Por Eduardo J. Vior para InfoBaires24
Cuando Erich-Maria Remarque en 1928 publicó su novela antibélica “Sin novedad en el frente occidental” (en castellano sólo traducida como “Sin novedad en el frente”) apostrofó, desde su experiencia como joven soldado en las trincheras entre 1914 y 1918, el sinsentido de una guerra de posiciones entre Alemania de un lado, Francia e Inglaterra del otro en la que las tropas de ambos lado morían por millones sin que el frente se moviera. El libro describió subjetivamente un equilibrio catastrófico en el que los contendientes se deciman sin obtener ventajas.
Éste no parece
ser el caso del frente occidental en la Guerra Fría 2.0. Desde Ucrania hasta
Irán cada provocación de la alianza occidental revierte como un búmerang en un
avance del bloque euroasiático. Parece que esta guerra se va a caracterizar por
movimientos intensos.
IRÁN, ESA POTENCIA
Contra lo que
esperaba el gobierno de Joe Biden, en la
reunión de Viena de los países firmantes del Acuerdo Comprensivo Nuclear de
2015 (Rusia, China, Francia, Gran Bretaña y Alemania, por un lado, Irán por el
otro) la República Islámica mordió con dientes afilados. No sólo rechazó
que el enviado de EE.UU. se sumara a la reunión, dado que ese país desde 2018
ya no integra el acuerdo, sino que aprovechó el sabotaje israelí contra la
planta de enriquecimiento de uranio en Natanz para atacar al Estado sionista y
a todos sus aliados. Además, informó en la mesa de negociaciones que ha
comenzado a enriquecer uranio hasta el 60% y que sus centrifugadoras IR9 pueden
producir 9 gramos de uranio enriquecido por hora, aunque pronto bajará la
producción a 5 gramos por hora.
Esta actitud
ofensiva de la delegación iraní desorientó al primer ministro israelí Benyamin Netanyahu, quien, después del ataque a la
planta nuclear creía controlar la situación. Por el contrario, ahora
comprueba que ha favorecido la reacción de Irán y éste ha mejorado mucho su
posición negociadora. Los servicios de inteligencia estadounidenses estimaban
erróneamente que Teherán necesitaría nueve meses para restablecer la producción
de Natanz y que, por lo tanto, no había prisa para levantar las sanciones. Por
el contrario, la República Islámica tardó sólo nueve horas en cambiar la vieja
centrifugadora IR1 por una más avanzada, la IR6, que puede separar isótopos aún
más rápidamente. Así reanudó rápidamente la producción para el estupor de sus
adversarios.
El primer
ministro Netanyahu creyó asimismo que la falta de respuesta iraní a sus
múltiples ataques contra objetivos de ese país en Siria le permitía actuar de
la misma manera en el Estrecho de Ormuz
y el Mar Rojo. Llegó incluso hasta a romper la tradición israelí de negar la
responsabilidad por los sabotajes realizados por el Mossad en el extranjero.
Para su asombro, empero, Irán lo sorprendió atacando en el Mar Rojo un
barco israelí con un cohete lanzado desde un dron. El ataque demostró a la vez
la capacidad de la inteligencia iraní, que había seguido estrechamente el
barco, hasta que la armada de la Guardia Revolucionaria Iraní (IRGC) lo
alcanzó.
En los últimos diez años, el primer ministro Netanyahu y sus asesores militares
estimaron correctamente que la guerra en Siria era una oportunidad para
destruir la capacidad del ejército sirio para atacarlos. Además, como Rusia quería
evitar a toda costa otro frente entre Siria e Israel, ofreció al presidente
Bashar al-Assad cantidades ilimitadas de cohetes de interceptación. De ese modo
Siria se abstuvo de entrar por ahora en guerra con Israel. Por la misma razón
el presidente sirio rechazó la presión iraní para que disuadiera a Israel (como
lo hace Hizbolá desde Líbano) bombardeando objetivos de ese país con sus
reservas de proyectiles iraníes.
En cambio, Netanyahu y su equipo se equivocaron,
cuando pensaron que Irán dejaría de tomar represalias por los asesinatos,
sabotajes y ataques israelíes contra los barcos iraníes. Teherán ya había
cambiado su estrategia, cuando derribó el más caro de los aviones
estadounidenses no tripulados y bombardeó la mayor base militar estadounidense
en Irak, Ayn al-Assad. Aprovechó entonces, cuando Israel difundió su autoría
del sabotaje en Natanz y el ataque contra el barco persa en el Mar Rojo. Gracias a su medida reacción la República
Islámica pudo imponer en Viena sus condiciones, exigiendo el inmediato
levantamiento de todas las sanciones. El líder supremo, Alí Jamenei, dio
instrucciones a sus enviados, para que no hagan gestos de buena voluntad ni
sean concesivos con las disputas que el presidente estadounidense mantiene
dentro de su propio gobierno. La pelota está en el campo norteamericano y Biden
debe responder ya. Esta vez Netanyahu está en un rincón, lamiéndose las heridas
y mirando las negociaciones por TV.
