Damián Descalzo, Julio 2020
LA UNIDAD ES SUPERIOR AL CONFLICTO
Históricamente, las relaciones
entre el peronismo y el heterogéneo sector reunido dentro del vago vocablo de
“campo” nunca fueron idílicas ni mucho menos. Sin perjuicio de lo cual,
diversos y muy importantes motivos hacen preciso generar mejores vínculos.
En buena medida, el peronismo es
hijo del proceso de sustitución de importaciones que vivió el país en las
décadas del 30 y 40. Nació apostando a la industrialización,
considerada elemento central en el concepto peronista de Defensa Nacional.
Incluso antes de llegar a la Presidencia de la Nación, Juan Perón
explícitamente se mostró favorable a impulsar el desarrollo industrial por
encima de la producción agropecuaria. Se puede rastrear allí la antipatía que
gran parte del sector ha tenido y tiene hacia el peronismo. Sin embargo, hace
décadas se ha entendido que lo razonable –al momento de plantear políticas
públicas relativas al área– es superar
el viejo dilema de “industria versus campo”. Pese a eso, nunca se logró
consolidar una auténtica política agroindustrial nacional. Algo similar
debe suceder con la articulación del discurso político. Es tiempo de abandonar
la retórica beligerante que alimenta y termina siendo funcional al discurso de
los adversarios del Movimiento Nacional y Popular, quienes, insidiosamente,
intentan mostrar un “país productivo” contrario al peronismo.
No caben dudas que existe un
conflicto y no puede ser ignorado. Es preciso asumirlo, sufrirlo y resolverlo,
como aconseja siempre el Papa Francisco. Luego se profundizará este asunto.
POLÍTICA INTELIGENTE O TORPE
Ante cualquier situación,
conflicto o problema político, uno puede tener respuestas de mayor o menor
nivel de inteligencia o, en sentido contrario, de torpeza. Como se ha recordado
anteriormente, la irrupción de la llamada Segunda Guerra Mundial aceleró el
proceso de sustitución de importaciones en nuestro país. Emanado de aquella
vertiginosa industrialización se agravó el conflicto social y gremial. Entre
los revolucionarios de 1943
surgieron, a grandes rasgos, dos posibles remedios a esta situación. Todos los
miembros del GOU –y del Ejército en general– profesaban un desprecio por las
ideas comunistas. Pero había una enorme diferencia entre ellos. “Los conflictos
obreros se resuelven de dos maneras: con la fuerza o con la justicia. Han
pasado los tiempos en que los conflictos podían resolverse con la fuerza”,
señaló Perón el 20 de julio de 1944 y eligió la segunda opción. Propugnó una política de inspiración socialcristiana,
atendiendo lo pertinente de los reclamos y brindando justicia social. A los
otros sólo se les ocurría reprimir obreros. Mientras la política de resolver
las causas –recomendada por las encíclicas papales sobre la cuestión social–
emergía como una solución inteligente y fue la que llevó adelante –con sumo
éxito– Juan Domingo Perón, aparecía como torpe la idea de atacar las
consecuencias con palos y balas.
RESOLVER EL CONFLICTO
“Si uno se queda en lo
conflictivo de la coyuntura pierde el sentido de la unidad. Al conflicto hay que asumirlo, hay que
vivirlo”, reflexionaba el arzobispo porteño, Jorge Bergoglio, en 2010.
Existen diferencias –y no se piensa eliminarlas– pero deben resolverse las
tensiones para alcanzar un plano superior de unidad, que es la grandeza de la
Patria. Hay mucho para ganar si se logra superar la etapa del conflicto. No es
saludable eludirlo, ni tampoco vivir encerrado en él. Un buen camino es empezar
determinando cuáles son los más graves problemas que se verifican en la
actividad agropecuaria, no desde una mirada sectorial, sino tomando en cuenta
los intereses superiores de la Nación. Es dable suponer que desde el peronismo se enumeren como principales
problemas la extranjerización de las empresas que controlan la exportación de
los agronegocios, la primarización en el área y los altos niveles de
informalidad laboral. El diálogo con el entramado del complejo
agroexportador seguramente sumará nuevos anhelos y necesidades. Es razonable
que el Movimiento Nacional tenga una inteligente estrategia para solucionar el
conflicto y remediar los problemas antes mencionados. Aparece imprescindible
que el Estado Nacional cumpla un rol preponderante sobre el sector y que logre
supervisar o controlar el comercio
exterior; consiga mayores niveles de industrialización; e instrumente una
política de formalización laboral, pero nada de ello podrá llevarse a cabo
sin cierto nivel de consenso. Es esencial desarrollar “una comunión en las
diferencias” (Papa Francisco, Evangelii Gaudium, 228).
“EL CAMPO”
A la hora de articular un
discurso que sepa interpelar eficientemente a los sectores ligados al complejo
agroexportador, existe la necesidad de distinguir. “El campo” es diverso. Hay
productores de distintos tamaños, producciones y regiones. No son lo mismo los latifundistas que los arrendatarios. Tampoco los
ocupantes precarios que los contratistas, ni los chacareros que los
estancieros. Hay productores nacionales y enormes sociedades comerciales
extranjeras. El mundo rural, repetimos, es múltiple y heterogéneo. Es
esencial conocerlo para pensar una línea que convoque a diferentes sectores.
