Por
Gabriel E. Merino
29 de enero de 2019
La
maniobra de autoproclamación de Juan
Guaidó como presidente interino de Venezuela sufrió por lo menos tres reveses.
El
principal de ellos, por la característica central del golpe, fue el rechazo del Consejo de Seguridad de la ONU
a la injerencia de Estados Unidos en Venezuela en una ajustada elección.
Esta
paradójica derrota internacional de la auto-proclamada “Comunidad
Internacional” seguramente no frenará a Occidente, encabezado por Washington,
en su accionar por derribar a Nicolás Maduro. Ello es un interés geopolítico
hoy innegociable. A nuestros “demócratas” y “republicanos” de occidente poco
les importa la voluntad de la comunidad internacional y sus instituciones
cuando estas no les dan la razón. Pero, sin lugar a dudas, el resultado resta
legitimidad a la maniobra y fortalece la posición internacional del gobierno
de Venezuela.
El
segundo revés fue que la maniobra de autoproclamación de Guaidó no logró quebrar las fuerzas armadas bolivarianas y, a
partir de allí, avanzar en el golpe contra Maduro y/o en el desarrollo de una
guerra civil que le permita eliminar de cuajo a las fuerzas chavistas (que van
más allá de la figura del propio Maduro y su gobierno).
En
este escenario, la alternativa de una
invasión externa es muy complicada:
A) por la fortaleza de las
fuerzas armadas bolivarianas,
las extendidas milicias populares
bolivarianas y el material bélico de primer nivel mundial que posee
Venezuela (especialmente ruso);
B)
por las dudas de Colombia de movilizar
sus fuerzas armadas y perder territorio en manos de paramilitares y sectores
guerrilleros (en un país con 8 millones de desplazados de los que no se
habla) y el rechazo de las fuerzas
armadas de Brasil en intervenir en un conflicto armado en otro país;
C)
porque el régimen estadounidense viene de una derrota militar en Siria, en Afganistán está completamente
empantanado, en Irak le salió el
tiro por la culata, destrozó Libia
pero no logró imponer un orden, etc., y no puede avanzar en una invasión si
esta no está encabezada por fuerzas regionales.
En
la región es fundamental además de Rusia y su poderío militar, la posición del
gigante asiático, China, principal socio
comercial de Suramérica. Esto resulta un importante escollo para el
imperialismo americanista hoy dominante en Washington, que considera central el
dominio del Hemisferio Occidental (entiéndase el continente americano) para
desde ahí librar la lucha de poder con sus rivales. Negocios son los negocios
dice el dicho: por más que las oligarquías locales se alineen a Estados Unidos
en materia geopolítica, quieren seguir haciendo muy buenos negocios con China
vendiéndole las materias primas que necesita. Y ello siempre tiene
consecuencias geopolíticas y geoestratégicas.
El tercer revés fue la
importante movilización en respaldo del gobierno de Maduro. Ello volvió a demostrar que el
chavismo tiene, a pesar de la profunda crisis económica y política, una enorme
fortaleza popular. Está densamente organizado y constituye la identidad política fundamental de las clases populares,
aun de aquellos sectores que no apoyan al gobierno de Maduro. Estos rechazan
cualquier golpe orquestado desde Washington y el retorno al neoliberalismo.
Dicha fortaleza es también lo que explica el respaldo electoral que conserva
el gobierno. Incluso en plena hiperinflación impulsada por el bloqueo económico
de Estados Unidos que va a cumplir dos años, la caída en la producción de
petróleo y los problemas internos, entre otras cuestiones.
Estos
reveses no significan que el golpe se encuentre desarticulado, sino que el
gobierno de Maduro pudo mantenerse y detener por el momento el intento de que
Venezuela corra la suerte de Libia, último desaguisado imperial que implicó
para el país con el mayor índice de desarrollo humano de África la destrucción
absoluta y una eterna guerra civil.
¿ES POSIBLE LA NEGOCIACIÓN
Y UNA SALIDA PACÍFICA?
Hay
por lo menos dos o tres escollos centrales para ello. El primero es que Estados Unidos no quiere. El
americanismo dominante en Washington quiere eliminar de cuajo al chavismo, ni
siquiera le sirve una derrota electoral de las fuerzas políticas chavistas ya
que en este caso dichas fuerzas quedarían subordinadas, pero se mantendrían
como actores fundamentales del estado venezolano, debajo del cual existe la
mayor reserva de petróleo del mundo.
Hoy
el americanismo (Trump, Pompeo, Pence,
Bolton) juega a la a profundizar el golpe, bloquear cualquier acuerdo y
apostar a la posibilidad de una guerra civil, convirtiendo a la región en una
suerte de Medio Oriente en el patio trasero. La presencia económica de China en
América Latina, lo cual es considerado públicamente como una amenaza para la
seguridad nacional de Estados Unidos por parte del propio jefe del Comando Sur
(no sólo en informes o en dichos de asesores), junto con la presencia militar y
económica de Rusia en Venezuela, exacerba los desquicios belicistas.
Por
ello las amenazas constantes de una
intervención armada. Por ello hablan sin tapujos los principales cuadros
del gobierno estadounidense de volver a la Doctrina Monroe (si alguna vez la
abandonaron…). Por ello sus gobiernos más afines hablan públicamente
y sin tapujos de eliminar a la oposición ya
sean “rojos”, “populistas”, etc.
Este
es el sentido del bloqueo económico que
desde 2017 produce escasez y lleva al desastre absoluto de la actualidad
(junto con los factores internos que aquí no analizamos), busca generar un
derrumbe estatal completo, una desmoralización absoluta del pueblo falto de
medicamentos y alimentos esenciales.
