Por
Eduardo J. Vior -
3
de diciembre de 2018
Fue
necesaria la presión de la delegación norteamericana, para que el documento
final de la reunión cumbre de Buenos Aires superara la indefinición del
borrador presentado por la presidencia argentina y fijara la agenda
internacional. Como en el juego infantil del Antón Pirulero, cada potencia
“atiende su juego y el que no, una prenda tendrá”. Las reuniones bilaterales al margen del encuentro han sido mucho más
importantes que la cumbre y han consolidado el avance estadounidense, al menos
por ahora.
La
Cumbre del G20 concluyó el sábado pasado con una declaración final de los jefes
de Estado y de gobierno. El documento se
centró en el futuro del trabajo, la infraestructura para el desarrollo, un
futuro alimentario sostenible y una perspectiva transversal de género, tal como
propuso desde noviembre de 2017 la presidencia de turno argentina. El documento
completo consta de 30 puntos. Si bien el borrador presentado por los
organizadores era bastante anodino, algunos temas causaron discordancias y
hasta el viernes a la noche no había consenso sobre el texto. Finalmente, se
aceptó constatar que existe una crisis migratoria mundial, se registró el
rechazo estadounidense al Acuerdo de París sobre Cambio Climático y en el
pasaje sobre el comercio mundial se dejó de condenar el proteccionismo.
Donde,
empero, quedó impresa más claramente la marca norteamericana fue en el apartado
sobre la promoción del crecimiento:
“Reafirmamos nuestro compromiso para utilizar todas las herramientas políticas
para lograr un crecimiento sólido, sostenible, equilibrado e inclusivo”, indica
la versión final. “Todas las herramientas” es una invitación franca a recurrir
a intervenciones estatales en la economía e, incluso, al proteccionismo. Y
sigue: “La política monetaria continuará apoyando la actividad económica y
asegurando la estabilidad de precios consistente con los mandatos de los bancos
centrales. La política fiscal… debe ser utilizada de manera flexible y
favorecer el crecimiento, al tiempo que garantice que la deuda pública se
encuentre en un camino sostenible”. Este enunciado muestra un compromiso entre
las políticas de estabilización fiscal y monetaria y su instrumentación para
alcanzar el crecimiento macroeconómico.
Entre
tanto, Donald Trump y Xi Jinping
protagonizaron el sábado por la tarde “la cumbre de la cumbre”. En la cena
que compartieron en el Palacio Duhau junto a numerosos asesores acordaron a
partir del 1 de enero congelar por tres meses la imposición de nuevos
aranceles. Washington tenía previsto imponer para entonces tasas aduaneras
adicionales sobre las importaciones chinas por 200.000 millones de dólares.
Asimismo, China se comprometió a aumentar sus compras de commodities
norteamericanas, para equilibrar el déficit comercial, y a dejar de exigir a
las empresas de EE.UU. que invierten en el país que compartan sus patentes.
El
acuerdo prueba una vez más el acierto de la brutal táctica de negociación de Trump: amenaza, grita, insulta y lleva el
enfrentamiento hasta el límite de la ruptura, para luego acordar desde una
posición ventajosa. Los mayores
perjudicados por este acuerdo somos Brasil y Argentina, que perderemos
porciones de mercado para nuestras exportaciones a China, y los europeos
inversores en el país asiático, que sí comparten sus patentes con las empresas
chinas.
Al
mismo tiempo que Xi y Trump, el sábado
por la tarde se encontraron Mauricio Macri y Vladimir Putin. También en
este caso los condicionantes norteamericanos marcaron el ritmo, ya que las
eufóricas declaraciones del presidente ruso y sus colaboradores, anunciando
después de la reunión que la Federación Rusa construiría en Atucha una central
nuclear llave en mano, que se había destrabado la instalación de un puerto
aceitero ruso en Ramallo y que empresas de ese país tenderían la línea férrea
entre Vaca Muerta y Bahía Blanca fueron desmentidas y desvalorizadas por los voceros
argentinos.
Más
prudente, en cambio, fue el gobierno de Macri,
al avisar a la contraparte china que de la reunión con el presidente Xi Jinping
del domingo tampoco saldrían nuevas obras. El encuentro en Olivos sirvió
entonces, para ratificar los acuerdos de 2013 y 2014, que habían sido
congelados por el mismo Macri apenas asumió, y presentarlos con el pomposo
título de Plan de Acción Conjunta 2019-23. La única novedad fue la ampliación del swap de monedas en otros
8.700 millones de dólares, llevándolo a casi veinte mil millones.
Como
el gobierno de Macri, por su desmedido
endeudamiento, es altamente dependiente del voto norteamericano en los
organismos internacionales, acató callado la prohibición de Washington de
autorizar inversiones chinas y rusas en infraestructura y se limitó a hacer
acuerdos comerciales. Macri viene maniobrando para no perder el financiamiento
chino, pero quedó atrapado en la competencia estratégica entre Beijing y
Washington. Como premio por su obediencia, finalmente, Trump ofreció 800
millones de dólares en créditos para infraestructura.
La
cumbre tuvo otros dos triunfadores impensados: Theresa May y Mohamed bin Salman. La primera ministra británica
aprovechó el reciente acuerdo con la Unión Europea sobre el Brexit para
proponer a Brasil y Argentina un acuerdo de libre comercio y obtuvo de ambos
países la autorización para un segundo vuelo semanal de Latam a Puerto
Argentino.
El
príncipe heredero saudita, por su parte, evitó que el presidente turco Recep T.
Erdogan pudiera poner el asesinato de Jamal Khashoggi en la agenda de la
cumbre, recibió públicamente una efusiva palmada de Putin, concertó millonarios
negocios con varios países y se llevó el reconocimiento público de Donald
Trump. Todos los países cuyas delegaciones atendieron a su interés nacional
salieron del encuentro con algún provecho.
“Vamos
subiendo la cuesta que abajo en la calle se acabó la fiesta”, cantaba Joan
Manuel Serrat hace 50 años. La reunión de Buenos Aires quedó atrás y las
principales potencias enfrentan esta semana decisiones trascendentes. Trump debe afrontar el cierre de una
planta de General Motors y la pérdida de puestos de trabajo; May debe superar el voto parlamentario
sobre el acuerdo con la UE; Macron,
por su parte, no sabe cómo sacarse de encima la revuelta de los chalecos
amarillos; Merkel entrega este
martes la presidencia de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) e inicia su retiro
de la Cancillería; mientras que Vladimir Putin
tiene que salir de la crisis económica que le está provocando una acelerada
pérdida de simpatía.
La
cumbre del G20 en Buenos Aires marcó el
retorno de la hegemonía norteamericana como superpotencia solitaria. Se terminó
el multilateralismo y todos hacen su juego como pueden. Las alianzas
cambian y nuevos bloques se forman. Hacen falta objetivos claros y timoneles
que sepan alcanzarlos, no peleles.