Juan Godoy 21 SEPTIEMBRE, 2018
“El imperialismo crea, sobre todo en la clase media y sus capas
intelectuales, la falsa creencia de una fe en el “progreso” impulsado por
las naciones industriales, y al mismo tiempo, el sentimiento, verdadero
complejo de inferioridad, de la incapacidad del pueblo nativo para
desenvolverse por sí mismo”. Juan José
Hernández Arregui
“Cuidar su industria en el orden nacional equivale a cuidar su libertad
en el orden personal. Los pueblos que se dejan confundir y encandilar con
palabras y conceptos que no resumen con toda precisión los intereses
nacionales, remedan la torpe obcecación del toro que atropella el paño rojo
detrás del cual está oculta la punta de la espada del matador”. Raúl Scalabrini Ortíz
La pedagogía colonial es un instrumento poderoso que goza la clase
dominante y las potencias extranjeras para obstaculizar las posibilidades de
emancipación de nuestros pueblos. A través de la misma penetran no sólo en
el pensamiento y accionar de quienes planifican el orden dependiente, sino
también en sectores ajenos o que al menos pretenden ser ajenos al mismo. Es
decir, esa matriz de pensamiento se hace conciencia no solo en sujetos ligados
a la dependencia y que se benefician de ella, sino también en los que pretenden
y se asumen parte del “campo nacional”, lo que resulta más grave aún. En éstos
últimos, la conciencia colonial suele penetrar en forma más sutil, lo que no
implica que sea menos grave y pernicioso.
En estas líneas tratamos uno
de los ejes del pensamiento colonial que pensamos ha penetrado fuertemente en
estos últimos. Nos referimos a una idea que se viene escuchando reiteradamente
desde hace algunos años, no obstante tiene también antecedentes en nuestra
historia. El pensamiento que hacemos referencia aquí es el que sostiene la imposibilidad de volver a un modelo de
nación industrial, que haga énfasis en el desarrollo de las fuerzas
productivas, el trabajo formal, en los valores comunitarios, ponga al ser
humano como centro, incluso otra/s formas de producción en el sector
agropecuario ajenas al agro-negocio que envenena nuestros pueblos, etc.
Lo podemos sinterizar, para
que se comprenda sencillamente, como un proyecto
de nación que tome como núcleo la experiencia peronismo histórico y sus
escritos doctrinales. Argumentos que suelen venir de un desconocimiento de
la historia de dicho movimiento nacional y sus particularidades, y que muchas
veces pecan de eurocentrismo, y de una mirada penetrada por la negación de la
posibilidad del desarrollo de un modelo propio: ¿cómo nosotros latinoamericanos
vamos a desarrollar un modelo ideológico propio, más allá de las doctrinas
europeas desde el liberalismo al marxismo clásico? En fin, se sostiene, desde
un discurso enunciado y reivindicado muchas veces como peronista, dejar de lado
esa experiencia argumentando asimismo que el “mundo cambió”, y que un esquema
industrial ya no es posible, sobre todo en relación a la profunda transformación
tecnológica que se ha producido en los últimos años.
Asimismo, estas
transformaciones no son simétricas a lo largo del globo no por casualidad, sino
que aquí hay estrategias deliberadas para que sea así, y es parte de la lucha
por la emancipación romper con las mismas. Lo que no se puede soslayar como
particularidad es la presencia de los movimientos
sociales, y a nivel político, la alianza posible con el movimiento obrero
organizado. En cuestiones como esta también radica la idea de crear un “camino propio” de emancipación nacional que no sea
“calco y copia” de experiencias ajenas.
Nosotros aquí no pretendemos
negar las transformaciones sufridas en los procesos industriales, el impacto de
la tecnología, la presencia de las empresas transnacionales, etc. Pero
consideramos que esas mutaciones (que incluso ya han sido sufridas en los
diferentes cambios de matriz tecnológica a lo largo de la historia), no debe
llevarnos a conclusiones negadoras de la posibilidad de encarar un proyecto de
nación de desarrollo que emancipe nuestra nación y le de justicia social a
nuestro pueblo. El debilitamiento de la sociedad salarial que no negamos, no
nos debe llevar a concluir que ésta es imposible, pues ese debilitamiento es
fruto de la derrota política, y el no pensar caminos posibles para su
reconstrucción es parte de la derrota cultural.
