Por Gabriel
Fernández
6 de junio de 2020
Vamos a insistir
con un tema que, al ser esencial, reclama un cambio de mentalidad profundo. Es
así: el dinero que el Estado vuelca
sobre la sociedad pertenece a la sociedad y es la garantía del crecimiento
nacional. La retención de esos recursos con el objetivo de “ahorrar”
desacelera su circulación y perjudica un nuevo ciclo de consumo y producción.
AHORRO, GASTO E INVERSIÓN. Toda la
propaganda liberal, inserta en el cuerpo social por décadas a través de los
grandes medios sin que muchos dirigentes de nuestro movimiento sean la
excepción, apunta a controlar el gasto, evitar lo que llaman “dilapidación” y a
través de una sutil identificación de niveles incluye como “corrupción”. Apunta
a promover el ajuste.
Así, la gestión
que inyecta dinero en la comunidad, en vez de ser apoyada por su acción para
fomentar el circuito de crecimiento, es evaluada negativamente, mientras que la
que restringe esa inversión, merece aplausos por “austera”, “equilibrada” y “ahorrativa”. Se
presume que de tal modo “cuida” el dinero del país.
Sin embargo, al cortar el circuito, congela los recursos
y anula el único ahorro genuino de una sociedad, la circulación dinámica de la
moneda, que insufla vida a la economía general. Cuando un gobernante guarda
el dinero de la sociedad con el argumento de ahorrar y no dilapidarlo, lo que
hace es evitar que esos beneficios vuelvan a incentivar la producción.
EL PODER DE COMPRA SOSTIENE EL ESTADO.
Esto es particularmente cierto en una sociedad como la Argentina que, además de
contar con una capacidad instalada de valor, un know how significativo y
recursos naturales excepcionales, posee un esquema impositivo regresivo que
necesita de la adquisición directa de bienes de consumo para agrandar la recaudación fiscal.
Más allá de lo
que cotizan las empresas en funcionamiento –menos de lo que deberían-, el
fuerte de la tributación nacional radica en el Impuesto al Valor Agregado, que cada ciudadano abona a la hora de
comprar los productos. Si ese enorme volumen de dinero colocado a diario no es
devuelto al cuerpo social, se inmoviliza y pierde valor de uso.
Ese es el
sentido del crédito y por tal razón es importante
la banca. El concepto nacional de las finanzas se asienta en insertar más dinero
en la cadena de producción y compra. Está amortizado por su propio destino,
ya que al generar elaboración de bienes facilita su devolución a partir de las
ventas generadas por esa producción hacia un mercado con buena liquidez.
Por supuesto que
hay muchísimos factores más, como la discontinuidad en la sustitución, lo cual
origina una dolarización interna en el
valor de los productos debido a la necesidad de importar componentes que
contribuyen al producto final. También, las variaciones en los precios
internacionales, que no dependen del Estado local. Asimismo, que muchas firmas
–por falta de control estatal, por su propia configuración y/o por venalidad- remesan sus ganancias al exterior.
Pero esos datos
son insertados en el análisis para confundir los ejes porque las necesidades del mercado interno siguen
siendo las mismas en cualquier caso. Esos planteos, tan difundidos en los
medios concentrados, también aprovechan otras medias verdades para difundir
grandes mentiras: por ejemplo, que una economía de vasta producción con
inflación está “recalentada” y exige, para ordenarse, un proceso de
“enfriamiento”.
Nada más
equívoco. De esa fase del engaño surge el vínculo con los asertos “ahorrativos”
señalados previamente y contamina buena parte de la opinión pública y casi la
totalidad del funcionariado, que deriva en una acción de rasgos anti
productivos aunque declame pasión por el capitalismo, contracción al trabajo e
inclusive, perfil industrialista nacional popular.
Son liberales.
En el sentido arcaico y parasitario que ese término posee en nuestro país. No
entraremos a debatir si está bien o mal aplicado el concepto, ni su
equivalencia con denominaciones semejantes en otras naciones. Algunos
dirigentes estatales creen serlo, otros piensan que no lo son pero actúan en
consecuencia y hasta dan muestras de buena conducta fiscal para demostrar que
no dilapidan recursos estatales.
