Leonardo
Cajal, Diciembre 2016
El
gobierno inglés comenzaba a planificar su cometido, luego de la victoria de
Ituzaingó Manuel García, enviado al Brasil como ministro plenipotenciario,
inicia la lista de traiciones y conspiraciones que encontrará poco tiempo
después a un Dorrego acorralado entre los accionistas porteños del Banco
Nacional y el Imperio Británico. Se firma de manera inescrupulosa la paz con el Imperio
renunciando a la Banda Oriental que
queda en poder del Brasil. Frente a esto, el rechazo de toda la Nación que se manifiesta
en las calles y Rivadavia, que se había opuesto a la decisión de García,
temiendo por su vida huye del escenario político para siempre y se aloja en la
oscuridad de la historia hasta el fin de sus días.
En
estas circunstancias emerge la figura de Manuel Dorrego que representaba al
espíritu federal de Buenos Aires allá por el segundo decenio del S XIX. Había
sido un destacado oficial de las guerras de la independencia bajo las ordenes
de Belgrano y de San Martín; contaba con el apoyo de la plebe, gauchos, peones,
los pobladores porteños y los hacendados bonaerense cuyo único interés era
poder criar vacas y dejar de sufrir los embates de la guerra civil. El reconocimiento
del interior hacia Manuel Dorrego quedó consolidado cuando este como representante
de Santiago del Estero en la Convención Constituyente de 1824 se opuso al proyecto unitario Rivadaviano.
Con
el apoyo de todas las provincias, en agosto de 1827, Dorrego asume como
gobernador de Buenos Aires y encargado del poder ejecutivo nacional, más allá
de la crisis de la administración de Rivadavia, (deudas y vencimientos,
apertura financiera al Imperio Británico, Banco Nacional), el nuevo gobernador se
encentró con el principal problema a resolver, la guerra con el Brasil y la incorporación de
la Banda Oriental al Imperio.
El
carácter patriota de Dorrego puso en estado de alerta al Forign Office, transformándose
en el principal enemigo a vencer en el corto plazo; si Dorrego decidía
continuar la guerra con el Brasil pondría en jaque los intereses británicos, no
solo en el Rio de la Plata sino en toda América del Sur, dado que el Brasil sufría
una crisis interna con su ejército mercenario compuestos por alemanes e irlandeses,
lo que se conoció como la insurrección de los mercenarios de 1828, que ante las promesas incumplidas
llegaron a ofrecer sus servicios al
nuevo gobernador de Buenos Aires. Además los británicos no veían con buenos ojos
la relación entre Dorrego y Bolívar, porque podrían unificar todo el continente
y terminar con el Brasil, aliado
estratégico del Gran Bretaña en la región.
En el
libro Política Británica en el Río de la Plata, Raúl Scalabrini Ortíz
transcribe una carta de Ponsomby, a
Dubley del 12 de febrero de 1828:
“Bonifacio Andrada partió en diciembre a
bordo de un corsario y fue desembarcado en la provincia de San Pablo. Mientras
estuvo aquí concibió o maduró la conspiración de la cual agrego toda la
información que he logrado. La conspiración, se dice, se extiende a todas las
regiones del Brasil. Los descontentos han ganado a las tropas alemanas en
Pernambuco, unos mil hombres… También fueron ganadas las irlandesas,
últimamente llegadas a Río… los alemanes e irlandeses serán compensados con
campos y dinero… Se supone que el emperador carece de tropas nacionales para
sostenerse… se intenta secuestrarlo, pero solamente en caso de resistencia
matarlo… se abolirá la monarquía y se crearán cinco repúblicas… El emperador
tal vez pudiera detener el golpe meditado si concertara de inmediato la paz con
el general Lavalleja.”
Si
bien los ejércitos nacionales habían obtenido una contundente victoria sobre el
Brasil estos fueron incapaces de proseguir la guerra por impericia de Rivadavia,
en un primer momento y por faltas de fondos para costearla durante el gobierno
de Dorrego. El banco Nacional único emisor de papel moneda se encontraba en
total dominio de los británicos y negó
los fondos para seguir costeando la guerra.
La suerte
estaba echada, Gran Bretaña domina las acciones futuras en el Río de la Plata,
y el 27 de agosto de 1828 se firma el tratado de paz entre Argentina y Brasil,
segregando para siempre a nuestra
provincia Oriental.
Una
vez firmada la paz con el Brasil y creada una nueva Gibraltar en el Plata, Dorrego ordena el inmediato regreso del
ejército de campaña. Para los primeros días de diciembre de 1828 llega a Buenos
Aires una división al mando de Juan Lavalle, “Era Lavalle un bravo de palabra
fácil, cabeza alocada, según San Martín, un soldado embriagado de coraje; su
arrojo era tan legendario como su falta de equilibrio intelectual”. (Las masas y las Lanzas, Jorge Abelardo
Ramos). De eso se bastaron los del partido Rivadaviano junto a
los comerciantes que representaban a los
intereses británicos para convencer a Lavalle que el estado de anarquía en el
que se vivía, la humillación de su ejército y la pérdida del Uruguay, eran
única y exclusivamente responsabilidad de Dorrego. De esta manera, Juan Lavalle
preso de ira, no dudó un instante en arremeter contra el legítimo gobernador, y
luego de doblegar a las tropas leales lo tomó prisionero en los campos de
Navarro y el 13 de diciembre de 1828, sin juicio previo ordenó fusilarlo.
Nervioso,
algo consternado, como si el mundo en su inmensidad se hubiera detenido, pero para nada confundido, Dorrego pide un
trozo de papel y una pluma. Con pulso firme y espíritu constante escribe:
“En
este momento me intiman que dentro de una hora debo morir; ignoro por qué; más
la Providencia divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha
querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso
alguno en desagravio de lo recibido por mí”
Su sangre,
más allá de calmar las aguas agitadas de una Argentina naciente y convulsionada
profundizó aún más las divisiones dando inicio a un proceso de luchas
fratricidas, su muerte estará presente en futuras muertes, y 130 años más
tarde, Navarro se trasladará a la ciudad de Buenos Aires, más precisamente a la
cárcel de Las Heras. Un mismo interés, la Patria; un mismo destino, la muerte;
un mismo deseo, la libertad; un mismo
enemigo, Inglaterra.