La idea de la “tecnología”, si se nos permite sinterizarlo así, como la
imposibilidad de la industrialización en los países semi-coloniales lleva a
la resignación del desarrollo, y es fruto de una mirada ajena a nuestra
realidad. En algunas ocasiones aparece como una excusa para las “políticas
tibias” y/o en otras como una justificación de una sociedad excluyente, y de
proyectos que planifican la miseria. Vale decir que en amplios sectores de
nuestra economía ni siquiera ha asomado, pues solo basta, para ejemplificarlo,
recorrer nuestro Conurbano o el interior profundo y observar por ejemplo que
aún se utiliza la tracción a sangre para varias actividades o métodos de
producción que en otras partes del planeta (no en todas claro), se consideran
prácticamente extintos. Esa idea nace de una pedagogía colonial que mira la
realidad a partir de ojos ajenos. Vale destacar que en el avance tecnológico,
fruto de la investigación y la innovación científica, que tienen un fuerte
impacto en el sistema productivo no escapa a la concentración de las empresas
de mayores dimensiones y los países imperialistas a partir del diseño de
estrategias de obstaculización para que los países semi-coloniales accedan a
esos avances, y/o creen los propios. (Pinheiro Guimarães, 2005)
Nos interesa señalar con el pensador brasilero Samuel Pinheiro
Guimarães que los países imperialistas para preservarse y expandirse tienen
diversas estrategias como la creación de organizaciones internacionales bajo su
control como la OTAN, la OMC el consejo de seguridad de la ONU o el FMI,
entre otras, la división al interior de los países periféricos, y la
fragmentación territorial de los mismos. Al mismo tiempo producen ideologías
que consumen tanto los países centrales como periféricos, que buscan mayormente
que se las considere como neutrales, desinteresadas, o que abogan por el
interés común. En el mismo sentido, apuntan a la formación de elites y cuadros
que admiran y rinden pleitesía a los países imperialistas, donde cumplen un
papel central las becas de investigación, los programas culturales, los
formadores de opinión, etc.
Juan José Hernández Arregui toma al liberalismo económico como una
ideología, en tanto su adopción por los países semi-coloniales como el nuestro,
de la dependencia, así “una nación que acepta la teoría librecambista de otra
no es una nación” (Hernández Arregui, 2004a: 64), dado que está adoptando un
ideario que frena su propio desarrollo que es la base de la independencia
nacional, destacando al mismo tiempo que “la campeona del libre cambio y la
libertad de los mares, Inglaterra, adquirió, durante el siglo XIX, la categoría
de potencia mundial con el proteccionismo económico”. (Ibídem). Así Arregui
afirma que “la industrialización
reedifica el pensamiento del país mismo” (Hernández Arregui, 1973: 298), de
esta forma, si al país semi-colonial y dependiente le corresponde una
conciencia enajenada y auto-denigratoria de si misma, el avance en la
industrialización tiende a fortalecer la conciencia nacional y la valorización
en las capacidades propias. Arturo Jauretche refiere a este mismo proceso
arguyendo que “una vez logrado su desarrollo pleno, los piratas primero, y los
aventureros comerciales después, sembraron el mundo con los productos
industriales, invadiendo los mercados que habían quedado indefensos, gracias al
soborno de sus agentes, y a la destrucción de la inteligencia nacional con la
enseñanza del librecambio y la división internacional del trabajo”. (Jauretche,
1983: 80)
Es por estas cuestiones que enunciamos que resulta necesario avanzar en
la construcción de un camino propio del desarrollo, que parta del análisis
de nuestra realidad y no de abstracciones teóricas germinadas en otras
realidades y/o tiempos. Sin negar éstas, pero sin incorporarlas como absolutos,
sino en lo que puedan aportar al desarrollo propio, el “tronco” siempre debe
ser nuestro. Al mismo tiempo, coincidimos con Raúl Scalabrini Ortíz quien
argumenta que “la libertad, el bienestar y la riqueza se conquistan. Ni se
solicitan ni se piden. Y la cuestión, para nosotros, no es cambiar de amo, sino
ser una nación fuerte, segura de sí y henchida de salud como corresponde a un
pueblo inteligente que habita en un suelo feraz. Reconquistar el dominio
político y económico de nuestra propia tierra es, pues, nuestro deber, para con
nosotros mismos, para nuestros hijos y para los hijos de nuestros hijos”.
