Por Eduardo J. Vior
4 de Noviembre de 2018
Desde su elección el pasado
domingo 28, Jair Bolsonaro ha utilizado
la política exterior para movilizar ideológicamente el frente interno y patear
el tablero de los negocios. Sin embargo, sus declaraciones contradictorias
multiplican los conflictos internacionales, poniendo en riesgo la posición
internacional de Brasil. La falta de conducción clara de la política exterior,
así como su combinación de ideologismo y picaresca pueden provocar una
catástrofe de proporciones.
En declaraciones al diario israelí
Israel Hayom (Israel Hoy), el futuro mandatario anunció el pasado jueves su intención de trasladar la embajada de Tel
Aviv a Jerusalén y cerrar la representación palestina en Brasilia. Fundado
en 2007, el periódico gratuito, propiedad del multimillonario norteamericano
Sheldon Adelson, amigo y financiador de Benjamín Netanyahu, ha copado el
mercado israelí. Al elegir este medio, entonces, Bolsonaro avisó a las empresas
israelíes que los negocios con Brasil pasan por Netanyahu y a los medios
brasileños (especialmente, a Folha de São Paulo) que se someten o los compran
sus amigos.
El presidente electo no cesa
de movilizar a sus adherentes con consignas ideológicas, mientras hace
negocios. La política exterior,
evidentemente, no se va a hacer en Itamaraty.
En su corto discurso en la
noche del triunfo, Bolsonaro prometió liberar a Brasil "de las relaciones
internacionales ideológicas", pero en pocos días ha ofendido a China visitando Taiwán dos veces durante la campaña
electoral, ha desvalorizado el vínculo con Argentina, ha asustado a los países árabes con el
traslado de la embajada en Israel, ha obligado a los gobiernos europeos a
exigirle que respete el Acuerdo Climático, ha suscitado preocupaciones sobre su
política de Derechos Humanos y, finalmente, este viernes ha propuesto romper las relaciones diplomáticas con Cuba.
Si esto no es ideologismo…
El pasado lunes 29, el vocero
del Ministerio de Relaciones Exteriores
de China, Lu Kang, hizo votos, para que la cooperación entre ambos países
se profundice, pero el martes 30 el China Daily salió con los tapones de punta
en un editorial titulado: "No hay razones para que el 'Trump Tropical'
revolucione las relaciones con China", reclamando a Bolsonaro objetividad
y racionalidad, porque, si no, "el costo que deberá pagar la economía
brasileña será muy alto".
Dentro de América del Sur, en
tanto, el electo prioriza las relaciones
con Chile y Colombia y propone romper vínculo con Venezuela, pero es dudoso
que se sume a una invasión a ese país, porque los militares en el gobierno no
quieren arriesgar un conflicto internacional de proporciones.
El equipo presidencial
(especialmente sus hijos) se alinea con el proyecto de Steve Bannon (el exasesor de Donald Trump), para extender su
"Movement" ultraderechista a todo el continente, pero el aliado
principal es Israel.
En marzo pasado ambos países
firmaron un acuerdo comercial para el intercambio de productos primarios
brasileños por tecnología militar y aeroespacial israelí. Este último interés,
junto con el nombramiento del exastronauta Marcos
Pontes para el Ministerio de Ciencia y Tecnología, y la intención
norteamericana de usar la base
aeroespacial de Alcântara, en la Amazonia, sugiere que los tres gobiernos
cooperarán para hacer inteligencia, militarizar el espacio y vender servicios
estratosféricos.
Por la dirección de la
política exterior brasileña competirán neoliberales ortodoxos, pastores
pentecostales, el futuro ministro Sergio
Moro que quiere crear un "partido judicial" continental y
militares conservadores fieles a la tradición subimperial de Brasil. El futuro
presidente, en tanto, no es un estratega ni sabe de geopolítica, pero es un
pícaro negociante que busca ganar provocando el miedo y que, a falta de
saberes, pretende gobernar dividiendo a sus apoyos.
Desde 1808 la política
exterior de Brasil ha sido continua y pragmática. Jair Messias Bolsonaro quiere
ahora romper con esta tradición. Si su peculiar combinación entre ideologismo y
negocios espurios no es rápidamente controlada, puede producir un desastre. «
UNA CARRERA PARADIGMÁTICA
Jair Bolsonaro fue apoyado
desde el principio por el Instituto
Millenium, un foro ultraliberal con sede en Rio de Janeiro cuya cabeza
intelectual es el filósofo Denis Rosenfield, profesor emérito de la
Universidade Federal do Rio Grande do Sul. Exmilitante del PT convertido en
sionista militante y neoliberal ortodoxo, Rosenfield es un acérrimo defensor de
Israel y funge como nexo intelectual entre Bolsonaro y Benjamin Netanyahu.
Amigo del general Sergio Etchegoyen, exjefe del Estado Mayor del Ejército y
Secretario de Seguridad de Michel Temer, ya desde el primer golpe en 2016 viene
presionando para que militares en actividad participen en el gobierno.
Rosenfield ejerce particular influencia sobre oficiales que pasaron por Rio
Grande do Sul y ha arrastrado a una fuerte facción del Ejército a colaborar con
Israel. Por ello Netanyahu comprometió su asistencia a la asunción del mando en
Brasilia el 1º de enero y Bolsonaro se apresuró a anunciar su viaje a Tel Aviv
inmediatamente después de Estados Unidos.