Aritz
Recalde, octubre 2019
¿Cómo definir al
pensamiento nacional y popular?
El pensamiento nacional y popular es
una corriente intelectual y política con rasgos propios. Su particularidad no
estriba en la ubicación geográfica de nacimiento de sus titulares y no tiene
que ver tampoco con una línea disciplinaria en particular. El pensamiento
nacional no supone necesariamente una única afiliación partidaria. Se puede
nacer en cualquier país y ser nacionalista, liberal, de izquierda o
desarrollista. Los miembros de dicha corriente intelectual poseen una formación
disciplinar diversa, siendo Raúl Scalabrini Ortiz agrimensor, Alberto Baldrich obtuvo
el título de abogado, Juan José Hernández Arregui era filósofo, Juan Perón adquirió
una formación militar y Leonardo Castellani era filósofo y teólogo. Dentro del
pensamiento nacional existió una diversidad de orígenes y de modalidades de
acción partidaria y no se los puede circunscribir a una sola expresión política.
El pensamiento nacional es una
perspectiva para analizar los problemas y para construir los proyectos de país,
de región y de mundo. En una gran síntesis, articula tres grandes perspectivas:
- La pregunta por el ser nacional.
¿Qué rasgos históricos, presentes y futuros definen la personalidad nacional?. Dicho interrogante contempla aspectos
culturales e históricos y también temas sociales, económicos y políticos. La
nación es una herencia espiritual y un patrimonio civilizacional que pasa de
generación en generación. La afirmación nacional de una comunidad contiene un
pasado compartido, un adversario y/o enemigo presente y una unidad de destino
futuro.
- Un análisis de nuestra condición
nacional a partir de la inscripción del país en el sistema mundo. Este aspecto
supone un análisis crítico de la dependencia y de todo tipo de colonialismo o de
neocolonialismo en las relaciones internacionales.
- Una voluntad de emancipación
política. El pensamiento nacional y popular valida sus análisis y sus aportes conceptuales
en la capacidad histórica de la comunidad de realizarse. Lejos de ser una mera
especulación teórica o académica, el pensamiento nacional se consuma y se
valida en la acción política de las organizaciones libres del pueblo.
En una gran síntesis, para esta
corriente intelectual y política, la comunidad nacional debe edificar y potenciar
cuatro grandes pilares:
PRIMERO. La nación es una unidad de destino. La nación
se construye a partir de lo que una comunidad siente, desea y funda
políticamente. Tal definición supone un principio de unidad cultural y una
identidad colectiva que se despliegan en tensiones y en contradicciones. Las disputas
de clases, de etnias o las diferencias de género existentes en el seno de cada
país, no deben imponerse si ello supone desandar el interés nacional. En caso
que esto ocurra, se puede llegar a fragmentar territorialmente un Estado en
guerras étnicas o incluso destruir el proyecto colectivo en enfrentamientos
internos de facciones. Si bien el conflicto nunca desaparece dentro de una
nación, la tendencia a edificar una unidad superior debe prevalecer. Juan Perón
lo explicó con lucidez cuando afirmó que primero están la patria, luego el
movimiento y finalmente los hombres y sus intereses y sus ambiciones.
La unidad de destino de una nación se
desenvuelve como un proyecto social de vida en comunidad, como una organización
de poder y como una fe. Los pueblos que
no tienen fe en la legitimidad de su causa y en su capacidad histórica,
presente y futura para realizarla, no serán una nación, sino un mero
conglomerado de individuos.
La nación es un principio de unidad
moral y emocional y para que pueda unificase es necesario que el individuo
actúe libremente al servicio de la colectividad, percibiendo en su tarea diaria
la satisfacción del deber cumplido.
SEGUNDO: la nación es un principio de
solidaridad social. Los pueblos sin ideales y sin sentimientos de justicia, no
pueden conformar una comunidad y serán una mera acumulación gregaria de
egoísmos. El interés comercial puede constituir un mercado, pero no una nación.
Las naciones avanzan si tienen la capacidad de imponer un imperativo moral de colaboración
con el prójimo, de bien común y de solidaridad con los hijos de la misma patria.
TERCERO. La nación requiere del
efectivo cumplimiento del derecho de los pueblos a la autodeterminación
política. Cada comunidad organizada es única y diferenciada en relación a las
otras unidades humanas. Como tal, cada pueblo debe tener el derecho propio e irrenunciable
a construir y a planificar su propio modelo de desarrollo nacional.
CUARTO. La nación requiere de una
economía independiente. En el siglo XX la categoría de nación se convirtió en
sinónimo de industrialización y de planificación productiva y social. No hay
nación posible, si los principales elementos de la economía de un país son
manejados por el “mercado mundial”, que es la forma eufemística de nombrar a un
grupo reducido de países y de corporaciones a ellos vinculadas.
Los Estados sin industria y sin una actividad
productiva planificada socialmente, no pueden generar condiciones de empleo y
dignidad para su pueblo. El resultado de dicho modelo económico es el descarte
en masa de los seres humanos, que son sumergidos en la pobreza, el subconsumo y
en la marginalidad. El pensamiento nacional argentino del siglo XX conceptuó
como los pilares fundamentales de la soberanía de un país, la capacidad de los
Estados para administrar los recursos naturales, la finanza (bancos y Banco
Central), el comercio exterior y los servicios públicos.