(Scalabrini Ortíz, 2001: 274)
En el discurso de la imposibilidad del desarrollo aparece la idea de los
flujos de dinero que se mueven por todo el universo a una velocidad inusitada,
y el enorme poder de las empresas transnacionales que no tendrían anclaje
territorial lo que conlleva por un lado a la argumentación de la
inexistencia del imperialismo y/o de los países centrales y periféricos, y por
otro a hacer imposible el papel rector de los estados-nación. Nosotros pensamos
por el contrario como Pinheiro Guimarães quien da cuenta que esos flujos
constantes tienen una dirección concreta hacia los países imperialistas o bien
de los de la periferia al centro (él sostiene que sobre todo es hacia la triada
entre EEUU, Europa Occidental y Japón), y que “pese a los argumentos sobre la
desaparición gradual del Estado y su sustitución por organizaciones no gubernamentales
o por las grandes empresas transnacionales, el hecho es que el Estado ha sido,
es y seguirá siendo el principal actor del sistema internacional (…) El Estado
es el actor que en el plano nacional crea, implementa y sanciona las reglas que
organizan la actividad del hombre en todos los sectores”. (Pinheiro Guimarães,
2005: 49)
Así que si bien es cierta la
existencia mayor de otros actores (de peso) en el sistema internacional, el
estado sigue teniendo un rol central, asimismo vale recordar que las
organizaciones no gubernamentales y las multinacionales carecen de legitimidad
para legislar, sancionar, etc. No obstante pueden influir, por su peso, en las
decisiones. Carlos Vilas indica que los
estados débiles suelen tener una “autonomía relativa” de los grupos
económicamente dominantes. (Vilas, 2010) Es clara la intencionalidad de los
estados-nación de los países centrales de debilitar a los de los
semi-coloniales en tanto posibilidad de avanzar más aún con la penetración
económica y cultural. En este mismo sentido, Marcelo Gullo considera que el impulso estatal es nodal para el
desarrollo a partir de diversos caminos como pueden ser los subsidios a las
actividades científico-técnicas, inversiones públicas, protección del mercado
interno, etc. Afirma así que “en el origen del poder de los Estados está,
generalmente, presente el impulso estatal, que es el que provoca la reacción en
cadena de todos los elementos que componer, en potencia, el poder de un
Estado”. (Gullo, 2014: 21)
Pensando la realidad nacional con ojos argentinos se puede observar la
necesidad del desarrollo para lograr hacernos cargo de nuestro destino
plenamente, en tanto que bajo la injerencia profunda de los factores
externos muchas decisiones se toman en función de éstos. En este sentido
también remarcamos que el impulso al desarrollo no va a venir a partir de la
“ayuda” externa, las inversiones o el endeudamiento, pues “no son las naciones
metropolitanas las que ayudan a los países atrasados, sino estos los que
afianzan el poder de las metrópolis” (Hernández Arregui, 1973b: 41) Es por esto
que “la lucha por la liberación nacional en las colonias se asocia siempre a la
lucha por la industrialización”. (Hernández Arregui, 2004: 36)
Asimismo, señalamos que solo
los países plenamente soberanos son los artífices de su destino. Para ello la
industrialización de nuestros países es fundamental porque “un país que carece
de independencia económica ha extraviado su nacionalidad, y en definitiva, es
parte devaluada de la nación más avanzada que lo ha incorporado a su sistema de
dominio, aunque le permita el simulacro de parecer una nación independiente”.
(Hernández Arregui, 2004a: 70) Resaltamos así la idea de Gullo (2014), quien llama a pensar las relaciones internacionales y la
inserción de nuestro país desde la periferia. En este sentido Jauretche
afirma que “no hay política económica nacional sin política internacional de
soberanía. No hay política económica separada de la política internacional y de
la social porque la política nacional es una y no la informa una técnica sino
un espíritu, una voluntad nacional que no puede traducirse de distinta manera
en materia de soberanía política y en materia de soberanía económica”.
(Jauretche, 2010: 59-60)
Por su parte, Marcelo Gullo arguye que los países periféricos
para salir del subdesarrollo, para dejar de ser “objetos” y pasar a ser
“sujetos” en la geopolítica mundial deben realizar un proceso de
insubordinación fundante, mismo proceso que realizaron los países que hoy son
potencias. Esto no nos debe llevar a pensar en adoptar esos modelos de
desarrollo acríticamente, sino más bien que la idea es pensar desde la periferia
para salir de la misma. Es así que “los pueblos sin industrias son pueblos
inferiores. Son pueblos que no han alcanzado aún la dignidad integral de la
vertical humana. O pueblos que la han perdido al ser sometidos a los dictados
de la voluntad de otros para cuya exclusiva conveniencia trabajan hundidos en
el primitivismo agropecuario”. (Scalabrini Ortíz, 2009: 172)
Desarrolla asimismo la idea de
“umbral de poder”, básicamente la
cantidad de poder mínima que es necesaria para no perder la capacidad de autonomía
por parte de una unidad política. Es el mínimo de poder que necesita un estado
para no caer en un estado de subordinación con respecto a los países centrales.
