Alberto Buela (*)
Cayó en mis manos un poco por azar y otro por
curiosidad un libro del sociólogo e historiador, con mucho de psicólogo, el norteamericano Christopher Lasch
(1932-1994), con un extraño título: Refugio
de un mundo despiadado (1979)[1]
Lasch es famoso por sus dos monumentales
libros: La cultura del narcisismo (1979) donde
estudia el individualismo rampante de la cultura narcisista, que se manifiesta en el apotegma: si actúas
pensando únicamente en ti, estás
haciendo el bien. El modelo a seguir
es el del “emprendedor” o “manager”
exitoso que piensa únicamente en sus
propios intereses, cueste lo que cueste
socialmente. Y el otro: La revolución
de las elites y la traición a la democracia (1994). En donde va a sostener
que la democracia no está amenazada por las masas, tal como sostuviera Ortega y
Gasset, sino por las elites compuesta por los gerentes, los universitarios, los
periodistas, los funcionarios que la usan para su propio provecho
desnaturalizándola..
En esta obra que comentamos estudia a lo largo
de 270 páginas el desarrollo de la teoría de la familia.
Ya desde el prólogo el autor, que se considera
a sí mismo como de extrema izquierda, sale a defenderse de los ataques de esa
misma izquierda que lo acusa de “maravillosamente reaccionario”, pero que
encierra en sus páginas una crítica astuta y brillante a las pretensiones de la
ciencia social moderna.
Lasch se defiende y afirma que “el feminismo como el radicalismo cultural
de la década de 1960, que le dio origen, simplemente es eco de la cultura que
dice criticar” Y va a sostener la idea de la familia como organizador de la
comunidad.
Luego en la Introducción es contundente al
afirmar que la ciencia social
moderna al sostener que el principio de interdependencia gobierna toda la
sociedad actual, tergiversa la socialización de la reproducción, la
expropiación de la crianza del niño por parte del Estado y de las profesiones
relacionadas con la salud y el bienestar, por ello niega que son los hombres
los que hacen su propia historia y realizan los cambios sociales, aun en
condiciones que no eligen y a veces con resultados opuestos a los deseados.
En realidad el mundo moderno se inmiscuye en
todo y destruye la privacidad. La ética del trabajo, alimentada en la familia
nuclear, cede el paso a una ética de la supervivencia y de la gratificación
inmediata.
Vienen luego ocho capítulos de valor disímil.
Algunos muy interesantes y otros de tediosa lectura.
Glosemos los párrafos más interesantes.
Max
Weber mostró con acierto las conexiones entre
protestantismo y capitalismo. Y como es sabido el protestantismo es, entre
otras cosas, una rebelión contra la ascética, de ahí la anulación del celibato
y el repudio de las virtudes monásticas de pobreza y castidad, y termina
ensalzando el matrimonio con un nuevo concepto de casamiento basado en la
prudencia y la previsión que van de la mano con el nuevo valor de la
acumulación del capital. El matrimonio dejó de ser un acuerdo entre los padres
o las familias. Se dejó de lado el matrimonio arreglado en nombre de un nuevo
concepto de familia como refugio frente a un mundo comercial e industrial ,
altamente competitivo y frecuentemente brutal. Marido y mujer, según esta
ideología, encontraría solaz y renovación espiritual en la compañía mutua.
Con la revolución industrial el hogar dejó de
ser el centro de producción, la mujer dejó de trabajar para dedicarse a la
crianza de los hijos y ser ángel consolador de su marido.
A comienzos de la edad moderna la iglesia o la
catedral constituían el centro simbólico de la sociedad; en el siglo
diecinueve, el poder legislativo ocupó su lugar y, en la actualidad, el hospital.
Con la medicalización de la sociedad,
las personas comenzaron a equiparar las desviaciones no con el delito (mucho
menos con el pecado) sino con la enfermedad, y la jurisprudencia médica
reemplazó la forma judicial más antigua destinada a proteger los derechos
privados. Con el surgimiento de las profesiones asistenciales (terapeutas de
todo tipo) durante las tres primeras décadas del siglo XX, la sociedad invadió
a la familia y tomó a su cargo muchas sus funciones.
