Alberto Buela
Ayer, 2 de septiembre, murió en La Paz (Bolivia) Andrés Solíz Rada (1939-2016) compañero entrañable de toda una vida de luchas por la liberación de Nuestra América. Lo conocí en Buenos Aires a principios de los 70 cuando vino exiliado, al caer el gobierno del general Ovando y Candia, el que nacionalizó el petróleo y expropió la Gulf Oil, y del que Andrés fue secretario de prensa.
Acá trabajó como periodista en La Opinión y militó siempre en las filas de la izquierda nacional del Colorado Ramos.
De formación marxista con los años se fue transformado en un pensador nacional iberoamericano que integra la camada y la familia de ideas del oriental Tucho Methol Ferré, del chileno Pedro Godoy y del argentino Abelardo Ramos. (y si me permitieran colar, nos colamos nosotros también en esa familia).
Andrés escribió muchísimo, sobre todo periodismo combativo y de denuncia. Participó durante toda su vida de la política activa de su país y de los nuestros.
De sus libros rescato La conciencia enclaustrada (1995), que lleva el prólogo del entrañable Pedro Godoy.
Nuestra mutua colaboración fue muy fluida, tanto él en Disenso o en Marcha los dos, como nosotros en Presencia. Nos visitamos mutuamente en La Paz como en Buenos Aires y compartimos varias mesas redondas y conferencias.
La última fue en la CGT a propósito de su libro Jorge Abelardo Ramos y la Unión Sudamericana en 2005. Libro que lleva el prólogo de un patriota argentino como lo fue mi tocayo Alberto Guerberof.
La tarea principal de su última década fue desmitificar al indigenismo como ideología política, sosteniendo que el fundamentalismo indigenista es una creación neo colonial. Y esto tiene doble mérito: a) porque clarifica un tema donde el progresismo de izquierda pone todas sus baterías políticas y b) porque en Andrés corría un alto porcentaje de sangre aimará.