Padre Lic. Luis Rafael Velasco (**)
Luis Alberto yace en el
cementerio público de una localidad del Conurbano. Su cuerpo descansa –unas
paladas de tierra de por medio- sobre el cuerpo de otro pobre. Y espera, con
una leve capa de tierra sobre su féretro, que se deposite en breve a otro pobre
como él. Entierro triple gratuito, se
llama. Su familia llora por dolor, pero más por vergüenza de ese entierro
de tercera (en un cajón casi de aglomerado y sin velorio).
Soy testigo apenado del
espectáculo. Rezo unas palabras sobre la esperanza de la resurrección y me voy
pensando: Luis Alberto, pobre de solemnidad, como tantos otros deberá esperar
hasta la resurrección amontonado entre dos cuerpos que –como él- no han podido
costearse un entierro decente.
Es la suerte de los pobres desde hace décadas: esperar amontonados.
Amontonados en los hospitales públicos, esperando un turno; amontonados en los
comedores populares, esperando una comida que deberían tener por derecho en sus
mesas familiares; amontonados en las escuelas públicas, amontonados en las cárceles
(repletas de pobres), firmes en las innumerables listas de espera. Deben
esperar –como Nicole, una niña de 12 años del mismo barrio que Luis Alberto-
hasta los remedios para el cáncer…porque son pobres.
Y penosamente ciertos sectores de la sociedad, en una simplificación
prejuiciosa, los estigmatiza: “son pobres porque quieren”, “porque no quieren
trabajar”, “son planeros”, “vagos”, etc. Sin dudas, es más cómodo
simplificar para poder mirar sin remordimientos para otro lado. Y si eso no
basta, se los identifica con “la clientela” del partido opositor para poder
seguir tranquilos, confirmados en prejuicios sociales de los que muchos medios
de comunicación no son inocentes.
Y desde las instancias de poder se insiste en que los pobres deben
esperar para ver los “brotes verdes”. ¿Quién ha decidido que ellos y las
clases medias sean los primeros que hagan el esfuerzo y sean los últimos en
recibir los beneficios? ¿Porqué han decidido que sean ellos los que hagan los
sacrificios primero (a través del aumento de tarifas, y de precios) y sean los
últimos en percibir y recibir el fruto de “la lluvia de inversiones”?
No es de ahora, es verdad. La “década ganada” fue ganada para algunos
nomás, otros han seguido tan amontonados como siempre. Ahora bien, quienes rigen
los destinos de la Nación podrían asomarse a ver la amontonada multitud de
pobres, conmoverse y decidir que dejen de esperar y sean –esta vez- otros los
que esperen. ¿Porqué no decidir, por ejemplo, que esperen los que viven del
lucro financiero, los que han recibido ya rentas más que generosas? Parece que
el relato imperante ahora sostiene que eso no puede ser.
Los pobres deben esperar. Al fin y al cabo ya tienen experiencia y ese
es su principal oficio. Finalmente a los pobres, como Luis Alberto, les toca
esperar amontonados hasta la resurrección.
(** Rafael Velasco es sacerdote
jesuita)