A propósito de una
imagen, una lectura
Por Julio Cardoso / Observatorio
Malvinas – Centro Ugarte UNLa – UNLa.
Es
un espacio asimétrico. Pero se ven simetrías. No parece un acto público.
Tampoco un acto político. No hay banderas ni signos que identifiquen a las
partes. Podrían estar en una escribanía. Cumplen diligencias. Es un acto
burocrático. Sin embargo, algún poder están ejerciendo.
La
foto podría ilustrar la página 224 del Capítulo III de Economía y Sociedad, de Max Weber: “La administración burocrática
es la forma más racional de ejercer una dominación”, dice el autor. La frase se
vería muy bien como epígrafe de la foto. Describe un tipo de autoridad que es
designado por Weber con el nombre de “dominio legal”, y lo caracteriza como “la
forma organizacional que mejor favorece la expansión de la economía
capitalista”.
La
imagen fue registrada en Londres, el 20 de diciembre de 2016, cuando
funcionarios británicos firmaron con sus pares del actual gobierno argentino el
primer acuerdo formal de esta gestión en torno al conflicto Malvinas. La escena
es consecuencia directa del encuentro bilateral realizado en ocasión del Foro
de Inversiones y Negocios conocido como “minidavos”, el 13 de septiembre en
Buenos Aires.
Los
personajes de la imagen cumplen con la descripción de lo que Weber denomina “la
baja burocracia”. Vemos funcionarios designados por autoridad superior, no
elegidos por el voto popular, firmando “con obediencia” dos originales de un
documento a intercambiar. La obediencia, según Weber, es lo que define la
acción burocrática.
El
hecho de que los cuatro funcionarios de la imagen participen sin ninguna
distinción especial de esta “continuidad obediente de la organización
administrativa” tiene altísima significación política: los cuatro parecen ser
funcionarios de la misma corporación burocrática.
El
18 de mayo, una de las partes dijo a Página 12: "La diplomacia debe ser un
camino para que los factores económicos se maximicen. Hay que explorar el
diálogo y la asociación. Nuestras relaciones son buenas en un 80 por ciento y
malas en un 20 por ciento. Vamos a concentrarnos en ese 80 por ciento y no
dejar que el otro 20 por ciento distraiga la atención de temas bilaterales más
significativos, como el comercio y la inversión".
Clarín
registró la declaración de la otra parte el 13 de septiembre: “Tenemos que
avanzar. No quiero mirar atrás y analizar el pasado, sino mirar el futuro y sus
posibilidades. Mi principal mensaje es poner foco en lo que acordamos y no
mirar lo que desacordamos. Debemos respetar las diferencias, no dejar que este
problema nos cierre las opciones. Debemos maximizar las áreas donde tenemos
intereses en común, como lo hicimos por casi un siglo”.
Las
dos declaraciones identifican la disputa de soberanía como un “desacuerdo” que
“distrae” de lo importante. Se acepta que ambas partes tengan opiniones
“diferentes” sobre el tema. Entonces eligen “respetar” esa diferencia,
ignorándola. Después de todo, se trataría de un 20%...
Podría
ser un buen “acertijo” para descubrir si conocemos o no la diferencia entre una
retórica colonial y otra imperial: el desafío es distinguir cuál de estas dos
declaraciones corresponde a qué gobierno. Inténtenlo. Como se decía antes, “la
solución al pie” (1).
Uno
de los voceros se piensa a sí mismo como parte del sistema global. Desea ser su
continuidad local. El otro se limita a señalar el camino que conduce a su
dominio. Hay dos declaraciones, pero hay un solo autor. Una de las
declaraciones es nada más que el reflejo de la otra.
Estamos
en un espacio asimétrico, y sin embargo hay simetrías. La composición de la
imagen repite los patrones de la política real.
Las
manos de los firmantes se mueven a un tiempo y en la misma dirección. Sus
rostros se duplican en la mesa del anfitrión. A izquierda y derecha hay otros dos
pares de manos que se toman entre sí. No son idénticas. El par de la izquierda
es más laxo que el de la derecha, que se muestra firme. Sus rostros completan
estas diferencias. El de la izquierda se inclina con blanda satisfacción.
