes desmerecen la
importancia de Malvinas en la actualidad. Porque son un espacio colonial
británico con un elemento desestabilizador, una base militar. Decir que la
cuestión Malvinas depende de la decisión de los isleños oculta esta imposición
militar y hasta la blanquea. ¿Es la decisión de los isleños sostener la base?
No puedo expurgarla de lo militar, ni de lo colonial. «
La frontera entre lo militar y lo civil
Si la investigación de Rosana Guber ya es delicada por el
tema, la complica aún más el hecho de que ella sea mujer, "civil",
académica, no familiarizada con la vida y la lógica militar salvo en las ideas,
generalmente negativas, que los argentinos guardan de las Fuerzas Armadas como
factores de poder en la historia del país. En ese sentido, su trabajo se fue
transformando en una traducción entre dos mundos que se conocen poco, y se
quieren menos, un desafío que ella misma explicita en su libro La Experiencia,
dirigido a los pilotos militares y a los antropólogos y científicos sociales
con quienes comparte las herramientas analíticas, pero no algunas de sus
visiones.
"Pensé que esas notas me podrían ayudar a comunicar a
cada cual por qué puede serles útil su lectura y, sobre todo, la disposición a
comprenderlo como una forma distinta de comprender Malvinas y acaso nuestro
país. Pensé que esas notas podrían ser el punto de partida para que este
volumen condense una perspectiva sumamente difícil en la Argentina: la mirada
recíproca de dos mundos que se han vivido como ajenos y enfrentados y que, sin
embargo, siguen siendo partes ineludibles de nuestro devenir nacional",
reflexiona Guber, quien además llama a relativizar la frontera entre lo civil y
lo militar.
¿Kamikazes o pilotos de caza?
Fueron los tripulantes de las fragatas de la Royal Task
Force quienes primero se refirieron a los pilotos argentinos como kamikazes. Al
recordar las misiones de ataque especial japonesas contra la flota aliada al
finalizar la Segunda Guerra Mundial (1944-1945), los británicos demostraban su
perplejidad ante las atrevidas incursiones de los aviones de caza argentinos.
¿Cómo explicar, si no, la entrega de estos oficiales que, desde el punto de
vista británico, sólo podían atacar pagando con la muerte?
La comparación es, sin embargo, engañosa.
Los aviones argentinos no eran bombas; sus cabinas no iban
cargadas de explosivos para estrellarse, con avión y piloto, contra las
fragatas, como sí ocurrió en Japón. Los argentinos debían lanzar sus bombas
casi rozando los buques o, en sus palabras, "ponerlas con la mano"
para inmediatamente hacer "el escape".
Los tokkotai (verdadero nombre de los protagonistas de las
misiones de "ataque especial") tenían entre 17 y 23 años de edad y
eran, en un 95%, miembros rasos de las fuerzas armadas japonesas y hombres
reclutados por la fuerza con una elevada proporción de estudiantes
universitarios, todos ellos entrenados apresuradamente. Los pilotos argentinos
eran en su totalidad oficiales profesionales habilitados en sus sistemas de
armas; tenían entre 24 y 40 años y, cuanto menos, seis años de vida aeronáutica
continua y permanente.
Los jóvenes japoneses, pese a las historias desfiguradas que
luego contó Occidente desde el film Tora! Tora! Tora!, no fueron a las misiones
creyendo que morirían por el Emperador sino porque habían sido forzados para
ello.
Los oficiales argentinos no fueron a las misiones
fanatizados por la gloria eterna y el reconocimiento público. Aceptando que la
muerte era posible como parte de su trabajo, fueron a cumplir las órdenes
porque así lo habían aprendido cuando decidieron ser profesionales militares;
fueron también porque sus compatriotas –militares y civiles bajo bandera–
enfrentaban al mismo enemigo en las islas; fueron incluso porque estaban
convencidos, como el resto de los argentinos, que las Islas Malvinas eran
argentinas; y sobre todo, fueron porque, concluida la guerra, iban a volver a
casa.