Raúl Zibechi para Sputnik
Ocho de los nueve cables
submarinos que unen América del Sur con Europa pasan por EEUU. Algo muy grave
porque, además, la ciudad brasileña Fortaleza está más cerca de la península
Ibérica que de Miami. El noveno es un cable obsoleto y saturado, de modo que el
99% del tráfico de Internet desde Sudamérica es controlado desde Washington.
El dato fue proporcionado por
la compañía española Eulalink cuando presentó el proyecto de cable submarino
que comenzará a operar en 2018, uniendo Brasil con Sines (Portugal) y Madrid,
sin pasar por Estados Unidos. El cable tendrá una gran capacidad, nada menos
que 72 Tbps (terabits por segundo), siete veces más que la información que
América Latina trasmite actualmente al resto del mundo.
Se trata de un pequeño e
insuficiente paso, toda vez que la región presenta un panorama absurdo: un
correo electrónico entre Santiago de Chile y Buenos Aires (dos ciudades
separadas por 1.400 kilómetros), recorre más de 15.000 kilómetros, primero por
el océano Pacífico para llegar a la costa de California, luego atraviesa EEUU
hasta Miami y finalmente se hunde en el Atlántico hasta llegar a la capital
argentina. En paralelo, la Subsecretaría de Telecomunicaciones de Chile
(Subtel) y la compañía Huawei de China, firmaron un acuerdo de pre-factibilidad
técnica para el desarrollo de una conexión directa entre Asia y Chile a través
de un cable de fibra óptica que unirá China con el país andino a través del
Océano Pacífico.
Son pequeños avances en
dirección a la independencia en materia de comunicaciones. Hace apenas cinco
años la UNASUR había decidido construir un anillo de fibra óptica para permitir
la interconexión directa de los países de la región. El objetivo era superar la
eterna dependencia económica, política y cultural. Un país como Brasil, que
pretende ser una potencia global emergente, vive una grave dependencia en las
comunicaciones: el 46% de su tráfico internacional de Internet viene de fuera
del país, y de esa cantidad el 90% hace una "parada" (pitstop) en
Estados Unidos.
En cuanto a la región en su
conjunto, el 80% del tráfico internacional de datos de América Latina pasa por
Estados Unidos, el doble que Asia y cuatro veces el porcentaje de Europa. Esto
hace que las comunicaciones sean más caras.
El entonces ministro de
Industria y Energía de Uruguay, Roberto Kreimerman, señaló luego de la cumbre
de UNASUR en Asunción, en 2011, que hay varias razones por las cuales se tomó
una decisión de construir el anillo sudamericano: "Los costos actuales son
muy elevados ya que en el conjunto de la región lo que se paga a los
propietarios de los cables submarinos y las conexiones con los países
desarrollados suponen entre el 30 y el 50% del precio final".
La otra razón de peso hace
referencia a la soberanía nacional, algo que quedó en evidencia cuando las
agencias estadounidenses controlaban las comunicaciones de la presidenta Dilma
Rousseff, lo que provocó una crisis diplomática entre ambos países.
El proyecto inicial de UNASUR
pasaba por un relevamiento y mapeo de todas las redes existentes en cada uno de
los países. Luego se establecieron tres etapas: la conexión de los puntos
físicos ubicados en las fronteras, como Argentina, Paraguay, Venezuela Bolivia
y Uruguay, y en la siguiente etapa las empresas estatales de comunicaciones,
como Telebras de Brasil y Arsat de Argentina, y también las privadas,
realizarían el tendido de sus redes. Estaba previsto que el anillo de fibra
óptica tuviera una extensión de 10.000 kilómetros y fuera gestionado por las
empresas estatales de cada país para que las comunicaciones sean más seguras y
baratas. La conexión directa aumentaría la velocidad de conexión entre un 20 y
un 30% y sus costos serían menores.
El proyecto implicaba la
instalación de varios cables submarinos. Uno de ellos entre Brasil y Estados
Unidos, que permite también la conexión con Colombia y Venezuela. Un segundo
cable se proponía unir el continente directamente con Europa pasando por Cabo
Verde, y un tercero unirá Fortaleza (norte de Brasil) con Angola (África) con
una derivación hacia Argentina y Uruguay. La empresa encargada de la
construcción de buena parte del anillo óptico era la estatal Eletrobrás y la
financiación estaba a cargo del banco de desarrollo BNDES.
Todo esto ha quedado
paralizado con la crisis política y los cambios de gobiernos que afectan a los
principales países de la región, en particular a Brasil, el país que propuso y
diseñó los nuevos tendidos de cables de Internet.
Ahora los pasos que se siguen
no son ya de carácter regional sino bilateral, como el caso de Brasil con
España y de Chile con China. El gobierno de Michelle Bachelet destacó la
importancia que el proyectado puente de comunicación directa entre Asia y
Latinoamérica tendrá de cara al desarrollo futuro de las telecomunicaciones en
la zona. En 2015 la UNASUR y la Corporación Andina de Fomento llegaron a un
acuerdo para construir una "Red de Conectividad Suramericana para la
Integración" con una inversión de un millón y medio de dólares. El
entonces secretario general de UNASUR, Ernesto Samper, recordó que la velocidad
de internet en América del Sur es ocho veces más lenta que la de otros países
del mundo, lo que supone una traba para el desarrollo.
Samper también aseguró que la
red de conectividad ampliará la seguridad y defensa de la región en el área
cibernética. "No es un asunto sobre seguridad física, que afecte a las
personas a través de un enfrentamiento armado, ni de cuánto se equipan
militarmente los países para defenderse unos de otros; sino de otro tipo de
defensa colectiva, como la ciberdefensa", dijo Samper.
Sin embargo, en los dos
últimos años no hubo ningún avance consistente en esa dirección. Habrá que
esperar que la región supere la crisis política y el viraje conservador, para
que se retomen los proyectos que prometían ingresar en una era de independencia
en las telecomunicaciones.