Parece conforme con un deber cumplido. Su desaliño y postura física podrían
evocar a un niño que ha sido llamado a dirección para recibir una comunicación
dirigida a sus padres. El de la derecha, en cambio, está firmemente parado sobre
sus pies. En equilibrio. Atento. Parece un especialista. Se diría que supervisa
el cumplimiento de un propósito. Podría ser el que redactó el acuerdo.
Conozcamos
a estos dos personajes:
El
funcionario de la izquierda es el flamante embajador argentino en Londres.
Renato Carlos Sersale di Cerisano. Se lo puede escuchar en un audio que publica
Clarín el 28 de enero de este año. Es delicioso. Una cronista lo interpela
cuando sale de la audiencia donde presentó sus credenciales a la reina Isabel
II. Ella se interesa por saber si la monarca lo recibió rodeada de sus perros
corgi. Él contesta risueño: “No, no estaban… Yo había llevado un poco de comida
por las dudas, pero no estaban…”. En la
continuidad del aparato burocrático global, el embajador argentino eligió
situarse ante la reina de Inglaterra como el que le da de comer a sus perros.
No es una interpretación. Es lo que estaba dispuesto a hacer. Renato Carlos
Sersale di Cerisano es argentino y diplomático argentino de carrera. Entre 2001
y 2003 fue director general de Derechos Humanos de Cancillería. De 2003 a 2005,
fue responsable del seguimiento de los compromisos en el área de desarme, no
proliferación nuclear, seguridad hemisférica y defensa, además de presidente
del Régimen para el Control de Tecnologías Misilísticas. Entre 1989 y 1995 fue
el delegado argentino de Cancillería en temas económicos y cooperación para el
desarrollo, el medio ambiente y cuestiones humanitarias. Fue representante
permanente ante la FAO. Fue cónsul en Hong Kong y en Roma. Fue embajador en
Sudáfrica y otros países africanos. Figuró entre los candidatos a vice de
Malcorra. Hay quienes lo definen como un “peronista clásico”, sin puntualizar
cuál período del peronismo sería el de su clasicismo. Habla español, inglés,
francés e italiano.
El
funcionario de la derecha es Mark Kent, el flamante embajador británico en la
Argentina. Asumió en abril de 2016. Antes estuvo en la Dirección de Cercano
Oriente y África del Norte. Entre 1998 y 2000 fue portavoz del Foreign Office
en asuntos del Medio Oriente y Kosovo. Sirvió en las embajadas de Brasil,
México, Tailandia y Vietnam. Entre 2005 y 2007 fue el responsable británico
dentro del Comando de Operaciones Aliadas (ACO) del Consejo Supremo de las
Fuerzas Aliadas de Europa (SHAPE), una unidad de alta responsabilidad de la
OTAN “encargada de planificar y conducir operaciones militares combinadas para
el cumplimiento de los objetivos políticos de la Alianza”. Así está tipificada
su misión en el sitio web de la OTAN. El funcionario que está parado a la
derecha de la imagen ocupó la silla del Reino Unido en esa unidad. Habla
inglés, español, portugués, francés, holandés, vietnamita y tailandés.
El
contenido de las dos copias del acuerdo que se está firmando sobre la mesa es
continuidad del “dominio legal” establecido por la declaración conjunta de
octubre de 1989 y por los Tratados de Madrid de 1990 y 1999 firmados por la
dupla Menem-Cavallo. No solo es su continuidad sino que es también su
restauración, ya que en el marco de este acuerdo se está hablando también de
reponer dos ítems sobre pesca y petróleo que habían sido dados de baja por el
gobierno de Néstor Kirchner.
Prestemos
ahora un poco de atención los personajes que están sentados. Al canoso se lo ve
centrado, suelto. La línea de su brazo derecho se prolonga naturalmente hacia
su mano, dando lugar a lo que parece una escritura sin esfuerzo. Tiene un aire
a Piñera, el ex presidente de Chile, pero no es. El firmante de la derecha, en
cambio, se muestra incómodo, tenso. Está sentado fuera de su centro. Esta
impostura parece provocarle una escritura trabajosa. O quizá sea al revés: su
impostura es fruto de la falta de fluidez de su escritura. Si no tuviera esa
nariz aguda y prominente, se podría ver en él un eco a Oliver Hardy (El Gordo).
A
pesar de todas estas diferencias, los dos personajes son diestros. Firman. Y en
concreto, firman tres decisiones -ellos lo han dicho públicamente- orientadas a
“remover los obstáculos que limitan el crecimiento económico y el desarrollo
sustentable de las Islas Malvinas”. Estas decisiones son:
- Autorizar un servicio aéreo
adicional a las Malvinas, desde Brasil o Chile.
