NICOLÁS MAVRAKIS
El
jefe de Gabinete de Ministros Marcos Peña acierta al considerar que Facebook
está en “decadencia” como herramienta electoral. Pero acierta aún más en interesarse por
las posibilidades estratégicas de WhatsApp,
la red social donde hoy confluyen los análisis más abarcadores acerca de
quiénes somos, cómo pensamos y qué deseamos. Ambas empresas forman parte de la corporación de extracción de datos más
importante del orbe, un negocio en el que se construyen muchas de las
fantasías políticas, económicas y culturales de lo que en Occidente, todavía,
se considera el orden democrático.
Mark
Zuckerberg, el fundador de Facebook y la quinta persona más rica del planeta, ha llegado a convertirse durante los
últimos meses en el CEO que mejor conoce lo que se puede ganar (y también perder)
al controlar las bobinas digitales de una industria que está en contacto
permanente con 4000 millones de
conciencias en todo el mundo; es decir, algo menos de la mitad de la
población terrestre.
Ahora bien, si en Brasil la última
elección presidencial demostró la manera en que WhatsApp, que es propiedad de
Zuckerberg desde 2014, puede usarse para difundir contenidos estratégicos en
favor o en contra de un candidato, en Alemania
en cambio se están forjando algunas nuevas lecciones acerca de Instagram, otra de las redes bajo su
control desde 2012. En febrero de este año, de hecho, el Bundeskartellamt (ente
regulador de la competencia) le advirtió a Facebook que debía dejar de combinar
los datos de los ciudadanos alemanes recolectados a través de sus distintas
plataformas, ya que se trataba de una práctica sin “consentimiento voluntario”.
Luego de tres años de investigación, las
autoridades habían establecido que Facebook,
a través de la recolección simultánea de datos desde tentáculos como Instagram
y WhatsApp, estaba perfilando a los alemanes de un modo incompatible con
“la alta participación de la empresa en el mercado publicitario”. La maniobra,
por lo tanto, indicaba indicios de “un proceso de monopolización” en favor de Facebook,
capaz de conocer y dominar mediante sus
redes sociales casi todos los hábitos de consumo de la población alemana.
El tipo de ejercicio tecnológico-comercial que permite, además, entender por
qué los estrategas políticos han sido los primeros en recategorizar a los candidatos como “productos” y a sus potenciales
votantes como “consumidores”.
Para el modelo de negocios de Mark
Zuckerberg, sin embargo, esta recolección cruzada de datos provenientes de
Facebook, Instagram, WhatsApp y Messenger define el núcleo mismo de su función
en el mercado contemporáneo de las experiencias. Por esa razón, también el
parlamento británico acaba de definir a la corporación de extracción de datos Facebook como un “gánster digital”, al
concluir tras dieciocho meses de investigación que “la democracia está en
riesgo con la maliciosa y permanente desinformación de los ciudadanos a
través de la publicidad oscura y sin fuentes identificables” que comercializa
Zuckerberg en favor de partidos políticos, organismos de inteligencia o,
incluso, Estados dispuestos a pagar el precio.
APOGEO,
CAÍDA Y NUEVO APOGEO
Lo cierto es que el anticuado “estilo obamista” con el que la primera
campaña presidencial de Cambiemos
sorprendió a los usuarios argentinos en Internet, cuando hasta el perrito
Balcarce podía juntar en su FanPage de Facebook diez mil pulgares arriba en
favor de Mauricio Macri, llegó a su fin. Para este año, lo que llega con
WhatsApp es el turno del reenvío viral de videos dudosos, audios anónimos
geolocalizados, cadenas masivas de mensajes fanáticos y memes diseñados para
propagarse según las escalas ABC1, C2, C3 y C4. En otras palabras, si en 2015
Facebook aludía con su simpática retórica audiovisual a la atmósfera de un
vasto living familiar, en 2019 WhatsApp
está trasladando todas las maniobras de campaña hacia lo más oscuro de los
inodoros de la ideología.
Las condiciones técnicas y comerciales
para este giro estético, además, son ideales. A pesar del “affaire Cambridge
Analytica” denunciado en 2018, desde enero de 2019 WhatsApp superó oficialmente en cantidad de usuarios a Facebook, con
más de 2200 millones de personas conectadas a sus smartphones a cada momento.
Y esa es la razón por la cual el conglomerado de marcas digitales controladas
por Mark Zuckerberg también ganó durante
2018 casi 6800 millones de dólares, un 30% más que en 2017, demostrando que
los escándalos que llevaron al CEO de Silicon Valley a responder preguntas
sobre los mecanismos más ambiguos de su negocio ante una comisión del Congreso
de los Estados Unidos no tienen, al final del año comercial, ningún efecto real
sobre el valor de su producto en el ávido mercado de la psicopolítica digital.
BERLÍN,
LONDRES Y BUENOS AIRES
Entre las denuncias formalizadas contra
la corporación de extracción de datos Facebook por el parlamento británico, una
de las más sorprendentes es la que acepta el hecho de que la ley electoral
vigente en ese país es incapaz de defenderse del tipo de maniobras que Mark
Zuckerberg ofrece a sus clientes. En ese sentido, la manipulación directa de los votantes, el robo de sus datos
(encapsulado en un mercado negro anual de 288.000 millones de dólares) y la
desinformación podrían llegar a convertirse, en un futuro inmediato, en los
argumentos más firmes para intentar dar por terminada, al menos en una parte de
Europa, “la era de la autorregulación de las empresas tecnológicas”.
Mientras tanto, en Alemania, donde la historia moderna del control burocrático sobre
poblaciones enteras de ciudadanos todavía es un asunto sensible, las
autoridades parecen sorprendidas por la manera en que Facebook transformó el
“Me gusta” en un dispositivo de seguimiento digital capaz de recopilar
información de los consumidores a través de todos sus recorridos cotidianos por
la web, sin demorarse en formalidades como el consentimiento ni en el cambio
repentino hacia plataformas como Instagram. Para conocer cómo WhatsApp se
integra a este circuito, tal vez valga la pena saber que, a partir de este año,
también van a entrar en juego los datos biométricos de cada usuario. Así, el acceso a los grupos y los contactos de
cada miembro de WhatsApp a través de sus propias huellas y sus propios rasgos
faciales van a perfeccionar la que ya es una de las mejores bases de datos
humanas de la historia.
A escala local, por otro lado, el uso de
WhatsApp como plataforma
privilegiada para la campaña presidencial 2019 de Cambiemos se basa en la
geolocalización de potenciales votantes según cada distrito y en la
programación lingüística de respuestas automáticas para quienes quieran
“chatear con el gobierno”. Mediante WhatsApp
Business, la variante corporativa de WhatsApp para captar y enviar datos a
escala masiva, esa tarea se limita, por ahora, a difundir mensajes para los
convencidos. Pero en la misma sala de máquinas de la campaña muchos son todavía
escépticos al momento de reconfirmar si aquellos exitosos audios difundidos
durante el último G20 para disuadir a los curiosos no fueron, en realidad, una
verdadera puesta a prueba de los nuevos juguetes de Mark Zuckerberg, como si el
poema de la mente en el acto de hallar lo que habrá de bastarle ya no hubiera
empezado.