La psiquiatría
se ha transformado en la sucesora moderna de la religión, pues ahora los
psiquiatras no solo tratan a los pacientes sino que proponen cambiar los
patrones culturales para difundir el nuevo credo del relativismo, la
tolerancia, el crecimiento personal y la madurez psíquica. La cura de almas
cedió el paso a la higiene mental, la búsqueda de la salvación a la paz
emocional y la guerra contra el mal a la guerra contra la ansiedad.
Ahora la opinión esclarecida se identifica con
la medicalización de la sociedad: la sustitución de la autoridad de padres,
curas y legisladores, condenados como representantes de las desacreditadas
formas de disciplina autoritarias, por la autoridad de médicos y psiquiatras. La
amistad entre padres e hijos se alza como la nueva religión y la socialización
como terapia.
In media
res Lasch realiza una pequeña historia de la
sociología norteamericana desde Pitirim Sorokin como fundador del departamento
de sociología de Harvard hasta Talcott Parsons en la misma universidad. Así
como de la sociología heterodoxa con
Carle Zimmermann, Willard Waller y Thorsein Veblen, de los que Lasch se siente
más próximo. Termina con el revisionismo sociológico actual que se centra en
tres problemas: el redescubrimiento de la familia extensa, el restablecimiento
del amor romántico y un amplio ataque a la familia nuclear como fuente de mucho
de lo patológico en la sociedad contemporánea.
Termina el libro con el capítulo digno de
reproducir y leer varias veces titulado, “La
autoridad y la familia: ley y orden en una sociedad permisiva”.
Los antiguos modelos de jovialidad masculina
gradualmente cedieron paso a una vida centrada en la familia y el hogar. A lo
que se suma el intento de suprimir diversiones y festividades populares que
supuestamente distraían a las clases inferiores de las obligaciones familiares.
La domesticación burguesa fue impuesta a
la sociedad por las fuerza de la virtud organizada, encabezada por las
feministas, por los defensores de la moderación, por los reformistas de la
educación, por los sacerdotes liberales, por los penalistas, terapeutas y
burócratas.
Los médicos son los primeros exponentes de la
nueva ideología de la familia y la nueva religión de la salud contó con el
apoyo de las mujeres en su intento de sustituir la camaradería ruda y brutal de
los varones por los placeres hogareños.
La proliferación del asesoramiento médico y
psiquiátrico debilita la ya vacilante confianza de los padres en sí mismos y la
familia lucha por adaptarse al ideal impuesto desde afuera. Así los padres
derivan gran parte de su responsabilidad
en los terapeutas o peor aún en los pares del niño. La ausencia del padre, el rasgo estructural de la familia
norteamericana, hace que el niño sin autoridad proyecte los impulsos prohibidos
hacia afuera y termine transformado el mundo en una pesadilla.
El hombre (varón y mujer) moderno se enfrenta
al mundo sin la protección de reyes, sacerdotes y otras formas paternas más o
menos benévolas, sin embargo incapaz de internalizar la autoridad, las vive
como inevitablemente malévolas sobre la base del padre dividido.
La ley
separada del concepto de justicia se convierte solo en un instrumento mediante
el cual las autoridades imponen obediencia. Así el funcionario que tolera una
transgresión coloca al delincuente en deuda y expone al transgresor al
chantaje, la corrupción es una forma sutil de control social.
Post scritum: En el
2006 el agudo pensador francés Alain de Benoist glosó este libro en un artículo
titulado “El reino de Narciso”. Además del marxismo existen en Lasch
(1932-1994) dos influencias marcadas de contemporáneos suyos, la de los
pensadores no conformistas Guy Debord (1931-1994) y Cornelius Castoriadis
(1922-1997).
[1] La
versión en castellano es de Ed. Gedisa, Barcelona, 1984. La traducción es
bastante mala, pero las ideas son buenas.