- Compartir datos de seguimiento de
los cardúmenes de peces en el Atlántico Sur, en especial los del calamar Illex.
- Iniciar, a través de la Cruz Roja,
“la identificación de los soldados argentinos” enterrados en el Cementerio
Argentino de Darwin, en Malvinas.
A
primera vista ninguno de los puntos reviste gran importancia. Sin embargo, el
acto burocrático que se ve en la foto es el paso inaugural de un proceso de
“remociones”, destinado a desmontar e impedir a la Argentina la consolidación
de un espacio de gobernabilidad propio sobre los territorios ocupados.
Controles de pesca; presión jurídica sobre las empresas que participen de la
explotación petrolera en la zona; condicionamiento a la logística de esas
operaciones, negando el abastecimiento en el continente a los buques que
tuvieran ese destino; homenajear la memoria de los caídos argentinos,
levantando un monumento dedicado a todos ellos en el Cementerio de Darwin,
considerar ese sitio como intangible y convertirlo en lugar de peregrinación y
símbolo de resistencia a la ocupación; invitar a los países de América Latina a
que hagan suyas estas políticas... Con sus más y sus menos, todas estas acciones
materiales y simbólicas se encaminaban a forjar, poco a poco, un “dominio
legal” de dimensión suramericana en el Atlántico Sur. Una plataforma que fuera
compensando el desequilibrio de poder que existe entre el Reino Unido y la
Argentina, con el fin de lograr mejores condiciones de negociación en el futuro.
El
acuerdo que acaba de firmarse se dirige a la “remoción” de esta estrategia y a
la aceptación del “dominio legal” británico.
En
este sentido, los puntos 1 y 2 son claros en cuanto a lo que se “remueve”:
derogan restricciones que tendían a aumentar el costo de la ocupación británica
(no permitir un mayor número de vuelos, no compartir información de pesca).
Para comprender lo que se intenta “remover” con el punto 3 tal vez haga falta
alguna data adicional.
El
texto del acuerdo presenta este punto como “una acción humanitaria”. Si lo es
en un sentido, podría no serlo en otro.
La
llamada “identificación de los soldados argentinos” enterrados en Darwin es una
iniciativa propuesta por el Reino Unido a la Argentina hace ya muchos años.
Durante el gobierno de Néstor Kirchner y el primero de Cristina Kirchner avanzó
zigzagueante. Fue en su segundo gobierno cuando se lo anunció con firmeza y
oficialmente se lo puso en marcha. Ahora el gobierno de Macri lo ha retomado
sin cambios. Es su continuidad.
La
historia es esta: el Cementerio Argentino de Darwin y sus 123 tumbas sin nombre
nació cuando los británicos, en 1982, violaron la intangibilidad de las tumbas
de guerra argentinas –una protección establecida por los Convenios de Ginebra
para los sepultados en los campos de batalla- y trasladaron sus restos desde el
lugar donde los habían enterrado sus compañeros a donde se encuentran ahora,
perdiendo en esa operación la identificación de casi la mitad de ellos (si no
se cuentan las pérdidas que ya había ocasionado la violencia misma de la
guerra).
Llamarlos
NN es inexacto. Se sabe con total certeza la identidad de todos los muertos en
la guerra, la mitad de los cuales cayó en el suelo de las Islas. Tampoco es
correcto decir que hay soldados “no identificados”. Son las tumbas las que no
están identificadas, no los soldados. El problema se reduce a la posición de
los restos dentro del cementerio. Es
un problema de localización, no un problema de identidad. Y su origen está,
como se dijo, en la operación de exhumación y traslado ilegal que realizó la
Comisión de Tumbas de Guerra del Commonwealth (CWGC) del Foreign Office, un
organismo creado en 1917, que actualmente se ocupa de los casi 2.500
cementerios y 23.000 sitios de enterramiento que el Reino Unido mantiene en 153
países para dar visibilidad, honrar y guardar la memoria de su más de 1.700.000
muertos en combate.
¿Por
qué un organismo con más de medio siglo de experiencia y que ha hecho una
doctrina del entierro de sus muertos en el campo de batalla se embarcaría por
iniciativa propia en esta operación de traslado masivo de restos, asumiendo
riesgos en términos de pérdida de información, clasificación y registro? ¿Cuál
era la necesidad?