UCRANIA, ESA ENTELEQUIA
Las tropas
todavía no regresaron a sus cuarteles, pero el peligro más agudo de guerra en
la frontera ruso-ucraniana ha pasado … por ahora. Hoy todos dicen que nadie
quería el choque, pero durante semanas olió a pólvora entre el Dniéper y el
Don. Esta pausa es buena para sacar conclusiones.
Siete años después del golpe de estado de
febrero de 2014 el PBI de Ucrania todavía está un 20% por debajo del que había
entonces. El país está profundamente fragmentado entre bandas, mafias,
intereses regionales y sectoriales. Se ha convertido en un protectorado
occidental, pero sus probabilidades de ser admitido en la OTAN o en la UE son
nulas. En sus dos años de gobierno el presidente
Volodymyr Zelensky y su partido El Siervo del Pueblo han dilapidado su
popularidad. La presión conjugada de la minoría rusohablante del este y de
los neonazis del oeste del país ha triturado al partido.
Desde que Rusia reaccionó al golpe de
estado reincorporando la península de Crimea y los distritos mineros e
industriales de la Cuenca del Don se alzaron para protegerse contra un
genocidio inminente, Occidente quedó choqueado. Nunca se había imaginado la
potencia del patriotismo ruso cuando se siente amenazado. Todavía no lo
entiende. Entre tanto, la falta de diálogo ha alejado cada vez más a las
repúblicas populares de Donetsk y Luhansk de la lejana Kiev. Todo su comercio
se dirige hacia Rusia y se estima que 600 mil de sus 3,6 millones de habitantes
han recibido el pasaporte ruso, aunque Moscú ha dejado bien claro que no va a
incorporar dichas regiones autónomas. Por lo tanto, es su responsabilidad
arreglar su relación con Ucrania.
El último
episodio comenzó el 12 de febrero pasado, cuando en una visita al este de Ucrania el mariscal británico Sir Stuart Peach, Jefe
del Comité Militar de la OTAN, reclamó a Rusia que deje de apoyar a los
autonomistas de Donetsk y Luhansk. Rápido y fiel, Zelensky cerró los canales de
TV en ruso y acusó a sus empresarios de “traición a la Patria”. Acto
seguido, sin respetar Constitución ni leyes, convirtió el Consejo de Defensa
Nacional en máxima institución del Estado y
movilizó hacia el este tropas y el abundante arsenal recibido de EE.UU.
Sabe que Ucrania no puede enfrentarse a Rusia, pero sí provocarla para que ésta
reaccione y los aliados occidentales se inmiscuyan en una guerra mayor. Con
esta maniobra, de neto corte británico, la OTAN esperaba romper definitivamente
el diálogo entre Rusia y las potencias occidentales, especialmente Alemania y
Francia. El objetivo central que está detrás es evitar la colocación de los 25
km faltantes del gasoducto báltico North
Stream II, para mantener en pie la ambición ucraniana de monopolizar los
ductos que desde el Mar Caspio pasan por su territorio llevando el fluido hacia
Occidente.
Aunque para el
Kremlin el bleuf era evidente, Vladímir
Putin decidió jugar a fondo. En pocos días puso en las fronteras decenas de
miles de efectivos (Ucrania habló de 80.000), entre ellos la histórica 76ª
División Aerotransportada de Pskov, tanques, artillería misilística, hospitales
de campaña y alistó las más recientes unidades de la Fuerza Aeroespacial.
Rusia concentró
sus tropas en la frontera tan ostensiblemente que nadie pudo hacerse el
distraído. Así el Kremlin alcanzó varios
objetivos a la vez: intimidó a los líderes ucranianos, avisó a EE. UU. que
controle a sus protegidos para evitarse problemas, convenció a franceses y
alemanes de que el gobierno ucraniano sólo puede aumentarles los costos y
reaseguró al pueblo de la cuenca del Don que la Madrecita Rusia nunca los
abandonará. Por las dudas, el subjefe de Estado Mayor de las FF.AA. de
Rusia, Dmitri Kozak –encargado de las relaciones con el ejército ucraniano-
dejó varias veces en claro que, si Ucrania atacaba, sería su fin en 48 horas.