Sin embargo, el diagnóstico de la introyección del
pensamiento liberal en las propias filas puede llevar a conclusiones políticas
equívocas. Por caso, como hemos visto, a indicar que el movimiento nacional
es una mera variante de las corrientes antinacionales y que no tiene sentido
apoyar a las autoridades que surgen del mismo. La lucha por el cambio de
mentalidad hay que darla allí, porque el lugar social del cual proviene es el
que brinda el entorno y el impulso adecuado para la reformulación.
MIENTRAS MEJOR,
MEJOR. Esta es la tragedia de la economía argentina. Con cuarentena –por un
rato- y sin cuarentena –por décadas-. Los funcionarios tienen la tendencia a
recortar beneficios en vez de reproducirlos, lo cual tiene como resultado
barrer del mercado interno, en tanto consumidores, a sectores enteros de la
población. Esto genera menor capacidad de compra y por tanto, menor
recaudación.
El caso de los jubilados es un ejemplo
extremo. Con las absurdas batallas que tantos –no todos- los funcionarios
han desplegado para achicar los ingresos de quienes consideran “pasivos”, lo
que logran es eliminarlos como compradores; es decir, adquieren menos productos
y restringen así su aporte a la recaudación por IVA. Lo mismo pasa con los
derechos laborales en general, ya situados dentro del rubro activos.
Mientras menos aumentos, aguinaldo, beneficios,
vacaciones, posee un trabajador, menos dinero provee al fisco, aunque los
responsables de esos recortes crean ayudar con sus restricciones al ahorro
fiscal. Esto que decimos es muy evidente, pero la propaganda ha sido tan
abrumadora desde 1955 hasta el presente, que el concepto de “ahorro” para la
inmovilización de los recursos nacionales está inserto en todos los estratos
del país.
Dilapidación
es endeudarse sin necesidad; es entregar las empresas públicas a privados
extranjeros; aprovechar la fuga de capitales originados en el país;
subvencionar actividades primarias; abonar fortunas en publicidad a los medios
concentrados; facilitar la explotación de recursos naturales con baja o nula
carga impositiva; permitir una renta extraordinaria a las corporaciones
financieras. Y tanto más.
Dilapidar no es otorgar sólidos ingresos a
los jubilados, fomentar la expansión de los derechos laborales, ayudar espacios
sociales damnificados, insertar créditos a la producción, respaldar empresas
medianas y cooperativas, invertir lo necesario en el deporte profesional y
amateur, sostener actividades culturales. Y tanto más. Todo eso,
habitualmente evaluado “deficitario” vuelve y se reproduce en más empleos y
mayor poder de compra social.
Todo eso es imputado como populista desde las
usinas que promueven la argumentación de la miseria. Encima, con el descaro de
sugerir que esas políticas que han hecho crecer a nuestra nación en otros
períodos y han sido adoptadas por las regiones que hoy ejercen el liderazgo
mundial, generan clientelismo y dañan la producción. Los promotores del
verdadero déficit –el corte del circuito que devuelve a la sociedad lo que la
sociedad produce- se yerguen en jueces y se pretenden productivistas.
En esa mentalidad
afincada dentro de una parte importante de nuestra propia dirigencia es posible
hallar el fundamento de los errores que se perciben en la acción económica
gubernamental. Decir que esto sucede ahora porque hay cuarentena es una
equivocación pues aún con un PBI
reducido es posible delinear la dirección de una política. Pero hagamos esa
concesión y digamos: bien, vamos a pensar en el futuro, entonces.
Pero pensemos en
serio. Situados en el interés de nuestro pueblo y perfilados hacia la creación
de una nación industrial. Porque el ajuste, el cese del circulante, los bajos
salarios y las restricciones, son el programa de la decadencia, de una economía
derruída, y un país sin destino.
Extraído de:
www.laseñalmedios.com.ar
http://www.sindicalfederal.com.ar
http://www.radiografica.org.ar