Antes
de la creación del cementerio de Darwin, los caídos argentinos en combate
estaban enterrados por todas partes. En los alrededores y dentro de Puerto
Argentino, en otras localidades, junto a los caminos, en los cerros del
interior de las Islas, en las alturas que defendían las playas... Tenían una
visibilidad cotidiana que los británicos y en particular los isleños
prefirieron “remover”. Si en esto hay una intensión humanitaria, solo puede
estar dirigida a ellos mismos: colocaron todos los cuerpos en un descampado, a
casi 90 km de la capital, sobre una depresión del terreno que lo hace
prácticamente invisible desde todas direcciones. Aun así, los reiterados
vandalismos que el cementerio sufre cada tanto son confirmaciones de que ni
siquiera esta mudanza les resulta suficiente.
Y
es que este puñado de tumbas adquirió, ya desde el fin de la guerra, un valor ejemplar
que con el tiempo se ha ido acrecentando. En especial desde que las familias
consiguieron levantar ahí un monumento en homenaje a los 649 caídos. El lugar
se convirtió en un centro simbólico. Es destino de todos los visitantes que
viajan desde el continente. Fue declarado Lugar Histórico Nacional por el
Parlamento Argentino. Es un punto de atracción para los itinerarios turísticos.
Su imagen circula por todas partes y está directamente asociada al reclamo de
soberanía argentino. Se ha convertido en un problema. Para los británicos,
claro.
Las
tareas de “identificación de los soldados argentinos” que se acuerdan en el
punto 3 son parte de un proyecto impuesto desde arriba que avanza por un muy
poco claro interés de los Estados. Se dice que tiene objetivos humanitarios,
pero nadie recuerda en los 35 años de posguerra un solo documento en el cual
los familiares de los caídos lo hayan demandado. Solo han aparecido algunas
declaraciones aisladas –hay quienes dicen que inducidas- luego de que la
iniciativa se puso en marcha.
La
razón de todo esto podría encontrarse, tal vez, en la manera que los familiares
debieron procesar su duelo. Cuando después de casi 10 años de reclamarlo, en
1991, unos 400 de ellos fueron autorizados por primera vez a visitar el
Cementerio de Darwin para dejar una ofrenda y conocer el lugar donde
descansaban sus hijos. Al llegar, se encontraron con la sorpresa de que
muchísimas tumbas no tenían nombre. Advertirles hubiera sido un acto
humanitario. Ninguno de los dos Estados ni la Cruz Roja se ocuparon de eso. El
grupo vivió un momento de crisis tremendo. Solos en la inmensidad del paisaje,
una de las mamás que caminaba sin rumbo entre las tumbas dijo en voz alta lo
que a todas se les agolpaba en sus gargantas: “¡Qué hacemos ahora! La tumba de
mi hijo no tiene nombre, no sé dónde dejar mis flores!”. Casi 10 años de lucha
por concretar el viaje parecía en vano. Se le acercó entonces la hermana de un
caído que atinó a decir: “Elijamos una tumba. Cada una elegimos una cruz.
Cualquiera. Todos son nuestros hijos”. La intervención tuvo la virtud de
reorientar los sentimientos de todos. Allí podría estar la explicación de por
qué nunca ha prosperado entre la mayoría de ellos la acción que impulsa ahora el
punto 3 del acuerdo. Luego de 35 años de duelo, el dolor y la memoria personal
se han ido cerrando alrededor del grupo. Todo el cementerio es sentido como una
sola tumba. De ahí que su intangibilidad se haya convertido en un valor. La
maquinaria estatal que ha puesto en marcha el proyecto de reapertura de las
tumbas desconoce esto. Un acto humanitario debería poder lidiar con esta
realidad. El proyecto tendría que poder contenerla. Es su obligación.
Pero
no. Es un hecho comprobable que esta iniciativa ha seguido su curso por un impulso ajeno a las
familias, que está plagado de vicios de procedimiento y manipulación
informativa, y que su diseño fue cobrando forma en ámbitos reservados, donde no
se permitió nunca la participación amplia de los afectados directos.
Conciliar
este modo de proceder con un “acto humanitario” es sumamente difícil. Aun así, también
es un hecho que ningún familiar se opone a que todas las tumbas tengan el
nombre de los restos que hay en ellas. ¿Entonces?