Hecha la
advertencia, los comandantes rusos rechazaron ante sus pares norteamericanos,
franceses y alemanes toda crítica por los movimientos de tropas dentro del
propio territorio y se concentraron en un detallado tratamiento técnico del
despliegue de fuerzas con el jefe del Estado Mayor Conjunto de EE.UU., el
general Mark Milley, para que éste tuviera todos los datos y fuera prudente al
tomar sus decisiones.
El
mayor derrotado en esta crisis fue el Servicio de Inteligencia Secreto de Su
Majestad, el MI6. Zelensky actuó siguiendo al pie de la letra el guión del jefe
del SIS, Richard Moore. Parte de la escenificación rusa fue la denuncia
“casual” que hicieron de su accionar en el canal Rossiya 1. En Bruselas, en
tanto, se rumorea a los gritos que el Reino Unido incita el estallido de una
gran guerra en el este de Europa, para que el continente se incendie, mientras
la isla cotiza en la Bolsa. Nuevamente, no es casual que el secretario de
Estado Blinken y el secretario general de la OTAN Stoltenberg hayan cantado en
coro con Downing Street 10.
A la distensión
de la crisis contribuyó potentemente la entrevista que Nikolai Patrushev,
secretario del Consejo de Seguridad Nacional de Rusia, dio el 7 de abril pasado
al diario moscovita Kommersant, durante la cual, en dos pasajes sucesivos
denunció los laboratorios de guerra biológica que EE.UU. y sus aliados han
instalado en las cercanías de las fronteras de Rusia, Irán y China e informó a
la periodista que a fin de marzo había mantenido una muy civilizada
conversación con Jake Sullivan, su par norteamericano. Éste avisó entonces que
EE.UU. no se entrometería en un conflicto entre Ucrania y Rusia, a lo que el interpelado parece haber
respondido algo así como “¡Ah! Entonces no los vamos a incinerar”. Este
intercambio abrió la puerta para que el martes 13 Joe Biden llamara a Putin. No
pasó nada, pero hablaron y eso ya es mucho, aunque dos días después EE.UU.
sancionó a funcionarios y fondos de inversión rusos.
Nadie se hace
ilusiones de que en un futuro cercano haya una reunión cumbre entre ambos
presidentes. Mucho menos después de que el vocero del Kremlin, Dmitri Peskov,
declarara que “Rusia no va a permitir que se hable con ella desde una posición
de poder”. Curiosa coincidencia: lo mismo advirtió el responsable de la
política internacional del PCChino, Yang Jiechi, a Tony Blinken, cuando se
enfrentaron en Alaska. ¿Casualidad o causalidad?
Después de haber
visto la guadaña de cerca, los mafiosos de Kiev ahora posan de ángeles y
afirman a los cuatro vientos que nunca quisieron la guerra. Todavía se espera
la misma proclama de Washington.
Con todo, Zelensky salió bastante bien parado:
convalidó sus credenciales patrióticas, consiguió que Biden lo llamara por
teléfono, EE.UU. y la OTAN reafirmaron su apoyo a Ucrania, el Reino Unido lo
sostiene y el jefe de estado pudo insistir en su fatuo pedido de adhesión a la
Alianza Atlántica. Por ahora salvó la ropa.
Que en Ucrania
oriental haya amainado la tensión no quiere decir que se haya reducido la
confrontación. Los nacionalistas de Kiev no están dispuestos a implementar el
acuerdo Minsk II de 2015, que preveía la desmilitarización de la Cuenca del
Don, la libre circulación de los civiles y el restablecimiento de los
servicios. Pero tampoco pueden renegar de lo convenido, porque Berlín y París
mediaron entonces para salvar a Ucrania.
Ucrania está plantada en plena ruta del gas
del Caspio hacia Europa y podría beneficiarse de la Nueva Ruta de la Seda,
si tuviera un gobierno menos rapiñero. Por ahora se mantendrá el statu quo,
aunque la crisis sirvió para que Rusia convenza a los occidentales de que no
sueñen con una guerra. Esta constatación puede obligar a Estados Unidos a
desplazar el foco de sus agresiones.
Joe Biden parece haber asumido el gobierno
en enero pasado y comprado sin leer los libretos que le escribió el Pentágono
que, evidentemente, no se basan en una apreciación seria de la realidad. Si
a cada provocación norteamericana sucede, como en estos dos casos, una reacción
arrolladora de sus contrincantes, EE.UU. se va a encontrar pronto defendiendo
sus bases en el Mediterráneo Oriental. En el frente occidental hay mucho
movimiento.