Solo los que alcanzan este umbral de poder son “sujetos” en la política
internacional. Así, al existir nacionalismos opresores que pretenden imponerse
sobre otras naciones, éstas últimas “se ven obligadas, de esta forma, a optar
entre la sumisión (subordinación) o la resistencia (insubordinación)”. (Gullo,
2018: 65) Certeramente argumenta que quienes piensen desde una región subordina
(o bien desde una autónoma o subordinante), sus ideas pueden “servir para
perpetuar la situación de subordinación o para superarla”. (ibídem: 47)
La industrialización es uno de los pilares de la independencia
económica, y ésta como sabemos de la posibilidad de tener soberanía política,
tomar nuestras propias decisiones, elegir nuestro destino. Romper la
dependencia aparece como fundamental, obturar el drenaje del dinero argentino
hacia el exterior, se necesita que el dinero argentino se haga argentino, pues
“toda independencia política que no se asiente en la roca firme de la
independencia económica, es una ficción de independencia en que no puede
existir nada parecido a la libertad (ni personal ni colectica)”. (Scalabrini
Ortíz, 2009: 172)
No queremos soslayar la
presencia, muchas veces velada, de la
oligarquía financiera internacional. Hay en la economía mundial un proceso de
concentración enorme: solo unas 1300 empresas controlan la mayor parte de las
grandes firmas y el 60 % de los ingresos globales, de las cuales unas 140
controlan a su vez el 40 % del total de la riqueza. Asimismo se observa que
62 personas poseen la misma riqueza que 3600 millones (la mitad de la
humanidad), donde se destaca un entramado de paraísos fiscales. Aclara Gullo
que “si bien es cierto que la oligarquía financiera internacional opera en la
actualidad en el sistema internacional de forma directa a través de los golpes
de mercado, es preciso aclarar que su modus operandi tradicional ha consistido
en aliarse con la potencia principal del sistema”. (Gullo, 2018: 126) El
brasilero Luiz Alberto Moniz Bandeira enfatiza al respecto que “esos
multimillonarios con inversiones en diversas áreas (incluyendo finanzas e
industrias farmacéuticas de la salud), gastan millones de dólares por año en
lobbies para generar entornos que protejan el incremento de sus riquezas y
futuros intereses”. (Moniz Bandeira, 2017: 53) Este enorme poder es el que pone
en cuestión la democracia, por eso retomando a Thomas Piketty sostiene que “el
que vive de rentas, de lucro y del capital es el enemigo de la democracia”.
(Ibídem)
También debemos poner en
consideración el papel de las ONGs, que es profundamente analizado por Andrés Solíz Rada. Las mismas nacieron
formalmente luego de la Segunda Guerra Mundial, a partir del artículo 71 de la
Carta de Naciones Unidas de 1945. Tienen una presencia a lo largo y ancho
del mundo, y establecen en su mayoría una asociación con grupos
transnacionales, así lo afirma el pensador boliviano en tanto “la articulación
entre grandes ONGs y transnacionales es inseparable”. (Solíz Rada, 2013: 32) La
articulación de algunas con el Grupo Bilderberg, conformado por personalidades
políticas y económicas más influyentes del planeta, es muestra de esto. Hoy
constituyen una red de más de 4 millones de entidades (algunas de las cuales
escapan, claro, a esta caracterización), y han tenido un papel claramente
visible en la Rusia de Putin o la Bolivia de Evo Morales.
Teniendo en cuenta este
panorama, en lugar de negar la posibilidad y la necesidad de la
industrialización, dado que “un país que sólo exporta materias primas y recibe
del extranjero los productos manufacturados, será siempre un país que se halla
en una etapa intermedia de su evolución”. (Ugarte, 24/11/15. Rep. 2010: 156)
Pensamos con Alberto Methol Ferré (1973
y 2009), la necesidad de concretar la unidad latinoamericana a partir de la
unidad política sudamericana apuntalándola con sus dos polos: el hispánico y el
lusitano: Brasil y la Argentina. Methol retoma los planteos del chileno
Felipe Herrera (también es central en su ideario el pensamiento de Juan Perón),
el planteo es cómo se da la integración en el contexto de la globalización.
Methol plantea que desde los estados nacionales hay un paso intermedio hacia la
globalización total que son los Estados Continentales. No llegar a constituir
un nuevo estado continental sería el fracaso de la integración. Quedaríamos
fuera de todo protagonismo, fuera de toda capacidad de influencia en la
geopolítica mundial.