martes, 4 de abril de 2017

Carta de Juan Perón al delegado Bernardo Alberte



Madrid, jueves 23 de marzo de 1967

Señor Mayor Don Bernardo Alberte
Buenos Aires

Mi querido amigo:
Aprovecho el viaje y la visita del compañero emisario de esta carta para hacerle llegar, junto con mi saludo más afectuoso, mis noticias. Ya sé que ha comenzado Usted a hacerse cargo de la Secretaría General, como también sé que allí no encontrará sólo rosas. Los que tienen intereses personales y de grupo seguirán empeñados en sus menesteres y Usted tendrá que neutralizarlos, sin pelearlos, porque su tarea, como la mía, es un poco de Padre Eterno. Es bendiciendo “urbis et orbe” y midiendo a todos con la misma vara es que se consigue llevarlos a todos hacia los objetivos como es la misión del que conduce el conjunto.
Lo que más se necesita en ese cargo es, sin duda, paciencia y tolerancia: muchas veces llegará uno a quien le daría un puntapié y no tendrá más remedio que darle un abrazo. Cuántas veces deberá resolver un pleito en el que la razón está clara de uno de los lados y tendrá que callar, sin embanderarse ni siquiera del lado de la razón, porque su cometido no es el de juez sino de conductor y, por eso, teniendo que llevar a todos, buenos y malos, no tiene más remedio que hacer la “vista gorda”. En el cargo suyo, la sabiduría está precisamente en saber congeniar para dominar a todos y para manejarlos de la manera que más convenga a las necesidades de conjunto.
La conducción política tiene sus exigencias, y la principal consiste en no hacerlo nunca discrecionalmente, sino sometido fríamente a la necesidad superior que se sirve y a la técnica que indica las formas de ejecución apropiadas. El peor error del que conduce políticamente es tomar partido en las fracciones en que se suelen dividir los dirigentes, porque al hacerlo se pierde el derecho de manejar a las demás, que siempre existen. Desgraciadamente, en la conducción no es la simpatía, ni la amistad y ni siquiera la justicia, la que preside las decisiones, sino la conveniencia. Es duro acostumbrarse a ello pero es preciso comprender que estamos para conducir a todos, buenos y malos, sabios e ignorantes, ricos y pobres, porque si sólo quisiéramos conducir a los buenos, llegaríamos con muy poquitos y, con muy poquitos, no se hace mucho en política.
La conducción táctica en la política no escapa a los principios que nosotros bien conocemos, sólo que aquí hay que contar con los hombres con sus virtudes y sus deformaciones, a los cuales no les podemos aplicar el Código de Justicia Militar y sus Penas, ni el Reglamento de Falta de Disciplina y sus penas. Por eso, deberemos tener recursos y procedimientos que los substituyan sin hacerlo notar. La conducción política impone también el mando pero sin que se note: es preciso saber obrar como Providencia, como hace Dios, sin que se lo vea. Si Dios bajara todos los días a la Tierra para dirimir los pleitos que se provocan entre los hombres, ya le habríamos perdido el respeto y no habría faltado tampoco un tonto que quisiera reemplazarlo a Dios, porque el hombre es así.
La diferencia entre la conducción política y la militar es determinante: nosotros mandamos, mandar es obligar; conducir en política es persuadir, y al hombre siempre es mejor persuadirle que obligarle. La acción militar es directa, la política es casi siempre indirecta, lo que obliga a “contar hasta diez” antes de proceder.
El impulso jamás puede estar entonces por sobre el raciocino, ni la pasión sobre la reflexión, ni la lengua se ha adelantar jamás al pensamiento. Los impulsos en política son engañosos y generalmente fatales. Una resolución política conviene tomarla más bien cinco minutos después que uno antes. Los apresurados suelen tener sorpresas desagradables.
