jueves, 7 de noviembre de 2019

Mitos y verdades sobre la fascinación de Perón con Mussolini


IGNACIO CLOPPET 
Miembro de la Academia Argentina de Historia. Profesor de la Usal.


En la vida de Juan Domingo Perón, la supuesta vinculación con el fascismo, es tal vez uno de los capítulos más trillados. Hay quiénes lo vinculan al golpe de 1930, sosteniendo erróneamente, que tuvo una activa participación con el gral. José F. Uriburu. Esta versión quedó descartada por una carta que Perón le escribió al gral. José M. Sarobe, donde mostró su absoluto rechazo al golpe.
En 1939, Perón fue incorporado a la “Lista de Oficiales en el Extranjero”. A partir de ese viaje, se dice que se hizo fascista en la Italia de Benito Mussolini. Estuvo adjunto a unidades militares alpinas: Merano, Bolzano, Pinerolo, Chietti, Sestrier y Aosta, donde formó parte del batallón Ducca degli Abruzzi. Precisamente allí se formó, con un entrenamiento para las unidades que avanzan entre glaciares y ascienden por paredes de gran dificultad. Además se consagró como maestro esquiador.
Es bueno aclarar que los oficiales y suboficiales alpinos no fueron fascistas. Eran, por sobre todo, patriotas. Ninguno de ellos apoyó a Mussolini ni antes ni después del armisticio de 1943, ni menos aún se unieron a los nazis entre 1943/44 cuando invadieron el norte de Italia e hicieron desmanes en ciudades y pueblos ocupados.
La misión de Perón fue estrictamente militar. Se destacó, y fue reconocido por sus superiores como oficial alpino. En Roma se instaló a fines de mayo de 1940, donde se desempeñó como adjunto del agregado militar, el coronel Virginio Zucal.
¿Qué amistades tuvo Perón? La más importante fue la del marques Luigi Incisa di Camerana. También fue amigo de los oficiales Santovito, Zoppi y Mancini. Frecuentó al capellán el P. Gnocci y a Mons. Schuster, arbobispo de Milán, quien durante la 2ª Guerra se convirtió en la tabla de salvación para los perseguidos por el nazismo. En conclusión, todos sus amigos italianos fueron anti fascistas, opositores a Mussolini y a su totalitaria doctrina.
Es evidente que durante su experiencia en los dos años que pasó en Europa, Perón no se encandiló con las luces de los totalitarismos y autoritarismos en boga. Esto lo pude comprobar con 14 cartas inéditas que Perón envió desde Italia a su cuñada María Tizón y a 2 sobrinas Tizón Echauri. Entre tantos conceptos, llegó a escribir: “Reconozco que me deslumbré con la personalidad de Mussolini, pero tengo la serena tranquilidad de espíritu para sostener que nunca me «enamoré» de él”.
Algo que Perón sabía, es la excelente relación que tenía Winston Churchill con Mussolini. Precisamente esa admiración del Primer Ministro inglés hacia il Duce, es la razón por la cual se decepcionó de ambos.
Con respecto a dos supuestos encuentros, me cuesta creer que Mussolini haya recibido a Perón. Para ese entonces, Perón era un “cuatro de copas”. No había motivación suficiente para que un jefe de estado, tuviera un instante para recibir al militar argentino.
Hay quienes con error consideran al peronismo como una versión criolla del fascismo. Nada más errado. Si algo caracterizó al Peronismo fue su oposición a los fascismos, y su plena adhesión a la Doctrina Social de la Iglesia. En esa línea se sitúan los ensayos de 2 destacados extranjeros: Raanan Rein y Alain Rouquié.
Así de claro lo describió Rein: “La imagen fascista de Perón tiene sus raíces en el desafío argentino a la hegemonía norteamericana en el continente y en el mantenimiento de la neutralidad, aún después de la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial”.
Por su parte Rouquié sintetiza claramente que: “Perón cambió la cultura política de un país que era liberal”. Así pues, puso en vereda la demonización que muchos intentan achacarle, cuando lo acusan de populista. Siendo pequeño, Perón había recibido una formación matriarcal fiscalizada por su abuela la vasca Dominga Dutey, que concibió un ser eminentemente sensible, abocado a la inclusión de las clases humildes desde niño.
Su postura después de Yalta, lo llevó a gestar con genialidad su “Tercera Posición”, que fue una válida alternativa para situarse entre el capitalismo y el comunismo. Rouquié define al régimen político del peronismo, como una democracia hegemónica: “Es un régimen procedente de elecciones honestas, sin fraude, que desde el Poder Ejecutivo controla al conjunto de las instituciones políticas. Otros han definido este tipo de sistema como populismo, como autocracia competitiva o autoritarismo electoral, entre otros términos, que descarto".
Resulta entonces más que evidente, que Perón nunca fue fascista, ni adhirió, ni adoptó ninguna de sus totalitarias doctrinas.

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