La moderna
ultraderecha se inclina cada vez más hacia las expresiones de violencia real.
Líderes autoritarios y fundamentalismos de diversos signos, todos peligrosos.
Aldo
Duzdevich para PERFIL
Algunos (no todos) de quienes estuvimos
cerca de la violencia en los 70 tenemos animadversión y disgusto por los
fundamentalismos. Sabemos del poder del lenguaje bélico. De la facilidad
con la cual jóvenes incapaces de dañar a nadie, vía el poder del lenguaje,
pasan a manipular un arma. Hay fundamentalismos de diversos signos y todos son
peligrosos. En esta nota voy a referirme al nuevo peligro que se cierne sobre
el continente, las propuestas violentas de la moderna ultraderecha.
Papel
higiénico y armas. Cuando estalló la
crisis del Covid, pudimos ver al público norteamericano agolpándose en las
tiendas para acaparar papel higiénico y comprar armas. Lo del papel
higiénico no sería grave, y escapa a mi comprensión intelectual. Hasta donde
sé, el Covid produce tos, no diarrea. Pero lo de las armas ya tiene otros
significados. En un país donde la libertad individual y la propiedad privada
están por encima de todo, tener armas para defender ambas cosas parece normal. Se calcula que hay 310 millones de armas en
manos civiles. La palabra “pandemia” disparó uno de los temores más difundidos
a fuerza de Netflix y pochoclos: la invasión zombie. No es extraño que en
esta sociedad surja el temor de verse invadidos por miles de infectados de
Covid vagando por las calles, intentando ingresar a viviendas y comercios.
Entonces la única defensa sería ametrallarlos en el porche de su casa como
vieron en la última película.
El guerracivilismo en EE.UU. Existe una
larga tradición en Estados Unidos de fuerzas en la ultraderecha que llaman a
prepararse para un conflicto armado o para el colapso del Estado en el propio
suelo estadounidense. La corriente que inspira a las milicias es el
libertarismo y una profunda desconfianza hacia el gobierno federal, junto con
los valores “tradicionales” del conservadurismo cristiano evangelista y el
rechazo al proceso de globalización económica.
En los 80
tuvo auge un movimiento conocido como “HYPERLINK
“https://en.wikipedia.org/wiki/Survivalism” \n _blanksurvivalismo”, con autores
y publicaciones que llamaban a prepararse para un futuro posapocalíptico.
En 1991 el pastor televisivo Pat Robertson
presento su libro El nuevo orden mundial. El gobierno de los Estados Unidos
sería en realidad el HYPERLINK al servicio de las elites financieras
globales. Llegado el momento, las tropas rusas escondidas por el gobierno de
Washington en bases secretas tomarían el control del país y conducirían a los
opositores a campos de exterminio gestionados por la agencia de
emergencias.
Los años 90 serían una época de
proliferación de milicias armadas en Estados Unidos. Se visten con uniformes de
combate y portan armas de uso militar. Sus grupos tienen nombres como Oath
Keepers (Custodios del Juramento), Three Percenters (Los Tres por Ciento) y
Posse Comitatus (Fuerza del Condado). Para entrenarse realizan asaltos e
incursiones en recintos simulados con municiones reales. Algunos estudios dicen
que hay unos 620 grupos de extrema derecha y unas 165 milicias que serían su
brazo armado. Algunos tienen decenas de seguidores, otros, como el llamado
Three Percenters, cuentan con unos 10 mil miembros.
El grupo más
reciente es el Boogaloo, que surgió hace
menos de tres años en foros de la deep-web como 4chan y Reddit. Se definen
“antisistema”. Lucen camisas hawaianas, estética militar y armas de gran
porte. Un vocero expresa: “Podría resumirse en que somos ciudadanos cansados de
un gobierno que va demasiado lejos, extralimitándose con los ciudadanos”. No
tienen una ideología definida, los une su amor por las armas. Algunas consignas comunes son: “Libertad de
expresión”, “No a la limitación de las armas de fuego”, “Derecho a la
privacidad”, “Reducir el Estado”, “Reducir impuestos”, “Legalización de las
drogas”. La filosofía del Boogaloo se podría resumir en volver a la
comunidad primitiva, a una especie de sociedad anarco-capitalista en la que
predomina el individuo sobre el colectivo. Consideran que las medidas
sanitarias de confinamiento son una violación a sus derechos y aprovechan la
molestia del público para aglutinar y atraer nuevos seguidores a su causa.