En la acción política hay que tener buenos nervios y saber esperar, pues en todo acontecimiento de este carácter, la mayor parte depende del tiempo, nosotros podemos ayudar al tiempo y hasta acelerarlo pero, en ese caso, será muy prudentemente pensado todo. Hay siempre un proceso de maduración contra el que poco es lo que se puede hacer en la política. Hace veinte años, nosotros anunciábamos cosas que entonces a muchos les sonaban como inconcebibles y que hoy no tienen más remedio que confesar que eran verdades irrebatibles. Nosotros, que hemos sido precursores y, en consecuencia, hemos pagado el duro precio, somos los que en mejores condiciones estamos para apreciar el valor de una situación, pero también para concebir una ejecución apropiada a las circunstancias.
El manejo del Peronismo no es tan difícil como muchos han creído, si se tiene la prudencia y la sabiduría necesarias para adaptarse a sus características: no siendo un partido político sino un Movimiento Nacional, todo sectarismo debe estar excluido y, por sus características orgánico-funcionales, su manejo obedece a un sinnúmero de cuestiones que distan mucho del mando vertical. En él, el que conduce no puede hacer el cien por ciento de lo que desea y debe conformarse con hacer cuanto mucho el cincuenta por ciento, dejando el otro cincuenta por ciento para que lo hagan los demás.
Es claro que ha de tenerse la habilidad de elegir un cincuenta por ciento en el que estén las cosas fundamentales. Si se procede bien, sólo así es posible llegar a concretar una conducción sin esfuerzos divergentes y en la que el conductor sea elemento de cohesión y no disociación.
En los momentos que estamos viviendo, comprendo muy bien la necesidad de la disciplina y la obediencia, pero es preciso meditarlo mucho antes de pretender imponerlas, porque ello ha de ser la consecuencia de la adaptabilidad progresiva y no producto de una imposición insólita, dado que el remedio puede resultar peor que la enfermedad si todo se desvía en otras direcciones por disconformidad. El que conduce adquiere primero prestigio, que mucho depende de las formas de ejecución; luego obediencia, que suele ser consecuencia de conformidad; y, finalmente, infalibilidad, que no es otra cosa que confianza. Sin estos atributos, que han de ganarse en la conducción misma, no se va lejos en este “arte sencillo y todo de ejecución”, según la feliz expresión napoleónica.
La conducción política es blanda y tolerante, porque todo es posible y todos pueden tener razón en este campo. La fuerza de la conducción no está en las maneras sino en los actos y sus consecuencias. Por lo pronto, es preciso andar bien con todos los compañeros y, de ser posible, lo mejor que se pueda aun con los enemigos, pero sin estrechar la esgrima. Todo puede hacerse si se sabe elegir la forma de realizarlo y, para esto, el tiempo suele ser un aliado muy valioso. Cuando no se puede, es preciso esperar, por lo menos lo prudente antes de forzar las buenas maneras. El que sabe maniobrar con el tiempo no suele estar sujeto a intemperancias negativas. Nuestros dirigentes están acostumbrados a una conducción suave, como suele decirse con guante de seda pero con mano de hierro, no se les puede cambiar la forma sin que se produzcan algunos “barquinazos”: hay que evitarlos.
Yo sé que hay muchos tránsfugas y aun traidores que viven merodeando en el “campo de nadie” y que se alimentan de la carroña política, pero esos también tienen su utilidad: aceleran la putrefacción y suelen servir para crear las autodefensas. Yo siempre he pensado que si el hombre no tuviera esas autodefensas orgánicas habría desaparecido de la Tierra hace miles de años, y también creo que así como en el organismo fisiológico, esas defensas se producen por los anticuerpos generados por los propios gérmenes patógenos, en los organismos institucionales sucede lo mismo, es decir que los traidores generan sus propios anticuerpos que constituyen las autodefensas de la institución. Por eso nunca maldigo a los traidores, si son capaces de prestar semejante utilidad al movimiento.
En fin, amigo Alberte: “Y les doy estos consejos, que me ha costado adquirirlos; porque deseo dirigirlos, pero no alcanza mi ciencia hasta darles la prudencia que precisan pa’ seguirlos”. “Estas cosas y otras muchas medité en mis soledades; sepan que no hay falsedades ni error en estos consejos: es de la boca del viejo de ande salen las verdades”.


Saludos a su gente y a los compañeros. Un gran abrazo. JDP

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