Por Alfredo Silletta
Dentro de pocos días se cumplirán diez
años de la desaparición de Julio López. En aquellos primeros días me tocó
acompañar a la familia de “Tito”, como lo llamaban. El siguiente texto* es
parte de un libro de este periodista, donde recuerdo el dolor de la familia y
el rol del presidente Néstor Kirchner en aquellos días.
“El lunes 16 de septiembre de 2006 comenzaban los alegatos
contra el represor Miguel Etchecolatz en
el tribunal Federal Oral nro. 1 de La Plata. El martes, los jueces lo
condenaron a la pena de prisión perpetua por delitos de lesa humanidad
cometidos en el marco de un genocidio.
Los presentes, familiares e integrantes de organismos de derechos
humanos, le gritaron “asesino” y algunos presentes le arrojaron pintura roja.
Ese lunes, Julio López, un albañil de 77 años, uno de los
principales testigos contra el represor no estuvo presente. La familia creyó que había tenido un
accidente y lo buscó en los hospitales.
Los organismos de derechos humanos se preocuparon por la ausencia y
también comenzaron a buscarlo en centros de salud y comisarías. Una ex
detenida-desaparecida y amiga de Julio, Nilda Eloy, dijo “espero que no lo hayan secuestrado”.
Los principales diarios no le dieron importancia y sólo
Página 12, a través de la periodista Adriana Meyer, comentó la búsqueda y la
preocupación. A los pocos días hubo una
marcha de los organismos de derechos humanos de La Plata. El gobierno provincial y la policía
bonaerense se concentraron en que “lo de
López es un problema de salud o familiar”. Una vez más la víctima era
investigada.
El presidente Néstor Kirchner, que se encontraba de gira en
los Estados Unidos, como era su costumbre, leía resúmenes de noticias dos o
tres veces al día. Preocupado por la desaparición de López lo llamó al
gobernador Felipe Solá. El gobernador
intentó explicarle que no era un tema político. “¿Vos, sos boludo?, a López lo
chuparon, poné todo el apoyo de la provincia, hablá con la familia, poné una
recompensa ya”, le dijo un irritado Kirchner.
Horas después, Cristina Fernández llamó al ministro de
seguridad de la provincia, León Arslanian, para interiorizarse del caso. A las
pocas horas, el gobierno provincial ofreció una recompensa de 200 mil pesos
para que alguien informara sobre Julio López.
Solá decidió, finalmente, dirigirse a la humilde casa de
López. Allí se sentó a charlar con su mujer y sus hijos y compartió unos mates.
Horas después, el gobernador
anunció el pase a disponibilidad de todos los efectivos de la policía de
la provincia que “de alguna manera estuvieron vinculados a los centros
clandestinos de detención y hoy siguen en la fuerza”. Una semana después,
mostró una foto de Julio López y afirmó que “es el primer desaparecido desde
los años del terrorismo de Estado”.
De regreso al país, el presidente recibió a la familia López
y le ofreció toda la ayuda, desde la SIDE hasta la policía Federal.
Posteriormente, en un acto en la Casa Rosada, dijo que “el pasado no está derrotado ni vencido” y reconoció que la desaparición del albañil López
implicaba un mensaje atemorizador hacia toda la sociedad: “Cada vez que tienen
una oportunidad aprovechan para demostrar que están presentes. Estemos atentos,
argentinos, no podemos dejar que se vuelva a repetir ese pasado. Los argentinos
estamos angustiados. No es un tema menor, se busca amedrentar la búsqueda de la
verdad”.
El destino lleva muchas veces a los periodistas a estar en
lugares que nunca pensamos estar. Las circunstancias me llevaron a estar muy
cerca de la familia de Julio López, colaborar con ellos desde el primer día,
vivir el dolor, la bronca de no saber dónde estaba “Tito” y cumplir de nexo
ante los colegas que querían informar sobre la desaparición de López. Recuerdo
que me tocó poner en palabras las broncas, los ruegos, las dudas de la familia,
en tres cartas abiertas que se publicaron en los primeros meses tras la
desaparición.
La
familia, acercándose al tercer mes de la
desaparición de Julio, decidió escribirle una carta pública
al presidente. Luego de redactarla, nos pareció
adecuado enviarle primero una copia a su despacho antes de entregarla a la
prensa. A través de un periodista amigo, el vocero del Jefe de Gabinete Alberto
Fernández, le enviamos una copia a Kirchner. La misiva decía: “Dentro de pocas
horas se cumplirán tres meses de la desaparición de Tito.
