Por
Leonardo Boff
28 septiembre, 2017
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan
necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se
conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Lo que vivimos actualmente en Brasil no puede ni siquiera
ser llamado democracia de bajísima intensidad. Si tomamos como referencia
mínima de una democracia su relación con el pueblo, el portador originario del
poder, ella se niega a sí misma y se muestra como una farsa.
Para las decisiones que afectan profundamente a todos, no
se discutió con la sociedad civil, ni siquiera se escuchó a los movimientos
sociales ni a los cuerpos de saber especializado: el salario mínimo, la
legislación laboral, la previsión social, las nuevas reglas para la salud y la
educación, las privatizaciones de bienes públicos fundamentales como es, por
ejemplo, Electrobrás y campos importantes de petróleo del pre-sal, así como las
leyes que definen la demarcación de las tierras indígenas y, lo que es un
verdadero atentado a la soberanía nacional, el permiso de vender tierras
amazónicas a extranjeros así como la entrega de una vasta región de la Amazonia
para la explotación de variados minerales a empresas extranjeras.
Todo está siendo hecho por PEC, por decretos o por
medidas provisionales propuestas por un presidente, acusado de dirigir una
organización criminal y con un apoyo popular bajísimo, que no alcanza al 5%.
Las propuestas han sido enviadas a un parlamento con el 40% de sus miembros
acusados o sospechosos de corrupción.
¿Qué significa tal situación sino la vigencia de un
Estado de excepción, o incluso más, de una verdadera dictadura civil? Un
gobierno que gobierna sin el pueblo y contra el pueblo, ha abandonado el
estatuto de la democracia y ha instado claramente a una dictadura civil. Es lo
que estamos viviendo en este momento en Brasil. Bajo la perspectiva de quien ve
la realidad política desde abajo, desde las víctimas de este nuevo tipo de
violencia, el país se asemeja a un avión sin piloto en vuelo ciego. ¿Hacia
dónde vamos? Nosotros no lo sabemos. Pero los golpistas lo saben: a crear las
condiciones políticas para traspasar gran parte de la riqueza nacional a un
pequeño grupo de empresas que, según el IPEA, no pasan del 0,05 de la población
brasileña (un poco más de 70 mil multimillonarios), que constituyen las élites
adineradas, insaciables y representantes de la Casa Grande, asociadas a otros
grupos de poder antipueblo, especialmente a unos medios de comunicación que
siempre apoyaron los golpes y no aprecian la democracia.
Transcribo un artículo de un atento observador de la
realidad brasileña, que vive en el semiárido y participa de la pasión de las
víctimas de una de las mayores sequías de nuestra historia: Roberto Malvezzi.
Su artículo es una denuncia y una alarma: De la dictadura civil a la militar.
«Antes del golpe de 2016 sobre la mayoría del pueblo
brasileño trabajador o excluido, ya comentábamos en Brasilia, en un grupo de
asesores, sobre la posibilidad de una nueva dictadura en Brasil. Y nos quedaba
claro que podría ser simplemente una “dictadura civil”, sin ser necesariamente
militar. Sin embargo, igual que en 1964, ella podría evolucionar hacia una
dictadura militar. En aquel momento muy pocos creían que el gobierno podría ser
derribado.
Para mí no hay duda alguna de que estamos en plena
dictadura civil. Son un grupo de 350 diputados, 60 senadores, 11 ministros del
Supremo, algunas entidades empresariales y las familias dueñas de los medios de
comunicación tradicionales los que han impuesto una dictadura sobre el pueblo.
Las instituciones funcionan, como dicen ellos, pero contra el pueblo y sólo a
favor de una reducidísima clase de privilegiados brasileños. Claro que
conectados siempre con las transnacionales y los poderes económicos que dominan
el mundo.
Por lo tanto, nosotros, el pueblo, hemos sido dejados
fuera, excluidos). Todo es decidido por un grupo de personas que, contadas con
los dedos, no deben llegar a mil en el mando, con un grupo un poco mayor
participando indirectamente.
Sucede que el golpe no se cierra, no se concluye, porque
la corrupción, vieja fórmula para aplicar golpes en este país, es visible hoy
gracias a los medios de comunicación alternativos presentes y cada vez más
poderosos. La corrupción está en todos los niveles de la sociedad brasileña, sobre
todo en los hipócritas que levantan esa bandera para imponer sus intereses.
Pero la corrupción es sólo el pretexto. Según la visión
de Leonardo Boff, el objetivo del golpe es reducir Brasil, que funcione sólo
para 120 millones de brasileños. Los 100 millones restantes tendrán que buscar
cómo sobrevivir con apaños, limosnas, participando en pandillas, y en tráfico
de armas y drogas.
En este momento comienzan a aparecer señales del
verdadero pensamiento de quien está en el mando: una reunión de la Masonería,
un general contando lo que anda entre bastidores, los viejos medios con la opinión
de “especialistas”, los nostálgicos de la antigua dictadura diciendo en los
medios sociales que “quien no es corrupto no debe tener miedo de los
militares”.
En fin, están planteando la posibilidad de la dictadura
militar. Para el pequeño grupo que ha dado el golpe es excelente, la mejor de
las salidas. Nunca fueron demócratas. No les gusta el pueblo. Incluso en esta
Cámara y en este Senado pocos van a perder sus cargos o ir a la cárcel.
Lo peor de una dictadura civil o militar es siempre para
el pueblo. Las nuevas generaciones no conocen la crueldad de una dictadura
total. Hiela el alma el silencio de la sociedad ante las declaraciones del
mencionado general».
Que Dios y el pueblo organizado nos salven.
(*) Teólogo y filósofo. Columnista del diario Jornal do
Brasil.