El pensamiento nacional y popular
comparte el respeto hacia las minorías, sin por eso olvidar el principio
fundamental e irrenunciable de consumar primero la emancipación de las
mayorías. Esta corriente intelectual considera al pueblo y a sus dirigentes
como actores centrales de la nación y descree de la capacidad de las
oligarquías para construir un programa colectivo y soberano. También niega el
modelo de la dictadura del proletariado o del clasismo como posible esquema
para organizar una comunidad libre. El pensamiento nacional no es xenófobo y su
participación activa de apoyo al peronismo, demostró que es posible asimilar la
diversidad étnica, en el marco de un programa soberano y antiimperialista.
El
pensamiento nacional del siglo XXI es la antítesis del pensamiento neoliberal
Hay que decirlo sin titubear:
actualmente el país y la región se encuentran ante el dilema histórico de
forjar la soberanía nacional o de profundizar la sumisión al imperio
anglosajón.
Los comunicadores e ideólogos del establishment
presentan a la globalización como un único e incuestionable camino al
desarrollo. En realidad, detrás de esta categoría aparentemente neutral, se
esconden los intereses y el proceso de expansión política de los
norteamericanos que fue desenvuelto con fuerza desde la caída de la Unión
Soviética.
El gobierno de las elites financieras
trasnacionales pone en riesgo las democracias. El neoliberalismo busca destruir
la organización del pueblo y le entrega la soberanía política y las decisiones gubernamentales
a los organismos multilaterales y a los CEOS. En este sistema, el pueblo a lo
sumo delibera, pero nunca gobierna y sus decisiones están enajenadas en las
elites que son designadas por las corporaciones.
En nombre de la libertad el régimen
político neoliberal conforma un totalitarismo de mercado, que está caracterizado
por exportar las riquezas del centro hacia la periferia y por fabricar millones
de pobres y de desempleados.
En el aspecto económico, la “división neoliberal
del subdesarrollo” opera como un programa de socialización de pérdidas y de
privatización de ganancias. A los países del sur les cabe la tarea de primarizar
la producción, para reconvertirse definitivamente en economías agropecuarias y
en una plaza para la especulación financiera. A este proceso, se le suma la
tendencia a la concentración y a la extranjerización permanente de su patrimonio
que se fuga hacia los centros de poder occidental. De no revertirse la
tendencia, el capitalismo neoliberal puede destruir la propiedad privada y
productiva de Sudamérica.
En el plano social, el gobierno de la
finanza del siglo XXI está superando la clásica lucha entre las clases
productivas. En su lugar, quiere instaurar el sistema de los descartados y de los
excluidos que pelean por ingresar al mercado o por no caerse definitivamente al
abismo de la miseria estructural. Los grupos financieros y los Estados que
controlan las principales decisiones del mundo, están insectificando la vida de
las barriadas populares en Sudamérica. La geografía del hambre y la cultura de
la marginalidad estructural, se están tornando dos características centrales del
caos políticos del mundo contemporáneo. Al modelo actual le sobran trabajadores
y a diferencia de la modernidad liberal, ya no plantea un progreso en el futuro
que sea capaz de revertir la tenebrosa tendencia.
La cultura neoliberal se presenta como
universal y eso la hace represiva. En dicha ideología, se piensa como ellos o
se está contra ellos. Caracterizan a las ideas políticas que no son liberales
anglosajonas, como antidemocráticas y autoritarias (hoy le dicen “populistas”).
A este esquema lógicamente totalitario, hay que enfrentarlo con la bandera del
derecho a la identidad nacional, en el marco de un proyecto mundial de
pluri-verso cultural y civilizatorio.
El neoliberalismo difunde una
ideología individualista, narcisista y nihilista y es por eso anti nacional y
anti colectivista. La evocación al individuo consumista con derechos y sin deberes
con la comunidad, conduce a que desaparezca el concepto de colectividad. La
sociedad se disgrega y aumenta la violencia y la desigualdad. Lo que nunca debe
olvidarse y pese a que quieran encubrirlo los cultores del liberalismo, es que
la supervivencia de la nación es la única garantía de la libertad del
individuo.
En el sistema neoliberal el hombre no
tiene fe en el progreso de la humanidad y la remplazó por el deseo de consumir.
Se es lo que se tiene y la patria es el dólar, la bolsa de valores es la
iglesia y la ganancia su Dios único.
El fetiche tecnológico neoliberal está
corroyendo los valores humanos fundamentales. Se plantea como un hecho positivo
remplazar al trabajador en una empresa con la finalidad de no pagar cargas
sociales, no financiar una licencia por maternidad o para evitar conflictos
sindicales. Esta ideología conduce a la sustitución del hombre por la máquina. Con
esa actitud aumentan el desempleo y se reduce el mercado interno y a la larga
van conformando una crisis capitalista de superproducción. La ciencia desligada
de la filosofía y de la metafísica puede conducir al mundo al caos ecológico, al
desempleo, la pobreza y al enfrentamiento bélico de inusitadas dimensiones.
El neoliberalismo difunde el mito de
la republica formal y tal cual explicó Antonio Cafiero “Los liberales hablan del Estado de Derecho, nosotros hablamos del
Estado de Justicia. Los liberales hablan de los derechos del ciudadano,
nosotros hablamos de los derechos del hombre, que es más que un ciudadano: el hombre
es una persona que genera familia, trabajo, profesionales, vida barrial, vida
vecinal, partidos políticos y una multitud de acciones sociales”.
Los argentinos y sudamericanos tenemos
el deber histórico de rehacer la patria sobre las ruinas del neoliberalismo.
Para eso, es necesario fortalecer la comunidad nacional y la unidad moral del
pueblo en una nueva fe cívica movilizadora y vital.