Alberto Buela (*)
El número
determinante de la dirigencia política, económica, social y cultural de
Occidente quiere que los casados se divorcien y que los curas se casen, que los
niños por nacer mueran y que los inventos de probeta nazcan, que los pobres
tengan todos los derechos (irrealizables)
y que los ricos tengan más dinero, que las naciones se integren en
grandes grupos y que los pequeños nacionalismos se independicen, que los niños
sean protegidos y que se autorice la pedofilia, que todos hablemos inglés y decimos
combatir al imperialismo. Y así podemos seguir enumerando contradicción tras contradicción.
Hace ya muchos años
un filósofo italiano de la talla de Augusto Del Noce afirmaba que: nuestras sociedades disponen de infinitos
medios como nunca antes tuvo a mano, el problema es que tienen confundidos los
fines. La dirigencia actual no sabe
a donde ir, no resuelve los problemas sino en todo caso los administra, como
observó otro italiano Massimo Cacciari. Vivimos en una pax apparens donde los conflictos se organizan y no se resuelven.
Hoy, desfondado el
marxismo en el plano político, éste se limita a la disputa cultural: no más
crucifijos en las escuelas ni en los tribunales, el uso de la burka o no, el
matrimonio igualitario, el aborto, la eutanasia, la zoofilia, la identidad de
todos por igual, la inmigración irrestricta, la educación gratuita y sin
exámenes, y un largo etcétera. En una palabra, el marxismo y la izquierda en
general, distraen a la sociedad de sus verdaderos problemas y son funcionales
al imperialismo del dinero.
Esta renuncia del
marxismo a la lucha política creó un amplio espacio vacío de contenido que van
llenando los nuevos actores sociales, pero que carecen de un pensamiento
político propio o al menos determinado. Las agrupaciones sociales se duplican
por doquier para demandar subsidios del Estado, cooperativas de trabajo que no
trabajan sino que también reclaman subsidios, nuevas agrupaciones políticas
conformadas por un amasijo de ideas tomadas de acá y de allá. El reclamo sustituyó a la revolución, el
pueblo se transformó en público consumidor y la opinión pública en la opinión
publicada.
Hoy el poder no lo
detentan los Estados sino el imperialismo internacional del dinero, en palabras
del Pío XII. Este imperialismo los tiene en un puño y ellos solo tienen un
poder derivado o vicario. La idea de una revolución nacional ha sido descartada
del discurso político, que solo nos habla de lo bien que vamos a estar, cuando
en el presente estamos como la mona. Su
eslogan es: estamos mal pero vamos bien. Es la zanahoria para hacer marchar
al burro. Es la ñata contra el vidrio del tango de Discépolo.
Incluso en orden al
pensamiento dejamos de tener pensadores con enjundia filosófica, con
penetración de la inteligencia en la realidad, para caer en un pensamiento
ocurrente, festivo al decir de Philippe Muray, pero sin ninguna consecuencia
política. Es el pensamiento y son los pensadores del denominado progresismo.
Qué hacer. Cómo
salir de esta decadencia cuya ley fundamental es que siempre se puede ser un
poco más decadente. Tenemos que salir de
este laberinto como lo hicieron Ícaro y Dédalo, por arriba. Tenemos que
crear, tenemos que inventar nuevas instituciones (tienen que desaparecer los
Bancos Centrales), nuevas representaciones (tiene que desaparecer el monopolio
de los partidos políticos). Hay que mostrar certezas en esta sociedad de la
incerteza. Hay que disentir con lo que nos viene impuesto ofreciendo otro
sentido a lo dado.