Por Claudia Peiró para INFOBAE
27 de Marzo de 2021
El último libro de Michel Onfray
se llama La nave de los locos: consiste en un inventario de zonceras que el
filósofo y ensayista francés fue recolectando en Internet.
Desfilan allí, entreverados, como
en la vidriera de un cambalache -diría nuestro Discépolo-, un antiespecista
(así se llama a los que consideran que la especie humana es equivalente a la
animal) que quiere prohibir los perros guías de ciegos porque es explotación
(de los perros); los racistas estadounidenses que voltean estatuas de Cristóbal
Colón, un dramaturgo negro que prohíbe que críticos blancos escriban sobre su
obra de teatro; un Imán salafista que veda la palabra coronavirus porque
contiene el anagrama de Corán; un heladero que le cambia el gusto al sabor
“africano” luego de un escrache en Twitter; un diario que se dice progresista y
celebra la zoofilia y hasta una antropóloga que denuncia que hay demasiados
dinosaurios machos y pocas hembras en los museos. Son todas ocurrencias humanas
del año 2020.
EL DIARIO DE UNA CIVILIZACIÓN QUE SE DERRUMBA
La idea del libro le vino a
Onfray durante una larga convalecencia en el hospital, mirando Internet: “Vi
que había muchas zonceras de nuestra época y empecé a escribir pequeños textos:
estas son las tonterías de nuestro tiempo. Todos los días encuentro pavadas: es
todo lo políticamente correcto”.
“Bajo forma de efemérides, y esto
casi cada día a lo largo del 2020, fui consignando cada delirio del que nuestro
tiempo es capaz -explica el filósofo-. Entre risa voltairiana y risa
sarcástica, esta Nave de los locos es como un diario del Bajo Imperio de
nuestra civilización que se derrumba”.
En efecto, el resultado es un diagnóstico de la decadencia de una civilización,
por eso el subtítulo del libro es Noticias del Bajo Imperio. Onfray,
aficionado a la historia de Roma, compara la época que vivimos con la etapa
final de aquella civilización.
Por cada día, una viñeta, hasta
completar las 365, porque todos los días la corrección política nos brinda el
espectáculo de lo absurdo, del delirio, de la tontería que pretende elevarse a
la categoría de lo solemne.
En diálogo con Stéphane Simon,
Onfray cita como ejemplo una serie basada en una saga islandesa, en la cual un personaje histórico, un Jarl, varón,
fornido y blanco, es interpretado por una mujer negra. “No es racismo que
un blanco haga de blanco”, dice, burlón.
“¿Por qué no hacer una biopic de
(la cantante) Edith Piaf y que ella sea interpretada por (el actor francés
negro) Omar Sy? Y en el rol de Marcel Cerdan [el boxeador amante de Piaf]
pongamos a Catherine Deneuve”, ironiza Onfray.
El filósofo se dice ajeno a la
problemática de raza, que hoy algunos parecen querer instalar a como dé lugar.
Es la nueva categoría estrella para leer toda la realidad. O deformarla. “No
estoy obsesionado por el tema raza o género. Jamás dije ni pensé que si una
mujer hacía algo mal era por su sexo”, dice.
Otro caso que lo impactó es el de
la niña española de 8 años que se
presentó en las Cortes y les explicó a los diputados que desde los 4 años desea
ser un varón. Más que la declaración de la niña, le chocó a Onfray el aplauso
eufórico que le brindaron los parlamentarios, adultos, se supone.
“El rol de los padres no es decir
a sus hijos que su identidad es flotante. No estoy en contra del cambio de sexo
si verdaderamente hay un dolor detrás, pero a los 8 años….”
Todas estas “excentricidades”, dice, son la materia del libro que su
entrevistador califica como una constatación del “fracaso del sentido común”.
Pero el caso que más indignó a
Michel Onfray fue, a mediados del año pasado, el debate de una enmienda en el
Parlamento francés, que agregaba, a los
motivos del aborto terapéutico que, vale señalar, está permitido hasta el 9°
mes, la causal de “sufrimiento psicosocial”.