Sucede
que el acuerdo que están firmando en la foto propone una remoción masiva de
restos con altísima incertidumbre sobre la posibilidad técnica de cumplir el
objetivo que se dice perseguir. Levantar la intangibilidad propuesta por los
familiares es una decisión muy delicada. Y embarcarse en esa remoción masiva
sin poder garantizar los resultados pone todo el operativo bajo un cono de
sombra. ¿Para qué seguir adelante? Muchos familiares –incluso muchos que no
tienen identificada la tumba de sus hijos en Darwin- viven esta iniciativa como
una amenaza a la continuidad de ese espacio que consideran sagrado. Los asiste
en la sospecha no solo la falta de transparencia del proceso. También los
numerosos antecedentes de iniciativas británicas que desde 1983 han buscado
erradicar el Cementerio Argentino.
El
punto 3 del acuerdo podría desembocar, entonces, en la “remoción” de un símbolo
de soberanía argentina que, al parecer, es considerado por británicos e isleños
una fuente de “obstáculos que limita el crecimiento de las Falkland”.
Ahí
están, pues, los dos firmantes de la foto, concediéndole tres deseos a los
británicos y ninguno a la Argentina.
El
personaje que está sentado a la izquierda es Sir Alan Duncan, hijo de un
oficial de la Real Fuerza Aérea (RAF). Después de trabajar para la Shell le
otorgaron una beca en Harvard. Entre 1984 y 1989 vivió en Singapur y viajó por
el mundo como encargado de ventas de una petrolera independiente. En 1992 se
consagró parlamentario del Partido Conservador por los distritos de Rutland y
Melton. Lo reeligieron en cuatro oportunidades. Fue ministro para el Desarrollo
Internacional del Foreign Office y nombrado caballero de la Orden de San Miguel
y San Jorge en 2014, distinción que solo se otorga a quienes han rendido
importantes servicios a la corona. Desde 2016 es el segundo del canciller
británico, con competencia en “Europa, América, Asia Central, la OTAN, las
regiones polares” y por supuesto, Islas Malvinas. Sir Alan Duncan es el primer
político conservador del Parlamento Británico que públicamente se ha reconocido
gay.
A
su derecha está el flamante viceministro Pedro Villagra Delgado, número dos de
la Cancillería argentina. Es miembro del Consejo Argentino para las Relaciones
Internacionales (CARI), donde coordina grupos de análisis en temas vinculados
con América del Norte y seguridad internacional. Entre 1992 y 1996 (tiempos de
la firma de los Tratados de Madrid) fue Cónsul General en Londres. Entre 1999 y
2001 fue jefe de gabinete del canciller de De la Rua, Aldalberto Rodríguez
Giavarini. En 2005 lo nombraron embajador en Australia. Es director ejecutivo
de la Fundación Diálogo Argentino-Americana, una asociación de lobistas
dedicada, según puede leerse en su rudimentaria página web, “a la detección de
oportunidades de inversión y comercio entre la Argentina y los Estados Unidos”.
Creada en 2004, en su acto inaugural hablaron, entre otros: su presidente, Luis
Ruvira, empresario argentino, miembro honorario de la Corte Federal de los
Estados Unidos y presidente del Club Americano de Buenos Aires; Oscar Camilión,
canciller de la dictadura entre 1976 y 1981; y Vicente Massot -tío del diputado
del PRO Nicolás Massot-, acusado en 2014 de delitos de lesa humanidad. Habla
inglés, francés y portugués.
Cuatro
palabras clave se repiten en los currículums de los cuatro funcionarios
fotografiados: “Seguridad hemisférica”, “cooperación para el desarrollo”,
“petróleo” y “OTAN”.
Hay
otros dos funcionarios que no están en la foto pero que son parte de la escena.
Ambos participaron activamente de las reuniones previas a la firma del acuerdo.
Seguramente esperan tras la puerta que se ve a la derecha.
Ellos
son Mike Summers y Phyl Rendell, miembros del órgano de gobierno legislativo de
los isleños. Ambos representan a la parte no reconocida por Naciones Unidas en
el conflicto por Malvinas, que es reintroducida en la negociación por presión
británica y consentimiento argentino.
