Alberto Buela (*)
Hoy hemos llegado,
respecto del Estado a lo que los griegos denominaron la hybris, la desmesura. Que era para ellos el peligro más grande
que podía sufrir la polis, la ciudad-estado.
Porque la desmesura
transformaría la polis en tribus, tal como sucedía con los bárbaros.
Hoy hemos logrado
tener un Estado desmesurado, esto es sin ninguna media o pauta de comparación
con nada. La desmesura se instaló con sus 22 ministerios, 88 secretarias, 208
subsecretarías, 647 direcciones nacionales, 689 subdirecciones nacionales, 120
entes descentralizados.
Todo ello sin contar
los Estados provinciales que son 24 y que han multiplicado veinte veces sus
reparticiones. En la Capital Federal, que ahora es un Estado provincial, se
creó hace muy poco una dirección de bici-sendas. Todo ello hace una masa de
aproximadamente 25.000 funcionarios que ganan un promedio de 80.000 pesos
mensuales. Aunque hay sueldos como el del intendente de Azul que gana más de $
100.000.
El problema de la
desmesura estatal no es solo la cantidad sino las consecuencias que produce: la
inoperancia y la delicuescencia del Estado.
La inoperancia la
padecemos los ciudadanos todos los días y en todos los ámbitos: falta de
seguridad, de atención médica, de educación. Las tres funciones básicas que se
atribuyen al poder ejecutivo en una versión y visión liberal del Estado.
Hoy día nosotros vivimos
bajo un Estado que dejó de ser liberal, esto es, de ocuparse de estas tres
funciones básicas y pasó a ser neoliberal, esto es, puso al Estado al servicio
del mercado con lo cual estas tres funciones se transformaron en gasto y no en
inversiones.
Al no dar solución a
los problemas sino limitarse solo a administrarlos, en una campaña mediática
formidable, atribuye la inseguridad a la incapacidad del poder judicial y sus
jueces y fiscales. Atribuye las carencias en salud a la falta de dedicación de
los médicos y el desatino educativo a la ingerencia de los sindicatos del
sector.
Esta transferencia de
responsabilidades radica en la no asunción de sus propias responsabilidades
como lo son: que los funcionarios funcionen. Que cumplan acabadamente con su
tarea, que trabajen con idoneidad, que se preparen para ello y no sea una
simple y bien rentada salida laboral.
La hybris, el mayor
mal que puede padecer una polis, según los griegos, muestra en nuestros Estados
modernos su mayor contradicción en la utilización indebida de la fuerza.
Vamos a explicarnos.
El Estado se reserva para si el uso de la fuerza, tanto militar como policial,
para poder someter en caso de necesidad al individuo o a los grupos a la
universalidad de la ley. Pero la hybris, al producir la lenta disolución del
Estado a través del mal funcionamiento de sus aparatos y de sus funcionarios,
logra transformar la fuerza, siempre útil y necesaria, en violencia. Esto es,
aquel poder que va contra el curso natural de las cosas. El poder que se ejerce
contra la propia tendencia de los entes.
La fuerza está
apoyada en la ley, la violencia trastoca de manera abrupta la ley natural de
las cosas. Esta transformación de la fuerza en violencia es la contradicción
más ostensible que produce la hybris en la política.
¿Si en un Estado
equilibrado es difícil establecer cuándo y cómo aplicar la fuerza, se imaginan
lo dificilísimo que debe ser determinar su uso en un Estado desmesurado? ¿Qué
funcionario está en condiciones de establecer el límite a la pregunta del filósofo
Carnéades: qué es lo último de lo poco y la primero de lo mucho para intervenir?.
Ninguno, pero no porque sean malos sino porque no se han preparado.
Claro está, son
incapaces de sentir que les hacemos falta, dijo Heidegger, cuando le
preguntaron por los gobernantes de su tiempo.