El pasado 30 de abril miembros de la Milicia
Liberty con sus armas y el rostro parcialmente cubierto invadieron una sesión
de la Legislatura de Michigan para exigir el levantamiento de la cuarentena.
El líder republicano en el Senado estatal se refirió a los participantes como
“un grupo de imbéciles” que “utilizaron la intimidación y la amenaza de daños físicos
para despertar el miedo y alimentar el rencor”. En cambio el presidente Donald Trump calificó a los manifestantes
como “muy buenas personas” e instó a la gobernadora demócrata, Gretchen
Whitmer, a “llegar a un acuerdo”. Si bien estos grupos armados son
minoritarios, sus opiniones están llegando a una audiencia más amplia gracias a
líderes del movimiento Alt-Right como Richard Spencer y Steve Bannon, quienes
han retomado su visión de la historia como una batalla cíclica entre los “hijos
de luz” y los “hijos de la oscuridad”.
Por supuesto Trump lidera a los “hijos de
la luz”. Y como prueba de ello Donald se fotografía con una Biblia en alto.
Obviamente nadie cree que Trump, cuya su vida ha transcurrido entre negocios
opacos y prostíbulos de lujo, haya leído alguna vez la Biblia, pero eso no
tiene importancia si puede encarnar bien el relato. Y mal no le va.
“No hay libertad sin el pueblo armado”. Si
estuviéramos en los 70 diríamos que esa frase pertenece al montonero Mario
Firmenich o al líder del ERP Roby Santucho. Pero no. Es de 2020 y la
pronunció el presidente de Brasil, Jair
Bolsonaro; la dijo en la reunión de gabinete del pasado 22 de abril, cuyo
video fue dado a conocer por la Corte Suprema de Justicia. Ahora, si Bolsonaro
es el presidente que además cuenta con el apoyo irrestricto de las fuerzas
armadas, ¿contra quién debería armarse el pueblo? Haciendo eje en el negacionismo de la pandemia, los enemigos de
Bolsonaro son los gobernadores estaduales, muchos de su propia fuerza
política, que toman medidas de confinamiento que “perjudican la
economía”. Las milicias de
Bolsonaro, por ejemplo en Brasilia, atacaron a enfermeras que participaban en
un homenaje a sus 55 colegas fallecidas por causa del Covid-19, acusándolas de
mentirosas. Otros acamparon armados frente a la Corte Suprema para oponerse
a las medidas judiciales tomadas contra los amigos y familiares de Bolsonaro.
Hace pocos días “Mito” convocó a sus milicianos a invadir con cámaras de fotos
los hospitales para mostrar que están vacíos y que el Covid es solo una patraña
en su contra.
Hay un tipo de milicias en Brasil, extendidas por
doce estados, que no son una creación de Bolsonaro. Las componen miembros
retirados o en actividad de fuerzas de seguridad. Nacieron como una suerte
de autodefensas barriales contra los narcos. Pero con el tiempo se convirtieron
en un poder paralelo al Estado y tan peligroso como los narcos. Bolsonaro en
2008, siendo diputado, las defendía y aseguraba que las milicias eran
necesarias. Son probados y muy visibles los vínculos de su hijo Flavio con las
milicias de Río, que además fueron responsables del asesinato de la concejal
Marielle Franco. Estas milicias no responden a una ideología política, sino más
bien a intereses de negocios. Vienen desde el gobierno de Cardoso y se
mantuvieron con Lula y Dilma. Y van a responder a Bolsonaro mientras mantengan
su alianza mafiosa.
Pero más cercanos a los antisistema
Boogaloo son los 300 de Brasil (en analogía a los 300 espartanos). Aparece como
su vocera Sara Giromini, que se hace llamar Sara Winter (por una espía
nazi). Esta joven de 27 años encabezó una protesta contra la Corte, de noche,
con máscaras y antorchas, con una estética muy similar a la del HYPERLINK:
“Estamos preparados para dar la vida por la nación, y nuestras armas son la fe
en Dios, la esperanza en este gobierno y los métodos de acción no violenta”,
dijo recientemente a la BBC. Ahora se
define como “provida, pro Dios, proarmas’, pero la joven Winter no siempre fue
así. Durante un tiempo formó parte del grupo feminista ucraniano Femen. No
dudaba en escribirse “Fora Bolsonaro” en los pechos y llegó a “castrar” un
muñeco del entonces diputado, conocido por sus provocaciones machistas. Hoy
está presa en la cárcel de mujeres, lo que seguramente aumentará su aura de
heroína de la ultraderecha.
