Por Aldo
Duzdevich para la Agencia PACO URONDO
Los debates
políticos e ideológicos que sacudían América Latina en los años setenta tenían
su correlato dentro de la Iglesia. Entre
los años 69 a 73 nace en la Argentina la Teología del Pueblo como una rama
autónoma de la Teología de la Liberación.
La Teología del
Pueblo toma la opción preferencial por los pobres de la Teología para la
Liberación, pero se diferencia de ésta
por no centrarse en la lucha de clases, sino las nociones de pueblo y
antipueblo y las particularidades que toman las luchas populares y la
cultura en América Latina.
El principal impulsor
de la Teología para la Liberación es el peruano Gustavo Gutiérrez; y el gestor
de la Teología del Pueblo es el
argentino Lucio Gera. Ambas nacen en Latinoamérica a partir del Concilio
Vaticano II. Pero, la peculiaridad del pensamiento de Lucio Gera, es que hace
base en reconocer al peronismo como cultura esencial del pueblo argentino.
Luego del
Concilio Vaticano II, el episcopado argentino creó, en 1966, la COEPAL (Comisión Episcopal de Pastoral). Estaba formada
por los Monseñores Marengo, Zaspe y Angelelli; los teólogos Lucio Gera, Rafael
Tello, Justino O’Farrell y Gerardo Farrell, y el jesuita Fernando Boasso, entre
otros. Fue en esta comisión donde nació la Teología del pueblo, cuya impronta se
notó ya en la Declaración del Episcopado argentino de San Miguel (1969).
En plena
dictadura de Juan Carlos Onganía se daba un fenómeno nuevo, la progresiva
nacionalización y peronizacion de intelectuales, docentes y estudiantes
universitarios. En ese marco nacieron en la Universidad de Buenos Aires las Cátedras Nacionales de
Sociología, con figuras como el ya mencionado Justino O’Farrell, Gonzalo
Cárdenas, Alcira Argumedo, José Pablo Feinmann, Horacio Gonzales, Amelia
Podetti. Se constituía la unión entre la Cátedra nacional y la COEPAL.
Así es como, distanciándose tanto del liberalismo como
del marxismo, encontraron su conceptualización en la historia
latinoamericana y argentina (real y escrita) con categorías como “pueblo” y
“antipueblo”, “pueblos” e “imperios”, “cultura popular”, “religiosidad
popular”, etc.
La Teología del
Pueblo toma la categoría “pueblo” -por
un lado- como pueblo-nación y, por otro lado, las clases populares. Pero, son los pobres quienes, al menos de
hecho en América Latina, conservan como estructurante de su vida y convivencia
la cultura propia de su pueblo. Lo dicho hasta acá incide en la consideración
de la religiosidad popular. Pues, por un
lado, se considera la religión como núcleo de la cultura de un pueblo y, por
otro, se hace referencia —con Pablo VI— a la piedad “de los pobres y sencillos”, estimando que,
de hecho, son estos últimos quienes preservan mejor la cultura común y sus
valores y símbolos religiosos.
Por ello, la religión del pueblo, lejos de ser
considerada opio, no sólo tiene un potencial evangelizador, sino también de
liberación humana. Según Armando Puente “para Bergoglio” la teología popular no
es populismo, sino que considera al pueblo como sujeto de la historia, en
contraposición a la teología marxista de la liberación que reserva ese
privilegio a una clase social: el proletariado. Confía en la expresión de la fe
sencilla, sobre todo del pueblo pobre que no sufre ninguna mediación culta o
ilustrada que la desvirtúe.” Jorge Bergoglio, como provincial de los
jesuitas enunció, y como arzobispo de Buenos Aires desarrolló, las prioridades
del gobierno que conducen al bien común, a saber: 1) de la superioridad del
todo sobre la parte; 2) de la realidad sobre la idea; 3) de la unidad sobre el
conflicto; 4) del tiempo sobre el espacio.
CRÍTICA A LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN
DESDE UNA VISIÓN PERONISTA
En la biblioteca de Carlos María Zavalla se
conserva un documento de abril de 1974 titulado “Teología de la Liberación:
su profundización a partir de la experiencia peronista”. Se trata de una
publicación del CIAS (Centro de Investigación y Acción Social) firmado por el
jesuita Ernesto López Rosas. Un texto muy valioso porque refleja el clima de
época, y casi que reproduce, la misma discusión
que se daba dentro del peronismo, pero, entre teólogos.
El texto
comienza explicando que existen varios autores y textos sobre la Teología de la
Liberación, pero se va a centrar solo en el libro del jesuita peruano Gustavo
Gutiérrez “Teología para la liberación”. Dice: “Sin bien reconocemos en
Gutiérrez, como en otros autores, el intento
de una “nueva manera de hacer teología”, creemos sin embargo que no se
llega a la cosa iberoamericana. En otras palabras no se llega a aclarar suficientemente
el lugar hermenéutico desde donde se trabaja y por tanto todo el edificio cruje
por los cimientos.”
Más adelante
avanza en clarificar la idea: “Llama la atención que en toda la obra (de
Gutiérrez) no haya casi un solo dato de la historia de América. (…) Pareciera-
a riesgo de ser irónicos- que nuestra historia comienza con la toma del cuartel
de Moncada, porque no se dice nada de Bolívar, Artigas, San Martín, Rosas,
Solano López, Hidalgo, etc.. (…) ni que haga siquiera mención de ningún líder
político, de ningún caudillo popular presente o pasado, fuera de Fidel Castro”
(…) En el caso de los intelectuales
cristianos, muchas veces no tienen en cuenta que la revolución no comenzó ni
con Medellín ni con Fidel Castro”.
Se define desde
donde hace la crítica: “El punto desde el cual criticamos, es la Doctrina
Peronista, que para nosotros es la síntesis verbalizada de la praxis de nuestro
pueblo”. Respecto el proceder de grupos cristianos dice: “La pasión por los
oprimidos es de una gran altura ética, pero sino se dialéctica con “las
diferentes formas de populismo” nunca va a aprender política que es donde la
ética se hace posible… (…) Esto es muy serio porque lo que logran a veces los
grupos cristianos es una acentuación rígida de los conflictos, y la guerra no
siempre es la mejor solución.”
El trabajo, no
esquiva tocar un tema sensible como la cercanía de los grupos cristianos con
las organizaciones guerrilleras.
Aclaremos la época del trabajo, abril de 1974, Perón en el poder. Dice: “Muchos
cristianos sufren persecución por su compromiso con el pueblo. Es cierto. Pero
hay otros, cristianos también, que sufren persecución por sus propias
imprudencias, por no saber mediatizar la ética en política, por creerse
vanguardias con derecho a comandar un movimiento al que recién llegaron, en el
fondo por tener un proyecto propio alternativo, distinto del pueblo
organizado.”
Finaliza el
texto del CIAS diciendo: “La obra cruje por los cimientos porque fallan los
instrumentos de análisis de la realidad que no pueden ser las ciencias sociales mediatizadas por un marxismo de
importación, sino en la praxis de los pueblos cristalizada en las doctrinas
nacionales. (…) La Teología de la Liberación no la vamos a hacer sin
aceptar de adentro los movimientos populares, su doctrina y sus líderes. Allí
tenemos que perdernos para encontrarnos como Iglesia-Pueblo de Dios”.
Como vemos este
debate entre quienes se afirman desde las raíces históricas del movimiento
nacional y quienes optan por otras categorías de pensamiento no es nuevo. Sigue
siendo con otras características el debate de nuestro tiempo.