Estamos desesperados,
angustiados, con bronca, no sabemos quién se llevó a Tito, nuestro padre, el marido y compañero de mi madre. Dirigimos esta carta abierta a nuestro
presidente porque confiamos en él,
recordamos sus palabras y su compromiso personal en la búsqueda de Tito. Hoy, a
tres meses de no saber nada, le pedimos que no baje los brazos, que no se
olvide de Tito, recuérdelo en cada tribuna…”. Más adelante, la carta recordaba:
“Hace treinta años, dos niños y una madre sufrimos por la desaparición de Tito.
Hoy se repite la historia, y nuevamente no sabemos dónde está, pero ahora
estamos en democracia, creemos en ella, creemos en la Justicia como creyó Tito
cuando con sus 77 años a cuestas fue a contar la ‘verdad’ para que la historia
negra no se repita; sólo fue a pedir ‘justicia’ y hoy no está”. Y
terminaba: “Estamos desesperados. Somos
una familia sencilla. No estamos acostumbrados a relacionarlos con la prensa.
Cargamos con un dolor profundo y es sin lugar a dudas el peor momento de
nuestras vidas. Tito es una persona sencilla, que trabajó toda su vida, que
construyó con sus manos la casa que habita desde hace 45 años y que sufrió, por
creer en un país mejor, los horrores de la noche oscura de la Argentina. Y hoy
pareciera que la historia se repite, por lo cual decidimos recordar las
palabras que más utilizó en sus escritos: “justicia” y “los argentinos tienen
que saber”.
Néstor Kirchner la leyó una y otra
vez. El silencio parecía escucharse entre las paredes de
su despacho. Sus ojos se humedecieron y sólo atinó un par de veces a mirar una
estampita de Don Bosco, el llamado “Santo de la Patagonia”, que lo acompañaba
en su escritorio desde el primer día de la asunción como primer mandatario. Un
par de horas después, en el Salón Blanco de la Casa Rosada, donde se entregaba
el premio Azucena Villafor, el presidente habló en público de Julio López:
“Recibí una carta profunda, seria, cariñosa, fuerte en calidad moral, de la
familia López, en la que mostraban su desesperación por la desaparición de
nuestro amigo, que tuvo la valentía de ir a declarar al juicio del genocida
Etchetcolatz y como resultado hoy no lo tenemos entre nosotros (…) Tenemos la
obligación de hacer todo para que aparezca López, tiene que aparecer nuestro amigo,
tenemos que buscar todas las instancias para que esto se pueda dar y no tenemos
que descansar en ningún momento. No vamos a bajar los brazos y nunca vamos a
decir que hemos fracasado, porque si en 30 años o más, ya que lamentablemente
algunos problemas de este tipo empezaron antes de la propia dictadura, no
bajamos los brazos y estamos buscando la verdad, no tenga ninguna duda la
familia López y todos los argentinos que vamos a trabajar a fondo para saber
qué es lo que está sucediendo. Tiene que aparecer López. Vamos a luchar contra
esa impunidad que, como ustedes ven, aún sigue existiendo en la oscuridad,
porque evidentemente hay procesos de complicidad, porque hay fuerzas que siguen
actuando corporativamente de alguna manera a espaldas nuestras, y tenemos que
dejar estas cosas en claro para que los argentinos nunca más estemos amenazados
por este tipo de actitudes. Que cada uno pueda decir lo que tenga que decir, en
el lugar que corresponda, con absoluta tranquilidad, donde consolidemos una
democracia plural, amplia, con consenso, donde el miedo desaparezca
definitivamente. Es nuestro compromiso a fondo, no nos van a hacer bajar los
brazos. Si las Abuelas y las Madres nunca bajaron los brazos, nosotros, con la
fortaleza moral y espiritual que nos dan, no tengan ninguna duda que junto a
ustedes y junto a todos los argentinos tenemos que esclarecer este tema, cueste
lo que nos cueste, lleve el tiempo que nos lleve. No nos vamos a cansar nunca
de la búsqueda de la verdad”.
Siempre
fue una herida abierta en la gestión de Kirchner. Días antes de dejar el cargo
se reunió nuevamente en la Casa Rosada con la familia. Pidió perdón en nombre
del Estado argentino y les prometió que nunca bajaría los brazos hasta
encontrar la verdad.
* La Patria Sublevada. De Perón a Kirchner (1945-2010),
Ediciones Lea, Buenos Aires, 2011.