Mike
estudió en Londres. Fue funcionario de empresas internacionales de ingeniería y
construcción. Dirigió la Corporación para el Desarrollo, un área del gobierno
que se dan los británicos de las Islas. En 1989 negoció con LAN la conexión
aérea entre el continente y las Islas. Es descendiente por lado materno y
paterno de gauchos rioplatenses que entre 1820 y 1850 construyeron los corrales
de Puerto Mitre, un establecimiento de la Gran Malvinas cercano a la entrada
norte del estrecho de San Carlos.
Phyl
es hija de un agricultor de Pradera del Ganso, en el itsmo de la Isla Soledad.
Se casó en los ´70 con un miembro del destacamento de infantería de la Royal
Marine apostado en las Islas. En los ´90 fue la representante de los isleños
para los temas de explotación petrolera que se negociaron en Buenos Aires y en
Londres, durante la elaboración del Tratado de Madrid II.
En
las historias de los dos isleños también se repiten palabras clave semejantes a
las que caracterizan a los que posan en la foto: “explotación petrolera”,
“desarrollo”, “Royal Marine”, “empresa internacional”.
Los
cuatro personajes y los dos que esperan fuera de cuadro cumplen funciones específicas
dentro de ese aparato burocrático que Max Weber definió como una forma de
“organización fundada en la continuidad racional de una dominación legal”. Los
funcionarios no son sus dueños. Son “la clase dominante en el poder” pero no
son la clase misma. Apenas son sus avatares.
¿Se
puede distinguir en esta foto la fuente real de autoridad que orienta las
conductas de los protagonistas de la escena? “Sí, se puede”. La autoridad que
infunde convicción, propósito y anhelos a todos los están en esta escena podría
estar evocada en ese cuadro que ha estado ahí colgado todo el tiempo, incluso
desde antes de que los funcionarios y el fotógrafo llegaran.
Muestra
un paisaje de la campiña inglesa del siglo XVIII que rememora la época victoriana,
aquel glorioso tiempo de la expansión del Imperio y de su arrolladora
revolución industrial. Al fondo, una noble mansión, tal vez amurallada. En
primer plano, un típico jardín inglés, donde sus privilegiados habitantes se
pasean en un mundo que dice ser bueno, pujante y seguro. Fuera de eso, solo
habría naturaleza a dominar y barbarie por civilizar.
Desde
el fondo de la habitación, el cuadro recuerda a todos los presentes el origen
del dominio. Sus míticos blasones. Convertido hoy en un régimen de financistas transnacionalizados,
de tecnócratas obsesionados por la acumulación sin límite, vigilantes de su
seguridad personal y corporativa, cultores del desapego y del vacío en la
cultura, ese cuadro señorial todavía funciona como una ventana que les hace
sentir a todos los 400 años de existencia material y simbólica que respaldan su
voraz modo de ser, de hacer y de pensar.
Dos
de los funcionarios de la foto han nacido en esa cultura. Los otros dos se han
convertido a ella. Ahí están juntos, “sin amor ni entusiasmo”, cumpliendo “con
discreción y uniformidad” las órdenes que les han dictado, tal como describe
Weber los modales del burócrata ideal.
Resulta
natural, entonces, que aquellos que han adquirido membresía para jugar en la
continuidad de esos jardines no los inquiete saber que “es impensable que Gran
Bretaña tenga la discusión sobre la soberanía entre las prioridades de su
agenda con Argentina” (2). Al contrario, para
ellos tiene sentido común, porque comparten objetivos con el régimen de
dominación. Son su continuidad local. Por eso no los incomoda aceptar que aquello
que es impensable para Gran Bretaña lo sea también para la Argentina. “Hablan
castellano, pero piensan en inglés”. Ya lo había dicho Scalabrini Ortiz, el primero
de los nuestros que cartografió sus procedimientos y descubrió sus palabras
clave.
(1)
Solución
acertijo: Página 12 del 18 de mayo: Canciller argentina Susana Malcorra. Clarín
del 13 de septiembre: Vicecanciller británico Sir Alan Duncan. Aquí podríamos proponer un segundo juego.
Duncan, refieriéndose a la recomendación de acordar, finaliza su testimonio diciendo: (acordar)
“como lo hicimos durante casi un siglo”. El acertijo es: ¿en qué momento de los
últimos cien años estaba pensando Duncan
cuando dijo “casi”?
Declaración realizada por la canciller argentina el 21 de septiembre de
2016 a Radio Continental.