La
dualidad de poder que se intenta producir con la autoproclamación de Guaidó,
sostenida fundamentalmente desde el exterior, aunque también cuenta con una
importante capacidad de movilización en la calle, es la situación previa a una
guerra civil en donde el Estado ya no contiene los antagonismos políticos
existentes y se deshace el monopolio de la coerción legítima.
El
imperio en declive, administrado ahora por el nacionalismo americanista, quiere eliminar cualquier semilla que aleje a
la región de las directivas de Washington. Y más ahora, en pleno
enfrentamiento mundial. (Esta limpieza incluye también a los neodesarrollistas,
grupos locales que se pretendan “industrialistas” y sectores afines. Aviso
porque algunos no se dieron cuenta. En este sentido, rápido de reflejos estuvo Eduardo Duhalde en abril de 2002 cuando
condenó el primer golpe contra Venezuela. Sabía que también era un golpe
contra el “proyecto productivo” y su tenue búsqueda de una autonomía relativa).
Por
ello también, entre otras razones, Washington solicitó a la fragmentada
oposición venezolana que se levante de la mesa de diálogo comandada por el ex
mandatario español, José Luis Rodríguez
Zapatero, cuando estaban a punto de firmar un acuerdo en Santo Domingo. Por ello rechazan la mediación
propuesta y realizada por el Vaticano en
su momento, o las que ahora intentan la ONU, México, el propio Vaticano o
Uruguay.
Obviamente
hay muchos sectores del gobierno de Maduro que también preferirían que estas
mediaciones no existiesen. Pero no les queda más remedio que aceptarlas, como
quedó en evidencia en las anteriores oportunidades y en el propio posicionamiento
de Maduro después de los hechos ocurridos, que a los pocos días de haber
asumido como presidente para 6 años de gobierno y luego de haberse proclamado
ganador en cuatro complicadas “batallas” electorales, debe aceptar sentarse a
una mesa donde todo ello está en entredicho.
Si
bien la historia contrafáctica siempre es engañosa, podemos conjeturar que
incluso era probable el triunfo opositor en las elecciones presidenciales
realizadas finalmente en mayo de 2018, si importantes elementos dentro de la
misma no hubieran caído en una estrategia golpista azuzados por sectores de
Washington (y Miami) y hubiesen seguido, por ejemplo, el camino de la derecha
argentina. Y, claro, si mantenían su frágil unidad, algo más fácil en una
elección legislativa que en una presidencial en la que hay que elegir sólo a
uno. Esta chance era más probable aun teniendo en cuenta el contexto regional
de giro neoliberal.
Sin
analizar la “necesidad” imperial
mencionada, que encuentra eco en sectores de las oligarquías locales,
resulta muy difícil entender por qué razón se lanzaron varios sectores del MUD
ni bien triunfaron en las elecciones de 2015 a la estrategia de golpe para
destituir a Nicolás Maduro. Por qué no
aprovecharon la segunda victoria de la oposición al chavismo en 20 años, bajo un
sistema electoral que el ex presidente de Estados Unidos Jimmy Carter calificó
como “el mejor del mundo” en el año 2012. Por qué estos “demócratas” llamaron
públicamente a “destituir en seis meses” a Nicolás Maduro ni bien asumieron,
quien en ese entonces era el legítimo presidente de Venezuela y había aceptado
la derrota legislativa. Por qué intentaron, a partir de allí, cuatro golpes de
estado.
Ello fracturó a la
oposición, la debilitó profundamente y, sobre todo, la deslegitimó socialmente,
en especial por la violencia ejercida en las guarimbas y el descontrol
nacional.
ENTONCES ¿HAY SALIDA?
Las
oligarquías locales y distintos sectores
de las élites y grupos dominantes acompañan temerosas la estrategia planteada
por Estados Unidos, prefiriendo evitar cualquier escenario bélico, pero sin
poder dejar en última instancia de seguir a Washington. Especialmente cuando
muchos gobiernos de la región son tan americanistas como el propio Trump, en
particular Bolsonaro y Duque. En ese
sentido, estas fuerzas al igual que Washington juegan a la escalada del
conflicto y a un posible escenario de guerra civil.
La
otra salida es la planteada por ciertas fuerzas del chavismo según la cual es
posible una victoria total frente al golpe y desde ahí destrabar la situación,
como sucedió entre abril y diciembre de 2002. Pero resulta complicado que el
resultado sea el mismo por infinidad de razones. Si bien el empate hegemónico venezolano se destrabó tácticamente a favor de
Maduro a partir de la Constituyente y las siguientes tres elecciones, lo
cierto es que no se resolvió estratégicamente. Se mantiene una crisis de
hegemonía, en un territorio golpeado por la hiperinflación, la guerra
económica, las incapacidades propias en un escenario regional muy adverso y produciendo la mitad del petróleo que
debería. El sostén de China y Rusia también tiene sus límites.
Queda
el camino ya transitado del diálogo y el acuerdo, ahora promovido por México, la ONU y Uruguay con el aval del
Vaticano. Quizás los reveses mencionados pueden llevar a algunos a sentarse
en una mesa. Pero es preciso entender que un acuerdo es considerado una derrota
por parte de Washington. Sortear este obstáculo sería posible si la Unión
Europea y ciertos gobiernos de la región dejasen el seguidismo a la administración
Trump en este asunto.
En
este escenario, se reafirma una vez más el pensamiento de Bolívar: "Los
Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América de
miseria en nombre de la libertad".