El asunto escandalizó inclusive a quienes siempre estuvieron a favor
del aborto. Y atención: en la Argentina, la ley aprobada el 30 de diciembre
de 2020, lo habilita por omisión, ya que no fija ningún límite gestacional a la
interrupción voluntaria del embarazo por causales como la violación y el riesgo
para la vida o la salud de la madre. Por si no bastara, la ley especifica que
el concepto de “salud” debe ser entendido en términos amplios, como “salud
física, psíquica o social”.
En un mundo que se considera cada
vez más humanista, en el que muchísimos
países ya han prohibido la pena de muerte incluso para los peores criminales,
la vida de un ser humano en gestación es colocada en un nivel inferior al resto
de los seres vivos, ya sea un gatito abandonado o la orangutana del zoológico
de Buenos Aires.
Estos absurdos metafísicos son
recopilados por este filósofo que ya en otras ocasiones se ha ocupado de
retratar con agudeza los raros tiempos que vivimos.
El sarcasmo con el cual encara
estas mini-historias no debe engañar: el sentimiento es antes que nada la
indignación, el repudio.
“Hay
algo en nuestra época -dice Michel Onfray- que se parece al bajo imperio
romano, estamos en una lógica de fin de civilización en la que todo es posible,
todo pensable. Se puede justificar la muerte de un niño de 9 meses en el vientre de su madre porque ya no es su proyecto,
pero si alguien arroja un gatito contra un muro y lo sube a Internet, millones
de personas le caerán encima”. Y hasta deberá vérselas con la justicia.
“Estamos en una civilización en la que la vida de un gatito vale más
que la de un niño de 9 meses”, sintetiza. “¿En qué civilización estamos cuando
un gatito pesa más que un niño?”, insiste.
LA INSTAURACIÓN DE UNA NUEVA DICTADURA
Onfray, que se define como de
izquierda, combate sin embargo
permanentemente la tiranía de la corrección política en la que hoy se vive, el
llamado islamo-izquierdismo -esa tendencia del progresismo a prohibir y
prohibirse toda crítica al fundamentalismo musulmán- y la civilización
transhumanista a la cual aspira Elon Musk. “Vivimos en un mundo de locos”,
dice, y más de uno se sentirá identificado con esa definición.
En un libro anterior, Théorie de
la dictature précédé de Orwell et l`Empire maastrichien (Teoría de la dictadura
precedida de Orwell y el Imperio maastrichiano), de 2019, Michel Onfray afirmó
que en las democracias occidentales se “está instaurando una dictadura de tipo
nuevo”. Una dictadura cultural. Una utopía totalitaria que, como otras que la
humanidad ha padecido, acaban siempre en pesadilla.
La nueva religión del progresismo, explica Onfray en ese ensayo, se
instala a través de varias estrategias, a saber: aplastar la libertad,
empobrecer la lengua -y sustituirla por la neolengua (léase lenguaje
inclusivo)-, negar la verdad, instrumentalizar la historia, borrar la
naturaleza (¿quién no ha escuchado eso de que “todo es construcción”?) y
alentar el odio.
Esos son los grandes ejes, y
dentro de ellos el ensayista enumera las herramientas para lograr tales fines,
herramientas que nos sonarán muy familiares, pues las vivimos a diario:
“suprimir a los clásicos”, “enseñar ideología”, “borrar el pasado”, “reescribir
la historia”, “inventar la memoria”, “destruir la pulsión de vida”, “organizar
la frustración sexual”, “procrear artificialmente”; “crearse un enemigo”,
“fomentar guerras”, “someter a través del progreso”, “disimular el poder”,
“arruinar la vida personal”; “uniformar la opinión”, “denunciar el crimen de
pensamiento”, “oralizar la lengua”, entre otras.
Y, tras describir ese siniestro
programa, Onfray concluía preguntando: “¿Quién diría que no estamos ya en ese
lugar?”