Crucifijo y Biblia contra Evo. El golpe
destituyente a Evo Morales tuvo un actor principal que fueron los comités
cívicos, integrados por políticos, empresarios, dirigentes barriales y
universitarios. Estos grupos participaron de una suerte de insurrección
violenta que sitió poblaciones y fue creando el clima de inestabilidad para el
golpe. Los jóvenes universitarios tuvieron un activo protagonismo en las
revueltas, incluso encabezando el asalto a las viviendas de los dirigentes del
MAS. Al estilo de las purgas fascistas de Mussolini, la alcaldesa de la
ciudad de Vinto (vecina de Cochabamba), Patricia Arce, fue perseguida y derribada
por un grupo de jóvenes, quienes después de obligarla a caminar descalza le
echaron pintura en la cabeza y le cortaron el cabello. El líder de las protestas fue Luis Fernando Camacho, presidente del Comité
Cívico Pro Santa Cruz, rápidamente mencionado como el Bolsonaro boliviano.
De fuertes vínculos con las sectas evangélicas, ingresó al Palacio de Gobierno
de La Paz y depositó allí una Biblia, pocos minutos antes del anuncio de
dimisión de Evo.
En Argentina, por ahora, solo discursos de
guerra. Lejos quedó aquel tiempo en el que las musas revolucionarias
navegaban en las canciones de Quilapayún, Daniel Viglietti y Los Olimareños.
Hoy las versiones antisistema navegan por la deep-web, la internet profunda a
la que solo ingresan los iniciados. Viejas ideologías conservadoras vienen
envasadas en “memes”, videos de YouTube o “tik-tok”; llegan y se diseminan por
senderos tan ocultos como los de la selva boliviana. En el clima de ansiedad e incertidumbre que crea la pandemia ha
empezado a instalarse fuertemente en las redes el discurso tipo Bannon. El 20
de junio en Twitter fue trending topic la sigla NOM (Nuevo Orden Mundial).
Esto que mencioné antes, una ficción creada en 1991 por el pastor Pat Robertson
en EE.UU., del cual probablemente usted, como yo, jamás había escuchado hablar.
El “gobierno de la oscuridad”, las elites, Soros, Bill Gates y el 5G, son todas
teorías conspirativas que pueden afectar alguna cabeza y llevarlo a estrellarse
con un auto contra el portón de la embajada China. Pero a esto se le mezclan discursos para nada inocentes de algunos
periodistas difusores de mensajes del odio y mediáticos economistas. Por
caso el de Miguel Boggiano que tuiteó “La gente del campo debería armarse y
poner francotiradores para defender la propiedad privada”. De allí a proponer
la Liberty Milicia no hay mucha distancia. Por suerte en nuestro país las armas
no son de venta libre. Pero el “magma
del odio” que le preocupa al papa Francisco derrama en nuestra sociedad al
igual que en el resto del mundo. Cuando una decena de jóvenes son capaces
de matar a patadas a otro joven al grito de “negrito de mierda”, es tanto o más
grave que el caso del policía que con su rodilla segó la vida de George Floyd
en Minneapolis.
Pero cuidado, no podemos quedarnos solo en
la descripción de las consecuencias. Como bien explica Gonzalo Fiore Viani en
su reciente libro Crónicas sobre el populismo de ultraderecha: “Lo cierto
es que mientras el progresismo parece hablarle solo a las minorías,
incorporando un discurso que tiene más que ver con la clase media urbana,
sobreeducada y, paradójicamente, mayoritariamente blanca, Salvini, Le Pen,
Orbán, Kurz, o –fuera de Europa– Trump buscan interpelar a un actor político
que parecía patrimonio del siglo XX: el trabajador, específicamente el desempleado,
muchas veces debido a que su ámbito laboral se trasladó a algún país con mano
de obra más barata. (...) Es innegable que, en los últimos años, la extrema
derecha ha logrado volver a ser cool para algunos sectores de la juventud.
Recuperando incluso el elemento dinámico y antisistema del fascismo original.
(...) Los extremismos logran interpelar de manera eficaz a los perdedores de la
globalización. Captan el descontento con
un discurso que arremete contra lo ‘políticamente correcto’, identificando a un
enemigo común como culpable de todos sus males”. Pero bueno, este
análisis sobre las causas del avance de la ultraderecha en América y en Europa
debería ser motivo de una próxima nota.