Prólogo
Iciar Recalde, La Plata, 31 de
octubre de 2018
“Lo único que vence al tiempo son las
doctrinas y las organizaciones”. General Juan D. Perón en carta al Mayor Pablo
Vicente desde el exilio en Madrid, 28 de mayo de 1968
"La Tercera Guerra Mundial ya comenzó, sólo que se libra en
capítulos", clama en el desierto la voz valiente del profeta, cifra de la
más digna dignidad parida en este suelo. La Argentina es uno de esos
capítulos. Ofensiva del dios dinero sobre
los pueblos del mundo en tiempos de universalismo, tal como lo había advertido
el General Perón en La hora
de los Pueblos y, otra vez, cuando casi descarnado volvió a la Patria
a sacrificar sus últimas horas de vida y plantó brújula para timonear en su
ausencia las tormentas por venir en el Modelo
Argentino para el Proyecto Nacional. Democracia social, orgánica y directa,
dispuso. El imperialismo vendrá por las materias primas, el agua, la
tierra habitable, los mares y el dominio integral del país, alertó. Comunidad organizada y
poder a las organizaciones libres con centralidad sindical, revalidó. Hay que
sanar el corazón del hombre argentino como reaseguro para afrontar la
profunda agresión del enemigo sobre la cultura y el espíritu del pueblo
argentino, previno. Pero como al profeta actual, no hubo quien lo escuche y la
Argentina entró en un proceso de involución y decadencia apresada en el
movimiento de pinzas, derecha izquierda, y el perpetuo tercero excluido: el
movimiento nacional.
La restauración de la vieja
estructura colonial previa al peronismo echó a andar. Y mientras la economía
del país era despojada de la palabra nacional, el capital extranjero y sus
entregadores internos, escudados en el demoliberalismo o la socialdemocracia,
lo corrompieron todo: destrucción del tejido industrial, política
partidocrática, educación colonial, periodismo mercenario, primitivismo
agropecuario de la soja, endeudamiento con el extranjero, arremetida sobre la
cultura del trabajo y los valores solidarios, destrucción del alma de las
organizaciones libres, siembra de hambre y oprobio en el país al que se le
borraba gradualmente el recuerdo de sus años de grandeza. Décadas de millones
de sacrificios arrebatados a generaciones de argentinos que quedaron a la
deriva, a la par de que la pedagogía de la autodenigración propiciaba la
desconfianza en su propio esfuerzo y en la realización comunitaria.
Somos la cascara de una Nación.
Y difícilmente pueda hacerse una apreciación verdadera de lo que nos acontece
si se ignoran los datos de la realidad que vivimos en su propio curso
histórico, en su propia naturaleza y su forma de accionar. Recuperar la visión
panorámica de por qué llegamos hasta acá evitaría que lo circunstancial e
inmediato nos impida el examen despiadado de la única verdad. Toda
resolución que no se ajuste a nuestra realidad será preámbulo de un nuevo
fracaso, hondonada para continuar naturalizando a una clase dirigente podrida
de demoliberalismo al servicio de la entrega del patrimonio nacional.
Y en medio de la humillación
espiritual que no estamos dispuestos a disimular, perdone el lector si las
palabras que empleo se le enredan frente a los ojos como un nudo. Yo tengo un
nudo más grande en el corazón. Pero también tengo una esperanza en el resurgir
de las entrañas mismas de la anomia actual fecundas obligaciones de fraternidad
que señalan un derrotero que es el que nos lleva a las fuentes. Y acá entra al
combate una inteligencia leal a nuestro pueblo. Damián Descalzo está en su
trinchera y cumple con su deber de argentino dispuesto a testimoniar, misma fe
que los profetas, el anuncio de asumirnos en una tradición que nos justifica y
ensalza. La que señala que la cuestión nacional irresuelta aún para los
argentinos, donde se encuentran las razones hondas de nuestros dramas, o las
resolvemos nosotros mismos o las resuelve el imperialismo a costa de nuestra
existencia. La que afirma que sin independencia económica la libertad política
es una farsa y la justicia social una quimera. Y hay que decirlo: el Modelo
sindical argentino, herencia de Perón al porvenir, es el último reducto en pie
de esperanza para una Argentina que agoniza. Allí permanece y resiste la
conciencia del subsuelo de la Patria que con este libro, sin lugar a dudas, se
ha enriquecido.
Más de cien años de un
movimiento obrero transitando y practicando distintas alternativas y programas
concretos. Que con Perón asumió una concepción nacional, humanista y
latinoamericana que dio impulso, con la clase trabajadora como columna
vertebral, a la Argentina potencia que se convertirá de una vez y para siempre
en aurora de los humildes. Donde la Organización vence y continuará venciendo
al tiempo. Y vayan las páginas que siguen a misionar la ratificación de que
sólo la formación de los dirigentes define la organización en el convencimiento
de que seguiremos trabajando la forja de una sola clase de hombres: los que
trabajan. Por eso, desde el margen de la infamia que amenaza nuestro hogar, le
agradecemos al autor este libro, que será santo y seña para reconocernos en las
horas de angustia en las que estamos viviendo con la misma convicción del poeta
de Corrientes y Esmeralda que cantó al hombre que estuvo solo y a la espera de
la redención argentina: “Los más perentorios anhelos populares y los
inmarcesibles ideales nacionales son tan duros y resistentes como los yuyos del
campo y vuelven a reverdecer en cuanto caen cuatro gotas de esperanza. La
brecha está volviendo a cerrarse, y solo un milagro del esfuerzo argentino
podrá salvarnos.” Quiera Dios y nuestro pueblo que así sea