Asimismo, es imprescindible contar con la información necesaria para apreciar
los intereses contrapuestos y divergentes que pueden existir en su seno y, de
ese modo, neutralizar las acciones del adversario político. Englobar a todo ese
universo en el simplista concepto de “campo” y, para colmo, demonizarlo, es un
acto de formidable torpeza, es regalarlo en bandeja a las manos de los
contrincantes. Hacerlo es actuar de la misma manera que la fracción
reaccionaria de los militares del 43 que supo vencer Perón. Que exista algo
parecido a una pétrea solidaridad entre todo “el campo” es, en buena medida,
responsabilidad de errores propios, hijos de cierta ignorancia acerca de la
realidad de este sector. “En política, el arma de captación no puede ser otra que
la persuasión”, enseñaba Perón en sus clases de Conducción Política. Los
insultos, los agravios y el menosprecio no son una buena táctica del debate
político si se pretende persuadir y obtener apoyo.
EL CASO DE LA PROVINCIA DE
BUENOS AIRES
Luego de las elecciones de 2019
se reprodujeron mapas que mostraban que la zona central del país –donde se
concentra la producción agropecuaria– se había volcado mayoritariamente por la
opción de la alianza Juntos por el Cambio. Entre algunos partidarios de la opción
victoriosa abundaron lecturas torpes de tal acontecimiento. En vez de aceptar
las limitaciones de la propuesta política, se recurrió al agravio de esos
votantes y hasta se llegó a sugerir –con dudosa gracia– la secesión de esas
provincias del territorio nacional. En esos mismos mapas, la provincia de
Buenos Aires aparecía pintada de azul –el color del vencedor Frente de Todos–
pero una lectura fina llevaría a matizar –mucho– tal circunstancia. Los números
generales mostraron claras victorias –en torno a los 15 puntos– de los
candidatos Alberto Fernández (52% a 36%,
sobre Macri) y Axel Kicillof (52% a 38%, sobre Vidal), en las categorías a
presidente y gobernador, respectivamente. Sin embargo, un análisis más
pormenorizado informa que la fórmula presidencial del FdT ganó en 77 municipios, pero fue derrotado en 58. Todavía menos
azulado se observa el mapa bonaerense si se desglosa municipalmente la elección
a gobernador. De hecho, la fórmula liderada por la exgobernadora María Eugenia Vidal triunfó en más municipios
(69 a 66) y en más secciones electorales (5 a 3) [1]. Esto denota una
debilidad del Frente de Todos en gran parte de la provincia, especialmente
entre las zonas agropecuarias. La provincia de Buenos Aires es demasiado grande
y son ingentes sus riquezas. El
peronismo no puede conformarse con representar –casi exclusivamente– la
problemática de las populosas barriadas de las secciones electorales del
Conurbano bonaerense. Hace muchos actos electorales que viene siendo
predominante la presencia de dirigentes del llamado Gran Buenos Aires o de la
Ciudad de Buenos Aires en las fórmulas a gobernador del peronismo, y también la
problemática urbana ocupó el mayor espacio en la agenda planteada en cada una
de esas campañas. Es necesario ampliar la mirada. “Desconurbanizar el peronismo” pidió Martín Rodríguez hace unos años, y
cada vez se hace más necesario retomar ese planteo.
LA POSPANDEMIA
El peronismo necesita generar un
discurso que contenga a los sectores
productivos de la zona pampeana. La actividad política implica la persuasión.
Y eso no se limita a los propios adherentes, sino que debe propender a hacerlo,
también, en ámbitos hostiles. Es parte fundamental de su tarea. Es
imprescindible que el peronismo conduzca un proyecto que los haga parte. No
puede abandonar sus históricas banderas de la producción y el trabajo
nacionales. En ese sentido, el sector agrícola ganadero ocupa un papel
trascendental. En mayo pasado, el expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica le aconsejó al presidente argentino Alberto
Fernández que “no cometa el error de pelearse con el campo”. Coincidimos
con esa recomendación. Y no se trata de aceptar actos de corrupción ni
maniobras fraudulentas de alguna empresa en particular, ni resignar las justas
aspiraciones estatales de intervenir e incluso supervisar el comercio exterior.
Se trata de prudencia política. Este sector produce alimentos en gran cantidad.
Este tipo de producción debe atender prioritariamente las necesidades de
nuestro pueblo: en los tiempos de la pospandemia el resto del mundo también va
a demandar alimentos y se hace necesario contar con una inteligente relación
con quienes van a poder abastecer a buena parte del resto del mundo y generar
divisas que redunden a favor del interés de la Patria.
Fogonear la “grieta” es negocio de otros. El peronismo no es el
movimiento de las tensiones y los conflictos estériles. Terminó mal cuando se
enfrascó en esas peleas. A situaciones trágicas nos llevó la beligerancia de
1955. Perdió mucho más el pueblo que sus enemigos. Tampoco concluyó bien lo de
2008: derrota legislativa y ruptura con importantes sectores ligados a
actividades agropecuarias que se verificaron con duras derrotas en Buenos
Aires, Santa Fe y Córdoba en las elecciones de 2009.
El peronismo es hijo legítimo de
la Revolución de 1943 que tuvo como principal bandera la Unidad Nacional. “El peronismo anhela la unidad nacional y no la
lucha”, reza la undécima de sus verdades. La pospandemia será muy dificultosa y
se va a requerir una fuerte unidad nacional. El mismo presidente Alberto
Fernández el pasado 1 de julio eligió recuperar al Perón que convocaba
permanentemente a la unidad nacional. Es menester concertar una inteligente
política de integración con una de las actividades más dinámicas de la economía
nacional. Algunos creen que es una ingenuidad proponer esto. Creemos que no
hacerlo sería –además de una torpeza política– un suicidio colectivo.
[1] Los datos los he tomado del
informe de Franco Buonacosa, politólogo (UBA).
